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Chapter 33 - Capítulo 33 —“Donde el ruido distrae y el silencio enseña

🔥 Capítulo 33 —

“Donde el ruido distrae y el silencio enseña”

Azu y Riku se movieron primero.

No porque fueran más rápidos.

Porque el plan lo exigía.

—Entramos, miramos, marcamos rutas y salimos —susurró Azu, ajustando el comunicador—. Nada de heroísmos.

—Che, lo decís como si yo fuera fanático del heroísmo —respondió Riku, acomodándose la mochila—. A mí me gusta vivir.

Se deslizaron por un acceso lateral, uno de esos pasajes que la torre había dejado “inútiles” por exceso de confianza. Demasiado limpios. Demasiado olvidados.

Mientras tanto, a varias cuadras de ahí…

Eiden no avanzó hacia la torre.

Se quedó.

Observó.

Había aprendido que huir también podía ser una forma de entrar.

Se movía entre calles menores, cambiando ritmos, rompiendo patrones. En una de esas salidas calculadas, giró por un pasaje que no figuraba en los mapas. Viejo. Estrecho. Vivo.

Y ahí lo vio.

Un anciano barría la vereda como si el mundo no estuviera al borde de romperse. Espalda encorvada. Manos firmes. Ojos atentos.

Eiden se detuvo.

—No es noche para estar afuera —dijo, sin amenaza.

El anciano levantó la vista, sonrió apenas.

—Nunca lo es —respondió—. Pero la noche igual viene.

Eiden frunció el ceño. Algo en esa voz no encajaba con el miedo que la ciudad respiraba.

—¿No oyó las patrullas?

—Las oigo desde hace años —dijo el viejo—. Cambian de uniforme, no de intención.

Silencio.

Eiden sintió algo raro. No peligro. No alerta.

Calma.

—Usted no parece sorprendido —dijo.

El anciano apoyó la escoba.

—Los jóvenes creen que el caos empieza cuando se oyen pasos —dijo—. Los viejos sabemos que empieza cuando dejan de escucharse preguntas.

Eiden bajó la mirada.

—¿Y qué hace alguien cuando ya no sabe qué preguntar?

El anciano lo miró fijo.

—Escucha —respondió—. A la conciencia. A la vida. A Dios, si todavía no lo apagaron del todo.

Eiden levantó la cabeza.

—¿Cree en Dios… acá?

El viejo soltó una risa breve.

—Dios no vive en los edificios altos —dijo—. Vive en lo que uno decide hacer cuando nadie mira.

Eiden pensó en Lia.

En Riku.

En Azu.

En su padre.

—¿Y si uno se equivoca? —preguntó.

—Entonces aprende —dijo el anciano—. El problema no es caer. Es usar la fuerza para no sentir la culpa.

Un ruido lejano. Comunicaciones cruzadas. El sistema empezaba a chirriar.

Eiden dio un paso atrás.

—Van a sellar esta zona.

—Ya lo sé —respondió el viejo—. Por eso barrí rápido.

Eiden sonrió apenas.

—Gracias.

—No —corrigió el anciano—. Gracias a vos por no quemar lo que todavía puede crecer.

Cuando Eiden se dio vuelta, el pasaje parecía… más vacío.

Como si nunca hubiera estado ahí.

Pero la calma seguía.

Dentro de la torre, Azu y Riku avanzaban.

—Esto está mal —susurró Riku—. Demasiado fácil.

—Eso es lo que vinimos a comprobar —respondió Azu.

Observaron salas, rutas, flujos de patrullas. Nada fuera de lugar… y eso era el problema.

—Están dejando que entremos —dijo ella—. Quieren medir algo.

—¿A nosotros?

—No —corrigió—. A él.

Riku tragó saliva.

—Entonces más vale que Eiden esté pensando bien.

Azu no respondió. Pero apretó el comunicador.

Desde un punto alto, Eiden observaba la torre.

No con rabia.

No con apuro.

—Todavía no —murmuró.

La katana seguía quieta.

Y en lo profundo de Khoren, mientras el sistema se llenaba de pequeños errores y decisiones cruzadas, algo empezaba a fallar.

No por sabotaje.

Por conciencia.

