La noche en el motel de carretera de Michigan era un sudario pesado y silencioso. Mientras el resto del equipo dormía —Brad roncando con la regularidad de un motor diésel, Bradley moviéndose espasmódicamente en sueños, y Charles sumido en el descanso profundo de la regeneración—, Kisaragi Ryuusei estaba despierto.
Estaba tumbado en la cama, mirando las manchas de humedad en el techo, pero lo que veía no era yeso viejo. Veía el Limbo. Veía la oscuridad gris que lo había consumido durante años. Y escuchaba la voz.
No era una voz externa. Era su propia voz, pero distorsionada, resonando en los rincones más oscuros de su corteza cerebral.
"Deberías estar muerto", susurró la voz en su cabeza. Era fría, lógica y cruel. "Eres un error en la ecuación. Sobreviviste porque la Muerte se aburría, no porque fueras digno. No eres un líder. Eres un fraude con una máscara. Vas a fallarles a todos, igual que te fallaste a ti mismo cuando perdiste contra el Sol."
Ryuusei cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas.
—Cállate —susurró al aire vacío.
"No puedes callarme. Soy tú. La parte de ti que sabe que no perteneces a este mundo. Deberías haberte quedado abajo. Deberías dejar que Aurion te encuentre y termine el trabajo. Es lo que mereces."
La ansiedad se convirtió en un dolor físico, una presión detrás de sus ojos que amenazaba con partirle el cráneo. Ryuusei se sentó en la cama, respirando agitadamente. La voz no paraba. Era un taladro constante.
Desesperado por silenciar el ruido, Ryuusei se llevó los puños a la cabeza. Se golpeó las sienes, una, dos veces, buscando que el dolor físico ahogara el dolor mental.
—¡Basta! —siseó, golpeándose de nuevo, más fuerte.
La puerta de su habitación estaba entreabierta, un descuido producto del agotamiento. En el pasillo, Kaira regresaba del baño compartido, caminando de puntillas para no ensuciar sus pies descalzos en la alfombra rancia.
Se detuvo al escuchar el golpe sordo y el gemido ahogado. Se asomó por la rendija de la puerta.
Lo que vio la dejó helada. El líder estoico, el hombre que había negociado con presidentes y desafiado a dioses, estaba sentado en la cama, golpeándose la cabeza con una desesperación autolesiva, temblando como un niño aterrorizado en medio de una pesadilla.
Kaira empujó la puerta suavemente. Ryuusei se congeló al verla, sus manos aún en sus sienes, los ojos desorbitados y llenos de una vulnerabilidad aterradora.
—¿Ryuusei? —preguntó Kaira, su voz baja, desprovista de su habitual altivez—. ¿Qué te pasa?
Ryuusei bajó las manos lentamente. Intentó recomponer su máscara de líder, pero estaba demasiado roto esa noche.
—Cierra la puerta —dijo, su voz ronca.
Kaira entró y cerró la puerta con un clic suave, aislándolos del resto del equipo. Se acercó a la cama, manteniendo una distancia prudente, analizando la situación no como una compañera, sino como una experta en mentes.
—Estás teniendo un episodio —dijo Kaira, no como pregunta, sino como diagnóstico.
Ryuusei asintió, derrotado. Se pasó las manos por el cabello sudoroso.
—Tengo... problemas —confesó, mirando al suelo—. En mi cabeza. Nadie lo sabe. A veces, cuando estoy solo, cuando el silencio es demasiado fuerte... hay otra voz. No es esquizofrenia clínica, es... es un residuo. Del Limbo. De la muerte.
Levantó la vista hacia ella, sus ojos heterocromáticos suplicando comprensión, no juicio.
—A veces tengo doble personalidad, Kaira. Una parte de mí quiere salvar el mundo. La otra parte... la otra parte me dice que debería estar muerto. Que no debería existir. Y a veces... a veces creo que tiene razón.
Kaira lo observó en silencio. Podría haber sentido repulsión por su debilidad, o miedo por su inestabilidad. Pero lo que sintió fue una extraña familiaridad. Ella conocía el peso de una mente que no se calla, aunque la suya fuera por control y la de él por caos.
—No me asustas, Ryuusei —dijo Kaira con suavidad—. He visto mentes mucho más rotas que la tuya. He visto la oscuridad de la gente "normal". Tu caos al menos tiene una razón.
Se sentó en el borde de la cama, cerca de él.
—Puedo ayudarte —dijo ella—. No con terapia, ni con palabras vacías. Puedo usar mi poder. Puedo entrar ahí y... silenciar el ruido. Puedo obligar a tu mente a entrar en un estado de calma artificial.
Ryuusei la miró, dudando. Entregar su mente a la mujer que había controlado a su propia familia era un riesgo enorme. Pero el dolor era insoportable. La voz seguía susurrando veneno.
—Por favor —susurró Ryuusei—. Haz que pare.
Kaira asintió. Se acomodó en la cama, estirando las piernas y recostándose contra el cabecero. Palmeó su regazo, o más específicamente, sus pantorrillas cubiertas por el pantalón de seda.
