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Chapter 52 - Capitulo 51

*SOFÍA*

La habitación de Daniel estaba más cerca de lo que imaginaba. El pasillo del hospital parecía largo, pero en cada paso que dábamos, la tensión crecía, como si el tiempo se alargara, distorsionado por la ansiedad. 

Laura no soltaba mi mano, y me sorprendió lo fuerte que la sentía, apretada, sudada. Sabía que no estaba nerviosa solo por todo lo que habíamos pasado con los padres de Daniel. Ella estaba tan tensa, tan sumida en sus pensamientos, que sentí que podría quebrarse en cualquier momento. Quizás estaba tan asustada como yo, pero lo que más me preocupaba era que no podía leer lo que pensaba en absoluto.

El médico se mantenía firme al frente, guiándonos hacia la habitación de Daniel, pero todo lo que podía pensar era en lo que había sucedido en esa sala, en las palabras de su madre, en cómo nos había atacado.

Y luego, me vino una imagen fugaz de Daniel. El agotamiento, la desesperación, su dolor. Eso era lo que más me atormentaba. Su cuerpo, su mente, todo estaba luchando contra sí mismo. Yo había visto eso en sus ojos antes, y el miedo de perderlo me retorcía el estómago de una manera que no sabía cómo describir.

Un escalofrío recorrió mi columna al pensar en eso, y mi respiración se volvió más rápida. Laura apretó aún más mi mano, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi cabeza, como si estuviera compartiendo la carga del miedo conmigo.

"Sofía, ¿estás bien?" su voz suave, pero llena de preocupación, me hizo volver al presente, a la realidad en la que estábamos caminando hacia una habitación llena de incertidumbre.

La miré a los ojos y traté de calmarme, aunque sabía que mi mirada no mentiría.

"Sí, solo..." mi voz se quebró un poco, pero logré continuar. "Solo quiero verlo. Solo quiero saber que está bien."

Laura no dijo nada más.

Necesitábamos verlo, saber que no todo estaba perdido.

Finalmente, llegamos a la habitación. El médico se detuvo antes de abrir la puerta y nos miró por un instante. Un segundo en el que sentí que todo podría cambiar. Pero, sin decir una palabra más, empujó la puerta y nos hizo señas para entrar.

Mi corazón latía con fuerza mientras cruzábamos el umbral, y al ver a Daniel en la cama, mi cuerpo reaccionó como si hubiera sido golpeado por una ola. Estaba allí, inmóvil, pero con una expresión tan agotada que casi podía sentirla como si fuera la mía. El monitor que lo vigilaba emitía pitidos suaves, pero su respiración era lo único que podía escuchar con claridad.

Laura aún mantenía mi mano entrelazada con fuerza, como si no fuera capaz de soltarme, y yo tampoco podía soltarla. En ese momento, ni los padres de Daniel, ni la pelea, ni las amenazas importaban. Solo importaba él.

El médico comenzó a hablar, pero sus palabras eran como un murmullo lejano que apenas alcanzaba a entrar en mis oídos. Estaba demasiado centrada en lo que estaba frente a mí, en la fragilidad de Daniel, en su respiración débil, en la palidez de su rostro. Cada uno de sus movimientos, cada pequeño suspiro, me parecía un desafío, una lucha silenciosa contra todo lo que lo había derrumbado.

Laura, Mariana y Valeria también lo rodeaban, pero todas parecíamos estar en una especie de trance. Nadie miraba al médico, nadie prestaba atención a los detalles técnicos. Nosotras solo veíamos a Daniel, cada una con una mirada fija, como si estuviéramos tratando de absorber todo lo que podía quedarnos de él en ese momento. La imagen de su rostro cansado se quedaba grabada en mi mente, casi dolorosa.

Con manos temblorosas, tomé su mano. Era fría, pero estaba viva. La apreté con suavidad, sintiendo su piel contra la mía, aferrándome a la esperanza de que no todo estaba perdido. Y luego, sentí un impulso. Un deseo profundo, casi instintivo, de conectar con él de alguna manera más, algo que nos uniera aún más en ese instante. Con cuidado, coloqué su mano sobre mi vientre. Era algo pequeño, algo que solo nosotras sabíamos, pero lo sentí como una promesa, un vínculo entre todos nosotros. Un recordatorio de por qué estábamos luchando, por qué no podíamos rendirnos.

A su alrededor, las otras también guardaban silencio, cada una procesando lo que sucedía a su manera. Ninguna de nosotras miraba a los padres de Daniel ni a Anni. Todo se reducía a él, al chico al que habíamos llegado a amar de maneras tan complejas, tan diferentes, pero igualmente intensas. En ese momento, solo queríamos que estuviera bien, que pudiera levantarse, que pudiera vernos sin todo el peso de lo que había ocurrido.

