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Chapter 140 - La Propuesta

El cielo sobre Berlín era un manto de plomo y estática. La Alexanderplatz, el corazón palpitante de la capital alemana, se había transformado en un coliseo moderno. No había sangre ni arena, pero la tensión en el aire era igual de primitiva. Miles de personas se agolpaban hombro con hombro, sus rostros iluminados por el resplandor frío de las gigantescas pantallas holográficas que flotaban suspendidas sobre la plaza, transmitiendo en tiempo real lo que ocurría dentro del blindado Estadio Olímpico.

El equipo de Ryuusei se movía como una corriente subterránea a través de la multitud festiva. Mientras los civiles llevaban banderines y camisetas con los logotipos del KHS, ellos llevaban la cautela de los fugitivos. Ryuusei, con una gorra calada hasta los ojos, observaba el espectáculo con una mezcla de fascinación y cinismo. A su lado, Charles miraba todo con los ojos muy abiertos, abrumado por la magnitud de la sociedad de superhéroes que se le había negado durante tanto tiempo. Brad y Bradley, destacando por su altura, formaban una barrera física en la retaguardia, protegiendo al grupo de empujones accidentales.

—No entiendo nada —murmuró Ryuusei, frunciendo el ceño ante la pantalla principal, donde una tabla de clasificaciones llena de números y siglas cambiaba frenéticamente—. ¿Por qué ese chico de fuego bajó de rango si acaba de incinerar al objetivo?

Kaira suspiró, un sonido que denotaba su eterna paciencia con la ignorancia ajena. Se ajustó las gafas de sol y se giró hacia el grupo, adoptando su postura de instructora.

—Porque esto no es una pelea callejera, Ryuusei. Es burocracia con capas —explicó Kaira, señalando con un dedo cuidado hacia los gráficos—. El KHS (Knight Hero System) no busca asesinos; busca íconos. La prueba está diseñada algorítmicamente para medir tres pilares fundamentales.

Kaira comenzó a desglosar el sistema mientras en la pantalla un aspirante con poderes elásticos fallaba estrepitosamente al intentar detener un autobús simulado.

—Primero, tienes los Puntos de Neutralización. Valen el 30% de la nota. Es lo que ves: golpear al malo. Pero hay una trampa: si usas fuerza letal o excesiva, te restan puntos. Tienes que ganar, pero tienes que hacerlo "bonito" y seguro.

—Suena aburrido —bostezó Bradley, cruzándose de brazos.

—Segundo —continuó Kaira, ignorándolo—, tienes los Puntos de Eficiencia Táctica. Otro 20%. ¿Cuánto tardas? ¿Cuánto daño colateral causas a la propiedad pública? Si rompes una ventana para atrapar a un ladrón, te cobran la ventana en puntos.

Ryuusei asintió lentamente. Empezaba a ver la lógica corporativa detrás del heroísmo.

—Y finalmente, y esto es lo crucial —dijo Kaira, bajando la voz para dar énfasis—, están los Puntos de Rescate y Prioridad Civil. Valen el 50% de la nota final. La prueba más difícil, la Simulación de Desastre Urbano, coloca a los aspirantes en un escenario donde hay villanos atacando y civiles en peligro simultáneamente. Los civiles son androides biomecánicos programados para suplicar, gritar y simular heridas graves.

—¿Y qué importa eso? —preguntó Brad.

—Importa todo —sentenció Kaira—. Porque un verdadero héroe del KHS debe priorizar la vida sobre la batalla. Si vences al villano pero el civil "muere", repruebas. Es así de simple. Solo los mejores 10 puntajes totales entran a la academia de élite. El resto... bueno, se convierten en guardias de seguridad de centros comerciales o asistentes de tráfico.

En ese momento, un murmullo recorrió la plaza como una ola eléctrica. Los narradores, cuyas voces amplificadas resonaban por toda la ciudad, elevaron el tono.

—¡Y ahora, damas y caballeros! —tronó la voz del comentarista—. ¡Atención al Sector 4! ¡El candidato número 409 está rompiendo los cronómetros! ¡Es Ezekiel Kross!

