Cherreads

Chapter 34 - Capítulo 34 — “Antes de cruzar”

🔥✝️ Capítulo 34 —

“Antes de cruzar”

Eiden estaba a un paso de la torre.

Un solo paso.

La entrada principal respiraba luz blanca, limpia, perfecta. Demasiado perfecta para una ciudad que se caía a pedazos. Las puertas no estaban cerradas. Tampoco abiertas del todo. Una invitación elegante… como esas sonrisas que esconden una navaja.

Eiden no avanzó.

No fue miedo.

No fue duda.

Fue algo peor para el sistema: criterio.

El aire se sentía tenso, como si la noche estuviera conteniendo el aliento. El ruido lejano de la ciudad seguía ahí, pero mal puesto, desfasado. Todo sonaba… ensayado.

—No —murmuró.

Y entonces pasó.

El disparo no sonó primero.

El impacto vino después.

Eiden se movió antes de entender. El cuerpo giró, el pie empujó el suelo, la espalda rozó la pared lateral. La bala pasó donde su cabeza había estado un instante antes y se incrustó en el metal con un chasquido seco.

Silencio.

No hubo gritos.

No alarma.

No pasos inmediatos.

Eso fue lo que más le molestó.

—Francotirador… —pensó—. No. Prueba.

No tuvo tiempo para más.

El segundo disparo rompió una farola. El tercero reventó una vidriera. Ya no estaban midiendo si podía reaccionar. Estaban cerrando opciones.

Eiden corrió.

No hacia la torre.

Hacia el caos.

Doblando esquinas, rompiendo líneas de visión, usando cuerpos ajenos como cobertura sin tocarlos. El entrenamiento gritaba dentro de él, pero la mente estaba tranquila. Demasiado.

Giró por un pasaje estrecho.

Viejo.

Oscuro.

Familiar.

—Entrá —dijo una voz.

Eiden frenó en seco.

El anciano estaba ahí otra vez. Escoba en mano. La misma postura. La misma calma absurda. Como si el mundo no estuviera intentando matarlos a ambos.

—Ahora —agregó el viejo, sin mirarlo—. Después no.

No preguntó por qué.

No dudó.

Eiden se deslizó dentro del pasaje justo cuando los pasos resonaron detrás.

Soldados.

—¡Alto! —gritó uno—. ¿Vio a un chico pasar por acá?

El anciano siguió barriendo.

—Sí —respondió—. Se fue por allá.

Señaló en dirección contraria.

No tembló.

No bajó la voz.

No actuó.

Los soldados dudaron un segundo. Solo uno. El suficiente.

—Vamos —ordenó otro—. No tenemos tiempo.

Se fueron.

El pasaje quedó en silencio.

Eiden estaba oculto entre sombras y estructuras viejas, respirando despacio. Desde ahí podía ver al anciano. La escoba seguía moviéndose, tranquila, como si nada hubiera pasado.

Como si no acabara de mentirle a un arma cargada.

Eiden apretó los dientes.

Entendió algo.

No sobre la torre.

No sobre el enemigo.

Sobre el mundo.

Aún quedaban personas que elegían bien… incluso cuando no convenía.

El anciano habló sin girarse.

—No era tu momento —dijo—. Y cuando no es… entrar es regalarse.

Eiden cerró los ojos un segundo.

—Gracias —susurró.

El viejo no respondió.

La escoba siguió su ritmo.

Y en algún lugar, muy lejos de ahí, una pantalla mostró una anomalía.

Un disparo fallido.

Un objetivo que no cruzó.

Una ruta que no se cumplió.

El Teniente ladeó la cabeza.

—Interesante… —murmuró—. Aprendió a no obedecer.

La torre seguía en pie.

Pero por primera vez,

no estaba esperando al fuego.

Y Eiden…

todavía no había entrado.

El pasaje viejo olía a polvo y metal cansado.

Eiden se sentó contra la pared, con la espalda apoyada en el frío de los ladrillos antiguos. Respiraba lento, contando sin darse cuenta. Uno. Dos. Tres. El corazón seguía fuerte, pero ya no corría desbocado. El cuerpo quería levantarse. La mente… todavía no.

