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Chapter 139 - La Anomalía Temporal

El tren de aterrizaje del Gulfstream G650 besó la pista del aeropuerto privado de Schönefeld, en las afueras de Berlín, con una suavidad que hablaba de la excelencia técnica alemana y de la habilidad de un piloto bajo sugestión mental feliz. El cielo sobre la capital alemana era de un gris acero, pero el aire se sentía limpio, cargado de una electricidad diferente a la humedad de Bangkok o al frío industrial de Michigan.

El piloto, el Capitán Evans, salió de la cabina con una sonrisa beatífica que no había vacilado en ocho horas de vuelo transatlántico.

—Hemos llegado, excelencias —anunció Evans, con los ojos ligeramente vidriosos—. Espero que el servicio haya sido de su agrado. Berlín es maravillosa en esta época del año.

Ryuusei se acercó a él. Sabía que la manipulación de Kaira se desvanecería eventualmente, dejando al hombre con una laguna mental confusa. Quería asegurarse de que el despertar fuera amable. Sacó un fajo considerable de dólares —parte del "fondo de operaciones" que Bradley había "adquirido" antes de salir de EE. UU.— y lo puso en la mano del piloto.

—Gracias, Capitán —dijo Ryuusei con sinceridad—. Su discreción y habilidad han sido invaluables. Tómese unos días libres. Se lo merece.

El piloto miró el dinero y asintió, agradecido y confundido a la vez. —Gracias, señor. Es... es un honor servir a la diplomacia.

El equipo descendió del avión. Un coche negro, arreglado previamente mediante contactos digitales (y pagos encriptados), los esperaba.

El hotel que Ryuusei había seleccionado en el distrito de Mitte no era un palacio, pero comparado con el motel de carretera de Michigan, era el paraíso. Era un establecimiento de cuatro estrellas, moderno, minimalista y, lo más importante, escrupulosamente limpio.

Cuando entraron en la suite compartida, Kaira soltó un suspiro que pareció desinflar toda la tensión acumulada en su cuerpo durante días.

—Sábanas de algodón egipcio —murmuró Kaira, pasando la mano por la cama—. Baño privado con presión de agua real. Sin olor a moho. —Se giró hacia Ryuusei, con una sonrisa que era casi genuina—. Bien hecho, Ryuusei. Has recuperado un 5% de mi respeto.

—No te acostumbres —dijo Ryuusei, dejando su mochila—. Esto es estratégico. Necesitamos descanso de calidad antes de lo que viene.

Brad se dejó caer en un sofá de diseño, haciendo crujir la estructura. Charles se quedó parado en la entrada, maravillado por el lujo silencioso del lugar, temiendo tocar algo y ensuciarlo.

Ryuusei encendió el televisor de pantalla plana que dominaba la pared. Esperaba noticias sobre la cacería de Aurion en Rusia, pero lo que encontró fue algo muy diferente.

Las calles de Berlín, transmitidas en vivo, eran un mar de gente. Banderas, música electrónica suave de fondo y hologramas flotantes adornaban la ciudad. No era una protesta, ni una crisis. Era una fiesta.

—¿Qué pasa? —preguntó Bradley, acercándose a la pantalla—. ¿Ganaron el mundial o algo así?

En la pantalla, un rótulo dorado y plateado parpadeaba: "KHS: DÍA DE SELECCIÓN - ALEMANIA".

Kaira se acercó, sus ojos brillando con reconocimiento. Se cruzó de brazos, adoptando su postura de profesora que disfruta de la ignorancia de sus alumnos.

—No es fútbol, Bradley. Es algo mucho más competitivo —dijo Kaira, con un tono de orgullo intelectual—. Hoy son los exámenes de ingreso para el KHS, el Knight Hero System (Sistema de Caballeros Héroes) de Europa Central.

Bradley la miró, confundido. —¿KHS? ¿Es como la universidad de héroes de la que hablamos? ¿La que cuesta treinta mil dólares?

