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Chapter 150 - El Viaje Silencioso

El sonido de carne golpeando contra carne resonó en la sala de entrenamiento acolchada de la Base Genbu. No había poderes, ni luces, ni explosiones. Solo sudor, respiración agitada y técnica pura.

En el centro del tatami improvisado, Ryuusei y Volkhov eran dos borrones de movimiento. El francotirador ruso, un gigante de músculo entrenado en Systema y combate militar, lanzaba golpes diseñados para incapacitar o matar. Eran eficientes, brutales y directos.

Pero Ryuusei era agua.

Cuando Volkhov lanzó un directo de derecha capaz de romper una mandíbula, Ryuusei pivotó sobre su talón, desvió el brazo del ruso con la palma abierta y se deslizó dentro de su guardia. Antes de que Volkhov pudiera reaccionar, Ryuusei le barrió la pierna de apoyo y usó el propio impulso del gigante para derribarlo.

El impacto contra la colchoneta fue sísmico. Ryuusei terminó con una rodilla sobre el pecho de Volkhov y un puño detenido a milímetros de su garganta.

—Muerto —jadeó Ryuusei.

Volkhov soltó una carcajada ronca, golpeando el suelo en señal de rendición.

—Bien hecho, komandir. Tienes instintos de lobo. No peleas como un soldado, peleas como un superviviente.

Ryuusei se levantó y le ofreció la mano a Volkhov. El equipo, que había estado observando en silencio, soltó el aire contenido. Su líder no solo daba órdenes; podía respaldarlas con los puños.

—Bien, escuchen todos —dijo Ryuusei, limpiándose el sudor de la frente—. La magia se agota. La munición se acaba. Pero sus manos siempre están ahí. Hoy aprenderán a usarlas.

Miró a Aiko, quien estaba sentada en un banco balanceando las piernas.

—Aiko, tú estás exenta. Sé que tu abuelo te entrenó en artes marciales desde que podías caminar.

Aiko sonrió, sacando una piruleta. —Gracias. Disfrutaré viéndolos sufrir.

Ryuusei sacó una bolsa de lona llena de guantes de boxeo y MMA.

—Pónganse esto. Vamos a hacer sparring. Quiero ver de qué están hechos bajo presión.

Las parejas se formaron rápidamente bajo la orden de Ryuusei.

Bradley vs. Ezekiel: La velocidad contra el espacio. Fue un caos de movimiento. Bradley intentaba conectar jabs rápidos, pero Ezekiel se teletransportaba justo detrás de él cada vez que el puño se acercaba. —¡Quédate quieto, fantasma! —gritaba Bradley, frustrado, golpeando el aire. —¡Eres muy lento para ser un velocista! —se burlaba Ezekiel, apareciendo para darle una colleja y desaparecer de nuevo.

Brad vs. Charles: La solidez contra la inestabilidad. Brad, el elemental de tierra, tenía una guardia impenetrable, absorbiendo los golpes de Charles como un muro. Charles, más ágil pero menos resistente, trataba de encontrar huecos, aprendiendo a moverse en lugar de solo explotar cosas.

Kaira vs. Amber: La princesa contra la gótica. Fue la pelea más técnica y viciosa. Kaira, a pesar de su apariencia delicada, tenía conocimientos de defensa personal de élite. Amber, criada en laboratorios, peleaba sucio, buscando puntos de presión. —Cuidado con las uñas, querida —jadeaba Kaira, bloqueando una patada. —Cuidado con el ego, alteza —respondía Amber, barriendo sus pies.

Finalmente, Ryuusei llevó a Sylvan al exterior, al claro del bosque, ya que el niño-árbol era demasiado fuerte para el interior. —¡Juego! —gritaba Sylvan (en su forma de niño de 4 años), lanzando puñetazos que, aunque juguetones, rompían rocas. Ryuusei pasó la tarde esquivando golpes capaces de derribar edificios, enseñándole al niño a controlar su fuerza, a detener el golpe antes del impacto, a protegerse en lugar de solo aplastar.

Pasaron tres semanas. El entrenamiento fue brutal, constante y transformador. Los cuerpos de los adolescentes se endurecieron. Sus mentes se agudizaron.

Una noche, mientras la base dormía, Ryuusei llamó a Kaira a la sala de mando. La iluminación era tenue, proyectando sombras largas que acentuaban las ojeras de Ryuusei. La influencia de Snow se notaba en la frialdad de su mirada.

—Siéntate, Kaira —dijo Ryuusei, sin preámbulos.

