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Chapter 5 - Capítulo 5 - Conociendo a mis amigos

Capítulo 5 - Conociendo a mis amigos

"Hora de despertar." Leo murmuró al abrir los ojos en su nueva habitación.

El cuarto era sencillo: una cama firme, un escritorio con libros y una lámpara que iluminaba suavemente. No era lujoso, pero era suyo. Se levantó con energía, consciente de que ese día marcaría el inicio de su convivencia con Sheldon.

"Buenos días." dijo al salir al pasillo.

Sheldon ya estaba en la cocina, midiendo con precisión la cantidad de cereal en un tazón. "Buenos días, Leo. Según el acuerdo, el desayuno se sirve a las 7:30 en punto."

"Perfecto." Leo se sentó a la mesa. "¿Qué tenemos hoy?"

"Cereal con leche descremada. Es martes, así que corresponde esta combinación." Sheldon respondió con solemnidad.

Leo sonrió. "Ordenado, como siempre."

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"Ahora me toca el baño." Sheldon anunció, levantándose con su tazón vacío.

Leo asintió. "Claro, tienes tu horario. Yo entro después."

Sheldon lo miró con aprobación. "Me alegra que respete las reglas. El baño es un recurso limitado y debe administrarse con disciplina."

"Lo entiendo." Leo respondió, acomodando su taza en el fregadero.

Cuando Sheldon salió, Leo entró con calma. Se lavó la cara, se peinó y se preparó para el día. La rutina era estricta, pero Leo sabía que podía adaptarse.

"Esto es solo el comienzo." pensó mientras se miraba en el espejo.

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"¿Listo?" Leo preguntó al salir del apartamento con su maleta.

"Listo." Sheldon respondió, ajustando su mochila.

Ambos caminaron hacia el estacionamiento. Leo había decidido llevarlo en su coche, un sedán sencillo pero cómodo.

"Gracias por el transporte." Sheldon dijo al acomodarse en el asiento. "El autobús es ineficiente y lleno de gérmenes."

"De nada." Leo sonrió. "Además, así llegamos puntuales."

El trayecto fue tranquilo. Sheldon hablaba de sus teorías, mientras Leo escuchaba con paciencia, interviniendo con comentarios inteligentes.

"Tu enfoque experimental podría validar mis cálculos." Sheldon comentó.

"Y tu teoría puede darme dirección." Leo respondió. "Podemos complementarnos."

Sheldon lo miró con curiosidad. "Eso... podría funcionar."

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"Nos vemos en la tarde." Leo dijo al estacionar en Caltech.

"Nos vemos." Sheldon respondió, entrando al edificio con paso firme.

Leo se dirigió a su laboratorio. El espacio estaba lleno de equipos, pizarras y libros. Pasó la mañana ajustando instrumentos, revisando datos y organizando experimentos.

"Este lugar... será mi base." pensó mientras anotaba resultados.

Las horas pasaron rápido. Al final del día, Leo salió del laboratorio con satisfacción. Había avanzado en sus proyectos y sentía que estaba en el lugar correcto.

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"¿Listo para volver?" Leo preguntó al encontrar a Sheldon en la salida.

"Listo." Sheldon respondió, cargando una carpeta llena de ecuaciones.

El trayecto de regreso fue similar al de la mañana: Sheldon hablando de física, Leo escuchando y aportando ideas. La dinámica comenzaba a sentirse natural.

"Este apartamento... será nuestro centro de operaciones." Sheldon murmuró.

"Y también nuestro hogar." Leo añadió.

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"Es hora de ver televisión." Sheldon anunció al entrar al apartamento.

"¿Qué hay hoy?" Leo preguntó, acomodándose en la silla de jardín.

"Noticias y un programa de concursos." Sheldon respondió, encendiendo la televisión.

Leo observó la pantalla. Era un momento simple, pero significativo. Compartir la rutina, estar juntos, construir convivencia.