Ryuusei levantó la vista. En la pantalla central, de alta definición, apareció la figura del joven que habían estado buscando. Ezekiel Kross. Llevaba una chaqueta de cuero desgastada que parecía fuera de lugar entre los trajes de spandex táctico de los otros aspirantes. Su cabello, de ese gris plateado inconfundible, brillaba bajo los focos del estadio.

La prueba de velocidad y agilidad comenzó.

El escenario era un laberinto de láseres y muros móviles. Ezekiel no corrió. Simplemente dejó de estar en un lugar para estar en otro.

Zas.

Una estela de distorsión azulada quedó donde había estado su cuerpo. Un milisegundo después, estaba veinte metros más adelante, superando un muro de tres metros sin tocarlo.

Zas. Zas.

Era hipnótico. No había inercia, ni aceleración. Era teletransportación pura. Los obstáculos que detenían a otros candidatos eran irrelevantes para él. Cruzó la línea de meta bostezando, con una mano en el bolsillo.

—¡Tiempo récord! —chilló la comentarista—. ¡Cero coma cuatro segundos por debajo de la marca histórica! ¡Este chico no corre, pliega el espacio!

La tabla de clasificación se actualizó instantáneamente. Ezekiel Kross: Rango 1 (Provisional). Top 5 asegurado.

—Es increíble —susurró Charles, con una mezcla de envidia y admiración—. Hace que parezca tan fácil...

—Tiene talento —admitió Ryuusei, analizando no la velocidad, sino la actitud—. Pero está demasiado confiado. Mira su cara. Se está divirtiendo. No se lo toma en serio.

La prueba final comenzó: Escenario de Crisis.

El estadio se transformó. Plataformas hidráulicas se elevaron para simular un distrito financiero en ruinas. Fuego controlado brotaba de las ventanas. Tres "villanos" —instructores veteranos con armaduras de combate— aparecieron en el centro, rodeados por cinco androides que simulaban ser rehenes aterrorizados.

La alarma sonó.

Ezekiel se lanzó al ataque. Fue una ofensiva brutal y hermosa. Se teletransportó directamente sobre los hombros del primer villano, propinándole una patada giratoria que lo envió contra un muro de hormigón. Antes de que el villano tocara el suelo, Ezekiel ya había desaparecido y reaparecido frente al segundo instructor, barriéndole las piernas.

La multitud en Alexanderplatz rugía, sedienta de acción. Ezekiel era un espectáculo de luces y golpes.

—¡Míralo! ¡Es intocable! —gritaba Bradley, contagiado por la emoción.

Pero Ryuusei, con su mente analítica forjada en la supervivencia y no en el deporte, notó el problema de inmediato. Frunció el ceño.

—Está cometiendo un error —dijo Ryuusei en voz baja.

—¿Qué? ¡Si los está destrozando! —replicó Brad.

—Mira a los rehenes —señaló Ryuusei.

Mientras Ezekiel se regodeaba en su duelo personal contra el tercer villano, persiguiéndolo por los tejados simulados, los escombros del edificio en llamas comenzaron a ceder sobre los androides civiles. Los robots emitían gritos pregrabados de auxilio: "¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Me quemo!".

Ezekiel ni siquiera giró la cabeza. Estaba cegado por la adrenalina del combate, obsesionado con demostrar que era el luchador más fuerte, el más rápido, el intocable. Derribó al último villano con un golpe final cinematográfico, sonriendo a las cámaras mientras el instructor caía derrotado.

El timbre final sonó. La prueba había terminado.

Ezekiel levantó los brazos, esperando la ovación. Pero en la pantalla, los contadores de puntos empezaron a sangrar números rojos.

Combate: 100/100 (Perfecto). Tiempo: 100/100 (Récord). Rescate de Civiles: 0/100 (Fallo Catastrófico).

La cámara hizo un zoom cruel a los cinco androides, sepultados bajo vigas de acero simuladas y cubiertos de espuma extintora. Técnicamente, todos los "civiles" habían muerto mientras Ezekiel jugaba a ser un dios de la guerra.

El silencio cayó sobre Alexanderplatz. Los narradores cambiaron su tono eufórico por uno sombrío y profesional.

