El viento bajaba por la colina como si arrastrara un idioma que ya no recordaba hablar. Un susurro antiguo y lento, cargado de polvo... y de recuerdos. Las altas briznas de hierba se doblaban en ondas, todas apuntando hacia la ciudad en ruinas que dormitaba en el valle.
Larkos.
No como lo recordaba…
sino como su cadáver.
Me quedé inmóvil. La luz del amanecer apenas atravesaba el manto de nubes grises, y ese mismo color parecía impregnarlo todo: las paredes, las calles, el aire. Era un silencio extraño... uno que pesaba.
Saliva tragué. El sabor metálico me recordó que aún tenía los labios partidos.
Mis entradas también estaban hechas pedazos.
"Bueno...", murmuré con una voz que no sonaba a nada. "Sobrevivimos. Supongo."
La palabra sobrevivió dejó un eco amargo.
Sí, se había escapado con la vida del tutorial.
Pero estar vivo no significaba estar preparado.
Mi mano seguía apretada en un puño. No sabía si sostenía el fragmento blanco o solo sangre seca. No quería abrirlo todavía.
Di un paso y la vista de la ciudad se desplegó de golpe.
Paredes agrietadas, Casas derrumbadas Torres de vigilancia inclinadas como dientes podridos, Puertas arrancada, Calles hundidas.
Y aún así… había algo.
Un leve zumbido.
Un corazón enterrado, todavía latiendo.
Larkos no estaba completamente muerto.
Sólo… dormido.
Como yo.
Respire hondo. El aire olía a tierra mojada, a hojas quemadas ya algo antiguo. Tan diferente del aire artificial de los ascensores, del olor metálico del metro, del eterno murmullo de mi otra vida.
Un recuerdo me atravesó:
Rascacielos de cristal.
Luces que nunca se apagaron.
Motores rugiendo.
Multitudes sin rostro.
Y yo allí, pequeñita, empujada por la corriente humana.
Parpadeé y la imagen se disolvió.
Estaba de nuevo en el valle silencioso.
De vuelta a Larkos.
De vuelta a mí mismo.
El choque entre mis dos vidas martilleaba detrás de mis ojos.
Dos mundos que nunca estuvieron destinados a tocarse… y ahora estaban chocando dentro de mi mente.
Negué con la cabeza. Necesitaba orden.
Objetivo: Reconstruir Larkos.
Sólo eso.
Justo.
Como si fuera una tarea pequeña.
Me dejé caer sobre una roca. La profunda fatiga seguía anclada en mis huesos. Sí, el sistema me había "restaurado", cerrando heridas, fusionando huesos. Pero la sensación de estar roto por dentro seguía intacta.
Mi aliento salió en una nube blanca. El frío se deslizó colina abajo como una advertencia.
"Repasemos..." susurré, intentando darle forma al caos mental.
1. EL MUNDO
No era el del juego.
Fue similar, sí.
Tenía la misma arquitectura: ciudades, torres, ecos, habilidades…
Pero allí, nada dependía de mí.
Aquí cada decisión que tomé podría romper algo.
Era como si el sistema hubiera sido diseñado para jugadores obedientes.
Y ya había roto varias reglas sin querer.
2. LARKOS
La ciudad de inicio.
El punto de partida para cualquier jugador.
En el juego, era un hermoso caos: vendedores gritando, herreros martillando metal, aprendices de mago quemando accidentalmente sus túnicas, músicos tocando flautas de viento, guardias pulidos como estatuas.
Aquí había polvo. Escombros. Silencio.
Un silencio tan profundo que podía escuchar mi propio corazón:
golpe… golpe… golpe…
Ese ritmo me recordó a otro.
El latido del Eco Blanco dentro de mi pecho.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
3. MI HABILIDAD DORADA
Lo sentí.
No como un aura o una energía.
Como un peso. Una presencia.
No brillaba.
No se quemó.
No vibró.
Simplemente… observaba.
Como un ojo cerrado.
Un arma sin forma.
Un potencial plegado, oculto, en múltiples posibilidades.
Como si cada versión estuviera esperando la correcta.
La absorción había sido un infierno. No era un dolor físico común.
Algo más primitivo. Más profundo.
Como si me hubieran raspado el alma con un cincel.
Y aún así…estaba dormido.
Listo, pero no despierto.
Sí, tenía una habilidad dorada.
Pero no pude usarlo.
Pero mi cuerpo ahora estaba inestable.
Sí, había sobrevivido.
Pero el mundo no iba a esperarme.
4. LAS SIETE FAMILIAS
Sabía muy poco.
El sistema apenas me había mostrado rastros cuando mi afinidad se desbloqueó.
Los nombres parecían ecos de viejas historias:
—Asterión.
—Vellhart.
—Rathborne.
—Sigrado.
—Kaelis.
—Montclair.
—Otrael.
Siete familias.
Siete dominios.
Y en el centro…
Larkos.
La ciudad sin dueño.
Pero la fundación del mundo.
Si cayera… todo el mapa se debilitaría.
5. LAS TORRES
El verdadero problema.
No eran mazmorras.
Ni misiones diarias.
Eran relojes.
Relojes contando los días hasta la destrucción.
La Torre 1 implosionaría en un año.
Y cuando lo hizo:
Monstruos de todos los niveles saldrían en hordas,
Las otras torres subirían de nivel,
Los jefes se volverían más peligrosos,
y el mundo se desestabilizaría.
Un año.... Dejé escapar un suspiro largo y cansado.
"Perfecto...cosas fáciles."
Me puse de pastel. Mis rodillas crujieron.
Ante mí se extendía el camino hacia Larkos: adoquines rotos, maleza entre las piedras, casas en ruinas a ambos lados, un arco destrozado que alguna vez debió ser imponente.
Mi corazón latía más fuerte.
No por miedo.
De la responsabilidad.
Aprete el puño.
Sentí algo sólido.
Una superficie lisa.
El fragmento blanco.
El alivio casi me hizo doblar las rodillas.
No dije nada.
No quería romper el momento.
Fijé mis ojos en la ciudad.
El viento soplaba hacia mí, como si quisiera empujarme.
Eiden Larkos.
Un extra sin papel, Un nombre sin historia.
Y aún así…
El sistema me había traído aquí.
A mi origen.
Unas ruinas perdidas.
A mi primera misión, aunque no esté anunciada.
"Bueno, entonces...", murmuró. "Vamos a reconstruir un mundo destruido".
Di el primer paso.
La tierra crujió bajo mis botas, rompiendo el silencio por primera vez.
Y mientras caminaba, el viento llevaba mis palabras hacia las ruinas:
"No fallaré."
No este mundo.
No esta ciudad.
No soy el chico que una vez fui.