"Después podemos jugar ajedrez." Leo propuso.

"Interesante." Sheldon asintió. "Acepto."

El tablero apareció sobre la mesa. Sheldon colocó las piezas con precisión, mientras Leo lo observaba con calma.

"Tu turno." Sheldon dijo, iniciando la partida.

Leo movió su peón. "Esto será divertido."

La partida se extendió durante horas. Sheldon analizaba cada movimiento con obsesión, mientras Leo jugaba con estrategia y paciencia.

"Hmm... no eres un oponente fácil." Sheldon murmuró.

"Porque pienso diferente." Leo respondió.

El silencio de la noche envolvió el apartamento. La televisión apagada, el tablero lleno de piezas, y dos mentes brillantes compartiendo espacio.

"Este es el inicio de nuestra convivencia." pensó Leo, mientras Sheldon ajustaba sus gafas y preparaba el siguiente movimiento.

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"Necesito despejarme." Leo murmuró mientras salía de su laboratorio en Caltech.

El pasillo estaba lleno de estudiantes cargando libros, profesores discutiendo teorías y carteles anunciando conferencias. El aire tenía ese olor particular de cafetería mezclado con tinta de impresora y pizarras recién borradas. Leo caminaba despacio, observando todo con curiosidad.

"Este lugar... está vivo." pensó, mientras se detenía frente a un mural con fórmulas de física cuántica.

De pronto, escuchó una voz detrás de él. "Oye, ¿eres nuevo por aquí?"

Leo giró y vio a un joven de baja estatura, con cabello oscuro y un estilo llamativo: chaqueta ajustada, cinturón con hebilla metálica y una sonrisa confiada.

"Sí, soy Leo Hofstadter." respondió con calma.

"Howard Wolowitz." dijo el joven, extendiendo la mano. "Ingeniero. Trabajo en diseño aeroespacial, especialmente en sistemas que la NASA usa. Y antes de que lo preguntes, sí, aquí todos son físicos, pero alguien tiene que construir las cosas que ustedes imaginan."

Leo estrechó su mano y sonrió. "Encantado, Howard. Me parece fascinante lo que haces."

Howard arqueó una ceja. "¿Fascinante? Normalmente los físicos me miran como si fuera un técnico de mantenimiento."

"Pues yo no." Leo respondió. "Sin ingeniería, la física se queda en papel."

Howard lo miró con curiosidad, como si no esperara esa respuesta. "Hmm... interesante."

En ese momento, otro joven se acercó. Era más alto, con cabello oscuro y expresión tímida. Llevaba una carpeta llena de gráficos astronómicos.

"Howard, ¿quién es?" preguntó en voz baja.

"Te presento a Leo." Howard respondió. "Él es Rajesh Koothrappali, astrofísico. Estudia exoplanetas y cosas que están demasiado lejos para que yo pueda construirles motores."

"Hola." Raj murmuró, evitando mirar directamente a Leo.

"Hola, Raj." Leo respondió con amabilidad. "Un placer conocerte."

Raj asintió, nervioso, y se acomodó la carpeta contra el pecho.

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"¿De dónde vienes?" Howard preguntó mientras caminaban juntos hacia la cafetería.

"Acabo de mudarme a Pasadena de Nueva Jersey" Leo explicó. "Estoy en el departamento de física experimental."

Howard sonrió. "Eso suena serio. ¿Qué tipo de cosas haces?"

"Trabajo en óptica cuántica y superconductividad." Leo respondió. "Experimentos que pueden abrir nuevas líneas de investigación."

Raj levantó la vista, curioso. "¿Superconductividad? Eso podría aplicarse en telescopios de alta precisión."

"Exacto." Leo asintió. "La física experimental puede darle herramientas a la astrofísica."

Howard lo miró con interés. "Hablas con mucha seguridad. No pareces el típico físico nervioso que se pierde en sus ecuaciones."

"Porque me gusta estar preparado." Leo respondió con calma.

