Las risas se apagaron lentamente en la pequeña habitación del hotel, dejando un eco de calidez que contrastaba con la amenaza global que acechaba fuera. El ambiente, por primera vez, se sentía menos como una unidad de refugiados desesperados y más como un grupo de personas unidas por el absurdo de su situación.
Ryuusei, recuperando su compostura tras la burla sobre su apodo, volvió su atención hacia el miembro más nuevo y frágil del equipo. Charles Blake seguía sentado en la esquina, con las manos llenas de migajas y una expresión de incertidumbre.
—Charles —dijo Ryuusei, su voz volviendo a ser seria, pero sin la dureza del combate—. La risa está bien, pero la realidad sigue ahí fuera. Aurion me busca. El mundo nos busca. Y tú eres una pieza clave que no pueden recuperar.
Se acercó al chico, arrodillándose para estar a su altura.
—Te lo pregunto una vez más, ahora que estás lúcido y alimentado. ¿Quieres estar con nosotros? No puedo prometerte una vida fácil. Habrá peligro. Habrá huidas. Pero te prometo que nunca volverás a una jaula.
Charles miró a Ryuusei, luego a Brad, que asentía levemente, y a Kaira y Bradley. Vio a personas extrañas, rotas a su manera, pero libres.
—Con tal de que me protejan... —murmuró Charles, su voz temblorosa pero firme—. Y si de verdad puedes ayudarme a dominar esto... a que no explote por accidente... entonces sí. Les ofrezco mi lealtad. No tengo a nadie más.
—Lealtad aceptada —dijo Ryuusei.
Metió la mano en su bolsillo y sacó la última bolsa de terciopelo negro. La abrió y dejó caer en la palma de Charles la pequeña Piedra del Caos. Era negra, densa y absorbía la luz de la lámpara.
—Para sellar esto y asegurar tu supervivencia, necesitas tragar esto. Ahora.
Charles miró la piedra y retrocedió instintivamente, pegando la espalda a la pared. Sus ojos se dilataron, llenándose de pánico. Los recuerdos de Vanguard Logistics, de las agujas, de las pastillas forzadas y el líquido turbio que lo mantenía drogado, inundaron su mente.
—¿Qué es eso? —jadeó Charles, respirando con dificultad—. ¿Es... es droga? ¿Me vas a dormir? ¡Dijiste que no me harías daño! ¡No quiero más drogas!
—No es droga, Charles —insistió Ryuusei con paciencia—. Es un catalizador biológico. Te ayudará a curarte si te hieren.
—¡No! —gritó Charles, chispas saliendo de sus dedos—. ¡Aleja eso de mí! ¡No voy a tomar nada raro!
Ryuusei suspiró, frustrado. No podía obligarlo físicamente sin arriesgarse a una detonación por pánico.
Kaira, que observaba la escena desde la cama con los brazos cruzados, soltó un bufido de impaciencia. Se puso de pie con un movimiento fluido.
—Por el amor de Dios, esto es ridículo —dijo Kaira, caminando hacia ellos—. Ryuusei, eres pésimo convenciendo a la gente sin usar amenazas. Déjame a mí.
Kaira se paró frente a Charles, pero no lo miró a él. Miró a Bradley, que estaba distraído mirando su teléfono cerca de la ventana.
—Oye, Charles —dijo Kaira con voz tranquila—. Mírame. No es droga. Todos nosotros tenemos una dentro. Es lo que nos mantiene vivos cuando las cosas se ponen feas. ¿No me crees?
Charles negó con la cabeza, desconfiado.
—Mira esto —dijo Kaira.
Sin previo aviso, Kaira giró sobre sus talones y, con la palma abierta y cargada de una fuerza sorprendente, le propinó una bofetada brutal a Bradley.
¡PLAF!
El sonido fue seco y doloroso. La cabeza de Bradley giró violentamente hacia un lado por el impacto. Se escuchó el crujido del labio al romperse contra los dientes. Sangre roja brotó de inmediato, manchando su barbilla.
—¡AAAAU! —gritó Bradley, llevándose la mano a la boca, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Estás loca!
Kaira lo ignoró y señaló la cara de Bradley.
—Mira, Charles. Observa.
Charles, horrorizado por la violencia repentina, miró a Bradley.
La sangre que brotaba del labio partido de Bradley comenzó a burbujear. Un brillo negro y purpúreo, tenue pero visible, emanó de la herida. En cuestión de segundos, la piel se tejió sola. La hinchazón bajó. La sangre se secó y se desprendió. En menos de diez segundos, el labio de Bradley estaba perfecto de nuevo, como si nunca hubiera pasado nada.
