El aire dentro de la sala de tortura de Vanguard Logistics estaba saturado de ruido y luz roja. El Líder, una masa de carne mórbida y metal conocida en los bajos fondos como Gromov, hizo girar los motores de sus metralletas integradas. El zumbido eléctrico era el preludio de una masacre.
Ryuusei, con Charles Blake inconsciente y asegurado a su espalda con una correa táctica improvisada, no esperó a que las balas volaran. Su mente funcionaba en modo de combate absoluto.
—Demasiado lento —susurró Ryuusei.
Lanzó una de sus dagas negras hacia la pared detrás de Gromov. El metal se clavó en el hormigón. En un parpadeo de distorsión espacial, Ryuusei desapareció de su posición frente a los cañones y se materializó instantáneamente detrás de la inmensa figura del líder, con los Martillos del Caos listos para aplastar su cráneo.
Era un movimiento perfecto. O eso creía.
Justo cuando Ryuusei materializó su cuerpo y levantó el martillo derecho para el golpe de gracia, la espalda de Gromov se convulsionó. La carne del traje blanco se rasgó con un sonido húmedo y repugnante. No era grasa; era una defensa biológica oculta.
De la espalda del gigante brotaron media docena de mini-brazos tentaculares, apéndices deformes que terminaban en glándulas pulsantes. Antes de que Ryuusei pudiera reaccionar o teletransportarse de nuevo, las glándulas se contrajeron violentamente.
¡SPLASH!
Un chorro de baba viscosa, ácida y de color verde bilioso impactó de lleno en el rostro de Ryuusei. La sustancia se filtró a través de las ranuras de la máscara del Yin y el Yang, quemándole la piel y, lo que era peor, cegándolo por completo.
—¡AAAAHH! —Ryuusei gritó, el dolor del ácido en sus ojos lo desorientó por un segundo fatal.
Gromov soltó una carcajada gorgoteante. Giró su torso con una velocidad sorprendente para su tamaño, aprovechando la ceguera de su oponente.
—¡Te tengo, mosca!
Gromov presionó los gatillos de sus implantes. Las metralletas rotatorias rugieron.
¡BRRRRRRRRRRRRRT!
A quemarropa. Sin posibilidad de esquivar.
Ryuusei sintió el impacto como si un tren de carga lo golpeara en el pecho. Las balas de alto calibre destrozaron su abrigo, perforaron su chaleco táctico y atravesaron su carne. El impacto lo levantó del suelo y lo lanzó hacia atrás, estrellándolo contra una estantería de metal que colapsó bajo su peso.
Charles, protegido por el cuerpo de Ryuusei, rodó hacia un lado, aún inconsciente.
Ryuusei quedó tendido en un charco de su propia sangre, el pecho convertido en una masa irreconocible de tejido desgarrado. La máscara se había agrietado, y la baba seguía quemando sus ojos.
Gromov cesó el fuego, el humo saliendo de los cañones calientes.
—Mucha máscara, poco cerebro —escupió Gromov, caminando pesadamente hacia el cuerpo inerte—. Pensaste que eras rápido. Yo tengo ojos en la espalda, idiota.
El líder levantó una de sus armas para rematarlo en la cabeza.
Pero entonces, sucedió.
El cuerpo de Ryuusei convulsionó. No era un espasmo de muerte. Era reconstrucción.
La Piedra del Caos, incrustada en su sistema nervioso, se activó ante el trauma crítico. Una luz negra y purpúrea emanó de las heridas de bala. El sonido fue atroz: huesos crujiendo al reubicarse, carne tejiéndose a una velocidad acelerada, balas siendo expulsadas del cuerpo y cayendo al suelo metálico con tintineos rápidos.
Ryuusei jadeó, una bocanada de aire agónica. La regeneración no era indolora; era como sentir el fuego de la creación recosiéndolo en segundos.
Se limpió la baba de los ojos, que ya se habían curado lo suficiente para ver formas borrosas. Se puso de pie, tambaleándose, con la ropa hecha jirones y la piel humeante.
Gromov retrocedió un paso, sus ojos porcinos abiertos de par en par.
—¿Qué... qué mierda eres? —balbuceó el gigante—. ¡Te hice puré el corazón!