—Sí y no —explicó Kaira, disfrutando del momento—. Verás, el sistema americano es capitalista puro: pagas por el acceso. Si tienes dinero, entras, aunque seas mediocre. Pero Europa... Europa es diferente. Especialmente Alemania.

Señaló la pantalla, donde mostraban a miles de jóvenes haciendo fila frente a un estadio masivo.

—Aquí, el examen de ingreso está subvencionado por el Estado. Es "barato", técnicamente accesible para cualquiera con un poder registrado. Cuesta apenas unos cientos de euros inscribirse.

—Eso suena genial —dijo Charles, tímidamente—. Es justo, ¿no?

—Ahí está la trampa, Charles —dijo Kaira, levantando un dedo—. Como es barato, todos aplican. Decenas de miles. Pero las plazas son limitadas. Para entrar en una universidad de prestigio, o incluso en una normal dentro del sistema KHS, no basta con ser bueno. Tienes que ser perfecto.

Kaira caminó por la habitación, gesticulando.

—En Estados Unidos, un 70% te consigue un lugar si tu papá dona un edificio. Aquí, si sacas un 98% en la prueba teórica y práctica... estás fuera. Necesitas el 100%. La meritocracia aquí es brutal. Es una picadora de carne de esperanzas. Solo la élite absoluta, los genios o los monstruos de poder, logran pasar. El resto... se quedan como civiles frustrados con poderes que no pueden usar legalmente.

Kaira terminó su explicación con una sonrisa de satisfacción, orgullosa de entender las complejidades sociopolíticas del mundo anómalo mejor que sus compañeros. Ryuusei asintió, confirmando la información.

—Exacto. Y es en ese caos de aspirantes perfectos donde encontraremos a nuestro hombre.

Ryuusei sacó una tablet y proyectó una imagen en el televisor.

—Nuestro objetivo es Ezekiel Kross.

La foto mostraba a un joven de facciones afiladas, con una expresión de aburrimiento crónico. Lo más distintivo era su cabello: a pesar de tener solo 17 años, su pelo era de un color gris plateado natural, casi blanco, desordenado y largo.

—Tiene 17 años, mi misma edad —dijo Ryuusei—. Su clasificación es incierta porque nunca se ha registrado completamente, pero sus capacidades son grandiosas

—¿Es fuerte? —silbó Brad—. ¿Qué hace?

—Teletransportación —dijo Ryuusei.

Bradley levantó la mano. —Espera, ¿como tú? ¿Con las dagas?

—No —aclaró Ryuusei—. Mi teletransportación es un intercambio espacial limitado por marcadores físicos (mis dagas). Yo manipulo el espacio existente. Ezekiel... él es el espacio. Puede moverse de un punto A a un punto B sin necesidad de marcadores, solo con línea de visión o memoria. Es más fluido. Más rápido en distancias cortas. Y mucho más difícil de atrapar.

Charles, que había estado mirando la multitud en la televisión, habló con voz preocupada.

—Ryuusei... mira eso —señaló a la masa de gente en las calles de Berlín—. Hay miles de personas. Todos jóvenes. Todos con poderes. Y si él es un teletransportador... puede estar en cualquier lugar y en ninguno. Va a ser muy difícil encontrarlo. Es como buscar un fantasma en una tormenta.

—Tienes razón, Charles —admitió Ryuusei—. Pero tenemos una ventaja. Ezekiel tiene el pelo gris. Es un rasgo genético de su mutación. En un mar de cabezas, el gris destaca.

Pasaron tres días.

Berlín era un hormiguero. La ciudad vibraba con la energía de miles de jóvenes anómalos que habían viajado de toda Europa para probar suerte en el examen alemán. Hoteles llenos, cafés abarrotados, y demostraciones espontáneas de poder en los parques que la policía intentaba controlar.

El equipo de Ryuusei se dividió. Kaira y Brad patrullaban las zonas de inscripción VIP. Ryuusei cubría las estaciones de tren. Bradley y Charles fueron asignados a las zonas perimetrales de los estadios de prueba, donde se aglomeraban los aspirantes de última hora.