El médico continuó dando información, pero su voz se disolvió en el aire. Ya no necesitábamos escuchar más. Lo que queríamos era estar ahí para él, apoyarlo, demostrarle que no estaba solo, que aunque él estuviera luchando contra todo, nosotras estaríamos ahí, como siempre.

***

La habitación se quedó en silencio por un momento, el aire pesado, tenso, como si todo estuviera a punto de estallar en cualquier momento. La madre de Daniel no dejaba de mirar a las cuatro de nosotras, sus ojos llenos de ira y reproche, acusándonos de ser las culpables de la situación en la que él se encontraba. Cada palabra que salía de su boca era una daga que nos atravesaba, pero no éramos tan fáciles de derribar.

"Daniel está así por culpa de ustedes", dijo, su voz temblando de rabia. "¿Cómo pueden hacerle esto a un hombre? ¡A mi hijo!"

Las palabras de su madre golpearon como un látigo, pero nadie dijo nada. Al menos no inmediatamente. Nos quedamos en silencio, mirando a Daniel, preguntándonos si las palabras de su madre realmente lo afectaban tanto como parecía. Pero no era el momento para ese tipo de confrontación.

Fue entonces cuando Anni, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante. Su mirada era firme, decidida, como si no pudiera permitir que esta conversación siguiera adelante.

"Eso es suficiente", dijo con voz grave, mirando a su madre. "Aquí no es el lugar para hablar de eso."

Su madre la miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. "¿Y tú qué vas a decirme, Anni? ¡Tú siempre supiste de esta relación! ¡Nunca trataste de detenerlo cuando tenías la oportunidad!"

Anni no se dejó intimidar. Su postura se mantuvo erguida, su mirada fija. "Mi papel en la vida de Daniel, como su hermana mayor, es darle retos y apoyarlo en todo lo que haga. Yo no voy a juzgarlo por lo que ha decidido hacer con su vida. Yo estuve ahí cuando él tomó esta decisión. Me enfrenté a esas chicas, hablé con ellas, las escuché. Ellas me convencieron de que esto podría funcionar. Lo convencieron a él también. Y aunque no fue fácil, lo apoyé. Y lo sigo apoyando."

Un silencio profundo se apoderó de la habitación. Todos nos quedamos mirándola, sorprendidos por sus palabras. No era lo que esperábamos escuchar de ella, pero de alguna manera, me hizo sentir más tranquila. Ella no solo estaba defendiendo a Daniel, sino también a nosotras. Y, sobre todo, estaba demostrando que lo que había entre nosotros no era algo superficial, algo pasajero. Era algo real, algo que merecía respeto.

"Daniel me ayudó a criar a Mateo de muchas maneras", continuó Anni, su voz más suave, pero aún firme. "Y por eso, le debo esta lealtad. Lo que quiero es devolverle ese apoyo, tal como él lo hizo por mí. No lo voy a abandonar, no lo haré. Y voy a estar aquí para él, sin importar lo que piensen los demás. Así que si alguna de ustedes sigue cuestionando lo que está haciendo, pueden irse, porque yo voy a seguir a su lado."

Sus palabras fueron un golpe directo a los padres de Daniel, pero también a todos los presentes. Nos recordó que, aún que este no era el camino más fácil, lo que estábamos viviendo no era algo que solo nosotras habíamos decidido, sino que Daniel también había tomado su decisión, y él había recibido el apoyo de los suyos, incluso de su hermana.

La madre de Daniel no dijo nada más, al menos no de inmediato. Se quedó callada, mirando a su hija, como si no pudiera creer que fuera tan firme en sus palabras.

La tensión en la habitación era tan palpable que podía cortarse con un cuchillo. La madre de Daniel, su rostro retorcido por la frustración, intentó levantarse nuevamente, con la mano levantada, pero Anni no se movió ni un centímetro. La miraba fijamente, con una calma que contrastaba con la tormenta que estaba ocurriendo dentro de su madre.

Sin embargo, al final, no lo hizo. Su madre se quedó en su lugar, la mano suspendida en el aire como si no tuviera fuerzas para llevarla a cabo. En vez de eso, sus hombros se hundieron y, lentamente, se dejó caer en una de las sillas cercanas. Su cuerpo parecía encogerse bajo el peso de sus propias emociones. La mano que había estado levantada se cubrió la cara, dejando caer su cabello desordenado hacia adelante, ocultando su rostro.

El silencio fue absoluto, mientras todos observábamos esa imagen, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. Finalmente, fue ella quien rompió el mutismo, su voz quebrada, como si las palabras le costaran salir.

"Lo siento..." susurró, su voz casi inaudible, pero llena de una vulnerabilidad que nunca habíamos visto en ella. "No quise decir esas cosas del bebé... pero deben entenderlo, esto es demasiado para asimilar."