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La cafetería estaba llena de estudiantes y profesores, el murmullo de conversaciones científicas mezclado con el sonido de bandejas y vasos.

"Siempre está así." Howard comentó mientras tomaban una mesa. "Aquí se deciden más proyectos que en las oficinas."

"Eso lo creo." Leo sonrió. "El café suele ser el combustible de la ciencia."

Raj levantó la vista tímidamente. "Yo prefiero el té... pero sí, tienes razón."

Howard se inclinó hacia Leo. "Entonces, ¿qué haces cuando no estás en el laboratorio?"

"Me gusta jugar ajedrez, videojuegos, y escribir." Leo respondió con calma.

"¿Escribir?" Howard arqueó una ceja. "¿Qué tipo de cosas?"

"Novelas." Leo explicó. "Historias que mezclan ciencia y emociones. Es una forma de explorar ideas."

Raj lo miró sorprendido. "Eso... es diferente. La mayoría aquí solo habla de papers."

"Porque los papers son necesarios." Leo dijo. "Pero las novelas llegan a otro público. Y además, me generan ingresos extra."

Howard sonrió. "Ingresos extra... eso sí me interesa. Yo diseño cosas para la NASA, pero también hago proyectos personales. Robots, mecanismos, incluso un retrete espacial."

Leo lo miró con curiosidad. "¿Un retrete espacial?"

"Sí." Howard respondió con orgullo. "Los astronautas también necesitan comodidad."

Leo rió suavemente. "Eso demuestra que tu trabajo es tan importante como cualquier teoría."

Raj intervino con voz baja. "Yo... observo estrellas. Busco planetas que puedan albergar vida."

"Eso es fascinante." Leo respondió con sinceridad. "Imaginar que allá afuera puede haber otros mundos habitables... es inspirador."

Howard lo miró con atención. "Sabes, hablas distinto. No suenas arrogante, pero tampoco inseguro. Es raro encontrar ese equilibrio aquí."

"Porque sé lo que quiero." Leo dijo con firmeza. "Y también sé que nadie llega lejos solo."

Raj lo observó en silencio, como si esas palabras lo hubieran tocado. Finalmente murmuró: "Eso... suena muy cierto."

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"Creo que encajarás bien con nosotros." Howard dijo, tomando un sorbo de café.

"Gracias." Leo respondió. "Eso espero."

Raj asintió tímidamente. "Eres... diferente. Hablas con confianza, pero no presumes."

"Porque la ciencia no necesita presunción." Leo explicó. "Necesita colaboración."

Howard sonrió. "Me gusta cómo piensas. Deberíamos juntarnos más seguido. Videojuegos, cenas, charlas... lo que sea."

"Me encantaría." Leo respondió con firmeza.

Raj levantó la vista y sonrió por primera vez. "Sí... sería bueno."

El silencio que siguió no fue incómodo. Era el inicio de un vínculo, una conexión que pronto se convertiría en amistad.

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"Este lugar siempre está lleno." Howard comentó mientras se abría paso con su bandeja.

"Eso significa que la ciencia se alimenta bien." Leo respondió con una sonrisa, tomando asiento en la mesa.

Raj se acomodó en silencio, con su té en mano, observando a los demás.

"Entonces, Leo..." Howard empezó, apoyando los codos en la mesa. "Ya hablamos de laboratorios y experimentos. Pero dime algo más importante: ¿quién es tu héroe favorito?"

Leo arqueó una ceja. "¿Héroe favorito? ¿De cómics o de la vida real?"

"De cómics, por supuesto." Howard respondió con entusiasmo. "La vida real es aburrida. Yo digo Batman. Rico, inteligente, con gadgets increíbles. Básicamente, un ingeniero con estilo."

Leo rió suavemente. "Tiene sentido que digas Batman. Es el héroe que depende de la tecnología."

Raj levantó la vista tímidamente. "Yo prefiero a Aquaman."