—Échate aquí —ordenó Kaira, con su tono autoritario habitual, pero suavizado por la situación—. Pon tu cabeza en mis piernas. Necesito contacto físico directo cerca del cráneo para una manipulación tan delicada sin dañarte.
Ryuusei se sonrojó violentamente, a pesar de su angustia.
—¿Qué? No... eso es...
—Hazlo rápido, idiota —le cortó Kaira, impaciente—. ¿Quieres paz o quieres seguir golpeándote? No tengo toda la noche y mi pijama de seda es caro, así que no babees.
Ryuusei tragó saliva y, con una rigidez torpe, se recostó. Apoyó su cabeza sobre las piernas de Kaira. El contacto fue eléctrico y extraño. Olía a su perfume caro y se sentía... humano.
Kaira colocó sus manos frías sobre las sienes de Ryuusei.
—Cierra los ojos —susurró—. Y déjame entrar.
Ryuusei obedeció. Sintió la intrusión de inmediato. No fue violenta como la que usaba con sus enemigos. Fue como una niebla fresca que se filtraba por sus oídos, envolviendo su cerebro.
Kaira navegó por su mente. Vio el caos superficial: los mapas estratégicos, la preocupación por Charles, el miedo a Aurion. Con un pensamiento, empujó todo eso hacia un rincón oscuro, encerrándolo tras un muro mental.
Luego, fue más profundo. Escuchó los susurros.
"Eres débil. Eres un fraude. Muerete."
Kaira frunció el ceño. La voz era potente, tóxica.
—No escuches —murmuró Kaira en el mundo real, mientras sus dedos masajeaban suavemente el cuero cabelludo de Ryuusei—. Eso no eres tú. Es solo eco. Ruido estático.
Ryuusei empezó a hablar, su voz arrastrada por el trance hipnótico en el que Kaira lo estaba sumiendo. Las barreras de su ego se derrumbaron.
—Tengo miedo, Kaira... —confesó, con los ojos cerrados y una lágrima escapando por la comisura—. Tengo miedo de todo. No soy el gran líder que pensáis. No sé lo que estoy haciendo la mitad del tiempo. Solo improviso. Tengo miedo de fallar. Tengo miedo de que Aurion tenga razón y yo sea el villano de esta historia. Tengo miedo de llevaros a todos a la muerte.
Kaira sintió una punzada en el corazón. Escuchar al "Hijo del Yin y el Yang", al hombre que proyectaba una seguridad absoluta, admitir su terror infantil era devastador.
—Shhh... —Kaira acarició su cabello—. No hables. Solo siente la calma. Todos tenemos miedo, Ryuusei. El miedo te mantiene vivo.
Kaira, impulsada por una curiosidad peligrosa y por el deseo de erradicar la fuente del dolor de Ryuusei, intentó empujar su conciencia más profundo. Quería ver qué había detrás de esa voz oscura. Quería ver el origen del trauma, el recuerdo del Limbo.
Sintió una puerta negra en el fondo de la mente de Ryuusei. Emanaba un frío absoluto. Kaira extendió su percepción hacia ella.
De repente, la mano de Ryuusei se disparó y agarró la muñeca de Kaira con una fuerza dolorosa. Sus ojos se abrieron de golpe, las pupilas dilatadas.
—¡No! —jadeó Ryuusei, rompiendo parcialmente el trance—. ¡No vayas allí! ¡No entres ahí, Kaira!
Kaira se detuvo, asustada por la intensidad de su reacción. —¿Por qué? Puedo arreglarlo.
—No puedes —dijo Ryuusei, con una seriedad aterradora—. Si entras ahí... si ves lo que hay detrás de esa puerta... lo que traje conmigo de la muerte... te romperás. Te asustarás tanto que no podrás volver a mirarme. Esa oscuridad no es humana. No vayas más allá.
Kaira vio el terror en sus ojos. No era miedo por él mismo; era miedo por ella. Comprendió que había límites que ni siquiera su poder debía cruzar.
Lentamente, retiró su mente de la puerta negra. Volvió a la superficie, trayendo consigo una ola de endorfinas y serotonina forzada para calmarlo.
—Está bien —dijo Kaira, soltando el aire—. Me detengo. Ya pasó. Estás a salvo aquí.
Ryuusei se relajó de nuevo, su respiración volviéndose regular. La voz en su cabeza se había convertido en un murmullo lejano e ininteligible.
Se quedó así unos minutos más, con la cabeza en el regazo de Kaira, disfrutando del silencio absoluto que ella le había regalado.
Finalmente, se incorporó. Se sentía agotado, pero la presión en su cráneo había desaparecido. Evitó mirar a Kaira a los ojos, avergonzado por su vulnerabilidad.
—Gracias —murmuró—. Y... por favor. No le digas a los demás. A Bradley, a Brad, a Charles... Necesitan creer en el líder. No pueden saber que estoy roto.
Kaira se alisó el pantalón, recuperando su aire de indiferencia, aunque sus ojos lo miraban con una nueva profundidad.
—Mis servicios son confidenciales, Ryuusei. Nadie lo sabrá. Tu secreto está a salvo conmigo. Ahora, ve a dormir. Mañana tenemos un avión que robar.
