El despertar de Kisaragi Ryuusei fue, por falta de una mejor palabra, asfixiante.
Estaba acostumbrado a despertar con una daga en la mano o con el sonido de una alarma, pero esta vez, la causa de su dificultad respiratoria era algo mucho más pesado y orgánico. Al abrir los ojos, se encontró con una masa de hojas y ramas presionando contra su costado.
Sylvan, el elemental de madera, había decidido durante la noche que su esquina de tierra era demasiado solitaria y había migrado. Ahora, transformado en su forma de niño de cuatro años (pero con la densidad de un roble), estaba acurrucado contra Ryuusei, con una mano de ramitas agarrando firmemente la camiseta del líder como si fuera un peluche de seguridad.
Ryuusei se tensó, con el instinto de apartarlo, pero se detuvo. El niño respiraba con un ritmo lento, oliendo a savia fresca y lluvia.
—Maldición... —susurró Ryuusei, tratando de liberar su brazo sin despertar a la pequeña fuerza de la naturaleza—. Soy un líder rebelde, no una almohada de jardín.
Desde el otro lado de la habitación, una risa suave lo detuvo. Amber Lee estaba despierta, sentada en su litera, observando la escena con una taza de té humeante en las manos. Su mirada, usualmente afilada y calculadora, estaba suavizada por una ternura genuina.
—Se ve cómodo —dijo Amber en voz baja—. Parece que le gustas, "papá".
—No me llames así —gruñó Ryuusei, logrando finalmente sentarse sin despertar a Sylvan—. Solo busca calor corporal. Es biología básica, no afecto.
—Claro, biología —Amber sonrió, negando con la cabeza—. Lo que tú digas, jefe. Pero ten cuidado al levantarte, si lo despiertas de golpe podría convertir la cama en un bosque de espinas por reflejo.
Después de un desayuno rápido (donde Sylvan consumió solo agua y luz solar, para alivio de las reservas de comida), Ryuusei reunió al pequeño grupo en la sala común.
—Bien, Sylvan —dijo Ryuusei, mirando al niño árbol que jugaba con una cuchara de metal—. Eres parte del equipo. Y en este equipo, todos trabajan. Te voy a enseñar a leer los mapas tácticos y, lo más importante, a pelear. Necesitas saber cómo usar esas ramas para romper huesos.
Arkadi Rubaskoj, que estaba leyendo un libro antiguo en una tablet moderna (una contradicción que le encantaba), levantó la vista.
—La pelea puede esperar, Ryuusei —dijo el anciano con voz calmada—. Es un niño. Su mente es una esponja. Si lo primero que absorbe es violencia, eso es todo lo que será. Enséñale primero a leer. Enséñale sobre la honestidad, la protección y el... amor.
Ryuusei frunció el ceño. La palabra "amor" sonaba extraña en una base militar subterránea.
—El amor no detiene a Aurion, Arkadi.
—No —concedió el mago—. Pero evita que nosotros nos convirtamos en Aurion. Hazme caso. Empieza con las letras.
Ryuusei suspiró, derrotado por la lógica moral del centenario. —Está bien. Lectura primero.
Horas más tarde, Ryuusei y Sylvan estaban sentados en una roca plana fuera de la entrada de la cueva, bajo la luz moteada del bosque. Ryuusei tenía una tablet con un programa de alfabetización básica.
—A ver, Sylvan. Esta es la letra "A". De "Árbol". De "Ataque". De "Aurion".
—A... de... ¿Ardilla? —preguntó Sylvan, sus ojos verdes muy abiertos.
—Sí, también de ardilla —concedió Ryuusei con paciencia forzada—. Y esta es la "B". De "Base". De "Bomba".
—¿B... de... Bambi? —Sylvan señaló hacia el bosque.
Ryuusei levantó la vista. A unos cincuenta metros, entre los helechos, un ciervo macho pastaba tranquilamente, ajeno a la presencia de los anómalos.
—Sí, es un ciervo. Pero concéntrate en la pantalla...