—¿Ves? —dijo Kaira con frialdad—. Regeneración instantánea. Eso es lo que hace la piedra. Bradley es un idiota y acaba de ser golpeado, pero está bien. Si tú tomas la piedra, los cortes en tus brazos sanarán en horas, no en semanas. Dejará de doler.
Bradley seguía frotándose la boca fantasma, mirándola con indignación pura. —¡Podrías habérmelo pedido! ¡O podrías haberte cortado tú un dedo! ¡¿Por qué siempre soy yo el saco de boxeo?!
—Porque tú tienes la cara más golpeable, cariño —respondió Kaira con una sonrisa dulce y falsa—. Y porque eres el más rápido en curarte. Deja de llorar. Fue por la ciencia.
Charles miró a Bradley, luego a la piedra en la mano de Ryuusei. La lógica de la demostración, aunque brutal, era irrefutable. Y la promesa de que el dolor de sus brazos cesaría era demasiado tentadora.
Con una mano temblorosa, tomó la piedra. Cerró los ojos, la metió en su boca y tragó.
Hizo una mueca por el sabor metálico, pero no pasó nada malo. Al contrario, sintió un calor reconfortante extenderse desde su estómago hacia sus extremidades. El dolor constante y punzante de las venas cortadas en sus antebrazos comenzó a disminuir a un picor sordo.
—Gracias —susurró Charles.
—De nada —dijo Ryuusei—. Ahora, ponte estos. —Le entregó los pequeños audífonos negros—. Son traductores. Te permitirán entendernos y entender a cualquiera, sin importar el idioma.
Charles se los colocó. El equipo estaba completo y equipado.
Pasaron unas horas. La tarde caía sobre Michigan, gris y lluviosa. El equipo había comido (reponiendo las provisiones que Charles devoró y las que Kaira protegió con su vida) y ahora descansaban o se preparaban.
Ryuusei estaba de pie frente al pequeño fregadero del baño, lavando los platos de plástico reutilizables que habían usado. Era una imagen extraña: el hombre que había desafiado a Aurion, el líder de una célula de resistencia anómala, con las mangas arremangadas y las manos cubiertas de espuma de jabón, frotando un tupper con diligencia.
Para Ryuusei, estas tareas mundanas eran una forma de meditación. Un recordatorio de que, a pesar del caos, el orden era necesario.
Kaira apareció en el umbral del baño. Ya se había cambiado a una ropa más cómoda (aunque seguía siendo de marca y elegante), y lo observó en silencio por un momento, apoyada en el marco de la puerta.
—Eres una caja de sorpresas, "Hijo del Yin y el Yang" —dijo Kaira, con un tono de burla suave—. Lideras misiones suicidas y lavas los platos. Muy doméstico.
Ryuusei no se giró, siguiendo con su tarea. —Alguien tiene que hacerlo. La higiene es parte de la disciplina.
Kaira entró un poco más en el pequeño espacio, el olor de su perfume mezclándose con el jabón de limón.
—Mencionaste antes a los otros miembros —dijo Kaira, su curiosidad genuina asomando—. A esa tal Aiko. La forma en que hablaste de ella... la salvaste en el Limbo, la has protegido durante años...
Kaira hizo una pausa, analizando su perfil.
—¿Es tu novia? —preguntó directamente.
Ryuusei casi deja caer el plato. Se giró bruscamente, con los ojos muy abiertos y las manos goteando agua.
—¿Qué? ¡No! —exclamó Ryuusei, escandalizado—. ¡Por supuesto que no! Aiko tiene trece años. Es una niña.
Ryuusei sacudió la cabeza con vehemencia.
—Es... es como mi alumna. Mi hermana pequeña. Mi responsabilidad. La he criado desde que volvimos de la muerte. Nuestra relación es de lealtad y familia, nada más. ¿Cómo puedes pensar eso?
Kaira se encogió de hombros, divertida por su reacción puritana.
—Solo preguntaba. A veces los salvadores se enamoran de sus rescatadas. Es un cliché. Bien, entonces Aiko es la hija adoptiva. ¿Y qué hay de Volkhov? Dijiste que era ruso.
—Sergei Volkhov —dijo Ryuusei, volviendo a frotar el plato con más fuerza de la necesaria para disipar su vergüenza—. Él es... diferente. Es mayor que yo. Un ex-francotirador de las fuerzas especiales. Es serio. Muy serio. Casi no habla, y cuando lo hace, suele ser sobre balística o vodka. Pero es leal hasta la muerte. Es amistoso, a su manera. Como un oso polar que decide no comerte. Se llevaran bien, supongo. Él respeta la eficacia, y tú eres eficaz.
