Ryuusei caminaba hacia la espesura del bosque con pasos pesados, aplastando helechos y ramas secas, buscando alejarse tanto como fuera posible de la Base Genbu y del fracaso que esta representaba. Su respiración era irregular, cargada de una ira fría que amenazaba con desbordarse.
A unos cincuenta metros de la entrada, Kaira salió tras él. La psíquica aristócrata, usualmente impecable y distante, sentía la perturbación en la mente de su líder. Era un ruido estático de pánico y furia que le resultaba doloroso.
—Ryuusei —llamó Kaira, deteniéndose junto a un abeto—. No puedes simplemente irte. Necesitamos...
Ryuusei se giró bruscamente. No llevaba la máscara puesta, y la expresión en su rostro hizo que Kaira, una mujer que podía manipular mentes, diera un paso atrás por instinto. Sus ojos heterocromáticos brillaban con una mezcla volátil de odio y desesperación.
—No te acerques, Kaira —advirtió Ryuusei, levantando una mano. Su voz era un gruñido bajo—. No tengo ganas de hablar. No tengo ganas de que entres en mi cabeza y me digas que me calme. Vuelve adentro.
Kaira lo estudió por un segundo. Vio que la barrera emocional era impenetrable en ese momento. Asintió lentamente, respetando el límite, y se dio la vuelta, dejándolo solo con sus demonios.
Una vez solo, la furia de Ryuusei encontró un objetivo.
—Maldito viejo... —siseó al viento, pensando en Arkadi—. Maldito mago inútil.
Pateó una roca con fuerza, enviándola a volar contra un tronco.
—"Veo el futuro", dijo. "Veo dragones", dijo. ¡Puras estupideces! —gritó Ryuusei, su voz rompiendo la paz del bosque—. Desde que llegó, solo ha soltado acertijos poéticos. No me advirtió de la muerte del Presidente. No vio la flota japonesa. No ha aportado nada táctico, solo miedo y cuentos de hadas.
Ryuusei se apoyó contra un árbol, sintiendo que el mundo se le venía encima.
—Estoy solo —murmuró, deslizándose hasta quedar sentado en las raíces—. Tengo niños. Tengo un árbol bebé. Tengo un viejo senil. Y tengo a Aurion cazándome con el poder de una superpotencia. Estoy completamente solo.
De repente, una náusea violenta lo golpeó.
No fue un malestar estomacal normal. Fue como si alguien le hubiera metido un gancho de carnicero en el estómago y tirara hacia arriba. Ryuusei se dobló, agarrándose el abdomen, jadeando.
—¿Qué...? —intentó hablar, pero la bilis subió por su garganta.
Ryuusei se inclinó hacia adelante y vomitó.
Pero no salió comida. Ni ácido estomacal.
Lo que salió de su boca fue un torrente de líquido negro y viscoso, mezclado con sangre oscura y coagulada. Era espeso, frío como el hielo, y olía a tumba antigua y a flores marchitas. Ryuusei tosió, ahogándose, mientras la sustancia seguía saliendo, vaciándolo por dentro de una manera que sentía antinatural, como si estuviera expulsando su propia alma.
El charco negro en el suelo comenzó a burbujear. No se filtró en la tierra. Se movió. Se unió. Creció.
Ryuusei, limpiándose la sangre negra de la barbilla con el dorso de la mano, retrocedió arrastrándose, con los ojos desorbitados.
Del vómito surgió una forma. Primero una mano pálida, esquelética pero elegante. Luego un brazo. Luego una cabeza. Una figura se alzó desde la inmundicia, pero estaba impoluta.
Era una "chica". O algo que imitaba la forma de una.
Tenía la piel blanca como el mármol, casi translúcida. Su cabello era negro como el vacío entre las estrellas, flotando alrededor de su cabeza como si estuviera bajo el agua. Sus ojos eran totalmente negros, sin esclerótica ni iris, dos pozos de oscuridad infinita. Llevaba un vestido hecho de sombras que parecían humo solidificado.
Era hermosa de una manera que hacía doler los ojos. Una belleza tenebrosa, letal y perfecta.
La entidad miró a Ryuusei, quien temblaba en el suelo, y sonrió. Sus dientes eran afilados, como agujas de cristal.
—Lara te envía saludos, mi pequeño error en la ecuación —dijo la entidad. Su voz sonaba como hielo rompiéndose—. Soy Snow. Y he venido a limpiar tu desastre.
Ryuusei intentó ponerse de pie, pero sus piernas le fallaban. —¿Qué... qué eres? ¿Lara? ¿La Muerte?
Snow soltó una risa cristalina y cruel. Caminó hacia él, sus pies descalzos no tocaban el suelo, flotando a milímetros de la hierba.
—Soy su sombra. Su mensajera. Su perro guardián —dijo Snow, inclinándose hasta que su rostro quedó a centímetros del de Ryuusei—. Y tú... tú eres patético.
Snow se enderezó y comenzó a caminar en círculos alrededor de él, burlándose.
