La placidez engañosa del lago y la meditación bajo el sol quedaron atrás con la llegada de un amanecer mucho más sobrio. El cielo canadiense, antes un lienzo de colores cálidos, ahora era de un azul acero, frío y despejado.
El equipo de Ryuusei se reunió en el claro central, donde los restos del banquete ya habían sido limpiados. No había risas ni bromas sobre súper trajes. Había una tensión profesional, la vibración colectiva de diez armas vivientes a punto de ser desenfundadas.
Ryuusei, con su máscara del Yin-Yang firmemente colocada sobre su rostro, se dirigió a ellos. Su presencia irradiaba una autoridad calmada que cortaba el aire fresco de la mañana.
—El día de descanso ha terminado —dijo, su voz proyectada con claridad pero sin necesidad de gritar. Sus ojos heterocromáticos recorrieron a cada miembro, evaluando su estado mental—. Es hora de acceder a la base que mencioné. Será nuestro centro de operaciones. La primera piedra de nuestro imperio.
Hizo una pausa, calculando la logística. Aunque confiaba en Aiko y en la ubicación, no enviaría a todo el grupo a ciegas hacia una estructura militar que podría haber sido comprometida en su ausencia.
—Volkhov —dijo Ryuusei, asintiendo hacia el gigante ruso—. Tú irás al frente. Liderarás el equipo de reconocimiento. Eres el soldado más experimentado aquí. Encuentra la entrada, evalúa la seguridad y asegúrala.
Volkhov asintió, ajustándose el rifle de francotirador en su espalda. Su rostro era una máscara de piedra. —Entendido, comandante.
—Bradley —continuó Ryuusei, girándose hacia el joven velocista. Esta era una prueba crucial. Bradley siempre había sido el "hermano menor" impulsivo. Necesitaba demostrar que podía ser un activo táctico—. Usarás tu velocidad para explorar el perímetro. Sé nuestros ojos. Reporta cualquier movimiento inusual, pero no te expongas innecesariamente. Quiero reconocimiento, no heroísmo.
Bradley tragó saliva. La mezcla de anticipación y nerviosismo era evidente en la forma en que sus dedos tamborileaban contra sus piernas. Asintió con firmeza.
—Entendido, Ryuusei. Entro y salgo. Nadie me verá.
—Y Sylvan —la mirada de Ryuusei se posó en el imponente elemental de madera, que estaba de pie con la inmovilidad de un roble anciano—. Tu fuerza y resistencia serán necesarias si hay oposición pesada. Serás el ariete. Si la puerta no se abre, tú la abres.
Sylvan simplemente emitió un gruñido bajo, un sonido que resonó como madera crujiendo bajo presión, y asintió con su masiva cabeza de hojas y corteza. Era un ser de pocas palabras y mucha violencia potencial.
—El resto esperará mi señal —concluyó Ryuusei, mirando al grupo principal: Aiko, Arkadi, Amber Lee, Brad, Kaira, Charles y Ezekiel—. Una vez que Volkhov asegure la entrada, nos contactará. Manténganse listos y en silencio.
El equipo de exploración se separó del grupo. Volkhov, Bradley y Sylvan se adentraron en la espesura del bosque, moviéndose hacia el sector norte donde las coordenadas de Aiko indicaban la entrada.
El bosque era un lugar de contradicciones.
Mientras avanzaban, los árboles majestuosos y vetustos se alzaban hasta donde la vista podía alcanzar, creando una bóveda verde impenetrable salpicada de rayos de luz dorada que caían como lanzas divinas. Hilos de neblina matutina flotaban entre los troncos oscuros, enredándose como fantasmas de seda, mientras destellos esmeralda y plateados titilaban brevemente en las sombras, sugiriendo una vida mágica oculta a los ojos humanos.
El aire estaba impregnado de un aroma profundo y rico: tierra húmeda, musgo antiguo y la fragancia dulce de flores silvestres que, escondidas entre las raíces nudosas, brillaban como joyas dispersas. Cada paso sobre la mullida alfombra de agujas de pino y hojas caídas era amortiguado, como si el bosque mismo conspirara para ocultar su presencia.
De vez en cuando, una ráfaga de viento travieso hacía danzar las ramas, dejando caer una lluvia de pétalos y semillas que giraban en espirales perezosas. Un coro de sonidos lejanos —el eco de un arroyo oculto, el aleteo de un búho— envolvía a los exploradores, haciéndoles sentir que habían cruzado el umbral hacia un mundo primigenio, donde la naturaleza aún guardaba secretos que la humanidad había olvidado.
Todo parecía tan eternamente sereno que, por un instante, incluso la misión urgente de guerra fue desplazada por una sensación de maravilla silenciosa.
Pero el equipo de avanzada no estaba allí para admirar el paisaje.
