El dolor era un huésped pesado y palpitante que se negaba a abandonar el cuerpo de Ryuusei. Despertar esa madrugada no fue un acto consciente, sino una reacción biológica a la regeneración que aún tejía fibras musculares en su pecho. Abrió los ojos en la penumbra de la habitación del motel barato donde se habían refugiado tras la huida de Vanguard Logistics. El reloj digital marcaba las 4:13 a.m.
El silencio de la noche estaba roto por un sonido rítmico, húmedo y constante: crunge, crunge, gulp.
Ryuusei giró la cabeza con dificultad, el cuello rígido. A la luz de la farola que se filtraba por las cortinas mal cerradas, vio una silueta encorvada sobre la pequeña mesa redonda. Era Charles Blake.
El chico ya no parecía el cadáver comatoso que habían sacado del almacén. Ahora parecía un animal famélico. Había saqueado las bolsas de suministros que Brad había comprado la noche anterior. Envoltorios de sándwiches de gasolinera, bolsas de papas fritas vacías y envases de yogur se amontonaban a sus pies. Charles comía con una desesperación frenética, metiéndose puñados de comida en la boca, apenas masticando, intentando llenar el vacío de meses de suero intravenoso y desnutrición.
Ryuusei se incorporó, haciendo una mueca. Charles se congeló al instante, con los ojos muy abiertos, como un perro callejero que espera una patada por robar sobras.
—Tranquilo —susurró Ryuusei, su voz ronca—. Sigue comiendo. Tu cuerpo necesita combustible para purgar la droga.
Charles se relajó un milímetro, pero sus ojos seguían fijos en Ryuusei mientras alcanzaba otro paquete. Ryuusei entrecerró los ojos para enfocar en la oscuridad. El paquete que Charles tenía en la mano era rectangular, elegante y de un color dorado brillante.
El corazón de Ryuusei dio un vuelco más fuerte que cuando enfrentó a Gromov.
—¡Espera! —siseó Ryuusei, incorporándose de golpe, ignorando el dolor en sus costillas.
Charles se detuvo, con el paquete a medio abrir.
—Suelta eso —advirtió Ryuusei, con una seriedad mortal—. Esas no son provisiones comunes. Esas son las galletas de mantequilla belgas importadas de Kaira.
Charles miró el paquete, confundido. —¿Galletas? Tengo hambre...
—Escúchame bien, Charles —dijo Ryuusei, bajando la voz como si compartiera un secreto de estado—. Kaira... la chica que conducía... ella tiene reglas. Reglas muy estrictas sobre sus cosas. Si te comes esas galletas, no importará que te haya salvado de una fábrica de armas; ella te desmembrará psicológicamente. Esa mujer da más miedo que el tipo de las metralletas. Créeme.
Charles miró a Ryuusei, luego a las galletas, y luego de vuelta a Ryuusei. Vio la genuina preocupación en los ojos de su salvador. Lentamente, dejó el paquete dorado sobre la mesa y tomó una bolsa de pan de molde en su lugar.
Ryuusei soltó un suspiro de alivio y se dejó caer en la almohada.
—Buena elección. Te acabas de salvar la vida por segunda vez.
Charles soltó una risita nerviosa, una mezcla de histeria y alivio. Ryuusei sonrió. Fue un momento breve de humanidad compartida en medio del desastre.
El chico siguió comiendo el pan, pero ahora con menos frenesí. Después de unos minutos, se limpió las migajas de la boca y miró a Ryuusei, que lo observaba en silencio.
—Gracias —murmuró Charles. Su voz era áspera, poco usada—. Por... por sacarme de allí. Pensé que iba a morir en esa silla. Pensé que mi vida iba a ser solo... cortes y oscuridad.
Ryuusei asintió, su expresión volviéndose seria. La camaradería de las galletas se disipó, reemplazada por la realidad de su situación.
—No me des las gracias todavía, Charles. No soy un héroe. No soy la policía. Y no te saqué de allí solo por caridad.
Charles se tensó, la desconfianza volviendo a sus ojos. —¿Entonces? ¿Qué quieres? ¿También quieres mi pólvora?
—Quiero tu lealtad —dijo Ryuusei. Se sentó en el borde de la cama, mirando al chico directamente a los ojos—. Te saqué del infierno, Charles. A cambio, necesito que me obedezcas. Necesito que sigas mis órdenes sin cuestionarlas. Vas a ser parte de mi equipo. Vas a pelear mis batallas.
