Era uno de los compañeros con los que compartía piso: Enrique.
Cuando llegó por primera vez, Enrique lo recibió con pocas palabras. Lo ayudó a cargar sus cosas como si se conocieran de toda la vida.
Hay personas cuyo corazón parece ocupar el lugar del cerebro.Él era una de ellas.
Tenía un rostro gentil, a pesar de la hora. En la mano izquierda sostenía una maleta de viaje y, a la espalda, una mochila tan grande como su torso.
Apenas abrió la puerta, habló con una voz ronca; tenía los ojos cansados y caídos, como siempre.
—Enrique, buenos días.
—Buenos días, disculpa la hora —dijo con una leve sonrisa, inclinando ligeramente la cabeza, como pidiendo cierta compasión—. Ayer vino una mujer preguntando por ti. Como no estabas, me acerqué a decirle que no te encontrabas. Me preguntó si te conocía y le dije que sí… así que me dio esto. Según ella, es importante para ti.
—Muchas gracias. ¿Te vas de viaje?
No debí preguntarle si se iba de viaje.
De pronto, Enrique ya me hablaba de su esperada gran aventura.Creo que llevaba tiempo aguardando este momento para hablar con alguien. Su recompensa tras trabajar todos los días, todo el día. Contarle a alguien sobre tus logros debe sentirse bien, supongo.
No lo sé.
No hay problema, puedo escucharlo. Solo un rato. Aunque, siendo honesto, preferiría volver a pudrirme en mi cama antes que oírlo hablar.
—Fue difícil, pero para eso trabajo, ¿no? Pa—
—Es verdad. Bueno, Enrique, te agradezco por entregarme la carta —lo interrumpí con más brusquedad de la que pretendía.
Nunca fui una persona madrugadora, y esa mañana mi paciencia estaba más corta de lo habitual.
Después de despedirse, regresó a su cama con la carta en la mano.
Por un momento se ilusionó, pensando que quizá fuera de una admiradora secreta. Luego recordó el mensaje que su madre le había enviado días atrás:
—Iré a vizitarte la proxima semana. Te dare los resultados de tu analisis. Espero tengas gana de berme. Tu papa aun no los ve.
Las faltas ortográficas reflejaban su poca experiencia con el teléfono.
Pero más que eso, hablaban de la escasa educación que había recibido en su niñez. Trabajar desde pequeño era lo normal. Bastaba con saber hablar y caminar para ser lanzado a la faena. Desde ese instante, quedaban condenados a conocer lo cruel e injusta que podía ser la tierra donde habían nacido.
De esos tiempos surgieron hombres recios, curtidos por el sol y la necesidad.Pero también personas machistas, toscas, resentidas, cuyo intelecto deformado no les permitía ver más allá del "sí" o el "no".
En cambio, las mujeres aguantaron aquellas deformaciones, debido a su natural instinto emocional, sensible y delicado que poseen cada una. Haciéndolas más dóciles a la hora de tratar con las personas.
No toman decisiones con la cabeza, sino con mil corazones.