Volkhov se movía con la gracia depredadora de un lobo, sus ojos escaneando cada arbusto, cada sombra, buscando anomalías. Bradley, vibrando con energía cinética, se disparaba en ráfagas cortas de velocidad, trazando círculos amplios alrededor de sus compañeros y regresando para informar con movimientos de cabeza. Sylvan avanzaba con una presencia inmensa pero sorprendentemente silenciosa, sus pies de raíces adaptándose al terreno irregular sin romper una sola rama.
Para Bradley, esta era la primera vez que trabajaba codo a codo con la "vieja guardia" de Ryuusei. Volkhov era intimidante en su profesionalismo, y Sylvan era un enigma biológico. Intentó hacer un comentario ligero sobre el clima a Sylvan, pero solo recibió una mirada impávida de los brillantes ojos verdes del elemental.
Entendió el mensaje: Aquí no se habla. Aquí se caza.
El comunicador en el oído de Bradley chisporroteó con la voz baja y gutural de Volkhov.
—Movimiento al frente, al oeste. Dos figuras. Uniformes militares no estándar. Cerca de la cresta rocosa.
Habían encontrado la entrada. Y no estaba abandonada.
El trío se acercó con cautela letal. Bradley se adelantó en un borrón imperceptible y regresó en menos de un segundo.
—Confirmado —susurró Bradley—. Tres objetivos. Patrulla perimetral. Armamento estándar, pero parecen mercenarios, no ejército regular. Están bloqueando un sendero que lleva a una pared de roca falsa.
Volkhov asintió. Hizo una serie de gestos precisos con la mano. Tú, izquierda. Tú, derecha. Yo, centro. Silencio total.
No querían un tiroteo. Querían una eliminación quirúrgica.
La violencia estalló y terminó en el lapso de tres segundos.
Bradley fue el primero. Se convirtió en una ráfaga de viento cinético. El primer guardia, un hombre corpulento que estaba encendiendo un cigarrillo, ni siquiera vio lo que lo golpeó. Bradley le estrelló la cabeza contra el tronco de un abeto a una velocidad supersónica. El cráneo se fracturó con un crujido húmedo y nauseabundo, enviando esquirlas de hueso y una salpicadura de materia gris contra la corteza rugosa. Los ojos del guardia se quedaron en blanco antes de que su cuerpo tocara el suelo, convertido en una marioneta con los hilos cortados.
El segundo guardia giró la cabeza al escuchar el impacto. Fue su último error. Volkhov emergió de los arbustos como una sombra sólida. No usó su rifle. En su mano brillaba un cuchillo de combate de hoja negra.
Con un movimiento fluido y brutal, Volkhov destripó al hombre. La hoja entró por el bajo vientre y subió en un arco cruel. El guardia abrió la boca en un grito silencioso mientras sus intestinos se derramaban fuera de su cuerpo en una cascada de hebras viscosas y humeantes. El hedor a cobre y excremento llenó el aire instantáneamente. Antes de que el hombre pudiera caer, Volkhov le rodeó el cuello con el brazo libre y lo giró con un crack seco, rompiéndole las cervicales y terminando su agonía. El cuerpo cayó sobre su propio desastre biológico con un sonido pesado y húmedo.
El tercer guardia, al ver a sus compañeros caer, intentó levantar su rifle de asalto.
No tuvo oportunidad.
Una sombra inmensa lo eclipsó. Sylvan lo agarró. No fue un golpe; fue un abrazo. El elemental de madera envolvió sus brazos masivos, parecidos a troncos, alrededor del torso del soldado y apretó.
El sonido fue atroz. Costillas rompiéndose como ramas secas. La columna vertebral cediendo. Órganos internos estallando bajo una presión hidráulica imposible. Sangre, bilis y fluidos corporales salieron a borbotones por la boca, la nariz y los oídos del guardia, manchando la madera viva de Sylvan. El cuerpo del hombre se deformó, aplastado hasta convertirse en una masa irreconocible de carne y uniforme.
Sylvan lo soltó, y lo que cayó al suelo ya no parecía humano.
El bosque volvió al silencio. Solo quedaba el olor a muerte y el sonido de la respiración agitada de Bradley. El joven velocista miró los cuerpos destrozados. Había visto violencia antes, pero la eficiencia fría de Volkhov y la brutalidad primigenia de Sylvan eran algo nuevo. Sintió una punzada en el estómago, pero la reprimió. Esto era la guerra.
Volkhov limpió su cuchillo en la ropa del guardia muerto con indiferencia.
—Despejado —dijo el ruso.
Encontraron el panel de control oculto bajo una capa de musgo falso en la pared de roca. Volkhov introdujo el código que Aiko le había proporcionado. Con un zumbido hidráulico profundo, una sección de la montaña se deslizó hacia adentro, revelando un túnel de acero iluminado por luces rojas de emergencia.
El aliento frío y metálico de la base subterránea salió a recibirlos, un contraste agudo con el aire vivo del bosque.
Volkhov activó su comunicador.
—Ryuusei —su voz era plana, sin emoción—. La entrada está asegurada. Los guardias han sido neutralizados permanentemente. El camino a la Tortuga está abierto. Pueden venir.