—Es una lástima, amigos —dijo el comentarista—. Una exhibición de poder crudo impresionante, pero una falta total de conciencia situacional. El candidato Kross ha olvidado la regla de oro: primero se salva, luego se golpea.

La tabla de posiciones parpadeó y se reordenó violentamente. El nombre de Ezekiel Kross cayó en picada. Del puesto número 1, bajó al 10... al 15... al 20.

Kaira se mordió el labio inferior, visiblemente preocupada.

—¡Maldita sea! —siseó—. ¡Bajó al Top 20! Aún tiene una oportunidad si los demás fallan, pero...

Pasaron las horas. La tarde cayó sobre Berlín, tiñendo el cielo de un naranja sucio. El equipo de Ryuusei permaneció en la plaza, viendo cómo otros candidatos, menos poderosos pero más empáticos, acumulaban puntos mediocres en combate pero perfectos en rescate, empujando a Ezekiel cada vez más abajo.

Finalmente, la lista definitiva se congeló en la pantalla gigante.

Ezekiel Kross: Puesto 30.

Fuera de las becas. Fuera de la academia. Fuera del sistema.

—Se acabó —dijo Kaira, decepcionada—. Es un fracaso oficial.

Ryuusei, sin embargo, vio algo que los demás no. En una de las pantallas laterales que mostraba la salida de los participantes, vio una figura solitaria caminando lejos de los grupos que celebraban o se consolaban mutuamente. Ezekiel caminaba rápido, con la cabeza gacha, frotándose los ojos furiosamente.

—No —dijo Ryuusei, ajustándose la chaqueta—. Es perfecto. Espérenme aquí.

Ryuusei se separó del grupo, moviéndose con la sigilosa determinación de un depredador que ha olido sangre, pero no para matar, sino para curar. Siguió al chico de pelo gris fuera de la zona del estadio, cruzando varias calles hasta que Ezekiel se desvió hacia un callejón estrecho y oscuro, detrás de una cervecería cerrada.

El callejón olía a humedad y ladrillo viejo. Ryuusei se detuvo en la entrada, oculto por las sombras.

Ezekiel estaba allí, pateando un contenedor de basura con una violencia que hizo eco en las paredes estrechas. Luego, se dejó caer contra el muro, deslizándose hasta quedar sentado en el suelo sucio. Enterró la cara entre las rodillas.

—¡Estúpido! ¡Eres un estúpido, Ezekiel! —Su voz se quebró en un sollozo agudo, muy diferente a la voz arrogante que había mostrado en la entrevista previa—. ¡Tercer año consecutivo! ¡Tres años!

El chico se agarró el pelo gris con desesperación.

—"Tienes un don", decían. "Eres especial", decían. ¡Y ni siquiera puedes salvar a unos malditos muñecos de plástico! —Se golpeó la sien con el puño—. Solo sirves para romper cosas. Eres un desastre. Mamá tenía razón... solo eres un problema rápido.

Ryuusei sintió una punzada de empatía. Conocía ese tipo de odio propio. Era el mismo que la Voz en su cabeza le susurraba por las noches. Respiró hondo y dio un paso hacia la luz tenue del callejón. Sus botas crujieron sobre la grava.

Ezekiel se tensó de inmediato. Levantó la cabeza, mostrando un rostro enrojecido, moco y lágrimas mezclándose en una expresión de miseria absoluta. Al ver a alguien, intentó recomponerse instantáneamente. Se puso de pie de un salto, limpiándose la cara con la manga de su chaqueta con movimientos bruscos y defensivos.

—Largo de aquí —espetó Ezekiel, su voz temblando pero intentando sonar amenazante—. No estoy de humor para autógrafos ni para burlas. Si eres de la prensa, te juro que te teletransportaré tu cámara al interior de tu estómago.

—No soy prensa —dijo Ryuusei con calma, manteniendo las manos visibles y abiertas—. Y no quiero tu autógrafo.

—Entonces vete. Quiero estar solo.

—Vi tu prueba —continuó Ryuusei, ignorando la orden—. Fuiste el mejor guerrero de todo el día. Nadie se movió como tú. Nadie tocó a esos villanos como tú.

