Las luces de neón de una pequeña ciudad en las afueras de Sudbury parpadeaban bajo el cielo nocturno. Bradley se detuvo en la esquina de una calle comercial, jadeando ligeramente, mirando hacia el escaparate de una tienda de deportes. Sus pies, envueltos en lo que quedaba de las zapatillas modificadas por Aiko, sangraban. La suela izquierda había desaparecido por completo hace cincuenta kilómetros.
—Voy a entrar —susurró Bradley, ajustándose la capucha de su sudadera sucia—. Entro, agarro lo primero que vea en mi talla y salgo antes de que parpadeen. Nadie me verá.
Kaira, que se había bajado de su espalda para estirar las piernas y arreglarse el cabello (que milagrosamente seguía casi perfecto), lo detuvo agarrándolo por la manga.
—No seas vulgar, Bradley —dijo Kaira con un tono de reprimenda, como si estuviera corrigiendo a un niño que come con la boca abierta—. No somos ladrones de callejones que rompen escaparates. Tenemos clase. Vamos a entrar por la puerta principal.
—Kaira, mírame —Bradley señaló su ropa llena de polvo del camino y sus zapatos destrozados—. Parezco un vagabundo. Tú pareces una modelo que se perdió en el bosque. Vamos a llamar la atención.
—Exacto. Entraremos juntos. Camina derecho.
Kaira empujó la puerta de cristal. Una campanilla electrónica anunció su llegada. La tienda estaba vacía, salvo por una empleada de mediana edad que estaba revisando su teléfono detrás del mostrador. El lugar olía a goma nueva y ambientador barato.
Bradley caminó incómodo hacia la sección de calzado, dejando pequeñas huellas de polvo en el piso pulido. Kaira, por su parte, se dirigió a la sección de ropa deportiva femenina, examinando las chaquetas térmicas con ojo crítico.
Bradley tomó unas zapatillas de running de alta gama y miró la etiqueta.
—¿Doscientos cincuenta dólares? —exclamó Bradley en voz baja, con los ojos desorbitados—. ¿Qué tienen? ¿Propulsores? ¿Están hechas de piel de unicornio? Ryuusei nos da comida y techo, pero nunca nos dio sueldo. No tengo ni para los cordones.
—Pruébatelas —ordenó Kaira desde el otro pasillo, sosteniendo una bufanda de cachemira—. Y busca unos calcetines gruesos. Hace frío.
Bradley se sentó en el banco de prueba y se quitó los restos de sus zapatillas. El olor a pies cansados y sangre seca fue sutil, pero suficiente para arrugar la nariz.
La empleada levantó la vista. Vio a Kaira, elegante y altiva, y luego vio a Bradley. Vio la ropa sucia, el pelo revuelto por el viento y, sobre todo, los pies heridos y sucios. Su expresión se agrió de inmediato.
La mujer salió de detrás del mostrador y caminó hacia Bradley con pasos pesados y decididos.
—Oye, tú —dijo la mujer con voz chillona y desagradable—. Deja eso en su sitio.
Bradley se congeló con una zapatilla en la mano. —Solo me las estoy probando, señora.
—Sí, claro. Y luego vas a salir corriendo con ellas puestas. Ya me sé el truco —la mujer lo miró de arriba abajo con un desprecio absoluto, arrugando la nariz—. Esta tienda es para clientes, no para vagabundos. Mira cómo has dejado el suelo. Das asco. Lárgate antes de que llame a la policía. No queremos gente pobre ensuciando la mercancía.
Bradley bajó la mirada, avergonzado. Estaba acostumbrado a ser tratado así antes de unirse a Ryuusei, pero dolía igual.
—Lo siento —murmuró Bradley, empezando a levantarse—. Ya me voy.
—No —dijo una voz fría y cortante.
Kaira apareció detrás de la empleada. No había hecho ruido al acercarse. Se había quitado las gafas de sol, y sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa bajo las luces fluorescentes.
—¿Qué has dicho? —preguntó Kaira suavemente.
La empleada se giró, sorprendida, pero mantuvo su actitud defensiva. —Le dije a tu amigo que se largue. Esto no es un refugio de caridad. Si no tienen dinero, fuera.
Kaira sonrió. No fue una sonrisa amable. Fue la sonrisa de un depredador que acaba de encontrar una presa divertida.