Howard lo miró sorprendido. "¿Aquaman? ¿En serio? El tipo habla con peces."

Raj se sonrojó. "Sí, pero también protege océanos enteros"

Leo sonrió. "No está mal. Aquaman representa la conexión con la naturaleza. Y Batman la dependencia de la mente y la tecnología."

Howard se inclinó hacia Leo. "¿Y tú? No puedes escapar de la pregunta."

Leo pensó unos segundos. "Diría Hal Jordan, Green Lantern. No por el anillo en sí, sino porque representa voluntad pura. Imagina tener un poder que depende de tu capacidad de concentrarte y crear. Eso es ciencia y creatividad al mismo tiempo."

Howard chasqueó la lengua. "Hal Jordan... interesante. Pero depende de un objeto externo. Si pierde el anillo, se acabó."

Raj intervino con voz baja. "Pero el anillo responde a la mente. No cualquiera puede usarlo. Es como un telescopio: sin disciplina, no sirve."

Leo asintió. "Exacto. Hal Jordan no es invencible, pero su fuerza está en la imaginación y la responsabilidad. Eso lo hace humano, aunque tenga un poder cósmico."

Howard sonrió. "Me gusta cómo lo planteas. Aunque sigo diciendo que Batman es mejor. Si tuviera su presupuesto, yo también salvaría el mundo."

Leo lo miró divertido. "¿Y qué harías primero?"

"Construiría un traje espacial con capa." Howard respondió sin dudar. "Y luego me lanzaría a la órbita para impresionar a todos."

Raj rió suavemente. "Eso suena más a Iron Man que a Batman."

Howard levantó las manos. "¡Exacto! Iron Man también es un ingeniero. Otro héroe que demuestra que la ciencia salva el día."

Leo se recostó en la silla. "Entonces tenemos a Batman, Aquaman, Hal Jordan... y ahora Iron Man. Creo que este debate nunca terminará."

Howard sonrió. "Eso es lo divertido. Cada héroe refleja lo que queremos ser."

Raj murmuró: "Yo solo quiero hablar con delfines."

Leo rió. "Y yo quiero que la ciencia inspire como Hal Jordan: voluntad y creatividad. Al final, todos buscamos lo mismo: un poco de esperanza."

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POV de Howard

"Este tipo... Leo. No es como los físicos que suelo ver aquí. Normalmente me miran como si fuera un accesorio, el ingeniero que arregla lo que ellos rompen. Pero él me habló como si mi trabajo fuera esencial. Eso me golpeó más de lo que quiero admitir. No lo diría en voz alta, claro, porque me gusta mantener la fachada de confianza, pero... se sintió bien."

"Cuando mencionó que escribía novelas, pensé: ¿quién tiene tiempo para eso en Caltech? Pero luego entendí que no era una distracción, sino otra forma de ver el mundo. Yo diseño mecanismos, él diseña historias. Ambos construimos cosas que no existían antes. Esa idea me intrigó. No lo diría en una conversación casual, pero me hizo pensar que quizá la creatividad no está limitada a planos y circuitos."

"Lo que más me sorprendió fue su seguridad. No era arrogante, tampoco tímido. Era como si supiera exactamente dónde estaba parado. Y eso... me incomoda un poco. Porque yo suelo ser el que llena el espacio con bromas y confianza. Con él, sentí que no hacía falta. No sé si me gusta o me asusta."

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POV de Raj

"Leo me miró directamente, sin apartar la vista, y eso me desarmó. Normalmente evito el contacto visual, me escondo detrás de mis gráficos y mis datos. Pero él me dio la sensación de que estaba escuchando de verdad. No lo diría en voz alta, porque me cuesta admitirlo, pero me hizo sentir visible."