Y en la Torre Central, el Teniente ladeó la cabeza frente a una pantalla llena de datos inconsistentes.

—Curioso… —dijo—. No vienen. No atacan. No huyen.

Sonrió despacio.

—Están aprendiendo.

Afuera, la noche seguía su curso.

Y por primera vez en mucho tiempo,

el fuego no estaba solo.

“Cuando el suelo cede”

El error no fue activar el sistema.

El error fue creer que podían hacerlo sin que alguien estuviera esperando ese gesto exacto.

—Listo —susurró Riku, conectando el módulo al panel—. Seguridad secundaria activa.

Las luces cambiaron.

No alarma.

No sirena.

Solo un leve ajuste en el tono blanco del pasillo.

—Eso no me gusta nada… —murmuró.

—Movimiento ahora —ordenó Azu—. Antes de que el sistema termine de decidir qué somos.

Corrieron.

No como fugitivos.

Como gente que sabía exactamente por dónde pisar.

Placas móviles. Sensores de presión. Rayos de barrido que aparecían y desaparecían con ritmo matemático. Riku se movía sin pensar, siguiendo las señales mínimas que Azu marcaba con gestos cortos.

—Derecha. Piso fijo. Salto —dijo ella.

Riku obedeció.

Por primera vez, no dudó.

Giraron un corredor, bajaron una rampa, esquivaron una descarga automática que quemó el aire a centímetros de sus espaldas.

—Che… —jadeó Riku—. ¿Desde cuándo somos tan buenos en esto?

—Desde que no tenemos opción —respondió Azu.

Entonces el piso cambió.

No se abrió.

Cedió.

—¡Riku! —alcanzó a gritar Azu.

Demasiado tarde.

El suelo desapareció bajo sus pies y Riku cayó.

No gritó.

Instinto puro.

Golpeó una pared lateral, rodó, chocó contra una plataforma inferior y quedó tendido, sin aire, con el mundo vibrándole en los oídos.

Silencio.

—Ok… —tosió—. Eso estuvo mal calculado.

Se incorporó con dificultad.

No estaba herido.

Eso lo preocupó más.

El lugar era un nivel inferior, sin iluminación directa. Paredes técnicas. Conductos. Trampas visibles… desactivadas.

—Genial —murmuró—. El subsuelo del infierno.

Miró hacia arriba. Demasiado alto.

El comunicador chisporroteó.

—Azu —dijo—. Me caí.

Silencio.

—Azu…?

Nada.

Riku respiró hondo.

—Bueno… —se dijo—. No es la primera vez que salgo solo de algo feo.

Miró alrededor.

—O la última —agregó, resignado.

Empezó a moverse, lento, buscando salidas, marcas, cualquier cosa que no fuera esperar.

Arriba, Azu no se detuvo.

Ni un segundo.

Activó el protocolo manual.

—Cambio de objetivo —dijo para sí—. Prioridad: contacto.

Avanzó rompiendo el ritmo del sistema.

Donde había trampas, no las esquivó.

Las destruyó.

Golpes secos. Precisión brutal. Cables arrancados, sensores destrozados antes de que reaccionaran. El pasillo empezó a fallar, a perder coherencia.

—Si quieren medir —murmuró—, que midan esto.

Giró una esquina.

Y ahí estaba.

No humano.

No completamente máquina.

Un robot de contención avanzada, anclado al suelo, cuerpo angular, núcleo activo pulsando en luz azul opaca. Demasiado silencioso.

—Así que vos sos el guardián —dijo Azu, sacando el hacha—. Bien.

No dudó.

Un paso.

Dos.

El hacha bajó con fuerza total.

El impacto destrozó el brazo del robot, chispas saltaron, metal retorcido. El robot retrocedió medio metro, recalculando.

Azu atacó otra vez.

Corte al torso. Daño estructural grave.

—Terminemos —dijo.

El robot se quedó quieto.

Demasiado quieto.

—…no —alcanzó a pensar.

El golpe vino desde un ángulo imposible.

No fuerza.

Precisión.

Un impacto corto, directo a un punto exacto del cuello.

El mundo se apagó sin aviso.

El hacha cayó al suelo con un sonido seco.

El robot avanzó, lento, seguro. Brazos extendidos.

