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Chapter 4 - Capítulo 4: "La barrera de Aldoria"

La Barrera de Aldoria era el orgullo del reino, un muro invisible que separaba la paz del caos. Desde tiempos ancestrales, aquella muralla de energía luminosa rodeaba Luminaris y sus tierras, protegiéndolas de demonios, vampiros y heraldos de las sombras. Los sabios enseñaban que había sido levantada por Astralis, la diosa de la luz, en el instante en que el mundo estuvo a punto de sucumbir. Desde entonces, cada generación la veneraba como un milagro eterno.

Los niños crecían escuchando historias de cómo la barrera había detenido ejércitos enteros, y los ancianos aseguraban que mientras brillara, Aldoria jamás caería. Era más que un escudo: era un símbolo de fe, la prueba de que los dioses no habían abandonado a los hombres.

Eiden había escuchado esas historias toda su vida. Para él, la barrera era un misterio fascinante. Desde la plaza central, podía verla como un resplandor lejano, una línea de luz que se curvaba en el horizonte. En las noches, parecía un cielo adicional, un velo que separaba la esperanza del caos.

Cada luna llena, los sabios del templo realizaban una ceremonia para reforzar la barrera. Vestidos con túnicas blancas, entonaban cánticos antiguos mientras el Cosmo Cristal brillaba en sincronía. La ciudad entera se reunía para observar, convencida de que aquel ritual mantenía la paz.

Eiden estaba allí, entre la multitud, observando con atención. El cristal emitía un resplandor puro, pero por un instante, sus ojos grises captaron algo que nadie más vio: una fisura diminuta, un destello oscuro que atravesó la luz. Se estremeció. ¿Había sido real? ¿O solo un reflejo?

Los cánticos continuaron, y la multitud aplaudió cuando el cristal volvió a brillar con fuerza. Nadie sospechaba nada. Nadie, excepto Eiden.

Rumores en la ciudad

Los días siguientes, los rumores crecieron. Campesinos aseguraban que criaturas extrañas habían sido vistas cerca de los bosques. Los comerciantes hablaban de caravanas atacadas en la frontera. Los sabios lo negaban, insistiendo en que la barrera seguía intacta, pero el miedo comenzaba a filtrarse en las calles.

En las tabernas, los hombres discutían con voces tensas:

—La barrera ya no es lo que era.

—¡Mentiras! Los sabios jamás permitirían que se debilitara.

—Entonces, ¿cómo explicas los ataques?

Eiden escuchaba en silencio. Cada vez que alguien mencionaba "sombras" o "demonios", su corazón latía más rápido. Recordaba el sueño del trono oscuro, la voz que lo había llamado, y sentía que todo estaba conectado.

Una noche, incapaz de dormir, Eiden caminó hasta las murallas exteriores. Desde allí, la barrera se veía más clara: un muro de luz que se extendía hacia el cielo, vibrando suavemente como una aurora eterna. Se quedó observando, hipnotizado por su resplandor.

Entonces lo vio.

Una grieta, apenas perceptible, se abrió como una cicatriz en la superficie luminosa. El resplandor titiló, y por un instante, la oscuridad se filtró. Fue un destello breve, pero suficiente para helarle la sangre.

Retrocedió, con el corazón acelerado. Nadie más estaba allí para verlo. Nadie más sabía que la barrera, el símbolo eterno de protección, estaba comenzando a quebrarse.

El aire se volvió pesado, y por un instante, Eiden escuchó un eco en su mente:

> "Cuando la muralla caiga, yo despertaré."

Se llevó la mano al pecho, temblando. No era un sueño. La voz que lo había perseguido en la oscuridad ahora hablaba a través de la grieta.

Al día siguiente, los sabios del templo se reunieron en privado. Sus rostros estaban tensos, sus voces bajas. Uno de ellos murmuró:

—La barrera ha mostrado fisuras.

—No debemos alarmar al pueblo —respondió otro—. Si saben que la protección falla, el caos se desatará.

—Pero alguien la ha visto —intervino un tercero—. Un joven estaba allí anoche.

No mencionaron su nombre, pero Eiden ya estaba en sus pensamientos.

Eiden regresó a casa con la imagen de la grieta grabada en su mente. La barrera de Aldoria, el muro que había protegido al mundo por siglos, ya no era invencible. Y él, aunque aún no lo comprendía, estaba ligado a su destino.

La paz que todos daban por eterna estaba a punto de quebrarse.

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