"Cuando habló de superconductividad, mi mente voló hacia mis telescopios. Imaginé cómo esa tecnología podría mejorar mis observaciones, cómo podría acercarme más a los exoplanetas que busco. No es algo que suelo compartir, porque la mayoría se queda en la superficie. Pero él me hizo pensar que tal vez alguien podría entender la obsesión de pasar noches enteras mirando estrellas que nunca conoceremos."

"Lo que más me impactó fue cuando dijo que nadie llega lejos solo. Esa frase se me quedó grabada. Aquí, entre tantos genios, siempre siento que estoy compitiendo, que debo demostrar que pertenezco. Pero con él... sentí que no tenía que probar nada. No lo diría en una charla, porque suena demasiado personal, pero me dio esperanza. Y eso, para mí, vale más que cualquier descubrimiento." 

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El celular vibró sobre la mesa del apartamento en Pasadena. Leo lo tomó sin prisa, pensando que sería una llamada rutinaria.

"¿Hola?" contestó.

"Leo, soy Marta, de la editorial." La voz sonaba cargada de entusiasmo. "Quería darte la noticia personalmente: tus tres novelas ya están en circulación... y las ventas iniciales son extraordinarias."

Leo se enderezó en el sofá. "¿Ya están publicadas? ¿Cómo van los números?"

Marta repasó los datos con precisión:

"The Hunger Games lleva 4,200 copias vendidas en su primera semana. Las librerías juveniles están pidiendo más stock.""The Fault in Our Stars alcanzó 3,600 ejemplares. La recepción ha sido muy emotiva, los lectores están recomendándola boca a boca.""Gone Girl ya superó las 3,000 ventas. El thriller está atrayendo a un público adulto que busca giros psicológicos."

Leo abrió los ojos, incrédulo. "¿Más de diez mil copias combinadas... en una semana?"

"Exacto." Marta confirmó. "Estamos hablando de 10,800 ejemplares en total. Para un debutante, es un número extraordinario. Las editoriales competidoras ya están preguntando por ti y estamos preparando una segunda impresión."

Leo respiró hondo, con una mezcla de alivio y emoción. "No pensé que llegaría tan rápido. Gracias por avisarme."

"Lo sé." Marta respondió con calidez. "Disfruta este momento. Te lo ganaste."

Colgó el teléfono y se quedó mirando la pantalla apagada. El apartamento estaba en silencio, salvo por el murmullo de la televisión en el fondo.

"Más de diez mil copias..." murmuró para sí mismo. "Si cada una cuesta alrededor de veinte dólares..."

Leo hizo la conversión mental, sin necesidad de decirlo en voz alta. El número que apareció en su mente lo dejó sin aliento.

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Leo dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó inmóvil, como si necesitara que el silencio confirmara lo que acababa de escuchar. El apartamento estaba tranquilo, apenas iluminado por la luz que entraba por la ventana, y el murmullo de la televisión encendida en segundo plano parecía lejano, irrelevante. Respiró hondo, intentando asimilar las palabras de Marta: sus tres novelas ya estaban publicadas y habían vendido más de diez mil copias en apenas una semana.

Se levantó despacio, caminando hacia su escritorio, donde aún conservaba los borradores originales. Los tocó con cuidado, como si fueran piezas de un pasado que ahora se había transformado en presente. The Hunger Games, The Fault in Our Stars, Gone Girl. Tres mundos distintos, tres apuestas seguras que había escrito con disciplina y visión, adelantándose a lo que sabía que serían fenómenos literarios en otra línea temporal. Ahora no eran simples manuscritos: eran libros reales, con portadas, páginas impresas y lectores que los estaban devorando.

Se imaginó a una adolescente en su habitación, leyendo la historia de Katniss y sintiendo que esa lucha contra un sistema opresivo era también la suya. Pensó en una pareja joven que compartía las páginas de The Fault in Our Stars, llorando juntos, abrazándose al terminar cada capítulo. Visualizó a un adulto sentado en un café, pasando las páginas de Gone Girl con ansiedad, intentando descubrir quién mentía y quién decía la verdad. Cada imagen lo llenaba de orgullo y lo hacía consciente de que no eran solo ventas: eran vidas tocadas por sus palabras.