Ryuusei levantó la cabeza. A través de la máscara rota, un ojo dorado brillaba con una furia fría y asesina.
—Soy el que sobrevivió a un sol —dijo Ryuusei, su voz ronca por la sangre en su garganta—. Y ahora... me voy a poner serio.
Ryuusei no corrió. Lanzó la daga de nuevo. Esta vez, no buscó la espalda. Buscó el cielo raso, justo encima de Gromov.
Se teletransportó.
Cayó desde arriba como un meteorito oscuro. Gromov intentó levantar sus armas, pero fue demasiado lento.
¡CRAAAAACK!
El Martillo del Caos en la mano derecha de Ryuusei descendió con la fuerza de la gravedad y la furia amplificada. Impactó directamente en la cabeza de Gromov. El casco táctico que el líder llevaba bajo la piel sintética se abolló, y el gigante se desplomó sobre una rodilla, aturdido.
Ryuusei no se detuvo. Aprovechando la confusión, giró sobre su eje y descargó el segundo martillo, no contra el cuerpo, sino contra el arma.
¡KLANG!
El martillo destrozó el mecanismo de la metralleta del brazo derecho. Metal, cables y carne se separaron en una explosión de chispas y aceite. Gromov aulló de dolor, un sonido que hizo vibrar las paredes.
—¡Mi brazo! ¡Maldito bastardo!
Ryuusei se agachó, esquivando un golpe torpe del brazo izquierdo, y descargó una patada lateral reforzada con energía en la rodilla del gigante. La articulación se rompió hacia atrás con un crujido seco y repugnante. Gromov cayó al suelo, su inmensa masa haciendo temblar la plataforma.
Ryuusei retrocedió, respirando con dificultad. La regeneración le había costado mucha energía. Necesitaba salir. Miró a su alrededor, buscando una ruta. Sus ojos se posaron en una pila de contenedores amarillos al fondo del almacén, cerca de la zona de carga.
Gas propano. Y disolventes industriales altamente inflamables.
Ryuusei miró a Gromov, que intentaba levantarse usando su única arma funcional, babeando rabia y dolor.
—¿Eso es todo, Gromov? —gritó Ryuusei, su voz llena de desprecio calculado—. Eres patético. Un cerdo gordo escondido detrás de juguetes que no sabes usar. ¡Ni siquiera puedes apuntar con esa chatarra que tienes por manos!
La provocación funcionó. La mente simple y violenta de Gromov se nubló por la furia ciega.
—¡TE MATARÉ! —rugió Gromov.
Levantó su brazo izquierdo, la metralleta restante, y apretó el gatillo sin apuntar, barriendo la habitación en un arco de fuego ciego y desesperado.
—¡Muere! ¡Muere! ¡Muere!
Las balas volaron por todas partes, rebotando en las paredes, destrozando maquinaria... y perforando los tanques de gas al fondo.
Ryuusei sonrió bajo la máscara rota. Se lanzó hacia Charles, cubriéndolo con su cuerpo.
¡BOOOOM!
La explosión fue masiva. Una bola de fuego naranja y azul consumió el fondo del almacén. La onda expansiva destrozó las ventanas, derribó estanterías y llenó el aire de humo negro y escombros ardientes. El sistema de extinción de incendios se activó, pero el agua solo añadió vapor al caos.
Gromov fue derribado por la explosión, su carne quemada.
Ryuusei aprovechó la confusión. Agarró a Charles, cargándolo de nuevo sobre su espalda dolorida. Corrió hacia una ventana lateral que daba al callejón exterior.
Pero Gromov no estaba muerto. Era una cucaracha blindada.
Una mano inmensa y carnosa emergió del humo y agarró el tobillo de Ryuusei.
—¡No te irás! —gruñó Gromov, arrastrándose por el suelo, su cuerpo quemado y sangrando, pero impulsado por la adrenalina de la mutación—. ¡Me las pagarás!
El líder tiró con una fuerza hidráulica, haciendo caer a Ryuusei. Charles rodó por el suelo. Gromov se montó sobre Ryuusei, inmovilizándolo con su peso masivo, y empezó a golpearlo con el muñón de metal destrozado de su brazo derecho.
Golpe tras golpe. Ryuusei sentía cómo sus costillas recién curadas se agrietaban de nuevo. No podía usar sus martillos en esa posición; el peso era asfixiante.