—Sujeto Azu —emitió—. Estado: inconsciente. Captura viable.

La levantó sin esfuerzo.

En un nivel inferior, Riku sintió algo.

No dolor.

Ausencia.

Se detuvo.

—Azu… —susurró.

El comunicador seguía muerto.

El sistema, arriba, había cambiado de fase.

Y en una sala blanca, muy lejos de ahí, una pantalla mostró dos nuevas confirmaciones.

SUJETO R — AISLADO

SUJETO A — CAPTURADO

El Teniente observó los datos.

Esta vez no sonrió.

—Bien —dijo—. Ahora sí… el ruido es suficiente.

Y en la ciudad, mientras Eiden aún no sabía lo que había cambiado,

la cuenta regresiva dio otro paso.

Sin fuego.

Todavía.

“Lo que se ve… y lo que te ve”

Riku avanzó despacio.

El nivel inferior no estaba abandonado.

Estaba olvidado a propósito.

Cables viejos, paneles activos, luces mínimas. El tipo de lugar donde el sistema no esperaba intrusos… porque asumía que nadie llegaba vivo.

—Bien… —susurró—. Si yo fuera el cerebro de esta cosa horrible, estaría acá.

Una puerta semioculta. Sin blindaje pesado.

Demasiado simple.

Riku apoyó la mano, forzó el cierre manual y entró.

La sala de control.

Pantallas. Decenas. Cientos. Cámaras de toda Khoren, flujos de patrullas, zonas selladas, protocolos activos. El corazón que no late, pero manda.

Y entonces la vio.

—Lia… —murmuró.

Una de las pantallas mostraba la sala blanca. Sentada. Despierta. Quietud forzada. Ojos firmes.

—Estás bien… estás bien… —repitió, como si decirlo alcanzara.

Un movimiento en otra pantalla le llamó la atención.

Protocolos cruzados. Variables emocionales. Sujeto de contención vincular.

Riku frunció el ceño.

—¿Qué carajo están midiendo…?

Un ruido detrás.

Apenas un roce.

Riku giró justo a tiempo.

Un guardia técnico. Uniforme gris claro. Mano yendo al comunicador.

Riku no pensó.

No dudó.

Un paso corto. Golpe limpio al cuello. Preciso. El cuerpo cayó sin ruido.

Riku lo sostuvo un segundo y lo dejó recostado.

—Perdón, maestro —susurró—. Hoy no.

Respiró hondo.

Se sentó frente a la consola.

—Vamos a ver qué están tramando…

Accedió.

Planos de la torre. Niveles ocultos. Rutas que no figuraban en ningún mapa. Zonas marcadas como observación conductual, respuesta adaptativa, estimulación de decisión.

Riku tragó saliva.

—Esto no es seguridad… —dijo—. Es un experimento.

Vio registros.

Sujetos observados. Reacciones. Vínculos usados como variables.

Eiden.

Lia.

Azu.

Él mismo.

—Nos están empujando… —susurró—. Quieren que Eiden rompa primero.

Sus dedos temblaron sobre el panel.

—Si ve esto… si entiende todo esto…

No terminó la frase.

Algo impactó su cuello.

No brutal.

Perfecto.

El mundo se volvió negro antes de que pudiera reaccionar.

Riku cayó al suelo.

Detrás de él, una figura salió de las sombras.

Aplausos lentos.

—De verdad —dijo una voz divertida—. Bastante bien para alguien que “solo cargaba cosas”.

El hombre se inclinó, observando a Riku inconsciente.

—Pero acá está el problema —continuó—. Si ustedes entienden el juego… dejan de jugar.

Se enderezó, activando un comunicador.

—Tenemos otro sujeto neutralizado —informó—. Y datos comprometidos parcialmente.

Una risa baja.

—No importa. Lo que vamos a hacer ahora…

Miró una de las pantallas.

Lia.

Otra pantalla.

Azu, inconsciente.

—…va a ser suficientemente peligroso para la ciudad como para que el fuego ya no pueda esperar.

Las luces de la sala cambiaron de tono.

Rojo tenue.

Y en algún lugar de Khoren, muy lejos de ahí,

Eiden sintió por primera vez…

no calor.

Urgencia.

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