El despertar de Kisaragi Ryuusei no fue el suave retorno a la consciencia de un líder en paz. Fue un sobresalto cardíaco provocado por el estruendo de un jarrón de porcelana barata estrellándose contra la pared, a escasos centímetros de su cabeza.
Ryuusei se incorporó de golpe, con el corazón martilleando contra sus costillas, instintivamente buscando las dagas que siempre dejaba en la mesita de noche. Sus ojos heterocromáticos escanearon la habitación del hotel en Berlín, esperando un ataque de Aurion o una redada de la policía alemana.
Pero la amenaza era doméstica.
En el centro de la sala, Kaira y Bradley estaban enfrascados en una guerra verbal que había escalado a la artillería física menor. Bradley tenía la cara roja de ira adolescente, mientras Kaira mantenía esa frialdad aristocrática que parecía irritar al chico más que cualquier insulto.
—¡Deja de tratarme como si fuera tu subordinado! —gritaba Bradley, con chispas de energía cinética saltando de sus hombros—. ¡Solo te pedí que no cambiaras el canal de la televisión con tu mente mientras yo estaba viendo algo!
—Estabas viendo dibujos animados, Bradley. Fue un acto de misericordia cultural —respondió Kaira, limándose una uña imaginaria—. Además, tu "aura de poder" está arrugando la alfombra. Contrólate.
En ese momento, Ezekiel Kross, quien había estado durmiendo en el sofá, saltó a la acción. Con el cabello gris alborotado y una camiseta que le quedaba grande, se teletransportó instantáneamente entre los dos, poniéndose frente a Kaira como un escudo humano, con una expresión de caballero andante trágicamente enamorado.
—¡No le hables así a una dama! —exclamó Ezekiel, señalando a Bradley con un dedo acusador—. ¡Si tienes problemas, resuélvelos conmigo! Kaira es una flor delicada que no merece tu tono de voz agresivo.
El silencio que siguió fue absoluto. Bradley miró a Ezekiel con incredulidad. Ryuusei se frotó las sienes.
Kaira suspiró, un sonido largo y cansado. Sin siquiera mirar a su "defensor", extendió una mano y empujó a Ezekiel hacia un lado con una fuerza telequinética brusca, lanzándolo contra un sillón.
—No necesito un perro faldero, niño rápido —dijo Kaira con desdén—. Y si vuelves a llamarme "flor delicada", te haré creer que eres una gallina durante una semana entera. ¿Entendido?
Ezekiel, lejos de sentirse ofendido, se acomodó en el sillón con una sonrisa boba, murmurando para sí mismo: "Qué mujer... tiene tanto carácter".
En la esquina opuesta de la suite, ajenos al drama de la telenovela, Brad Clayton estaba recostado en una silla reclinable, con los ojos cerrados, mientras Charles practicaba ejercicios de respiración.
—Inhala... mantén... libera —instruía Brad con voz perezosa—. No fuerces la chispa, chico. Deja que fluya. Si te esfuerzas demasiado, vas a volar el baño y Ryuusei nos hará pagar los daños.
Ryuusei se levantó de la cama, ignorando el caos, y aplaudió dos veces para llamar la atención. La autoridad natural de su voz cortó las discusiones.
—¡Suficiente! —ordenó. Todos se giraron hacia él—. Dejen de pelear. Hoy es el día. Después de meses de correr, escondernos y sobrevivir... por fin vamos a reunirnos con el otro equipo.
Un murmullo de emoción recorrió la habitación. Charles sonrió ampliamente. Incluso Bradley pareció olvidar su enojo por un momento.
—¿El grupo de Aiko? —preguntó Ezekiel, levantando la mano como en la escuela—. Pregunta importante, jefe: ¿Hay chicas lindas en ese grupo? Digo, para saber si debo peinarme o si puedo ir con este look de "rebelde recién levantado".
¡Pum!
Un cojín, lanzado a velocidad supersónica por la mente de Kaira, golpeó a Ezekiel directamente en la cara, derribándolo de nuevo.
—No todos son chicas, imbécil —dijo Kaira—. Y con esa actitud, tu única pareja será tu mano derecha.
Ryuusei ignoró la violencia casual y continuó.
—El punto de encuentro es en Canadá. Específicamente, en una cabaña remota en las Montañas Rocosas de la Columbia Británica. Es territorio neutral, tranquilo y lejos de los ojos de Aurion. Necesitamos provisiones. Vamos a celebrar un banquete de bienvenida.
Ryuusei miró a su alrededor, asignando tareas mentalmente.
