🔥☠️ Capitulo 38 — “La oferta” (inicio del combate):
El mundo explotó.
No hubo aviso. No hubo carga previa.
Eiden desapareció.
El Teniente en Jefe apenas alcanzó a fruncir el ceño cuando un impacto brutal lo tomó de frente.
BOOM.
Su cuerpo salió disparado como un proyectil vivo, atravesando el aire y estrellándose contra un edificio a varios metros, rompiendo concreto, vidrio y acero en una sola línea violenta.
El polvo todavía no había terminado de caer cuando Eiden ya estaba corriendo.
Cada paso quebraba el suelo. Dolor en las piernas. Costillas mal. Respiración forzada.
No importaba.
—Bien… —se oyó una voz.
El Teniente en Jefe estaba delante de él.
Sonreía.
—Eso fue interesante.
Los ojos mecánicos brillaron.
TATATATÁ.
Proyectiles.
Decenas.
Eiden reaccionó por puro instinto. Rodó. Saltó. Se deslizó entre explosiones que destrozaban autos, paredes y faroles. El aire ardía. Fragmentos le cortaban la piel.
Un segundo de más.
Eso bastó.
El Teniente apareció a su lado y le descargó un golpe directo, limpio, monstruoso.
CRASH.
Eiden salió volando contra un edificio a gran altura. El impacto le arrancó el aire del pecho. El concreto se agrietó como papel húmedo.
Sus ojos se abrieron.
No de miedo.
De rabia.
El Teniente ya estaba frente a él.
—¿Seguimos?
El puño descendió.
BOOM.
La fachada del edificio explotó parcialmente… pero Eiden logró girar en el último instante. El golpe pasó a centímetros de su rostro.
No tuvo tiempo de celebrar.
Una mano de acero le agarró la cabeza.
—Te tengo.
El mundo se volvió una secuencia de impactos.
Edificio.
Edificio.
Edificio.
Cada choque rompía algo: paredes, huesos, orgullo. El último arrastre fue el peor: el Teniente lo empujó contra la estructura, destruyéndola, y luego lo lanzó como basura hacia el vacío.
Eiden cayó.
CRÁTER.
Silencio.
Polvo.
El cuerpo se movió.
Crujidos. Huesos rotos. Sangre.
Eiden se levantó.
Tambaleante.
Pero de pie.
—Molesto… —murmuró.
El Teniente avanzó, alzando el brazo para rematar.
—Se terminó.
Eiden reaccionó. Retrocedió. Esquivó por centímetros. Giró.
La katana vibró.
Y entonces…
ARDIÓ.
Fuego.
No perfecto. No estable.
Una llama salvaje, temblorosa, como si dudara de existir.
Los ojos de Eiden se abrieron apenas.
—…¿Qué?
No pensó.
Golpeó el piso.
La explosión fue brutal. Una oleada de fuego se elevó como una granada viva, envolviendo la zona y obligando al Teniente a retroceder de un salto.
—Interesante… —dijo desde el humo.
Eiden no perdió tiempo.
Pateó un auto.
No “empujó”.
Lo lanzó.
El vehículo voló directo al Teniente y cayó encima de él con un estruendo metálico.
Eiden ya estaba en movimiento.
Soga.
Poste izquierdo.
Poste derecho.
La ató.
Corrió hacia atrás hasta tensarla al límite.
Respiró.
—Ahora.
Se impulsó.
El cuerpo salió disparado como una flecha humana. En el aire, Eiden rugió, descargando toda su furia en un corte horizontal perfecto.
—¡AAAAAH!
La katana atravesó al Teniente en Jefe de lado a lado.
El cuerpo quedó suspendido un segundo.
Cortado.
Silencio.
Luego—
Las piezas mecánicas se separaron, chispas saltaron… y la parte robótica cayó al suelo, destruida.
Eiden aterrizó de rodillas, jadeando.
—…lo logré…
Una risa.
Lenta.
El Teniente en Jefe se recompuso. Nuevas piezas emergieron, reemplazando lo perdido como si nada.
—Buen intento —dijo, sonriendo más que antes—. Pero vas a necesitar algo más que enojo.
Eiden apretó la katana en llamas inestables.
Dolor.
Cansancio.
Determinación.
—Entonces… —susurró— voy a sacar algo más.
La torre volvió a temblar.
Y esta vez…
no era el sistema.
