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Chapter 141 - La Llamada

El callejón trasero de la cervecería olía a lúpulo rancio y desesperación urbana. La luz de la luna apenas lograba penetrar la mugre de los ladrillos, iluminando de forma intermitente el rostro pálido de Ezekiel Kross y la figura imponente de Ryuusei, quien acababa de guardar la Máscara de la Sombra en su abrigo.

Ezekiel seguía pegado a la pared, con los ojos desorbitados, como un animal acorralado que acaba de descubrir que el lobo habla su idioma.

—Por favor... —susurró Ezekiel, su voz temblando con una mezcla de pubertad y terror—. No me mates. Tengo diecisiete años. Ni siquiera he besado a una chica de verdad, solo a una prima lejana en una boda y fue un accidente. No llames a tus sicarios. Y por lo que más quieras, no me obligues a ser un cómplice.

Ryuusei levantó las manos, mostrando las palmas abiertas en un gesto universal de paz, aunque sabía que su reputación pesaba más que sus gestos.

—Nadie va a matarte, Ezekiel. Y no tengo sicarios. Esos son cuentos de la prensa para vender miedo —dijo Ryuusei con voz calmada, casi paternal—. Y por favor, guarda ese teléfono. Si llamas a la policía, no vendrán a salvarte a ti. Vendrán a disparar primero y preguntar después. Y en el fuego cruzado, tu velocidad no servirá de nada contra un bombardeo táctico.

Ezekiel bajó el teléfono lentamente, pero su dedo seguía flotando sobre el botón de emergencia.

—Eres un criminal —insistió el chico, recuperando un gramo de su bravuconería—. Vi las noticias. Destruiste un edificio en Tokio. Robaste tecnología en Estados Unidos. Dicen que eres un anarquista. No me voy a unir a tu circo de monstruos. Yo quería ser un Héroe del KHS, con placa, pensión y muñecos de acción. No un fugitivo que come ratas en las alcantarillas.

Ryuusei soltó un suspiro largo. La ingenuidad del chico era agotadora, pero también era su mayor virtud. Todavía creía en el blanco y negro.

—No somos criminales, Ezekiel. Somos la respuesta necesaria a un sistema que está roto. —Ryuusei dio un paso al frente, ignorando el respingo del chico—. Si te unes a nosotros, no serás un fugitivo. Te convertirás en un héroe. Pero no uno de esos que firman autógrafos y rescatan gatos para las cámaras. Serás un héroe real. De los que nadie conoce, pero que mantienen el mundo girando.

Ezekiel frunció el ceño, la curiosidad luchando contra el miedo. —¿Qué clase de héroe?

Ryuusei vaciló. ¿Cómo explicarle la guerra contra Aurion? ¿Cómo hablarle de las generaciones y el fin del mundo sin que saliera corriendo?

—De los que enfrentan a los villanos que la policía ignora —improvisó Ryuusei—. De los que van a los lugares oscuros. Si vienes con nosotros... nuestra próxima misión es en Rusia.

—¿Rusia? —Ezekiel soltó una risa nerviosa—. ¿Estás loco? Hace frío, la gente es dura y... ¿y si muero? —La voz del chico se quebró de nuevo, revelando al niño asustado bajo la chaqueta de cuero—. Mira, señor Sombra, o como te llames. Yo corro rápido. Eso es todo. No soy a prueba de balas. Si me disparan, sangro. No tengo a nadie que reclame mi cuerpo.

—Lo sé —dijo Ryuusei. Su tono cambió, volviéndose sombrío y directo—. Sé que no tienes a nadie. Sé que no tienes padres esperando en casa.

Ezekiel se quedó helado. La burla desapareció de su rostro, reemplazada por una confusión genuina y dolorosa.

—¿Cómo...?