—Kaira, tú irás a comprar la comida y las bebidas. Lleva a Bradley y a Ezekiel contigo para cargar las bolsas.
Kaira soltó un bufido de indignación, bajando sus gafas de sol para fulminar a Ryuusei con la mirada.
—¿Perdón? ¿Soy tu proveedora de catering ahora? ¿Y tengo que ir con ellos? ¿Con el niño celoso y el acosador enamorado? Ryuusei, esto es un castigo, no una misión. ¡Te odio!
—¡Yo voy con gusto! —gritó Ezekiel, teletransportándose al lado de Kaira en un parpadeo—. ¡Seré el mejor cargador de bolsas de la historia! ¡Déjame llevar tu bolso también!
Bradley gruñó, agarrando su chaqueta. —Voy solo para asegurarme de que este idiota no te moleste, Kaira. Aléjate de ella, Kross.
El trío salió por la puerta: Kaira caminando con furia elegante, Ezekiel orbitando a su alrededor como un satélite feliz, y Bradley marchando detrás con los puños apretados. Ryuusei cerró la puerta y suspiró aliviado. El silencio era bendito.
Se giró hacia Brad, que seguía en la silla reclinable.
—Brad, ve con Charles a comprar algunos suministros médicos y...
—Paso —dijo Brad, acomodándose mejor y poniéndose un antifaz para dormir—. Estoy en medio de una meditación trascendental sobre la importancia de la siesta. Además, mi espalda me duele por dormir en ese avión. Ve tú.
—Maldito perezoso —murmuró Ryuusei sin verdadera malicia. Miró a Charles, quien estaba de pie, esperando órdenes con esa timidez que lo caracterizaba—. Bien, Charles. Tú vienes conmigo. Necesitamos hablar sobre tu progreso.
Salieron a las calles de Berlín por última vez. Mientras caminaban hacia una tienda de suministros, Ryuusei observó a Charles. El chico, que había sido rescatado de un sótano donde era tratado como una bomba humana, ahora caminaba con la cabeza un poco más alta.
—Brad dice que has mejorado —comentó Ryuusei—. ¿Cómo te sientes?
Charles asintió, mirando sus propias manos.
—Es... extraño, Ryuusei. Antes, sentía que iba a explotar si me movía mal. Pero ahora entiendo la ciencia detrás de ello. —Charles se animó, sus ojos brillando con inteligencia—. Mi cuerpo segrega una sustancia similar a la nitroglicerina a través de los poros, pero en estado gaseoso. Cuando me concentro, puedo mezclar esa sustancia con el oxígeno del aire circundante.
Charles hizo un gesto con la mano, imitando una mezcla invisible.
—Formo una nube de aerosol, como un humo muy fino, casi invisible. Y luego, puedo generar una chispa bioeléctrica desde mis dedos. Es química básica. Combustible más comburente más calor...
—Igual a explosión —terminó Ryuusei, impresionado—. Ya no eres una bomba de tiempo, Charles. Eres un cañón controlado. Quiero verlo.
Compraron una caja de fuegos artificiales en una tienda local, aprovechando que aún quedaban restos de alguna festividad alemana. Se dirigieron a un parque desierto en las afueras.
—Intenta encenderlos sin usar un mechero —desafió Ryuusei.
Charles colocó un cohete en el suelo. Se alejó unos pasos, respiró hondo y extendió la mano. Ryuusei vio, o creyó ver, una leve distorsión en el aire alrededor de la mecha, como el calor sobre el asfalto en verano.
—¡Ahora! —susurró Charles.
Chasqueó los dedos. Una chispa diminuta saltó de su índice, viajó a través del "camino" de gas que había creado y golpeó la mecha.
¡Fsssss! ¡Pum!
El cohete salió disparado hacia el cielo gris, estallando en una lluvia de colores. Charles soltó una risa de pura alegría infantil, saltando en su lugar. Ryuusei sonrió. Por un momento, no eran guerreros ni fugitivos. Eran solo dos chicos jugando con fuego.
Horas más tarde, el equipo estaba reunido en la pista privada. Ryuusei había hecho la llamada. El Capitán Evans, el piloto que Kaira había hipnotizado en Estados Unidos, seguía en Berlín, esperando "órdenes diplomáticas" debido a la sugestión persistente.
Cuando vio al grupo, el piloto sonrió con esa felicidad vacía y servicial.
—¡Excelencias! —saludó Evans—. ¿Listos para la siguiente cumbre internacional? El Gulfstream está repostado y listo.
—Cambio de planes, Capitán —dijo Ryuusei—. Nos vamos a Canadá. Columbia Británica. Un aeródromo privado cerca de las Rocosas. ¿Puede hacerlo?