Kaira se sentó, cruzando las piernas con elegancia. —¿Qué pasa? Te ves más lúgubre de lo normal. ¿Arkadi te contó otro cuento de terror?

—Tengo una misión para ti. Una misión crítica. —Ryuusei proyectó un mapa holográfico de América del Norte. Un punto rojo brillaba en el norte—. Tienes que ir a Ottawa.

—¿Canadá? —Kaira arqueó una ceja—. ¿De compras? He oído que el invierno es terrible.

—No. Vas a ir a la colina del Parlamento —dijo Ryuusei, bajando la voz—. Necesito que entres en la residencia del Primer Ministro. Necesito que uses tu poder, Kaira. Quiero que tomes el control de su mente.

Kaira se quedó helada. La sonrisa burlona desapareció de su rostro.

—Ryuusei... estás hablando de un Golpe de Estado psíquico. Eso es... eso es terrorismo de alto nivel. Si hago eso, no habrá vuelta atrás.

—Ya no hay vuelta atrás —cortó Ryuusei, golpeando la mesa. La imagen del corazón del presidente ruso estallando brilló en su memoria—. Aurion tiene un ejército. Japón tiene una flota. Nosotros tenemos ardillas y sueños. Necesito las Fuerzas Armadas Canadienses. Necesito sus tanques, sus aviones y sus recursos. Y tú eres la única llave.

Kaira lo miró fijamente. Vio la desesperación y la oscuridad en él. Suspiró, aceptando el peso de la corona de espinas.

—Está bien. Lo haré. Por el equipo.

—No irás sola —añadió Ryuusei—. Necesitas un escolta. Alguien que te lleve rápido y te proteja si las cosas salen mal. Tienes que elegir: Ezekiel o Bradley.

Kaira no dudó ni un segundo.

—Bradley.

Ryuusei pareció sorprendido. —¿Bradley? Ezekiel es un teletransportador. Llegarían en instantes. Bradley tiene que correr.

—Ezekiel es un inmaduro y un acosador en potencia —dijo Kaira con frialdad—. Bradley es un idiota, pero es leal. Y tiene fuerza bruta. Si tengo que controlar la mente de un político, necesito a alguien que pueda sacarme de allí a golpes si mi cerebro se fríe. Bradley es mi elección.

Ryuusei asintió. —Hecho. Díselo. Salen mañana al amanecer.

Kaira encontró a Bradley en la cocina, comiendo un tazón de cereales nocturno. Cuando le explicó la misión —controlar al líder de una nación del G7 y convertir a Canadá en su títere—, Bradley se puso tan pálido que casi se le cae la cuchara.

—¿El... el Primer Ministro? —tartamudeó Bradley—. ¿Yo? ¿Contigo? ¿Solos?

—Sí, genio. Intenta no desmayarte, te necesito sólido.

El amanecer trajo consigo una neblina fría. Kaira y Bradley estaban en el linde del bosque, con mochilas ligeras. El resto del equipo se había despedido brevemente.

—El camino a Ottawa es largo —dijo Bradley, ajustándose las zapatillas reforzadas que Aiko le había modificado—. Unos 3.500 kilómetros desde aquí. Si vamos en transporte público, nos rastrearán.

—Entonces, ¿cuál es el plan, Flash? —preguntó Kaira, ajustándose su abrigo de diseñador.

Bradley se sonrojó ligeramente y señaló su propia espalda.

—Puedo correr. He estado mejorando mi resistencia. Puedo mantener una velocidad subsónica constante durante horas. Llegaremos en dos o tres días si vamos a pie. Pero... tendrías que subirte.

Kaira miró la espalda de Bradley y luego sus propias botas de tacón bajo.

—¿Me estás pidiendo que te monte como a un caballo de carga?

—Te estoy pidiendo que me dejes llevarte para que no tengamos que robar un coche y alertar a la policía —replicó Bradley, tratando de sonar profesional—. Por favor, Kaira. Solo... agárrate fuerte.

Kaira suspiró, derrotada por la lógica.

—Bien. Pero si me despeinas demasiado, te licúo el cerebro.

Bradley se agachó. Kaira subió a su espalda, pasando los brazos alrededor de su cuello y las piernas alrededor de su cintura. El contacto fue eléctrico para Bradley, quien tuvo que morderse la lengua para no decir una estupidez.

—¿Estás listo? —preguntó Kaira cerca de su oído.

—Sí. Eh... Kaira, por favor, guíame. Y dime si... dime si necesitas descansar. O si eres muy pesada, dímelo para parar.

¡Pum!

Kaira le dio un golpe seco en la nuca con los nudillos.

—¡Auch! ¿Por qué fue eso? —se quejó Bradley.