—Sé que eres un experimento, Ezekiel —interrumpió Ryuusei, clavando sus ojos heterocromáticos en los del chico—. No naciste en un hospital. Naciste en un laboratorio de eugenesia clandestino en Europa del Este, diseñado para crear el mensajero perfecto. Escapaste, sí. Pero nunca tuviste una familia. Por eso buscas desesperadamente la aprobación del KHS. Por eso querías esa beca. No por el dinero, sino por la pertenencia. Buscas una manada.

Ezekiel retrocedió como si le hubieran dado una bofetada física. Se quedó boquiabierto, incapaz de procesar que este extraño conociera el secreto más oscuro de su vida, ese que ni siquiera había puesto en los formularios de inscripción.

—¿Quién eres...? —susurró, con la voz ahogada.

—Soy alguien que te promete que no morirás —dijo Ryuusei con firmeza—. Te protegeré. Te daré un propósito. Y te daré algo que nunca has tenido: una familia disfuncional, extraña y peligrosa, pero una familia. Y sí... también te pagaré. Mucho.

Ezekiel estaba tambaleándose, al borde de ceder, pero su instinto de conservación seguía gritándole que huyera.

En ese momento, el sonido inconfundible de unos tacones caros golpeando el pavimento resonó en la entrada del callejón.

—Ryuusei, te estás tardando demasiado —dijo una voz femenina, cargada de una autoridad aburrida—. La diplomacia es lenta.

Kaira entró en la luz. Llevaba su abrigo largo de diseñador, gafas de sol (incluso de noche) y una postura que gritaba que era la dueña del lugar. Se quitó las gafas lentamente, sus ojos brillando con esa intensidad psíquica que solía preceder a una manipulación mental.

—¿Tengo que usar mis poderes para que el niño rápido firme el contrato? —preguntó Kaira, mirando a Ezekiel como quien mira a un insecto interesante—. Puedo reescribir su lealtad en tres segundos. Sería más eficiente.

Ezekiel se giró para enfrentar la nueva amenaza, preparado para teletransportarse. Pero entonces, la vio.

El tiempo, para el chico que podía manipular el espacio, se detuvo. No fue una metáfora. Ezekiel se quedó paralizado, con la boca ligeramente abierta. Miró a Kaira: su cabello, su actitud dominante, su belleza fría y letal.

El terror desapareció instantáneamente, reemplazado por una estupidez hormonal fulminante.

—Wow... —exhaló Ezekiel.

—¿Qué? —Kaira arqueó una ceja, esperando resistencia.

—¿Ella... ella está en el equipo? —preguntó Ezekiel a Ryuusei, sin dejar de mirar a Kaira con ojos de cordero degollado.

—Sí, ella es Kaira —dijo Ryuusei, confundido por el cambio de actitud—. Y es peligrosa, así que no...

—Acepto —interrumpió Ezekiel de golpe.

Ryuusei parpadeó. —¿Qué?

—Acepto unirme. Firmo donde sea. Vamos a Rusia, a la Luna o al infierno —dijo Ezekiel, arreglándose el cabello gris rápidamente y poniendo una sonrisa de galán fallido—. Pero tengo una condición.

—¿Dinero? —preguntó Ryuusei.

—No. Quiero un traje. Un súper traje —dijo Ezekiel muy serio, señalando su propia ropa—. Como en los cómics. Spandex reforzado, aerodinámico, tal vez con una capa pequeña o detalles en neón. Si voy a salvar el mundo con... —miró a Kaira y suspiró— ... con ángeles como ella, necesito verme profesional. Nada de ropa táctica aburrida como la tuya.

Ryuusei se quedó sin palabras por un momento. Miró a Kaira, luego a Ezekiel, y finalmente asintió con resignación.

—Hecho. Tendrás tu traje de neón.

Ryuusei observó la escena con una ceja levantada. Desde que formaron el grupo, había notado un patrón extraño. Charles la miraba con reverencia temerosa. Los guardias de seguridad caían rendidos. Y ahora, este chico rebelde se había convertido en masilla en sus manos en dos segundos.

El único inmune parecía ser Brad. El rubio elemental ni siquiera parpadeaba cuando Kaira usaba sus encantos.