—¡Por la paz mundial, iría a Marte! —exclamó el piloto.
El vuelo fue largo, cruzando el Atlántico y el vasto continente norteamericano. Cuando finalmente descendieron, el paisaje había cambiado drásticamente. De la arquitectura gris de Berlín pasaron a la majestuosidad verde y blanca de Canadá. Montañas inmensas con picos nevados, lagos de espejo y bosques de coníferas interminables.
Aterrizaron en una pista de tierra propiedad de un contacto de Aiko. Descargaron las provisiones y caminaron un par de kilómetros hasta la cabaña designada, una estructura grande de madera y piedra frente a un lago cristalino.
Comenzaron a preparar el banquete al aire libre. Kaira organizó las mesas con telequinesis, moviendo platos y vasos con precisión milimétrica mientras Ezekiel aplaudía cada movimiento como si fuera magia (lo cual, técnicamente, era). Charles encendió una fogata con un chasquido de dedos, y Brad ayudó a Bradley a colocar la carne y las verduras.
El sol comenzaba a bajar, pintando el cielo de naranja y violeta. Todo estaba listo. Pero faltaban los invitados.
—¿Dónde están? —preguntó Bradley, mirando el reloj—. Dijiste que llegarían hoy.
—Llegarán —aseguró Ryuusei, mirando al cielo.
De repente, la realidad sobre el claro del bosque se rasgó.
No fue el parpadeo azul limpio de la teletransportación de Ezekiel. Fue un desgarro violento, como si alguien hubiera tomado un cuchillo y hubiera cortado la tela del universo. Un vórtice de energía púrpura y negra se abrió en el aire, a unos diez metros de altura.
Todos se pusieron en guardia. Ryuusei echó mano a sus dagas.
—¡Ezekiel! —gritó Kaira—. ¿Eso es tuyo?
Ezekiel negó con la cabeza frenéticamente, retrocediendo. —¡No! ¡Mi portales no hacen ese ruido de aspiradora infernal! ¡Eso es... eso es otra cosa!
Del vórtice, varias figuras cayeron, no con gracia, sino con la torpeza de quien ha sido escupido por el espacio-tiempo.
Cayeron sobre el césped suave con una serie de golpes sordos y quejidos.
—¡Ay! ¡Arkadi, te dije que calibraras la salida! —gritó una voz femenina.
—La física cuántica no es una ciencia exacta bajo presión, Amber —respondió una voz profunda y calmada con un fuerte acento ruso.
Ryuusei sintió que el corazón le daba un vuelco. Bajó las dagas y corrió hacia el grupo que se estaba desenredando de sus propias extremidades.
Una figura pequeña y ágil se puso de pie primero. Tenía el cabello corto y plateado, y ojos inteligentes que escanearon el área hasta fijarse en él.
—¿Ryuusei? —preguntó Aiko.
—Aiko...
Ella no caminó. Corrió y se lanzó contra él en un abrazo que casi le sacó el aire. Ryuusei la atrapó, enterrando la cara en su hombro. Olía a pólvora y a lavanda, el mismo olor de siempre.
—Estás vivo, idiota —susurró ella contra su cuello.
—Tú también —respondió él.
A su lado, se levantó, sacudiéndose el polvo de su abrigo militar. Sergei Volkhov. El francotirador ruso vio a Ryuusei y soltó una carcajada estruendosa, abriendo los brazos.
—¡Camarada! —bramó Volkhov. Aiko se apartó justo a tiempo para que el ruso envolviera a Ryuusei en un abrazo rompehuesos que lo levantó del suelo—. ¡Pensé que te habías convertido en abono! ¡Qué bueno verte!
Volkhov soltó a Ryuusei y vio a Brad Clayton, quien se había acercado con una sonrisa perezosa.
—¡Cavernicola! —saludó Volkhov a Brad, dándole una palmada en la espalda que habría derribado a un caballo—. ¿Sigues durmiendo veinte horas al día?
—Solo dieciocho. —respondió Brad, devolviendo el saludo.
Poco a poco, la emoción inicial dio paso a un silencio incómodo. Había dos grupos ahora frente a frente. El "Equipo Europa" (Ryuusei, Kaira, Brad, Bradley, Charles, Ezekiel) y el "Equipo Asia/Este" (Aiko, Volkhov, Amber, Arkadi, Sylvan). Se miraban con curiosidad y recelo. Eran extraños unidos por una causa suicida.
Ryuusei se aclaró la garganta y tomó el mando.