Se dejó caer en el sofá y comenzó a hacer cálculos mentales. No necesitaba papel ni calculadora; su mente entrenada en números lo hacía con facilidad. Si cada copia costaba alrededor de veinte dólares, entonces The Hunger Games, con sus 4,200 ejemplares vendidos, representaba unos 84,000 dólares en ventas. The Fault in Our Stars, con 3,600 copias, equivalía a unos 72,000. Y Gone Girl, con 3,000 ejemplares, sumaba cerca de 60,000. En total, más de 216,000 dólares generados en apenas una semana. No dijo nada más, pero el número flotaba en su mente, enorme, casi irreal. No era solo dinero: era validación, era la prueba de que su talento narrativo tenía un valor tangible en el mercado.

Se levantó y caminó hacia la ventana. Afuera, Pasadena seguía con su ritmo habitual: estudiantes caminando por las calles, autos pasando con prisa, luces encendiéndose en los edificios. Todo parecía normal, pero para él nada lo era. "Soy físico experimental", pensó. "Trabajo en Caltech, hago experimentos, publico papers. Esa es mi vida oficial. Pero ahora... también soy escritor. Y no un escritor cualquiera, sino uno que ya vendió más de diez mil copias en una semana." La dualidad lo fascinaba. Por un lado, la precisión científica, los cálculos, los experimentos. Por otro, la imaginación, las emociones, las historias. Dos mundos que rara vez se cruzaban, pero que en él coexistían.

Se preguntó cómo reaccionarían sus amigos. Howard seguramente haría bromas sobre el dinero, exagerando con comentarios sobre cómo él también podría ser millonario si la NASA le pagara regalías por cada tornillo que diseñaba. Raj se emocionaría por la idea de que alguien lo leyera y lo entendiera, quizá incluso se sentiría inspirado para compartir más de sí mismo. Sheldon, en cambio, probablemente desestimaría todo, diciendo que la literatura era irrelevante frente a la física teórica. Leo sonrió ante esa imagen. "Y yo les diré que la literatura también es una forma de ciencia: explora la mente humana."

Recordó lo que Marta había mencionado: estaban preparando una segunda impresión. Eso significaba que la demanda estaba superando la oferta, que las librerías querían más copias, que el éxito no era un accidente sino una tendencia. Si en la primera semana había vendido más de diez mil copias, ¿cuántas serían en un mes? ¿En tres meses? ¿En un año? La idea lo mareaba, pero también lo llenaba de energía. Podía imaginar cifras enormes, pero más allá del dinero, lo que lo emocionaba era la posibilidad de construir una carrera paralela, una identidad doble: científico y escritor.

Se recostó en la silla y recordó las noches en que había escrito esas novelas. Las horas frente a la computadora, el cansancio acumulado, la duda constante de si valía la pena. Recordó cómo había dudado de sí mismo, cómo había pensado que quizá nadie las leería. Y ahora, miles de personas las estaban leyendo. Era como si todas esas noches solitarias hubieran cobrado sentido de golpe.

La emoción lo desbordaba, pero también la responsabilidad. Sabía que ahora tendría que mantener ese nivel, que los lectores esperarían más. Pensó en lo que vendría: una cuarta novela, quizá una saga, tal vez un libro de ensayo científico. Podía escribir más, explorar otros géneros, construir un catálogo. Y lo mejor: tenía la ventaja de saber qué funcionaría, porque conocía el futuro literario. Pero debía hacerlo con cuidado. No se trataba solo de copiar, sino de recrear con autenticidad, de darles su voz.

Se recostó en el sofá otra vez, con una sonrisa que no podía ocultar. "Soy escritor publicado", pensó. "Y no solo publicado: exitoso." El orgullo lo llenaba, pero también la conciencia de que este era apenas el inicio. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente a su triunfo. Pero dentro de ese apartamento, Leo sabía que su vida había cambiado para siempre.