"Definitivamente Brad batea para el otro equipo", pensó Ryuusei con una certeza interna casi cómica. "O es asexual, o simplemente tiene un gusto muy específico que Kaira no cumple. Como sea, es una ventaja táctica que no se peleen por ella."

—¿Eso es todo? —preguntó Ryuusei en voz alta, sacando a Ezekiel de su trance amoroso.

Ezekiel asintió frenéticamente, luego miró hacia la salida del callejón, hacia la plaza donde el KHS seguía celebrando a sus "héroes perfectos". Una sonrisa traviesa cruzó su rostro.

—Casi todo. Solo una despedida adecuada.

Ezekiel corrió hacia la boca del callejón, donde pasaba un grupo de turistas y aspirantes rechazados. Se subió a un contenedor de basura para ganar altura, respiró hondo y levantó ambas manos hacia el estadio brillante.

Sacó los dos dedos medios con una furia alegre.

—¡Hey, KHS! —gritó a todo pulmón—. ¡Métanse sus puntos de rescate por donde no les da el sol! ¡Me voy a salvar el mundo con un criminal internacional! ¡Chúpense esa!

Las personas en la calle se detuvieron, horrorizadas y confundidas. Ryuusei sintió que le crecía una úlcera instantánea. Corrió hacia el chico, le tapó la boca con una mano y lo arrastró hacia las sombras de nuevo, mientras Kaira rodaba los ojos.

—¡Cállate, idiota! —siseó Ryuusei—. ¿Quieres que nos arresten antes de llegar al hotel?

—Mmmff mmmff —protestó Ezekiel, pero sus ojos reían.

Ryuusei lo soltó cuando estuvieron lejos de la multitud, caminando rápido hacia el punto de encuentro con el coche.

—Dime que tienes tus cosas —dijo Ryuusei, ajustándose la gorra—. No vamos a pasar por tu casa.

Ezekiel se encogió de hombros y palmeó su mochila desgastada.

—Todo lo que poseo está aquí. Dos mudas de ropa, mi cepillo de dientes y mis ahorros. Si hubiera entrado en el KHS, me habrían dado dormitorio hoy mismo. Estaba listo para mudarme. —Ezekiel sonrió, una sonrisa un poco más triste—. No tengo casa a la que volver, jefe. Soy ligero de equipaje.

Ryuusei asintió, sintiendo el peso de esa soledad compartida.

Al llegar al vehículo, las presentaciones fueron breves. Brad saludó con un gesto perezoso, Charles miró a Ezekiel con timidez pero con una sonrisa de bienvenida, y Bradley... bueno, Bradley miró al chico nuevo con recelo, claramente molesto por perder su estatus de "el más joven y rebelde", especialmente cuando vio a Ezekiel intentando abrirle la puerta a Kaira (quien lo ignoró olímpicamente).

Horas más tarde, la suite del hotel en Berlín estaba sumida en una calma tensa pero reconfortante. El equipo dormía o descansaba.

Ryuusei estaba sentado en el borde de su cama, con el torso desnudo, mostrando las cicatrices de sus batallas pasadas. Kaira estaba detrás de él, con sus manos frías colocadas sobre las sienes del líder.

—Tu mente está un desastre hoy —murmuró Kaira, masajeando suavemente no solo la piel, sino las neuronas debajo—. Demasiado ruido. Esa reunión con Ezekiel removió tus propios traumas de laboratorio, ¿verdad?

—Cállate y trabaja —gruñó Ryuusei, pero cerró los ojos, agradecido.

Kaira emitió un pulso suave de energía psíquica. Fue como un bálsamo mentolado derramándose sobre un cerebro inflamado. La Voz, esa entidad anacrónica que siempre susurraba dudas y muerte, fue amordazada temporalmente. La ansiedad se disipó. El dolor crónico detrás de sus ojos se desvaneció.

—Listo —dijo Kaira, retirando las manos—. Estás limpio por unas horas. Úsalas bien.

