Cherreads

Chapter 43 - Centro Comercial

Mientras bajaban para buscar a León, él se adelantó y los encontró primero.

Snape observó a León con los brazos cruzados, exteriormente, su rostro seguía siendo el mismo: serio, frío, casi indiferente.

Pero por dentro…

Una pequeña chispa de satisfacción le recorría el pecho.

León, ese niño que tantas veces se subestimaba, había robado un balón decisivo, había dejado atrás sus dudas y había puesto en marcha la remontada. No con magia, no con trucos, sino con esfuerzo y calma.

Severus sintió un extraño orgullo apretándole la garganta.

Bien hecho, pensó.

Más de lo que esperaba… mucho más.

Intentó mantener la compostura, pero su mirada se suavizó apenas un segundo.

Anya saltaba alrededor de León como si él hubiera salvado el mundo. Y Snape, a pesar suyo, sintió que algo cálido se instalaba en su interior.

—Buen trabajo —repitió Snape, ahora más bajo, casi como si temiera que alguien lo escuchara elogiar.

León lo miró sorprendido; acostumbrado al tono duro de su padre, no esperaba reconocimiento tan directo.

Snape notó la mirada y rápidamente volvió a endurecer el gesto, limpiándose la garganta.

—No te acostumbres —añadió con frialdad estudiada—. Aún cometiste errores en la primera mitad.

León sonrió, entendiendo perfectamente lo que había detrás de esas palabras.

Anya, que los observaba a ambos, se acercó y tomó las manos de León con emoción.

—¡Leon fue increíble, papá! ¡Parecía un héroe del fútbol! —gritó orgullosa.

Snape se tensó un segundo…

Y luego, muy discretamente, su labio derecho amenazó con curvarse hacia arriba.

Controla tu rostro, Severus, se dijo.

Eres un Snape, no un bufón.

Pero aun así, una sonrisa diminuta —casi invisible, apenas una sombra— logró escaparse.

Y durante un instante, mientras miraba a sus hijos celebrando, Severus Snape sintió algo que rara vez se permitía sentir:

Paz.

Orgullo.

—Gracias, padre —respondió León.

Severus, al escuchar la respuesta de su hijo, pensó en cómo celebrar su victoria y en llevarlos a comprar ropa, pero entonces recordó que en televisión vio que el centro comercial también tenía un restaurante.

—Vamos a almorzar fuera —dijo Snape.

—¿Pero papá? ¿Loki no se pondrá triste? —preguntó Anya con preocupación genuina.

Severus no sabía cómo explicarle que no era necesario preocuparse por eso.

—En el centro comercial hay juegos —intervino León.

—¿De verdad hay juegos? —preguntó Anya, emocionada.

León asintió.

—¿Qué esperamos? ¡Vamos rápido! —gritó Anya, olvidando por completo a Loki.

En la mente de León y Severus pasó el mismo pensamiento:

"Qué rápido olvidó a Loki…"

Snape tomó las manos de ambos y usó la aparición para llevarlos a un callejón cercano al centro comercial, lejos de la vista de los transeúntes.

Anya y León quedaron mareados, así que Severus esperó pacientemente a que se recuperaran.

Ya dentro del centro comercial, Anya señaló un local de comida rápida.

Snape estuvo a punto de negarse, pero la radiante sonrisa de su hija lo desarmó, así que, con la ayuda de León, consiguió pedir tres hamburguesas y tres gaseosas.

Después de comer, Snape los llevó a comprar ropa.

Sin embargo, los trajes que Severus escogía no eran del agrado de Anya.

—Papá, eso no combina… Papá, ese color no va con mi cabello… Papá, ese vestido es para invierno… —reclamaba Anya una y otra vez.

Al final, León intervino:

—Padre, ¿no cree que es mejor pedir ayuda a la dependiente? Creo que ella podrá ayudar mejor a Anya.

Severus aceptó la idea. Se acercó a la dependiente y le pidió que ayudara a su hija a escoger ropa, detallando que compraría diez juegos.

Pensaba ayudar a León, pero este ya había escogido su ropa. León sabía perfectamente que su padre tenía pésimo gusto para vestir.

Cuando Snape terminó de pagar por la ropa de ambos, se dispuso a regresar a casa.

—Vamos, regresemos —dijo Snape.

—Pero papá, ¡falta comprar ropa para ti! —protestó Anya.

—No es necesario. Ya tengo ropa —respondió Snape.

León observó la ropa de su padre: vieja, gastada y completamente descolorida. Sabía que Severus tenía mal gusto, pero esto era demasiado. Debía convencerlo.

—Padre, necesitas actualizar tu ropa. Esa ya es demasiado vieja —dijo León.

—Sí, papá, tú también necesitas ropa nueva, igual que nosotros —insistió Anya.

—Esta todavía sirve. Y es muy cómoda —gruñó Snape.

—Por favor, papá… —rogó Anya.

—Padre, no creo que te haga daño comprar para ti también —añadió León.