—Por insinuar que estoy gorda, imbécil. ¡Corre de una vez!

Bradley sonrió a pesar del dolor, activó su energía cinética y salió disparado, dejando una estela de polvo y hojas secas.

El viaje fue una odisea a través de la inmensidad salvaje de Canadá. Corrieron a través de praderas interminables, bordearon los Grandes Lagos y cruzaron bosques densos.

Bradley corría con una fluidez hipnótica, su cuerpo envuelto en un aura que desviaba el viento para proteger a Kaira. Pero el esfuerzo era titánico.

Al segundo día, pararon en un claro cerca de Thunder Bay para descansar. Bradley se dejó caer en la hierba, empapado en sudor, jadeando como una locomotora.

Kaira se bajó con cuidado, estirando las piernas. Se sentó junto a él y le pasó una botella de agua.

—Oye... —dijo Kaira, su voz más suave de lo habitual, despojada de su sarcasmo defensivo—. ¿No te duele?

—¿Qué? —preguntó Bradley entre tragos de agua.

—La cabeza. Los músculos. Correr así... a esa velocidad, con peso extra. Tu cerebro debe estar procesando el entorno mil veces más rápido que un humano normal. Eso tiene que doler.

Bradley se limpió la boca con el dorso de la mano y miró al cielo.

—Duele —admitió—. Es como si tuviera estática en el cerebro todo el tiempo. Y mis piernas arden. Pero... vale la pena.

—¿Por qué? —Kaira lo miró con curiosidad genuina.

—Porque estoy haciendo algo útil. Y... —Bradley la miró de reojo, sus mejillas rojas no solo por el esfuerzo— ... porque estoy contigo. Y no te estás quejando ni insultándome cada cinco minutos. Es agradable.

Kaira se quedó callada. Por primera vez, no tuvo una respuesta mordaz. Simplemente asintió y miró hacia otro lado, ocultando una leve sonrisa.

—Descansa, tonto. Aún nos falta mucho.

Kaira se recostó contra un árbol y cerró los ojos. El cansancio la venció rápido.

Bradley se quedó despierto un rato más, observándola. En sueños, Kaira no parecía la manipuladora fría ni la aristócrata arrogante. Parecía solo una chica de diecisiete años con demasiada responsabilidad.

Bradley juntó las manos, un gesto que no solía hacer. No era religioso; la vida de un marginado le había quitado la fe hacía mucho. Pero en ese momento, bajo el cielo estrellado, sintió la necesidad de agradecer a algo.

—Dios... o Universo, o quien sea que escuche —susurró Bradley—. Gracias. Sé que vamos a hacer algo malo. Vamos a robar un país. Pero... gracias por este momento. Gracias por dejarme estar aquí con ella. Protégela, por favor. A mí no me importa lo que me pase, pero cuídala a ella.

Se quedó mirando su rostro un momento más, sintiendo que el corazón le latía más rápido que cuando corría.

Al tercer día, la realidad física los detuvo.

Estaban cerca de Sudbury cuando Bradley tropezó. No por cansancio, sino por fallo mecánico.

Se detuvieron en el arcén de una carretera desierta. Bradley miró sus pies. Las zapatillas reforzadas que Aiko había preparado estaban destrozadas. La fricción había quemado las suelas hasta dejarlas casi inexistentes, y sus pies estaban llenos de ampollas sangrantes.

—Mierda —susurró Bradley.

Kaira miró sus pies y frunció el ceño con preocupación.

—No puedes seguir así. Te vas a destrozar los huesos.

—Puedo seguir —insistió Bradley, intentando levantarse—. Solo ignoro el dolor.

—No seas mártir, Bradley. —Kaira miró alrededor. A lo lejos, se veían las luces de un pueblo pequeño y una estación de servicio con una tienda de deportes genérica al lado—. Vamos a parar. Necesitas comer algo que no sea una barra de proteínas rancia y necesitas zapatillas nuevas.

—No tenemos dinero canadiense —recordó Bradley.

Kaira se ajustó las gafas de sol y sonrió con esa malicia encantadora que la caracterizaba.

—Tenemos mi mente, cariño. Entraremos, tomaremos las mejores zapatillas que tengan, comeremos una hamburguesa decente, y el cajero estará encantado de regalárnoslo todo. Es hora de usar mis talentos para el bien común... o al menos, para tus pies.

Bradley rió, apoyándose en ella para caminar.

—Me gusta cómo piensas, jefa.

Caminaron juntos hacia las luces del pueblo, cojeando pero unidos, listos para robar zapatos antes de robar una nación.

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