Nadie dijo nada, todos nos quedamos ahí, esperando. La madre de Daniel, aún con la cabeza agachada, continuó, casi en un suspiro, como si se estuviera confesando a sí misma.

"Si hubiera sido meses después... sin el bebé en medio... tal vez podría haberlo aceptado, o tal vez no. Tal vez me hubiera resignado a no tener a mi hijo menor a mi lado... Pero esto... esto es demasiado. Y el bebé..." su voz se quebró al final de la frase. "El bebé... lleva la sangre de mi hijo, mí sangre, de mí esposo... y de Anni."

El aire se volvió más pesado, como si lo que acababa de decirle diera forma a una verdad imposible de eludir. La madre de Daniel no tenía más palabras, solo una quietud que reflejaba el conflicto interno con el que luchaba. En ese momento, algo cambió en la habitación. No era que de repente todo estuviera resuelto, pero se sentía como si, al menos, se hubiera dado el primer paso hacia la comprensión.

Anni, con la mirada fija en su madre, parecía haber dejado que sus palabras calaran. No buscaba una disculpa, ni esperaba que todo fuera solucionado de inmediato.

A pesar de todo lo que había pasado, aún no podía dejar de mirar a Daniel, su rostro pálido, sus respiraciones entrecortadas, pero al menos estaba aquí, luchando, y nosotros luchando con él. Pero ahora, los padres de Daniel estaban en el centro de todo, y la tensión seguía creciendo.

Vi cómo el padre de Daniel se acercaba a su esposa en silencio. No hacía falta que dijera nada, sus gestos lo decían todo. La tomó de la mano, mirándola con una mezcla de desesperación y desconcierto, como si estuviera perdido en lo que acababa de descubrir. Ella, por su parte, sollozaba en silencio, como si todo lo que había pasado finalmente la estuviera alcanzando.

"Realmente no sé qué hacer..." su voz temblaba. "Esta relación es una estupidez en muchos sentidos, en muchas direcciones. Simplemente... es difícil."

Fue entonces cuando la madre de Daniel, con los ojos rojos y el rostro descompuesto por la batalla emocional que había estado librando, soltó una risa suave, casi irónica, como si se hubiera rendido a la absurdidad de la situación.

"¿Puedes creerlo?" dijo, mirando a su esposo, sus palabras cargadas de incredulidad. "Daniel... el introvertido, el antisocial... metido en esta estupidez."

El padre de Daniel se echó a reír también, aunque su risa era más una mezcla de asombro y resignación. Fue un breve respiro, una pequeña chispa de normalidad en medio del caos.

Pero eso no duró mucho. La madre de Daniel, al retomar su compostura, nos miró a las cuatro, sin dejar de hablar, su tono algo más firme, pero sin el mismo nivel de furia de antes.

"No aceptaré esto por el momento" dijo, su mirada fija en nosotras. "Necesito tiempo, mucho tiempo, para procesarlo. Quiero ver hasta dónde van a llegar con esta ridiculez de relación."

Nos quedamos calladas, procesando sus palabras, esperando lo que vendría a continuación.

"Pero tengan algo claro" continuó, su voz ahora más tensa, con un dejo de amenaza. "Con una de las familias de ustedes que no acepte esto, será el fin para todos. No podrán evitarlo. La familia que los llegué a rechazar hará todo lo posible para destruir esta relación."

Mis manos temblaban un poco, aunque traté de mantener la calma, de no mostrarme afectada por sus palabras. Pero la realidad que se estaba pintando frente a nosotros era cruel, un futuro incierto donde cualquier cosa podría ocurrir.

"Aunque tú..." dijo mirande directamente a los ojos, "tengas al hijo de Daniel, se puede decir que tienes tu puesto asegurado. Más si tus padres aceptaron esto, a pesar del ultimátum que le dieron a Daniel."

Todo se volvió aún más pesado en ese momento. La amenaza de que una de nuestras familias pudiera rechazar esta relación nos colgaba como una espada de Damocles. Sabíamos que cada paso que dábamos podía ser el último en este camino, pero al mismo tiempo, no podíamos dar marcha atrás.

Yo miré a las demás, a Mariana, Laura, Valeria. No importaba lo que dijeran o lo que pensaran los padres de Daniel, no íbamos a dejarlo. No nos rendiríamos. No importaba lo que se nos viniera encima.

Pero ese sentimiento de incertidumbre seguía flotando en el aire. La madre de Daniel estaba tomando aire nuevamente, sus ojos se encontraron con los míos, y por un instante, sentí que intentaba medir si realmente estábamos dispuestas a todo por Daniel, a luchar contra viento y marea.

Mi mano apretó la de Laura, mi estómago revoloteaba con un nudo de ansiedad. Era difícil, muy difícil, pero no importaba. No importaba lo que viniera. El futuro no estaba escrito, y estábamos dispuestas a escribirlo nosotras mismas.

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