—Mírate. Tienes a una nación entera en tu contra. Involucraste a Rusia y mira cómo terminó: con su líder sin corazón en la Plaza Roja. Tienes un grupo de adolescentes hormonales que ni siquiera saben atarse los zapatos tácticos, mucho menos usar sus poderes en una guerra. No tienes ejército. No tienes flota. Y estás aquí, llorando en el bosque y culpando al abuelo mágico.
Ryuusei apretó los dientes, la humillación quemándole más que el vómito.
—¿Y qué quieres que haga? —espetó Ryuusei—. ¿Qué quiere Lara de mí?
—Ella quiere que sobrevivas —dijo Snow, dejando de sonreír—. Porque eres interesante. Y porque le debes una vida.
Snow extendió una mano hacia él.
—Te propongo un trato, Ryuusei. Yo soy la estrategia que te falta. Soy la frialdad que no tienes. Puedo guiarte. Puedo decirte cómo convertir a esos niños en asesinos y cómo ganar esta guerra imposible.
Ryuusei miró la mano pálida. Sabía que nada que viniera del Limbo o de la Muerte era gratis.
—¿A cambio de qué? —preguntó, desconfiado—. ¿Mi alma? ¿La vida de alguien?
—Nada... por ahora —respondió Snow con una sonrisa enigmática—. Lara cobra sus deudas al final, no al principio. Acepta mi ayuda, o muere aquí como un cobarde mientras Aurion desmantela a tu equipo pieza por pieza.
El miedo a la muerte de sus compañeros pesó más que el miedo a la entidad. Ryuusei tomó la mano de Snow. Estaba helada.
—Acepto —dijo con voz ronca—. Pero si tocas a mi equipo...
—Shhh. No estás en posición de amenazar —le cortó Snow.
La entidad se apartó y adoptó una postura de profesora estricta y sádica.
—Primero: Instrucciones —dijo Snow, enumerando con sus dedos largos—. Deja de entrar en pánico por la invasión japonesa. Japón ha enviado una flota, sí, pero no pueden desembarcar un ejército de ocupación total en un día. Es una táctica de miedo. Quieren que Rusia se rinda sin pelear. Tienes tiempo. No mucho, pero tienes.
—¿Cuánto?
—Tres meses —sentenció Snow—. En tres meses, la ocupación será total y Aurion vendrá por ti personalmente. Tienes noventa días para que tu grupo de inadaptados esté listo para matar dioses.
—Tres meses... —Ryuusei asintió. Era poco, pero era algo.
—Segundo: Arkadi —dijo Snow, su tono goteando veneno—. Ese viejo te está mintiendo, Ryuusei. Te ha llenado la cabeza con profecías vagas para manipularte. Tal vez ni siquiera ve el futuro. Tal vez solo es un charlatán que busca protección. Te llevará a la ruina con sus acertijos. Deberías desconfiar de él. O mejor... deshacerte de él.
Ryuusei sintió la insidia en sus palabras. Snow estaba sembrando discordia, intentando aislarlo. La ira volvió, pero esta vez, Ryuusei la dirigió hacia ella.
—¡Cállate! —ordenó Ryuusei—. Estoy enojado con él, sí. Pero no soy estúpido. No voy a caer en tu juego de dividir para conquistar. Arkadi es mi aliado, aunque sea un inútil ahora mismo. No voy a ceder al odio solo porque tú lo sugieres.
Snow arqueó una ceja, impresionada por la resistencia mental del chico.
—Bien. Tienes carácter. Eso me gusta. Entonces, hablemos de soluciones prácticas. Necesitas un ejército, ¿verdad? Y armas.
—No tengo recursos para contratar mercenarios —dijo Ryuusei.
—No necesitas dinero. Tienes a Kaira —dijo Snow, con una malicia brillante en sus ojos negros—. Tienes a una Moldeadora de Mentes de Clase Alfa.
—¿Qué sugieres?
—Canadá está cerca. Su capital, Ottawa, está a unas horas de vuelo —susurró Snow como una serpiente—. Envía a Kaira. Haz que entre en la mente del Primer Ministro canadiense. Que controle al General del Estado Mayor. Que consiga "ayuda militar voluntaria". Tanques, aviones, soldados. Canadá tiene un ejército decente. Hazlo tuyo.
Ryuusei se quedó helado.
—¿Controlar al líder de una nación del G7? —Ryuusei negó con la cabeza—. Eso es... eso me convertiría en un villano mundial, Snow. Si se descubre, tendré a la OTAN encima, no solo a Japón. Es un problema más, no una solución.
—¿Y qué? —Snow lo desafió, acercándose agresivamente—. ¿Vas a tener miedo de todo? ¿Tienes miedo de ensuciarte las manos? Aurion arrancó un corazón en televisión nacional. Tú estás preocupado por la ética de manipular a un político. ¿Quieres ganar o quieres ser un mártir moral?
Ryuusei dudó. La propuesta era tentadora pero terriblemente peligrosa. Cruzar esa línea significaba no haber retorno.
—Es demasiado arriesgado ahora —dijo Ryuusei finalmente—. Pero... lo consideraré como último recurso.
—Tómalo o déjalo —dijo Snow, encogiéndose de hombros—. Pero recuerda: la moralidad es un lujo de los vivos. Los muertos no tienen principios.