Fue frustrante. Vieron docenas de chicos con pelo teñido, vieron teletransportadores de corto alcance que resultaron ser simples velocistas, vieron ilusiones. Pero no a Ezekiel.

Al tercer día, la desesperanza empezaba a asentarse. Estaban sentados en una terraza, viendo pasar la multitud.

—Esto es inútil —se quejó Kaira, ajustándose sus gafas de sol—. Deberíamos hackear la base de datos de inscritos.

—No se inscribió —dijo Ryuusei—. Ezekiel es un renegado. Viene a observar, o a robar, o tal vez a burlarse. No a unirse.

Charles, que estaba un poco apartado del grupo, observando la calle con esa hipervigilancia que había desarrollado en su cautiverio, vio algo.

Cerca de la entrada lateral del Estadio Olímpico, donde estaban a punto de cerrar las puertas para el examen práctico del Grupo C, hubo un disturbio.

Un joven corría. O más bien, aparecía y desaparecía en ráfagas cortas.

Zas. Zas. Zas.

No era la velocidad fluida de Bradley. Era discontinuidad. El chico estaba a cincuenta metros, luego a treinta, luego a diez. Iba tarde. Muy tarde. Llevaba una chaqueta de cuero desgastada y una mochila colgada de un solo hombro, corriendo con una despreocupación que rozaba la arrogancia.

Y su pelo.

Bajo la luz gris de Berlín, su cabello brillaba como plata sucia. Gris.

—Ahí... —susurró Charles.

El joven llegó a la puerta justo cuando el guardia estaba cerrando la reja. El guardia le negó el paso. El chico dijo algo, sonrió con una mueca pícara, y en un parpadeo de luz azulada, desapareció del frente de la reja y reapareció dentro del recinto, detrás del guardia, caminando tranquilamente hacia el grupo de estudiantes.

El guardia se quedó parpadeando, confundido.

Charles se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza.

—¡Lo vi! —dijo por el comunicador, su voz llena de emoción—. ¡Chicos! ¡Lo vi!

Sin esperar, Charles corrió hacia la reja. Su cuerpo, ahora alimentado y descansado, respondía mejor. Se trepó a un muro bajo cercano para tener mejor visión.

Dentro del patio del estadio, el joven de pelo gris se había mezclado con un grupo de aspirantes nerviosos. Charles agudizó el oído, concentrándose. Sus sentidos, mejorados ligeramente por la adrenalina y la Piedra del Caos, captaron la conversación.

Un grupo de chicos se acercó al recién llegado.

—¡Oye! —le gritó uno—. ¡Casi te quedas fuera! ¿Eres idiota?

El chico de pelo gris se encogió de hombros, con una sonrisa ladeada.

—El tiempo es relativo cuando puedes saltártelo, ¿no? —respondió el chico. Su voz era relajada, burlona.

—Como sea. Nos falta uno para el equipo de combate simulado —dijo el otro—. ¿Te unes? ¿Cómo te llamas?

El chico de pelo gris se acomodó la mochila.

—Ezekiel. Ezekiel Kross. Y sí, me uno. Pero intente seguirme el ritmo.

Charles sintió una descarga eléctrica de triunfo.

Sacó su comunicador con manos temblorosas pero decididas.

—Kaira, Ryuusei... —dijo Charles, su voz clara—. Lo encontré. Está dentro del Estadio Olímpico. Se unió al grupo de examen práctico. Confirmado: Pelo gris, teletransportación azul. Es Ezekiel Kross.

Al otro lado de la línea, la voz de Kaira sonó, por primera vez, con una nota de aprobación genuina hacia el chico bomba.

—Buen trabajo, Charles. No lo pierdas de vista. Vamos para allá.

Ryuusei, desde su posición, sonrió. La búsqueda en el pajar había terminado. Ahora tenían que reclutar a un fantasma arrogante en medio de un examen de héroes.

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