Charles retrocedió, pegando su espalda a la pared. El trauma estaba fresco. La idea de "obedecer" sonaba demasiado parecida a la esclavitud de la que acababa de escapar.
—Yo... yo no quiero pelear. No quiero lastimar a nadie. Mi poder... mi poder solo mata. Maté a mi familia. Casi te mato a ti con esa explosión. Soy peligroso.
—Lo eres —admitió Ryuusei—. Pero conmigo, dejarás de ser un peligro aleatorio y te convertirás en un peligro dirigido. Te ofrezco un trato, Charles: tú me das tu lealtad, y yo te doy protección. Nadie volverá a ponerte una mano encima. Nunca más volverás a una jaula. Te daré comida, un techo y, lo más importante... te ayudaré a dominar ese poder que tanto temes.
—¿Dominarlo? —preguntó Charles, con un hilo de esperanza—. ¿Es posible?
—Es necesario —dijo Ryuusei—. Brad te enseñará a contenerte. Yo te enseñaré a enfocarlo. Dejarás de ser una víctima de tu propia biología. Pero el precio es tu obediencia en la misión.
Charles dudó. Miró sus manos, llenas de cicatrices recientes y antiguas, las venas aún visibles bajo la piel pálida. Tenía miedo. Miedo de su poder, miedo de este hombre enmascarado, miedo del mundo. Pero la alternativa era la soledad, la persecución o volver a caer en manos de gente como Gromov.
Ryuusei le ofrecía control. Y dignidad, aunque fuera condicional.
—Está bien —susurró Charles finalmente—. Acepto. Te obedeceré. Solo... por favor, no me hagas daño. No me maltrates.
Ryuusei suavizó su mirada.
—Nunca —prometió—. En este equipo somos marginados, Charles, pero nos cuidamos entre nosotros. Eres uno de los nuestros ahora. Descansa. Mañana empieza tu nueva vida.
Charles asintió y se acurrucó en el sillón viejo, cerrando los ojos. Por primera vez en seis meses, durmió sin drogas en su sistema.
La mañana llegó demasiado rápido. Ryuusei apenas había logrado conciliar el sueño nuevamente cuando un estruendo sacudió la habitación.
¡BAM!
La puerta de la habitación se abrió de una patada. La cerradura barata cedió con un gemido metálico.
Ryuusei saltó de la cama, con una daga materializándose en su mano por instinto, el corazón a mil por hora. Charles se cayó del sillón, gritando, chispas saliendo de sus dedos por el pánico.
En el umbral estaba Kaira Thompson. Estaba completamente vestida, impecable como siempre, pero su rostro estaba pálido y sus ojos reflejaban un terror genuino que Ryuusei nunca había visto en ella.
—¡Enciende la televisión! —gritó Kaira, ignorando las armas y las chispas—. ¡Ahora mismo!
—¿Qué pasa? ¿Nos encontraron? —preguntó Ryuusei, bajando la daga, confundido por su pánico.
—Peor —dijo Kaira, caminando hacia el televisor y encendiéndolo ella misma—. El mundo te encontró.
La pantalla parpadeó y mostró un canal de noticias internacional de 24 horas. El rótulo rojo en la parte inferior de la pantalla decía: "ALERTA GLOBAL: VISITA DIPLOMÁTICA SIN PRECEDENTES".
En la imagen, se veía un aeropuerto nevado en Moscú. Un avión con el emblema del Sol Naciente de Japón acababa de aterrizar. Y bajando por la escalerilla, no había un político.
Había un dios.
Aurion. El Héroe Número Uno. Vestía su traje ceremonial blanco y dorado, una capa que parecía tejida con luz solar ondeando al viento gélido de Rusia. Incluso a través de la cámara, su presencia era abrumadora. Estaba rodeado de guardias de honor rusos y diplomáticos que parecían hormigas a su lado.
Una reportera, abrigada hasta la nariz, hablaba con urgencia al micrófono.
"...en un movimiento que ha sorprendido a la comunidad internacional, Aurion, el Héroe Supremo de Japón y líder de facto de la Coalición Global de Héroes, ha aterrizado en Moscú esta madrugada. Fuentes cercanas al Kremlin confirman que ha solicitado una audiencia de emergencia con el Presidente Ruso."
