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Chapter 170 - Promesa quebrada

🜏 Capítulo 3 – Promesa quebrada

Narrador: Varek

"Las promesas más puras no se rompen con gritos… se rompen con silencios."

—Luciano Kerens

La noche en Esperanza del Ciervo no era fría por el viento.

Era fría por lo que dejaba atrás.

Por lo que no podía llevar conmigo.

Luciano Kerens había sido maldecido para no volver jamás a aquel pueblo.

Moira, su único amigo, sembró piedras rúnicas en el camino para impedir que criaturas como él lo tocaran otra vez.

Por eso fui yo quien llevó a Sanathiel hasta allí.

Tenía apenas cinco años y ya parecía un cuerpo sin futuro: frágil, sin fuerza en las piernas, respirando como si cada aliento fuera un préstamo.

Me quedé de pie junto a la ventana empañada; el vidrio guardó la forma de mi aliento.

No quise entrar. No aún.

—Estarás mejor aquí, Sanathiel —susurré.

Abrí la puerta en silencio. El olor a madera vieja me golpeó, lleno de ecos de vidas que ya no estaban. Caminé hasta su cama. Su cabello rubio se deslizaba sobre la almohada como un último hilo de inocencia. Me arrodillé. Le toqué la frente. Sus párpados temblaron. Mis lágrimas rozaron su piel.

—Si despiertas… me odiarás. Y si no lo haces… tal vez me odie yo. Duerme… y olvida, Sanathiel —murmuré.

Cerré los ojos. Las runas grabadas en mi palma ardieron. Mis pupilas violetas —esas malditas gemas— se encendieron.

La luna se retiró de su sangre.

Los colmillos se ocultaron.

El lobo Nevri dejó de latir en él.

Solo quedó un niño que ya no recordaría la mitad de su vida.

Cerré la puerta y dejé mi sombra sobre su cama. Afuera, Luciano me esperaba.

—Hiciste lo que debías —dijo.

—No —respondí—. Hice lo que juré… y lo rompí con el mismo aliento.

Desde aquella puerta cerrada, el tiempo se volvió un animal mudo.

Cuando volví a oír su nombre, ya no era el mismo.

Los años pasaron, y su nombre cambió: Rodrigo. 

Fue adoptado por una pareja que no podía tener hijos. Aprendió a caminar con torpeza.

Pero su cuerpo no respondía al ritmo de los otros niños: no crecía igual, no enfermaba igual.

Luciano lo observaba desde la distancia, incapaz de entrar.

Yo también.

A los cinco años, Noah suplicó por él, y Luciano le concedió clemencia.

Aquella noche, los ojos dorados de Sanathiel despertaron.

La daga del destino rozó su piel, y la telequinesis nació en sus manos como si siempre hubiera estado allí.

A los seis, la manada lo encontró: lobos salvajes, pero malditos.

Lo adoptaron como uno de los suyos.

Él no hablaba; solo imitaba gestos.

Dos de esos lobos rompieron las reglas, bebieron su sangre y se deformaron: ya no eran bestias ni hombres, sino ambas cosas, condenadas a seguirlo.

Creyó que lo habían salvado. En realidad, lo reclamaron.

El tiempo lo llevó a un monasterio.

El incienso se mezclaba con el hierro.

Los rezos ocultaban tráfico y abuso de niños.

Sanathiel no se transformó. No rugió.

Solo caminó por los pasillos… y los silencios se llenaron de gritos.

Cuando amaneció, todos estaban muertos.

Y él, más grande.

Tenía siete años cuando el doctor Fallian lo reclamó.

Su suegro formaba parte de una organización nueva: la Comunidad de los 13.

Usaron su sangre para sanar enfermos… y así nació la leyenda de los Nevri.

—Déjalo aquí —dijo Luciano—. Vivirá como humano hasta que despierte.

—¿Y si despierta antes? —pregunté.

Su mirada, cargada de espinas negras que se movían bajo la piel, no parpadeó.

Las espinas respiraban, buscando grietas para escapar, como si dentro de él algo recordara la forma del infierno.

—Entonces… el ciclo elegirá a quién devorar primero.

Vi cómo las marcas crecían por su cuello, dejando escapar un humo oscuro que no era aire, sino espectros.

—Los hijos de ese demonio no heredan su sombra —susurró Luciano—. La multiplican. Donde pisan, nace la ruina.

—Por eso a ti… te preparo. No para seguirlo, sino para encerrarlo —me dijo, y me tendió una llave de hierro ennegrecido—. Cuando yo caiga, la Comunidad de los 13 será tu carga. No su poder… su condena.

Mientras su voz temblaba, añadió una frase que no olvido:

—No todos mis hijos están perdidos… pero no todos volverán a mí.

Entonces apareció Verenice: cabello negro ondulado, ojos como nubes antes de la tormenta.

Una científica que jugaba a ser madre.

Registró a Sanathiel como hijo adoptivo bajo su apellido: Ruanda.

Y a mí… Luciano me tomó como heredero.

Su hijo legítimo ante el Consejo.

La Comunidad de los 13 me aguardaba con su red de espectros y laboratorios.

Lo vi crecer desde la distancia.

Vi cómo su risa se volvía prestada, cómo los lobos lo seguían como sombras.

Cómo conoció a Risas y a Arcángel.

Nunca me atreví a acercarme.

Cada paso hacia él era un eco: Sariel aún me miraba desde las cenizas.

Una noche, Verenice lo llevó a la gran sala.

Las piedras espectrales ardían como lámparas de sangre.

Los ancianos del 13 lo miraban con miedo… y codicia.

—Este niño —anunció Luciano— será la llave.

Yo estaba fuera.

En la línea donde los juramentos se quiebran.

Antes de desaparecer, toqué la tierra helada y susurré a las estrellas:

—No importa cuántos años pasen.

No importa cuántos nombres lleves: Sanathiel, Rodrigo, Stefan… yo recordaré.

Y cuando la luna vuelva a mancharse… yo seré el primero en sangrar.

Bajo las raíces donde Sariel se había consumido, algo seguía latiendo.

No estaba muerto.

No vivo.

Solo… esperando.

Porque las promesas no se rompen.

Se pudren.

Y a veces florecen otra vez… con dientes.

A mí, en cambio, me llevaron a mi nuevo destino: aquel internado donde conocí a Aisha, donde por primera vez elegí mirar hacia otro lado… sin saber que esa elección también lo marcaría a él.

Porque cada paso que di lejos de Sanathiel fue un pacto que aún no termina.

Yo elegí borrarte.

Yo elegí dejarte.

Pero el ciclo nunca se olvida.

Y cuando despierte —ya sea en tu piel o en tu sombra—

yo estaré allí.

Si me odias, que tu odio me encuentre.

Si me buscas… que sea para decidir

si moriré contigo, o por ti.

Porque nunca he sabido cómo salvarte… sin perderme.

Y aunque ella —Aisha— finja que no me pertenece,

cada silencio suyo solo me hunde más:

no es amor,

es la herida que no deja de sangrar.

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