Kaira asintió, procesando la información. Un francotirador ruso y una niña japonesa. El equipo era ciertamente ecléctico.
Se hizo un silencio cómodo mientras Ryuusei enjuagaba los últimos utensilios. Kaira, sin embargo, no había terminado su interrogatorio personal.
—Entonces, si no es Aiko... —Kaira lo miró de reojo, con una sonrisa pícara—. ¿Qué tipo de chica le gusta al gran líder?
Ryuusei se congeló de nuevo. Cerró el grifo lentamente y se secó las manos con una toalla de papel, ganando tiempo. Su mente, capaz de trazar estrategias de combate complejas en milisegundos, se quedó en blanco ante la pregunta social.
—¿Mi... tipo? —repitió, sintiéndose increíblemente estúpido.
—Sí, tu tipo —insistió Kaira—. Físicamente. Personalidad. ¿Te gustan sumisas? ¿Dominantes? ¿Inteligentes? ¿O prefieres que no hablen mucho para que no critiquen tus apodos ridículos?
Ryuusei sintió que el calor subía a sus mejillas.
—Yo... no lo sé —admitió, mirando al suelo—. En la escuela... antes del terremoto... yo era sociable, supongo. No era un marginado, pero tampoco era popular. Tenía un grupo pequeño de amigos. Jugábamos videojuegos, hablábamos de futuro... Nunca tuve... ya sabes. Novia.
Se rascó la nuca, incómodo.
—Las chicas populares no me miraban. Y yo estaba demasiado ocupado intentando aprobar matemáticas. Así que... realmente no tengo experiencia en eso. Supongo que me gustaría alguien... normal. Alguien que entienda que a veces necesito silencio. Y que no intente matarme o controlarme mentalmente cada cinco minutos.
Kaira soltó una risa suave. —Vaya. Estándares bajos. "Que no intente matarme". Eso es tristemente práctico.
—Es mi realidad —dijo Ryuusei, mirándola finalmente a los ojos—. En este mundo, la confianza es más atractiva que cualquier otra cosa.
Kaira sostuvo su mirada por un momento. Hubo un instante de conexión, una comprensión de la soledad compartida que venía con el poder. Ryuusei era un guerrero formidable, pero socialmente era un adolescente que había perdido su juventud en el Limbo. Eso lo hacía... extrañamente humano.
Ryuusei, sintiendo que la conversación se volvía demasiado íntima, se aclaró la garganta y adoptó su postura de líder.
—En fin. Eso no importa ahora. La misión es lo primero.
Pasó por el lado de Kaira, saliendo del baño hacia la habitación principal donde estaban los demás.
—¡Atención todos! —anunció Ryuusei.
Brad levantó la vista de su revista de armas. Bradley dejó de jugar con su teléfono. Charles se incorporó en su rincón.
—Kaira, Brad, Bradley —dijo Ryuusei con autoridad—. Necesito que salgáis ahora. Id a comprar ropa abrigada, suministros médicos extra y comida no perecedera. Usad el dinero que trajimos. Bradley, sé rápido y discreto. Kaira, asegúrate de que compren cosas útiles y no solo chatarra.
—¿Por qué la prisa? —preguntó Brad—. ¿Aurion ya está aquí?
—No, pero no vamos a esperar a que llegue —dijo Ryuusei—. Y no vamos a ir al sur. He cambiado el plan. Nuestra ruta de escape a través de las Américas está comprometida si Aurion tiene ojos en los satélites. Vamos a movernos hacia donde menos lo esperan, hacia la boca del lobo diplomática.
Ryuusei fue hacia su mochila y sacó unos pasaportes nuevos que Kaira había "facilitado" con sus contactos mentales horas antes.
—Alisten sus cosas. Nuestro vuelo sale en cuatro horas desde un aeródromo privado. Nos vamos a Europa.
—¿Europa? —preguntó Bradley emocionado—. ¿A París? ¿Londres?
Ryuusei negó con la cabeza, su expresión grave.
—A Alemania.
—¿Alemania? —preguntó Kaira—. ¿Qué hay en Alemania? ¿Más armas? ¿Otro loco?
—Un contacto —dijo Ryuusei—. Y un lugar donde la influencia de Aurion es más débil debido a tratados antiguos. Además... hay algo allí que necesitamos antes de ir a por los demás. Preparaos. Nos vamos a Berlín.
El equipo se movilizó. La tensión romántica y las risas quedaron atrás. El viaje continuaba, y el destino había cambiado hacia el viejo continente, donde nuevos peligros y viejos aliados esperaban en la sombra del muro invisible que separaba a los anómalos del resto del mundo.