—Hambre —dijo Sylvan de repente. Su voz cambió. Ya no era la voz curiosa del niño; tenía un tono más profundo, una vibración gutural que hizo que los pelos de la nuca de Ryuusei se erizaran.
—¿Hambre? —Ryuusei buscó en sus bolsillos—. Tengo una barra de energía si quieres...
Pero Sylvan no quería una barra de energía.
El niño se levantó. Sus ojos, antes de un verde brillante e inocente, se oscurecieron a un tono musgo profundo.
—Comida —gruñó Sylvan.
Antes de que Ryuusei pudiera detenerlo, Sylvan se movió. No corrió como un niño. Su cuerpo pareció estallar. Las pequeñas piernas de madera se alargaron, la corteza se engrosó y se oscureció. En un parpadeo, el niño adorable se transformó en una figura larguirucha y depredadora de dos metros de altura.
Sylvan se lanzó hacia el bosque. El ciervo levantó la cabeza, alertado, y comenzó a correr.
Pero Sylvan no lo persiguió a pie. Se detuvo, plantó sus raíces en el suelo y levantó su brazo derecho. La madera crujió y se retorció, transformando su extremidad en una especie de ballesta orgánica. De la palma de su mano, una espina gigante, larga y afilada como una lanza de hueso, brotó con un sonido húmedo.
¡THWACK!
El proyectil de madera salió disparado a una velocidad aterradora. Cruzó la distancia en un segundo y atravesó al ciervo en pleno salto. El animal cayó al suelo, clavado contra la tierra por la fuerza del impacto.
Sylvan caminó hacia su presa, sus pasos pesados haciendo temblar el suelo. Llegó al animal moribundo.
Ryuusei corrió tras él, gritando: —¡Sylvan, espera! ¡No lo...!
Llegó demasiado tarde. O tal vez, justo a tiempo para ver la naturaleza en su forma más cruda.
Sylvan se agachó sobre el ciervo. Su pecho se abrió como una planta carnívora, revelando un interior de fibras rojas y savia pegajosa, y... absorbió al animal. No lo masticó. Lo envolvió, integrando la biomasa del ciervo en su propio sistema. En segundos, no quedó nada del animal, solo una mancha de sangre en la hierba.
Sylvan se enderezó. Su cuerpo se encogió, la corteza se suavizó, y volvió a ser el niño de cuatro años. Se giró hacia Ryuusei con una sonrisa manchada de un líquido rojo que no era savia.
—Rico —dijo Sylvan, acariciándose la barriga—. Ya no hambre. ¿Seguimos con la letra B?
Ryuusei se quedó paralizado, mirando al niño. El poder que acababa de presenciar era muy aterradora. Una capacidad de adaptación y consumo bestial.
"Podría matar a un ejército él solo", pensó Ryuusei. La tentación táctica fue inmediata. "Si lo entreno... si le enseño a usar esas espinas contra los soldados de Aurion... sería imparable."
—Sylvan... —empezó Ryuusei, su mente de estratega girando—. Eso fue increíble. Podrías ser mi aprendiz. Podríamos...
Entonces, la voz de Arkadi resonó en su memoria. "Si solo aprende muerte, será un monstruo."
Ryuusei miró la sangre en la boca del niño. Sylvan no entendía la crueldad, solo la necesidad. Si Ryuusei le enseñaba a matar humanos ahora, Sylvan los vería como ciervos. Solo biomasa.
Ryuusei tragó saliva y forzó una sonrisa, borrando sus planes de convertirlo en un arma inmediata.
—Sí... muy bien, Sylvan. Pero... la próxima vez avísame. Y con la gente no hacemos eso, ¿vale? Con la gente... jugamos despacio. Como un juego de cosquillas, pero con cuidado.
—¿Juego? —Sylvan ladeó la cabeza—. Vale. Juego despacio.
Pasaron unas horas. El sol estaba alto y el equipo estaba disperso en sus tareas de mantenimiento. La calma del bosque parecía haber regresado.
De repente, una ráfaga de viento y hojas secas golpeó a Ryuusei por la espalda.