Afuera, la ciudad seguía su ritmo falso. Patrullas pasando. Luces barriendo esquinas vacías. La torre observando.

Eiden cerró los ojos.

Lia.

La imagen le llegó sin aviso. Sentada. Sola. Esperando sin saber si él iba a llegar. El pecho le ardió, no de rabia, sino de urgencia mal ordenada.

Se puso de pie de golpe.

—Tengo que volver —murmuró—. Ahora.

Dio un paso hacia la salida del pasaje.

—No —dijo el anciano.

No levantó la voz.

No lo tocó.

Aun así, Eiden se detuvo.

—Si salís así —continuó el viejo, apoyando la escoba—, no vas a salvar a nadie.

Eiden apretó los puños.

—Usted no entiende —dijo, con los dientes tensos—. Es mi amiga. Están ahí adentro. Si espero…

—Si corrés —lo interrumpió—, vas a entrar cansado por dentro. Y eso mata más rápido que una bala.

Silencio.

Eiden giró el rostro.

—Yo puedo pelear —dijo—. Entrené. Aguanté cosas que no debía aguantar. Incluso cuando no podía más… seguí.

El anciano lo observó con atención, como quien mira una herida que no sangra.

—Eso es verdad —dijo—. Pero no alcanza.

Eiden frunció el ceño.

—¿Entonces qué quiere que haga? ¿Que espere mientras ellos…?

La voz se le quebró. Apenas.

—Siempre llego tarde —confesó—. Siempre. Cuando mi padre… cuando todo se rompió… no pude hacer nada. Entrené, sí. Crecí, sí. Pero ahora que importa… no sé si puedo.

El pasaje pareció hacerse más estrecho.

—Tengo miedo —admitió—. No de morir. De fallar otra vez.

El anciano dio un paso hacia él.

Ya no parecía pequeño.

—Escuchame bien, muchacho —dijo—. Dios no le pide fuerza al que duda. Le pide verdad.

Eiden levantó la mirada.

—Cuando entrenabas sin poder más —continuó—, no lo hacías porque sabías que ibas a ganar. Lo hacías porque era lo correcto. Eso no se pierde.

Apoyó la mano en el pecho de Eiden. No fuerte. Firme.

—El que puede, puede —dijo—. Y el que duda… no muere por ser débil. Muere porque se parte en dos.

Eiden tragó saliva.

—¿Y si esta vez no puedo?

El anciano sonrió apenas.

—Entonces no es que no puedas —respondió—. Es que todavía no decidiste.

Se alejó un paso.

—La mente fría no apaga el corazón —agregó—. Lo ordena.

Eiden cerró los ojos.

Respiró.

No pensó en la torre.

No pensó en el enemigo.

Pensó en por qué había empezado a caminar ese camino.

Cuando abrió los ojos, algo había cambiado. No brillo. No furia.

Quietud.

—No voy a correr —dijo—. Voy a entrar cuando yo elija.

El anciano asintió.

—Así se cruza lo imposible.

A lo lejos, una luz recorrió el cielo. El sistema seguía buscando patrones. Seguía esperando impulsos.

Eiden dio un paso atrás, acomodó la katana en su cintura… y no la tocó.

Todavía.

—Gracias —dijo.

—No —respondió el viejo—. Acordate.

El pasaje quedó en silencio otra vez.

Y en lo profundo de la torre, un registro nuevo apareció:

Estado del sujeto: estable.

Respuesta emocional: contenida.

Probabilidad de ruptura: disminuyendo.

El Teniente observó el dato con el ceño fruncido.

—No… —murmuró—. Eso no estaba en el cálculo.

Afuera, la noche siguió avanzando.

Y Eiden, por primera vez,

no se estaba apurando.

El fuego…

ya sabía cuándo nacer.

Eiden tomó su katana y la puso en su espalda y se preparó bien mirando al anciano y le sonrió afirmando y salió de allí mientras se pondría su capucha suspirando y no dudó fue el solo contra el mundo

Y el jamas negó

— no dejaré que nadie más muera por mí culpa, ya no soy el mismo niño miedoso y jamás me rendiré

More Chapters