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Chapter 169 - El Ciclo Inicia con Sangre

🜏 Capítulo 2 – El Ciclo Inicia con Sangre

Narrador: Varek

"La memoria es un animal salvaje.

No muerde cuando quieres… sino cuando empiezas a sentir."

Aisha aún sostenía a la pequeña cuando el santuario se apagó.

Yo no debía mirarla más de un segundo…

pero lo hice.

Porque esa niña —esa luz nueva— abrió una grieta en mí que creí sellada hace décadas.

SentĂ­ un tirĂłn ardiente en la palma donde el Ouroboros duerme.

Un pulso.

Una advertencia.

El ciclo avanzaba.

Y como siempre, cuando el ciclo se mueve…

la sangre habla primero.

El impacto me quebrĂł una parte que siempre mantuve sellado.

Entonces regresĂł el recuerdo que he guardado como herida:

La sangre de mi madre olĂ­a a estrellas quemadas.

Lo supe en el primer grito: ese que se desgarró en su garganta mientras el fuego devoraba las paredes del viejo refugio que llamábamos hogar.

—Varek… ven… —susurró.

Yo tenía apenas diez años, pero ya comprendía lo que significaban esas palabras: muerte, herencia…elección.

Me tomó la mano con la poca fuerza que le quedaba. Sus uñas estaban sucias, sus labios partidos. No tenía más tiempo, pero me dejó algo mejor que el tiempo:

un mandato y un destino.

—Protege a tus hermanos… cueste lo que cueste. Y usa tu sangre.

Su cuerpo cayĂł entre las raĂ­ces del roble sagrado.

El mundo se quedĂł sin ruido.

Las runas bajo su piel comenzaron a brillar, revelando memorias talladas en piedra viva.

Las voces antiguas se abrieron paso entre su carne.

Algo en mĂ­ se rompiĂł para siempre.

Mi niñez murió junto a ella.

Detrás, mi padre observaba: Velmior Rahz. Hermoso como un dios maldito, inmóvil, sin lágrimas.Vacío como su infierno.Solo esperaba el momento en que podría finalmente reclamarnos.

Nunca la amĂł, solo la usĂł.

Mi madre me había enseñado que amar es proteger sin causar dolor.

Y que, si ese dĂ­a llegaba, debĂ­a hacer el Ritual de los Dones.

AsĂ­ que lo hice.

"El Ritual de los Dones."

Y yo lo harĂ­a.

Corté mi palma con la Daga del Destino.

Mi sangre cayĂł sobre las runas.

La tierra despertĂł.

El aire se quebrĂł.

Mis hermanos observaron:

Sanathiel, el intermedio, la calma antes del rugido.

Sariel, el más pequeño, el silencio que a veces da miedo.

Tomé la mano de Sanathiel primero.

Su piel temblĂł bajo mi tacto.

—Tu alma está unida a la luna —dije.

Le di el medallĂłn lunar que fue de nuestro padre.

El dominio sobre los Nevri.

El don de la bestia.

Sus ojos se encendieron en oro.

CreciĂł un colmillo.

Una promesa.

Una advertencia.

Luego me volvĂ­ hacia Sariel.

Cuando el eco de Velmior rozĂł su sombra, cadenas negras surgieron de su piel.

No lo lastimaban.

Lo abrazaban.

—Tú llevas dentro la oscuridad —murmuré—. Te doy el Don de las Sombras.

Sus ojos se vaciaron.

Negros por completo.

Como si algo dentro de él muriera… para dejar espacio a algo más.

Entonces la daga hablĂł dentro de mĂ­.

 —Para ti, el primogénito… Varek.

El don: la inmortalidad.

Mi cuerpo no se quebrarĂ­a.

Mi alma, sĂ­.

El tatuaje del Ouroboros ardiĂł en mi brazo:

un lobo blanco devorándose a sí mismo, fuego y hueso entrelazados. Mis ojos se volvieron violetas.

Mamá decía que el amor es lo último que se pierde… incluso en los monstruos.

—Solo uno recibirá la bendición completa —susurró Velmior.

Entonces lo entendĂ­.

QuerĂ­a un cuerpo.

Un huésped.

Una vasija.

QuerĂ­a uno de nosotros.

Activé el círculo de protección con las palmas ensangrentadas.

La tierra respondiĂł.

Velmior avanzĂł.

Su forma humana se quebrĂł.

Las llamas lo devoraron.

—¡Eres mío, Varek! —rugió.

—Nunca más —respondí.

El roble abriĂł sus raĂ­ces.

El abismo lo tragĂł.

Su grito estremeciĂł el bosque entero.

—No avanzarás más, padre —susurré—. No contigo.

El demonio fue sepultado.

Pero algo del ciclo se torciĂł ese dĂ­a.

Huimos.

El bosque nos escondiĂł.

Llegamos a un pueblo perdido entre montañas: Refugio.

Un chico me enseñó a escribir, a leer, a cocinar.

A ser niño otra vez.

Por un tiempo…

CreĂ­ que la maldiciĂłn habĂ­a dormido.

Hasta la noche en que Sariel sonriĂł.

Sanathiel dormía en mi regazo. Canté la misma canción que mamá murmuraba entre dientes.

Sariel observaba desde la sombra, con una dulzura que me helĂł.

Al amanecer, mi amigo desapareciĂł.

Lo encontré en el ático:

Sin ojos.

Sin manos.

Un charco de sangre.

—¿Por qué? —pregunté.

Sariel sonrió con cariño.

Con cariño.

—Te gustaban sus manos… y su risa. Así que te las guardé.

La vela cayĂł.

El fuego naciĂł.

Sombras verdes devoraron la casa.

Sariel encadenĂł a Sanathiel con sombras vivas.

—Perdóname —Exprese—. Quiero liberarte.

Clave la daga para instintivamente sobre el menor y sobre él.

Pero Sanathiel no muriĂł.

⟡

Desperté entre cenizas. El cuerpo de Sariel se evaporaba en humo. Yo deseé morir, pero la daga me lo negó, 

De entre la oscuridad surgiĂł Luciano Kerens.

FrĂ­o.

Elegante.

Pálido como una luna apagada.

—Eres inmortal —dijo—. Y tu hermano… el que duerme bajo el árbol… aún vive.

Miré a Sanathiel, tembloroso, puro, roto.

—¿Crees que contigo vivirá bien? —preguntó Kerens.

—Lo matará —susurré.

—Entonces escóndelo. Bórralo. Protégelo. Yo lo vigilaré desde las sombras.

—Solo si puedo verlo —respondí.

Kerens sonriĂł.

No era amabilidad.

Era un pacto.

—Así comenzará el segundo ciclo.

Esa noche sostuve a Sanathiel por Ăşltima vez.

Le canté.

Lo envolvĂ­.

Escribí una carta… que nunca entregaría.

Al amanecer lo dejé en Esperanza del Ciervo.

Y desaparecĂ­.

Desde la colina juré:

—No importa cuántos siglos pasen.

Ni cuántas veces me olvides… No me odies.

Te protegeré. Siempre.

Pero algo, bajo las cenizas, seguĂ­a vivo.

Luciano dijo:

—A veces los héroes no salvan el mundo. Solo lo retrasan un poco.

Y bajo las ruinas del refugio, donde Sariel ardió…

algo oscuro seguĂ­a latiendo.

Como un corazĂłn que no aprendiĂł a morir.

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