Ezekiel soltó una risa amarga, seca y sin humor.

—¿Y de qué sirvió? Mira la tabla. Puesto 30. Soy un perdedor certificado por el estado alemán. Me voy a casa. No necesito tu lástima.

Ezekiel se giró para irse, preparándose para saltar espacialmente lejos de allí.

—No es lástima —dijo Ryuusei, elevando la voz lo justo para detenerlo—. Es una oferta. El KHS te rechazó porque te miden con una regla hecha para pastores, y tú eres un lobo. Te culpas por no salvar a los robots, pero tu instinto fue eliminar la amenaza. En el mundo real, Ezekiel, eliminar la amenaza es lo que salva vidas.

Ezekiel se detuvo. Giró la cabeza lentamente. La curiosidad luchaba con su frustración.

—¿Quién eres tú? Hablas como si supieras algo, pero pareces un turista perdido.

—Soy alguien que está formando un equipo. No de héroes de revista que sonríen para las cámaras y salvan gatos. Estoy buscando a gente que pueda hacer lo necesario. Gente con poder real que el sistema descarta porque les tiene miedo.

Ryuusei dio un paso más cerca. La tensión en el callejón aumentó.

—Te estoy ofreciendo un lugar donde tu velocidad no tenga límites. Donde no tengas que preocuparte por puntos o reglas estúpidas. Únete a mí.

Ezekiel lo miró con escepticismo, frunciendo el ceño.

—¿Unirme a ti? —Se burló—. Ni siquiera sé tu nombre. Tienes cara de no haber dormido en una semana y hablas como un villano de película barata. ¿Por qué confiaría en un extraño en un callejón?

Ryuusei supo que las palabras no serían suficientes. Ezekiel necesitaba una prueba de que esto no era un juego, de que estaba tratando con fuerzas que iban más allá de un examen escolar.

—Tienes razón. No sabes quién soy. Pero tal vez reconozcas esto.

Con un movimiento lento y deliberado, Ryuusei metió la mano dentro de su abrigo. Ezekiel se tensó, listo para pelear, esperando un arma.

Lo que Ryuusei sacó fue un objeto de material oscuro y contornos inquietantes. La luz de la luna se reflejó en la superficie pulida de la Máscara. Esa máscara que había aparecido en los boletines de noticias internacionales, asociada a eventos inexplicables.

Ryuusei se la colocó sobre el rostro.

La transformación fue instantánea. La postura de Ryuusei cambió, su aura se volvió pesada, opresiva. Ya no era el turista cansado; era la Sombra.

Ezekiel retrocedió dos pasos, tropezando con sus propios pies. Su espalda chocó contra el muro de ladrillo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, las pupilas dilatadas por el reconocimiento y el terror puro.

—Tú... —Ezekiel jadeó, el aire escapando de sus pulmones—. ¡Tú eres él! ¡La Máscara! ¡El terrorista de Tokio! 

El instinto de supervivencia de Ezekiel gritó. Huye. Desaparece. Ahora.

—¡Eres un criminal de Clase Alfa! —gritó Ezekiel, su voz aguda por el pánico—. ¡La Interpol ofrece millones por ti! ¡Si me ven contigo estoy muerto!

Ryuusei se quitó la máscara lentamente, revelando de nuevo su rostro humano, sus ojos heterocromáticos cansados pero gentiles, tratando de disipar el miedo que acababa de invocar.

—No soy un terrorista, Ezekiel. Y no soy un criminal, al menos no por las razones que dicen en la televisión. Soy alguien que lucha contra algo mucho peor que la policía. —Ryuusei extendió una mano hacia el chico aterrorizado—. No vine a hacerte daño. Vine porque sé lo que se siente tener un poder que el mundo no entiende. Vine porque te necesito.

Ezekiel miraba la mano extendida de Ryuusei, temblando. El miedo seguía ahí, pero ahora estaba mezclado con algo más: la adrenalina de estar frente a una leyenda viviente, y la comprensión de que su vida aburrida y fallida acababa de dar un giro violento hacia lo desconocido.

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