—Tienes una boca muy grande para un cerebro tan pequeño —dijo Kaira, dando un paso adelante. La temperatura en la tienda pareció bajar varios grados—. Acabas de insultar a mi escolta. Y detesto la mala educación.
—¿Quién te crees que eres? —la mujer intentó retroceder, pero se encontró incapaz de mover las piernas.
Kaira clavó su mirada en los ojos de la mujer.
—Soy tu peor pesadilla, querida. Mírame.
Kaira invadió la mente de la empleada. No fue un control sutil. Fue un martillazo psíquico. La mujer jadeó, sus pupilas se dilataron hasta cubrir todo el iris. Su expresión de desprecio se derritió, reemplazada por una adoración vacía y temerosa.
—Ahora —dijo Kaira con voz de seda—, vas a disculparte. Y luego, vas a insistir en que nos llevemos todo lo que queramos. Como un regalo corporativo por ser los clientes número un millón. ¿Entendido?
La mujer parpadeó, y una sonrisa grotesca y forzada apareció en su rostro.
—Oh... ¡mis disculpas, señor! —dijo la mujer, girándose hacia Bradley con un entusiasmo robótico—. ¡Qué error tan terrible! Por favor, por favor, acepte estas zapatillas. Y esas chaquetas. ¡Todo es gratis hoy! ¡Es la política de la casa para gente tan distinguida!
Bradley miró a Kaira, y luego a la mujer.
—Kaira... —susurró—. No era necesario. Solo era un insulto. Estoy acostumbrado.
Kaira ignoró a Bradley y comenzó a llenar una bolsa con ropa, guantes y suministros.
—Toma las zapatillas, Bradley. Y agarra otro par de repuesto. Y esas barras energéticas del mostrador.
Salieron de la tienda cinco minutos después, vestidos con ropa térmica nueva de alta calidad y con los estómagos llenos de chocolate y bebidas isotónicas. La empleada los despidió desde la puerta, saludando con la mano como si fueran la realeza, mientras su mente seguía atrapada en el bucle que Kaira le había impuesto.
Ya en la carretera oscura, Bradley corría a un ritmo moderado, cargando a Kaira.
—En serio, Kaira —dijo Bradley sobre el viento—. Gracias, pero... fue arriesgado. Podría haber llamado a la policía antes de que la controlaras.
—Nadie merece ser insultado por cómo se ve, Bradley —dijo Kaira cerca de su oído. Su voz había perdido la arrogancia y sonaba genuinamente molesta—. Especialmente tú. Estás cargando conmigo a través de medio continente. Eres un Marginado de Sexta Generación. Eres más valioso que toda esa tienda y su triste vida. Que nadie te diga lo contrario.
Bradley sintió que las orejas se le ponían rojas. No supo qué responder, así que simplemente corrió un poco más rápido, agradecido por la oscuridad que ocultaba su sonrisa.
—Además —continuó Kaira, cambiando de tema—, esto es parte del plan.
—¿Robar zapatillas?
—No. Dejar rastro. —Kaira señaló las luces de otro pueblo a lo lejos—. No podemos ir directo a Ottawa de un tirón. Necesito hacer paradas en estos pueblitos.
—¿Para qué? —preguntó Bradley.
—Para sembrar semillas —explicó Kaira—. Cada vez que uso mi poder en alguien, dejo una "marca". Un nodo psíquico. Si controlo a suficiente gente clave en el camino... policías locales, alcaldes de pueblos pequeños, dueños de estaciones de servicio... estoy creando una red. Una telaraña invisible que cubre la provincia de Ontario.
Kaira soltó una risita que sonó un poco maníaca.
—Cuando lleguemos a Ottawa y tome al pez gordo, activaré la red. Tendré ojos y oídos en todas partes. Canadá no será solo un aliado forzado, Bradley. Será mío. Seré la Reina de este país helado.
Bradley sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el viento.
—Bromeas, ¿verdad? —preguntó nervioso—. ¿Reina? Eso suena un poco... supervillano.
Kaira le dio un golpecito en la cabeza.
—Es una broma, tonto. Relájate. Pero la red es real. Es estrategia. Ryuusei quiere un ejército, yo le daré una nación. Ahora sigue corriendo, mi corcel.