Ryuusei asintió y salió de la habitación tambaleándose hacia la suya propia.
Kaira se quedó un momento en la oscuridad, tocándose la muñeca donde él la había agarrado. Había sentido el frío de esa puerta mental. Y por primera vez, sintió respeto por la carga que Ryuusei llevaba solo.
Kaira salió de la habitación de Ryuusei, cerrando la puerta con cuidado. Al girarse, se encontró de frente con Bradley.
El chico estaba en el pasillo, con una botella de agua en la mano y los ojos muy abiertos. Acababa de verla salir del cuarto de su líder en mitad de la noche. Su mente adolescente y celosa sacó la conclusión más rápida y errónea posible.
—¿Kaira? —preguntó Bradley, su voz un poco aguda—. ¿Qué... qué estabas haciendo ahí dentro? ¿Con Ryuusei?
Kaira lo miró con frialdad, levantando la barbilla.
—Eso no es asunto tuyo, Bradley. No tienes por qué saber todo lo que hago. Y si valoras tu capacidad de caminar mañana, no harás más preguntas.
Pasó por su lado, dejándolo con la boca abierta y un torbellino de celos y confusión en su cabeza.
La mañana siguiente fue una operación de eficiencia forzada. Con Charles recuperado y equipado, y el equipo listo, se dirigieron al aeródromo privado de las afueras de Detroit.
El plan era simple: usar dinero y documentos falsos para alquilar un vuelo chárter discreto. Pero el destino, o más bien la influencia de Aurion, había llegado antes.
En el mostrador de servicios de vuelo privado, una recepcionista con una sonrisa de plástico y un uniforme impecable tecleaba en su ordenador.
—Lo siento mucho, señor —dijo la recepcionista a Ryuusei, sin dejar de sonreír—. Pero todos los vuelos privados internacionales han sido suspendidos temporalmente por orden de la FAA debido a una alerta de seguridad. No hay jets disponibles para alquiler.
—¿Alerta de seguridad? —preguntó Ryuusei, tensándose. Sabía que era por él. Aurion estaba cerrando el espacio aéreo.
—Así es. Protocolo estándar. No podemos autorizar ningún despegue sin una verificación federal completa de todos los pasajeros.
Ryuusei miró a Brad y Bradley. Una verificación federal significaba huellas dactilares y escaneo de retina. Serían capturados en minutos. Charles empezó a temblar, chispas saltando de sus dedos ocultos en los bolsillos.
Ryuusei suspiró. No había opción.
—Kaira —dijo Ryuusei, sin girarse—. Haz tu magia.
Kaira se adelantó, apartando a Ryuusei con un suave empujón de cadera. Se apoyó en el mostrador, quitándose las gafas de sol y mirando fijamente a la recepcionista.
—Buenos días, querida —dijo Kaira. Su voz era miel y acero.
La recepcionista levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los de Kaira.
—Escúchame con atención —dijo Kaira, activando su poder al máximo. No fue sutil esta vez; fue un martillazo de voluntad—. No hay ninguna alerta de seguridad. Eso fue un error del sistema que ya se ha solucionado. De hecho, tienes un jet Gulfstream G650 listo en la pista tres, con el tanque lleno y un plan de vuelo aprobado para Berlín, Alemania.
La recepcionista parpadeó lentamente. Su sonrisa de plástico vaciló y luego se volvió genuina, pero vacía.
—Oh... tiene razón —dijo la mujer, su voz monótona—. El sistema se equivocó. El Gulfstream está listo. Qué tonta soy.
—Y necesitamos un piloto —añadió Kaira—. El mejor que tengas. Alguien discreto. Alguien que no haga preguntas y que esté feliz de llevarnos. De hecho, él cree que somos diplomáticos VIP y que es el honor de su carrera llevarnos.
—Por supuesto, señorita —dijo la recepcionista, tecleando furiosamente—. El Capitán Evans está disponible. Él... él estará encantado. Aquí están sus pases de abordaje. Tengan un excelente vuelo.
Kaira tomó los pases, le guiñó un ojo a la mujer (que seguía sonriendo al vacío) y se giró hacia el equipo.
—Listo. Tenemos un jet privado de lujo y un piloto leal. ¿Nos vamos?
Bradley la miró con una mezcla de miedo y admiración. Ryuusei asintió, agradecido por la falta de moralidad de su compañera en momentos de crisis.
Caminaron hacia la pista. El jet blanco y brillante los esperaba. Subieron la escalerilla, dejando atrás el suelo americano y la sombra de Aurion que se cernía sobre el continente.
El piloto, un hombre de mediana edad con una sonrisa beatífica inducida mentalmente, los saludó en la puerta.
—¡Bienvenidos a bordo! Es un honor, excelencias. Alemania nos espera.
El jet despegó, rompiendo las nubes grises de Michigan. Ryuusei miró por la ventanilla, viendo cómo el mundo se hacía pequeño. Había sobrevivido a la noche oscura de su alma gracias a Kaira, y ahora escapaban hacia Europa gracias a su poder.