Bradley apareció derrapando, frenando tan fuerte que dejó surcos en la tierra. Su rostro estaba pálido, sus ojos desorbitados por el pánico.
—¡Ryuusei! —gritó Bradley, sin aliento—. ¡Tienes que venir! ¡Las noticias! ¡Están hablando de Aurion! ¡Es... es horrible!
Ryuusei sintió un nudo en el estómago. Dejó la tablet y corrió hacia la base, seguido por un Sylvan confundido pero rápido. Bradley, incapaz de esperar, corrió delante.
Entraron en la sala de mando. Todo el equipo estaba reunido alrededor de la pantalla holográfica central que Aiko había logrado conectar a las redes satelitales globales. El silencio en la sala era sepulcral. Amber tenía las manos sobre la boca. Volkhov miraba la pantalla con una furia fría.
—...repetimos, imágenes en vivo desde Moscú —decía la voz temblorosa de una reportera de la BBC—. La situación ha escalado de manera catastrófica.
En la pantalla, el cielo de Moscú estaba en llamas. El Kremlin tenía columnas de humo negro saliendo de sus torres icónicas. Pero la cámara no enfocaba los edificios. Enfocaba el cielo.
Flotando sobre la Plaza Roja, brillando con una luz dorada que debería haber sido divina pero que ahora parecía infernal, estaba Aurion.
El Héroe Número Uno sostenía a un hombre por el cuello con una sola mano, levantándolo como si fuera un muñeco de trapo.
Ryuusei reconoció al hombre de inmediato. Era el Presidente de Rusia. El hombre con el que Ryuusei había hecho un pacto secreto. El hombre que le había dado asilo y recursos.
—¡Ciudadanos del mundo! —la voz de Aurion retumbó, captada por los micrófonos y amplificada, sonando distorsionada por la pura potencia—. Durante meses, este hombre, este líder en quien confiaban, ha estado conspirando contra la paz global. Ha ocultado a la rata conocida como Kisaragi Ryuusei.
Aurion acercó al Presidente a la cámara. El político pataleaba, su rostro morado por la falta de aire.
—Según la Ley de Preservación de la Super-Humanidad, artículo 1: Cualquier individuo o nación que dé cobijo a una amenaza de Clase Alfa es considerado enemigo de la especie. —Aurion miró directamente a la lente, y Ryuusei sintió que lo miraba a él a través de la pantalla—. Y el castigo para la traición a la especie... es la muerte inmediata.
La reportera gritó: —¡Dios mío, no! ¡Va a...!
Aurion no dudó.
Con un movimiento brutal y seco, su mano libre, brillando con energía solar concentrada, atravesó el pecho del Presidente Ruso.
No fue limpio. Fue un acto de carnicería deliberada.
La armadura de luz de Aurion quemó la carne y rompió el esternón. Su mano se hundió en el tórax. El Presidente convulsionó una vez, sus ojos saliéndose de las órbitas, y luego quedó inerte.
Aurion tiró hacia atrás.
En su mano dorada, goteando sangre negra y humeante, sostenía el corazón del líder de una de las naciones más poderosas de la Tierra. Lo apretó hasta que estalló en una lluvia de tejido y sangre hirviendo.
Luego, dejó caer el cuerpo vacío del Presidente desde una altura de cien metros. El cadáver golpeó los adoquines de la Plaza Roja con un sonido sordo que la cámara captó.
—La justicia es absoluta —declaró Aurion, bañado en la sangre de su víctima—. Rusia ha caído.
La señal se cortó brevemente y volvió con la reportera, que estaba llorando abiertamente, manchada de polvo.
—¡Acaban... acaban de ejecutar al Presidente! —sollozó—. Pero eso no es todo. Nos llegan informes desde el este. ¡Desde Vladivostok!
La imagen cambió a una toma aérea de un puerto en el Pacífico ruso.
El mar estaba cubierto de barcos. Acorazados, portaaviones y destructores. Pero no eran rusos. Llevaban la bandera del Sol Naciente, pero modificada con el emblema de la Asociación de Héroes.