Continuaron avanzando. Hicieron paradas estratégicas como Kaira había dicho. En Pembroke, controló a un oficial de policía para que les diera un aventón en su patrulla durante cien kilómetros. En Arnprior, convenció al gerente de un motel para que les dejara usar una habitación por dos horas para ducharse y comer caliente sin registrar sus nombres.
En esa habitación de motel barato, mientras comían pizza recalentada sentados en el suelo (Kaira se negó a sentarse en la colcha de dudosa higiene), la conversación se tornó seria.
—Oye, Kaira —dijo Bradley, jugando con la corteza de la pizza—. ¿Qué opinas de Ryuusei últimamente?
Kaira dejó su refresco en la mesita de noche y suspiró. Se quitó las gafas de sol, mostrando sus ojos cansados por el uso constante de su poder.
—Ha cambiado —admitió Kaira—. Desde que se fue al bosque el solo. Hay una oscuridad en él que antes no estaba. Está más frío. Más dispuesto a sacrificar peones.
—¿Confías en él? —preguntó Bradley.
—Sí —respondió Kaira sin dudar—. Confío en que nos llevará a la victoria. Ryuusei es el único que tiene la voluntad para enfrentar a Aurion. Pero... me preocupa lo que quedará de él cuando esto termine.
Bradley asintió. —Yo también confío en él. Me sacó de las calles. Pero... hay algo que no me cuadra.
—¿Qué?
—Arkadi —dijo Bradley, frunciendo el ceño—. Ese viejo... no me cae bien.
Kaira soltó una risa seca. —Ah, el "Sabio". Comparto tu opinión.
—¿Verdad? —Bradley se animó, feliz de no ser el único—. Aiko lo adora. Amber lo trata como a un abuelo. Volkhov lo respeta como a un veterano. Pero nosotros...
—Nosotros vemos la arrogancia —terminó Kaira—. Arkadi habla mucho pero hace poco. A veces creo que es un fraude. O peor, que sabe todo y elige no decirnos para manipularnos.
—Exacto —dijo Bradley—. Ryuusei también está harto de él. Lo vi salir de su cuarto gritando el otro día. Ese viejo oculta cosas. No me gusta la gente que oculta cosas mientras nosotros nos jugamos el cuello.
—Bueno —Kaira se estiró, bostezando—, por ahora, Arkadi es un mal necesario. Aiko confía en su tecnología, y necesitamos a Aiko. Así que toleramos al viejo. Pero mantén los ojos abiertos, Bradley. Si el mago intenta algo raro... tú eres rápido.
—Lo seré —prometió Bradley.
Retomaron el viaje. Los últimos kilómetros hacia Ottawa fueron los más duros. Bradley ya no corría a velocidad supersónica; trotaba a un ritmo humano, sus reservas de energía casi agotadas por días de esfuerzo continuo cargando peso extra.
Finalmente, al amanecer del cuarto día, llegaron a una colina que dominaba el valle.
Abajo, brillando con las primeras luces del día, estaba Ottawa. Los edificios góticos del Parlamento se alzaban imponentes, con la Torre de la Paz destacando contra el cielo. El río fluía tranquilo. Era una vista impresionante, el corazón de una nación del G7.
Bradley se detuvo. Sus piernas temblaban violentamente. Dejó a Kaira en el suelo con suavidad y luego se derrumbó sentado en la hierba, respirando como si sus pulmones estuvieran ardiendo.
—Llegamos... —jadeó Bradley, incapaz de levantarse—. Ahí está. El objetivo.
Kaira se alisó la ropa nueva y miró la ciudad con una mezcla de ambición y cansancio. Luego miró a Bradley, que estaba hecho un desastre de sudor y polvo a sus pies.
Su expresión se suavizó. Se agachó y puso una mano en su hombro.
—Lo hiciste bien, Bradley —dijo ella suavemente—. Me trajiste hasta aquí sana y salva. Eres increíble.
Bradley sonrió débilmente, con los ojos medio cerrados.
—Kaira... por favor... —murmuró—. Necesito... descansar un rato. Solo... cinco minutos. Mis piernas no responden. Estoy muy exhausto.
—Lo sé —Kaira se sentó a su lado en la hierba, sin importarle la suciedad esta vez—. Descansa. Duerme un poco. No atacaremos ahora. Esperaremos a la noche. Yo vigilo.
Bradley cerró los ojos y se desmayó en el sueño casi al instante, bajo la sombra protectora de la chica que planeaba robar un país para él.