Ryuusei suspiró, sintiéndose humano de nuevo. Se puso una camiseta y sacó un teléfono satelital encriptado de su mochila. Sus manos, que no habían temblado frente a ejércitos, temblaron ligeramente ahora.

Marcó el número. Un tono. Dos tonos.

—¿Sí? —La voz al otro lado era suave, firme y dolorosamente familiar.

Ryuusei sintió un nudo en la garganta.

—Aiko... soy yo.

Hubo un silencio al otro lado de la línea, cargado de meses de angustia, esperanza y miedo. Luego, un sonido húmedo, como un sollozo ahogado, seguido de una risa nerviosa.

—¡Ryuusei! —gritó Aiko. Su voz se rompió—. ¡Idiota! ¡Tardaste tanto! ¡Pensé que... pensé que te había pasado algo!

Ryuusei sonrió, y una lágrima solitaria rodó por su mejilla, algo que jamás permitiría que su nuevo equipo viera.

—Casi lo hace, Aiko. Casi lo hace. Pero estoy aquí. Estoy de vuelta. —Se limpió la cara rápidamente—. ¿Estás bien? ¿Estás segura?

—Sí... sí, estoy bien —respondió Aiko, recuperando su compostura profesional, aunque la alegría seguía vibrando en su tono—. Te he echado tanto de menos, Ryuusei. No tienes idea.

—Yo también. Cada día. —Ryuusei respiró hondo, cambiando al modo misión para evitar colapsar emocionalmente—. Escucha, Aiko. El grupo de este lado está completo. Acabamos de reclutar al último. Un teletransportador de clase alta. Estamos listos.

—Entendido —dijo Aiko, su voz volviéndose nítida—. Mi lado también está listo.

—¿Los tienes a todos?

—Sí —confirmó Aiko con orgullo—. Sergei Volkhov está aquí, limpiando su rifle. Dice que está aburrido de la paz. Amber ha sintetizado suficientes toxinas para derrocar un gobierno pequeño. Arkadi Rubaskoj... bueno, sigue siendo un enigma, pero su poder está creciendo y está leal a la causa. Y Sylvan... él está listo para moverse.

Ryuusei sintió una oleada de alivio. Los diez pilares estaban casi reunidos. Las piezas del tablero se estaban alineando contra Aurion.

—Bien. Escucha con atención, Aiko. Europa se va a poner caliente muy pronto. Aurion sabe que estamos aquí. No podemos reunirnos en Asia, es su territorio. Y Estados Unidos está comprometido.

—¿Entonces dónde? —preguntó ella.

—Canadá.

—¿Canadá? —Aiko sonó sorprendida.

—Sí. Las Montañas Rocosas canadienses. Hay vastas extensiones de tierra salvaje sin vigilancia satelital constante. Es neutral. Es frío. Y es perfecto para esconder un ejército de diez personas.

—Entendido —dijo Aiko sin dudar—. Movilizaré al equipo mañana al amanecer. Rutas separadas, encuentro en las coordenadas que me envíes.

—Ten cuidado, Aiko. Por favor.

—Siempre lo tengo, Ryuusei. Tú solo... mantente vivo hasta que llegue ahí. Quiero golpearte yo misma por haberme asustado tanto.

—Trato hecho. Te veo en el norte.

La llamada se cortó. Ryuusei se quedó mirando el teléfono unos segundos más, como si fuera un talismán sagrado. Luego, lo guardó.

Se recostó en la cama. Por primera vez en meses, el silencio en su cabeza no era un vacío aterrador impuesto por la muerte, ni una tortura de la Voz. Era un silencio lleno de esperanza.

Tenía a su equipo. Tenía un plan. Y pronto, tendría a Aiko a su lado.

Ryuusei cerró los ojos y, bajo el efecto calmante del masaje de Kaira y la promesa del reencuentro, durmió. No hubo pesadillas esa noche. Solo el sueño profundo de un general antes de la guerra final.

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