—¡Japón ha lanzado una ofensiva total! —gritó un nuevo reportero, su voz apenas audible sobre el sonido de las sirenas antiaéreas—. ¡Un ejército de héroes y militares japoneses está desembarcando en suelo ruso ahora mismo! ¡Alegan que es una operación de "limpieza y pacificación" para purgar la corrupción del gobierno ruso! ¡Estamos al borde de una Guerra Mundial!
Explosiones iluminaron el puerto. Héroes japoneses volaban lanzando rayos de energía contra las defensas costeras rusas. Era una invasión.
Ryuusei se quedó mirando la pantalla, paralizado. El pacto estaba roto. Su aliado estaba muerto. Y la guerra que Arkadi había predicho no era en el futuro lejano. Estaba ocurriendo ahora.
Se giró bruscamente hacia Arkadi.
El anciano estaba en un rincón, con los ojos cerrados, apoyado en su bastón.
—¡Arkadi! —gritó Ryuusei, su voz cargada de pánico y acusación—. ¡Tú sabías esto! ¡Dijiste que viste sangre en Japón, pero no me dijiste que Aurion iba a decapitar al gobierno ruso hoy! ¡No me dijiste que la invasión empezaba ya!
Arkadi abrió un ojo. Se veía increíblemente cansado, más viejo de lo que aparentaba.
—Las visiones son fragmentos, Ryuusei —dijo Arkadi con voz débil—. Veo el fuego, pero no siempre veo quién enciende la cerilla. Veo la muerte, pero el tiempo es fluido. No sabía que sería hoy.
—¡Mientes! —Ryuusei dio un paso hacia él, pero se detuvo. Pelear entre ellos no serviría de nada—. ¡Rusia era nuestro respaldo! ¡Teníamos un trato!
—El destino no hace tratos políticos —murmuró Arkadi—. Lo siento, muchacho. Mi visión se nubla. Tengo... tengo que descansar.
Sin esperar respuesta, Arkadi se dio la vuelta y caminó lentamente hacia los dormitorios, arrastrando los pies, evadiendo la responsabilidad con la excusa de su edad y su poder inestable.
Ryuusei se quedó solo en el centro de la sala. Volkhov estaba golpeando la pared con su puño, maldiciendo en ruso por la muerte de su presidente. Aiko tecleaba frenéticamente, intentando evaluar los daños a la red global.
Ryuusei se llevó las manos a la cabeza. El pánico, frío y agudo, empezó a trepar por su garganta.
—Tenemos que apoyar a Rusia —dijo en voz alta, tratando de convencerse a sí mismo—. Hice un pacto. Le prometí que si nos ayudaba, protegeríamos su nación de las sombras.
Pero luego miró a su alrededor.
¿Qué tenía?
Tenía una tortuga gigante que apenas podía moverse y que necesitaba dormir la siesta solar. Tenía un niño árbol que comía ciervos y jugaba con ardillas. Tenía un grupo de adolescentes traumatizados y un anciano que se negaba a ser útil. No tenía ejército. No tenía flota. No tenía apoyo aéreo.
Y Aurion acababa de matar a un jefe de estado con sus propias manos y había lanzado a todo el poder militar de Japón contra una Rusia decapitada.
—Estamos perdidos —susurró Ryuusei. La realidad lo golpeó como un mazo—. No somos una resistencia. Somos un chiste. Genbu no está lista. Nosotros no estamos listos.
La sala se sentía demasiado pequeña. El aire orgánico de la base lo estaba ahogando.
—Necesito... necesito aire.
Ryuusei se dio la vuelta y salió corriendo. Pasó por el túnel a toda velocidad, ignorando los gritos de Bradley o Aiko. Salió al bosque, bajo el cielo azul indiferente.
Cayó de rodillas sobre la hierba, respirando agitadamente. La magnitud del fracaso lo aplastaba. Había jugado a ser el líder, el estratega maestro, pero Aurion acababa de cambiar el tablero entero y Ryuusei ni siquiera tenía fichas para responder.
Estaban solos en medio de una guerra que ya habían perdido antes de empezar.