Snow comenzó a disolverse, su forma volviéndose líquida de nuevo.
—Mi tiempo aquí se acaba por hoy. Volveré cuando necesites recordatorios de tu insignificancia. Ahora... abre la boca.
—¿Qué? —Ryuusei retrocedió.
—Tengo que volver a mi contenedor —dijo Snow con una sonrisa burlona—. Y tú eres el envase.
Antes de que Ryuusei pudiera protestar, Snow se lanzó hacia él como un torrente de humo negro y líquido. Golpeó su rostro, forzando sus mandíbulas a abrirse, y se deslizó garganta abajo.
Ryuusei se atragantó, sintiendo el frío invasivo llenando su esófago y estómago de nuevo. Cayó de rodillas, tosiendo, sintiendo cómo la entidad se acomodaba en su interior, una segunda consciencia oscura durmiendo en sus entrañas.
Se quedó allí unos minutos, temblando, recuperándose de la violación física y mental.
Luego, se levantó. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos estaban claros. Tenía un plan. Tenía un plazo. Y tenía una sombra.
Ryuusei regresó a la Base Genbu. Caminó directamente a la sala de mando, donde el equipo seguía paralizado por las noticias.
—Apaguen la pantalla —ordenó Ryuusei. Su voz era firme, autoritaria.
Aiko obedeció, sorprendida por el cambio de actitud.
—Escuchen todos. La situación es crítica, pero no terminal. Japón quiere asustarnos. Quieren que nos rindamos. Pero tenemos tres meses antes de que la invasión sea total.
Ryuusei miró a cada uno de ellos.
—Mañana al amanecer empezamos el entrenamiento. No más juegos. No más dudas. Vamos a convertirnos en la pesadilla que Aurion teme. Descansen. Lo necesitarán.
El equipo asintió, contagiado por la repentina seguridad de su líder.
Ryuusei no se detuvo ahí. Caminó por los pasillos orgánicos hasta llegar a la habitación de Arkadi. Entró sin llamar.
El anciano mago estaba sentado en su cama, aún con la mirada perdida.
—Ryuusei... —empezó a decir Arkadi.
—Cállate y escucha —le cortó Ryuusei, cerrando la puerta tras de sí—. No me importa si tus visiones son borrosas o si estás cansado por tener ciento ocho años. Eres el Sabio Arcano de este equipo. Te necesito funcional.
Ryuusei se acercó, señalándolo con un dedo.
—No vuelvas a fallar en tus predicciones. Si ves sangre, dímelo. Si ves muerte, dímelo. No me protejas con silencios. Necesito saber dónde están las minas antes de pisarlas.
Arkadi suspiró, recuperando un poco de su dignidad. Se puso de pie, enfrentando al joven.
—No soy tu horóscopo personal, Ryuusei. La magia no es un servicio de meteorología. Veo lo que el destino me permite ver. Pero... entiendo tu frustración. Intentaré afinar la sintonía. Pero no me culpes por la tormenta solo porque soy el único que tiene paraguas.
—Solo... haz tu trabajo, Arkadi. O Snow tendrá razón sobre ti —murmuró Ryuusei para sí mismo antes de dar media vuelta y salir azotando la puerta.
Ryuusei caminó hacia el baño de la zona de viviendas. Cerró el pestillo. Abrió el grifo y se echó agua fría en la cara, tratando de lavar la sensación del vómito negro y la presión de la entidad en su interior.
Se miró al espejo. Vio las ojeras profundas, la piel pálida, el miedo en el fondo de sus pupilas heterocromáticas. Pero también vio determinación.
—Tú puedes —se dijo a su reflejo, su voz sonando extraña en el pequeño cuarto—. Tienes a Snow. Tienes el poder. Puedes salvarlos. Tienes que salvarlos.
Se secó la cara con una toalla áspera. La debilidad se fue por el desagüe junto con el agua.
A la mañana siguiente, Ryuusei reunió a todos en la gran sala de entrenamiento, un espacio vacío y acolchado que Aiko había preparado. Estaban todos: Volkhov, Bradley, Brad, Amber, Kaira, Charles, Ezekiel, incluso Sylvan (en forma de niño) y Aiko.
Ryuusei se paró frente a ellos, vestido con ropa de combate ligera.
—Primero que nada —dijo Ryuusei, bajando la cabeza ligeramente—. Quiero disculparme por salir corriendo ayer. Fue... un momento de debilidad. No volverá a pasar. Soy su líder, y me quedaré hasta el final, sea cual sea.
Levantó la cabeza, sus ojos ardiendo con fuego renovado.
—Ahora, olviden sus poderes por un momento. La magia se agota. La energía se gasta. Pero sus puños y sus instintos siempre están ahí. Hoy empezamos con lo básico. Combate cuerpo a cuerpo. Quiero que suden. Quiero que sangren un poco. Quiero que aprendan a sobrevivir cuando todo lo demás falle.
Ryuusei se puso en guardia.
—Volkhov, tú conmigo. Vamos a mostrarles cómo se pelea de verdad.
El entrenamiento para la guerra contra los dioses había comenzado.