La imagen cambió a un clip grabado minutos antes, donde Aurion hablaba brevemente a la prensa. Su voz era calmada, resonante, perfecta.
"No estoy aquí por política", decía Aurion a las cámaras. "Estoy aquí por seguridad global. Tenemos inteligencia de que la entidad terrorista conocida como 'El Enmascarado', responsable del ataque en Tokio, podría estar buscando asilo o tránsito a través de las fronteras del norte o sus aliados. He venido a pedir la cooperación de Rusia para asegurar que este criminal no encuentre refugio en ninguna nación civilizada."
Ryuusei sintió que la sangre se le helaba en las venas. El control remoto cayó de su mano.
—Me está buscando... —susurró Ryuusei, retrocediendo un paso. No era paranoia. No era ego. Era realidad. El ser más poderoso del planeta había cruzado el mundo personalmente solo para cazarlo.
—Te ha llamado terrorista a nivel global —dijo Kaira, su voz temblando ligeramente—. No eres un fugitivo, Ryuusei. Eres una prioridad internacional. Si Aurion está en Rusia... significa que su red de inteligencia cree que te mueves hacia el oeste. Nos está cerrando el cerco.
Charles miraba la pantalla, luego a Ryuusei, con los ojos como platos. —¿Ese es... ese es el tipo que brilla? ¿Él te está buscando a ti?
Ryuusei se pasó una mano por el cabello, tratando de controlar su respiración. La magnitud de su enemigo acababa de volverse tangible. Aurion no lo había olvidado. Aurion lo temía, o lo odiaba lo suficiente como para dejar su trono en Tokio.
La tensión en la habitación era asfixiante. El miedo a ser aplastados por un sol viviente llenaba cada rincón.
Y entonces, Kaira rompió el silencio. No con una estrategia, sino con una observación doméstica.
Sus ojos, escaneando la habitación en busca de algo, se posaron en la mesa redonda. Vio los envoltorios vacíos. Vio las migajas. Y vio, con horror, que la caja dorada de sus galletas belgas estaba movida.
Estaba intacta, sí (gracias a Ryuusei), pero había sido tocada. Y al lado, faltaba su botella de agua mineral especial.
La mente de Kaira, buscando una vía de escape para el terror que sentía por Aurion, se aferró a lo único que podía controlar: su indignación.
—¿Quién...? —susurró Kaira, sus ojos entrecerrándose.
Ryuusei y Charles se congelaron.
—¿Quién se ha comido mis snacks de proteína? —gritó Kaira, girándose hacia la puerta abierta donde Brad acababa de aparecer, bostezando y rascándose la barriga.
Brad parpadeó, ajeno a la noticia mundial y al drama de las galletas. —¿Qué pasa? ¿Por qué tantos gritos? ¿Ya invadimos algo?
Kaira se lanzó hacia él, señalándolo con un dedo acusador perfectamente manicurado.
—¡TÚ! —chilló Kaira, descargando toda su ansiedad sobre el objetivo más grande y conveniente—. ¡Maldito cavernícola glotón! ¡Sabía que no podía dejarte cerca de mi comida! ¡Eres un agujero negro con patas! ¡Te dije que esas barras de proteína eran importadas de Suiza!
—¿De qué hablas, loca? —preguntó Brad, retrocediendo ante la furia de la pequeña mujer—. ¡Yo no toqué tu comida de pájaro! ¡Sabe a cartón!
—¡No mientas! —Kaira estaba histérica, canalizando el miedo a Aurion en una rabia absurda—. ¡Eres el único aquí con el estómago lo suficientemente grande y el cerebro lo suficientemente pequeño para robarle a una mentalista! ¡Te voy a hacer creer que eres una gallina por una semana! ¡Juro que lo haré!
Ryuusei miró la escena: en la televisión, el hombre más fuerte del mundo declaraba una cacería humana en su contra. En la puerta, Kaira amenazaba con convertir a Brad en un ave de corral por unas barras de proteína que probablemente Charles se había comido sin darse cuenta entre los sándwiches.
Charles miró a Ryuusei, aterrorizado. —Ella da miedo... —susurró.
Ryuusei, a pesar del terror que sentía por Aurion, sintió una extraña calidez.
—Sí —dijo Ryuusei—. Bienvenidos al equipo.