—¡Te voy a comer vivo! —babeó Gromov, su rostro una máscara de locura.
Ryuusei, con la visión borrosa por los golpes, concentró toda su energía restante en su mano izquierda. No invocó un martillo. Invocó una daga. Pero no la lanzó.
La materializó dentro del hombro de Gromov.
El gigante gritó, su agarre aflojándose por el dolor repentino de una hoja de acero apareciendo dentro de su carne.
Ryuusei aprovechó el segundo. Le dio un cabezazo en la nariz rota al líder, se quitó el peso de encima con un empujón desesperado y rodó hacia Charles.
—¡Vámonos!
Ryuusei agarró al chico, se lanzó contra la ventana blindada y, usando el último aliento de fuerza en sus piernas, la atravesó.
El cristal se rompió en mil pedazos. Ryuusei y Charles cayeron al vacío del callejón trasero, aterrizando sobre un contenedor de basura que amortiguó el impacto lo suficiente para no matarlos.
Ryuusei rodó fuera del contenedor, tosiendo sangre, arrastrando a Charles. El aire frío de la noche nunca se había sentido tan bien. Pero no estaban a salvo. Oía los gritos de los guardias acercándose y el rugido de Gromov desde el agujero en la pared.
Estaba agotado. Su regeneración estaba al límite. No podía correr más.
—Maldición... —murmuró Ryuusei, intentando ponerse de pie, sus piernas temblando.
Entonces, vio las luces.
Unos faros potentes cortaron la oscuridad del callejón. Un coche sedán negro derrapó en la esquina, los neumáticos chirriando contra el asfalto mojado. El coche se detuvo bruscamente frente a ellos, la puerta trasera se abrió de golpe.
Era el equipo.
Kaira estaba al volante (algo que Ryuusei no esperaba), con una expresión de concentración feroz. Brad estaba en el asiento del copiloto, listo para saltar. Bradley asomó la cabeza por la puerta trasera, sus ojos muy abiertos.
—¡Ryuusei! —gritó Bradley—. ¡Sube! ¡Rápido!
Ryuusei sintió una oleada de alivio tan intensa que casi se desploma. Usando sus últimas reservas, lanzó a Charles al asiento trasero, donde Bradley lo recibió, y se dejó caer dentro.
—¡Arranca! —ordenó Brad.
Kaira pisó el acelerador a fondo. El coche salió disparado justo cuando una lluvia de balas de las torres de vigilancia comenzaba a picar el asfalto donde habían estado segundos antes.
Ryuusei se recostó en el asiento, respirando con dificultad, la sangre manchando la tapicería del coche de alquiler. Se quitó la máscara rota, revelando un rostro magullado y cubierto de hollín.
Miró a Charles, que seguía inconsciente pero a salvo. Luego miró hacia adelante.
Kaira, conduciendo como una profesional de las fugas, lo miró por el espejo retrovisor. Sus ojos no mostraban alivio, sino una furia helada.
—¡Eres un imbécil! —gritó Kaira, su voz rompiendo el silencio tenso del coche—. ¡Te dije que era una estupidez ir solo! ¡Mírate! ¡Pareces carne picada!
Ryuusei, a pesar del dolor en cada centímetro de su cuerpo, a pesar de la regeneración que le quemaba los nervios, sonrió débilmente.
—Pero lo tengo —dijo Ryuusei, señalando a Charles—. Y el guion... el guion estaba a nuestro favor. Llegaron a tiempo.
—¡Llegamos a tiempo porque Bradley sintió las vibraciones de la explosión desde el hotel y Brad nos obligó a robar este coche antes de que te mataras! —replicó Kaira, girando el volante bruscamente para evitar un camión.
Brad se giró desde el asiento delantero, mirando el estado lamentable de su líder.
—Te ves horrible, jefe —dijo Brad—. Pero buena extracción. ¿Ese es el chico bomba?
—Sí —susurró Ryuusei, cerrando los ojos—. Ese es el chico bomba.
El coche se perdió en la noche de Michigan, alejándose del infierno de Vanguard Logistics. Habían rescatado a Chad Blake, pero el costo físico había sido alto, y la furia de Kaira prometía ser tan dolorosa como las balas de Gromov.