—Paaapaaa… —repitió Anya con dramatismo.

Severus, al ver que ambos insistían, decidió ceder.

Anya corrió a tomar unos polos con estampados de dibujos animados. Snape, al verlos, hizo una mueca de disgusto.

—¡Vamos, papá, ponte esto! ¡Te quedará genial! —decía Anya.

Snape sostenía la ropa, buscando una forma de negarse.

León negó con la cabeza y decidió ayudarlo.

—Anya… papá ya es grande. Necesita ropa de adulto, como esta —dijo, señalando la ropa formal.

—¿De verdad? Bueno… después de todo, León nunca se equivoca —aceptó Anya.

León los llevó a la sección de ropa formal.

Escogió zapatos, pantalones, camisas y un saco negro.

—Ponte esto, padre. Te quedará bien —dijo León.

Snape tomó la ropa y fue a probarse.

Cuando salió del probador, los dos se sorprendieron.

—¡Papá, te queda genial! —exclamó Anya.

—En verdad te queda bien, padre —dijo León.

Snape se miró en el espejo, dudoso. Pero decidió confiar en sus hijos.

Pagó la ropa y se prepararon para ir a los juegos mecánicos que tenia el centro comercial.

—Voy al baño —dijo León, excusándose.

Pero no fue al baño. Había regresado a la tienda y salió con tres bolsas más, sonriendo.

Snape, con Anya a su lado, observó las bolsas y recordó su infancia.

Cuando no tenía dinero para comprar ropa…

Cuando trabajaba reciclando botellas, haciendo tareas ajenas, pasando hambre…

Cuando todo lo que ahorraba lo gastaba en ingredientes de pociones, pergaminos y libros de segunda mano…

Y cuando aquellos imbéciles arruinaban sus cosas con bromas crueles.

Recordar eso lo enfurecía.

Respiró hondo.

No ganaba nada dejándose llevar por el pasado.

—Mira, papá, ahí viene León —anunció Anya.

Snape asintió, pero ninguno de los dos notó que León llevaba dos bolsas más que antes.

Los tres fueron a los juegos mecánicos, pero apenas cruzaron el pasillo principal, Anya se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron como platos.

Frente a ellos estaba el carrusel, autos chocones, camas elásticas y una enorme piscina de pelotas iluminada con luces de colores.

—¡PAPÁ! —gritó Anya, señalando con ambas manos—. ¡JUEGOS! ¡HAY JUEGOS! ¡PAPÁÁÁÁÁÁ, VAMOS!

Snape sintió un escalofrío inmediato.

Pero La mirada de Anya esa mezcla de ojos brillantes, esperanza infinita y un temblor en el labio inferior que era imposible ignorar.

Snape suspiró profundamente.

Un suspiro que cargaba: resignación, derrota… y una pizca de ternura.

—Muy bien… —cedió—. Solo un rato.

—¡¡SÍIIIIIIII!! —Anya saltó y le agarró la mano, arrastrándolo literalmente hacia los juegos.

Snape, arrastrado por una niña pelirrosa de ocho años, era un espectáculo que llamó la atención de varias personas.

Algunas se reían discretamente.

León caminaba detrás, conteniendo las carcajadas.

Era raro ver al temible profesor Snape de Hogwarts siendo jalado hacia un carrusel.

—No te rías —murmuró Snape sin volverse.

—No lo hago —respondió León, mientras seguía luchando desesperadamente por mantener el rostro serio.

Una vez dentro de la zona de juegos:

—¡Papá ven conmigo al carrusel! —ordenó Anya.

Snape dio un paso atrás.

—No. Voy a quedarme aquí. Observando. Sin… involucrarme con ninguna de esas máquinas ruidosas.

Pero Anya ya estaba empujándolo.

—Papáaaa, por fis. Solo uno. ¡¡UNO!! Te lo juro por mis galletas.

Snape pestañeó.

Anya rara vez juraba por galletas.

La derrotó.

—Está bien… uno —susurró, como si aceptara un pacto oscuro.

Segundos después, Severus Snape estaba sentado en un caballo dorado de un carrusel infantil mientras la música sonaba y las luces giraban.

León, que grabó la escena mentalmente, pensó:

"Jamás… jamás olvidaré este día."

Anya reía sin parar desde el caballo de al lado.

Snape, hundido en su asiento, murmuraba:

—Esto nunca pasó…

—Sí pasó —dijo Anya feliz.

—No. No pasó.

—Sí pasó.

—No discutiremos esto.

—¡Pero sí pasó!

Cuando el carrusel se detuvo, Snape bajó como si acabara de sobrevivir a un duelo.

Anya, llena de energía, gritó:

—¡Ahora los AUTOS CHOCONES!

—No —dijo Snape inmediatamente.

—¡¡SÍ!! —respondieron Anya y León al unísono.

Snape cerró los ojos.

Pero cuando volvió a abrirlos… vio a Anya riendo, y a León sonriendo.

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