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Leo aún estaba sentado en el sofá cuando escuchó el golpe de la puerta. Howard entró primero, con su energía habitual, seguido de Raj, que llevaba una carpeta bajo el brazo. Ambos parecían venir de un día largo en Caltech, con la rutina marcada en sus gestos.

"¿Qué pasa, Leo?" preguntó Howard, dejando caer su mochila en la silla. "Tienes cara de haber descubierto la teoría del todo... o de haber perdido la contraseña del correo."

Leo sonrió, todavía con la emoción contenida. "Acabo de recibir una llamada de la editorial."

Raj levantó la vista, curioso. "¿La editorial?"

"Sí." Leo se acomodó en el sofá, como si necesitara un escenario para la revelación. "Mis tres novelas ya están publicadas. Y en la primera semana... vendieron más de diez mil copias."

El silencio fue inmediato. Howard parpadeó, incrédulo, y luego soltó una carcajada. "¿Diez mil? ¿En serio? ¿Qué escribiste, el nuevo Harry Potter?"

Leo negó con calma. "No. Historias distintas. Una distopía juvenil, una novela de amor y tragedia, y un thriller psicológico. Cada una con su propio público."

Raj se sentó despacio, procesando la información. "Eso... es impresionante. No todos logran publicar, y menos vender tanto en tan poco tiempo."

Howard se dejó caer en la silla, aún con la sonrisa incrédula. "Bueno, ahora eres oficialmente más interesante que nosotros. Ingeniero, astrofísico... y escritor. No está mal."

Leo rió suavemente. "No se trata de ser más interesante. Se trata de compartir lo que uno lleva dentro."

Raj lo miró con una mezcla de admiración y timidez. "¿Cómo lo hiciste? ¿Cuándo escribiste todo eso?"

Leo recordó las noches largas, las horas frente a la computadora, el cansancio acumulado. "En los ratos libres. Mientras ustedes dormían, yo escribía. Mientras el campus estaba en silencio, yo construía historias."

Howard lo observó con atención. "Eso sí que es disciplina. Yo apenas logro terminar un proyecto sin distraerme con videojuegos."

Leo sonrió. "Cada uno tiene su manera de crear. Tú construyes máquinas, Raj busca mundos en el cielo. Yo escribo."

Raj bajó la mirada, pensativo. "Es... inspirador. Saber que alguien puede hacer tantas cosas a la vez."

Howard levantó el vaso de agua que había tomado de la cocina. "Bueno, entonces habrá que celebrarlo. No todos los días uno se convierte en escritor publicado con diez mil ventas."

Leo asintió. "Sí. Pero más allá de los números, lo que me importa es que esas historias ya están allá afuera. Que alguien las está leyendo, sintiendo, viviendo."

Raj lo miró con una sonrisa tímida. "Eso es lo que hace que valga la pena."

Howard se inclinó hacia adelante, con su tono habitual de humor. "Aunque si llegas a vender un millón, espero que no olvides a tus amigos. Yo acepto regalías en forma de cenas gratis."

Leo rió. "No se preocupen. Esto apenas empieza. Y quiero que ustedes sean parte de ello."

La conversación se extendió entre bromas, reflexiones y planes. Howard hablaba de cómo él también podría escribir un libro, aunque probablemente sería un manual de gadgets imposibles. Raj imaginaba cómo sería ver su propio trabajo convertido en historias que inspiraran a otros. Y Leo, en silencio, disfrutaba de la compañía, consciente de que compartir la noticia con ellos era tan importante como la llamada misma.

La noche avanzó, y el apartamento se llenó de risas. Afuera, Pasadena seguía con su ritmo habitual, pero dentro de esas paredes, algo había cambiado. La amistad se fortalecía, no solo por las salidas al cine o al bar, sino por la capacidad de compartir triunfos y sueños.

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