—Muy bien, todos. Siéntense. La comida se enfría. —Señaló la larga mesa de madera—. Vamos a hacer esto civilizadamente.
Todos tomaron asiento. El olor a carne asada y la cerveza fría ayudaron a relajar la tensión.
—Hagamos una ronda rápida —dijo Ryuusei—. Nombre, edad y especialidad. Para que sepamos quién nos cubre la espalda. Yo empiezo. Kisaragi Ryuusei, 17 años, soy el lider
A su derecha, Aiko se levantó.
—AikoIshikawa, 13 años. Estratega y combate cuerpo a cuerpo.
—Sergei Volkhov, 20 años —dijo el ruso, levantando una jarra—. soy un francotirador nunca fallo.
—Brad Clayton, 22 años —bostezó Brad—. Controlo la tierra.
—Charles Blake, 19 años —susurró el chico—. Eh... explosiones químicas.
—Kaira Thompson, 17 años. controlo las mentes.
—Bradley Goel, 17 años. Velocidad y fuerza cinética —dijo el chico con orgullo, mirando a los nuevos para impresionarlos.
—Ezekiel Kross, 17 años —dijo Ezekiel, guiñándole un ojo a Amber—. Teletransportación pura.
Amber Lee, una chica de aspecto gótico con mechones morados, rodó los ojos ante el comentario de Ezekiel.
—Amber Lee, 18 años. Bioquímica y toxinas. Puedo paralizarte el sistema nervioso con un escupitajo, así que mantén tu distancia, chico guapo.
Ezekiel tragó saliva. —Anotado.
Finalmente, un hombre alto y delgado, habló.
—Arkadi Rubaskoj, 108 años. En términos simples hago magia.
La ronda terminó. Ezekiel, que estaba comiendo una pierna de pollo, notó algo extraño en la mesa. Frente a Amber había una maceta con un pequeño bonsái de aspecto antiguo y retorcido.
—Oye, Amber —dijo Ezekiel, señalando la planta con el hueso de pollo—. ¿Qué es eso? ¿Trajiste tu planta de la suerte? ¿Es un ficus?
Amber sonrió maliciosamente. —No es un ficus. Es Sylvan.
Ezekiel la miró raro. —¿Sylvan? ¿Le pones nombre a tus plantas? Eso es un poco...
Antes de que pudiera terminar, el bonsái comenzó a crujir. La madera se retorció, las hojas se agitaron y la pequeña maceta estalló. El árbol creció y se transformó en cuestión de segundos, adoptando una forma humanoide de madera y enredaderas, del tamaño de un niño pequeño.
El ser de madera abrió dos ojos brillantes de savia verde y miró a Ezekiel.
—Yo... soy... Sylvan —dijo el pequeño árbol con una voz que sonaba como ramas rompiéndose.
Ezekiel gritó, cayéndose de espaldas de su silla.
—¡¿Qué demonios es eso?! —chilló desde el suelo.
—Es un niño —explicó Amber con tranquilidad, acariciando la cabeza de hojas de Sylvan—. Bueno, técnicamente es un elemental de naturaleza de origen desconocido. Es súper fuerte y está en crecimiento. Aiko y yo somos sus tutoras legales, por así decirlo.
—Hola... hombre... ruidoso —dijo Sylvan, extendiendo una rama-mano hacia Ezekiel para ayudarlo a levantarse.
Ezekiel miró la mano de madera, luego a Kaira (quien se estaba riendo disimuladamente), y finalmente aceptó la ayuda.
—Vale... vale —dijo Ezekiel, sacudiéndose el polvo—. Un árbol que habla. Un ruso gigante. Una chica venenosa. Y mi jefe tiene una máscara de terror. Este es el mejor equipo del mundo.
La cena continuó entre risas, historias de supervivencia y la extraña mezcla de culturas y poderes. Por primera vez, los diez estaban juntos.
Cuando la noche cayó por completo y las estrellas cubrieron el cielo canadiense, Ryuusei se alejó del fuego. Caminó hacia la orilla del lago, donde el agua reflejaba la inmensidad del cosmos.
Se sentó en una roca fría, escuchando las risas lejanas de su familia encontrada. Aiko estaba discutiendo tácticas con Kaira. Volkhov y Brad competían bebiendo. Ezekiel intentaba enseñarle a Sylvan a hacer gestos obscenos con sus ramas.
Ryuusei cerró los ojos y respiró el aire puro de la montaña.
Estaban todos. El ejército contra el fin del mundo estaba completo. Mañana empezarían el entrenamiento real. Mañana planearían la guerra contra Aurion. Pero esta noche... esta noche solo había paz bajo las estrellas del norte.
