Cherreads

Chapter 4 - Chapter 3

Había pasado un mes y dos semanas desde que Rowan llegó a aquel nuevo mundo. Su vida seguía siendo igual de dura, aunque ahora trabajaba en más lugares que antes. Aun así, los pagos eran miserables, y la comida apenas le alcanzaba para sobrevivir. Vivía de agua, fruta y pan seco. Por las noches dormía en el establo junto a los caballos, con el frío calándole los huesos.

A veces, mientras el viento soplaba entre las rendijas del techo, pensaba en su hogar. En cómo, en su mundo anterior, nunca imaginó que terminaría durmiendo entre paja y bestias solo para tener techo. Pero ahora… no tenía elección.

Fue entonces cuando tomó una decisión que le pesaría para siempre: convertirse en ladrón.

Lyra —la misteriosa ladrona que conoció semanas atrás— lo había buscado. Le ofreció una salida a su miseria, aunque él sabía que era el camino más peligroso.

—¿Estás seguro? —le preguntó ella una noche, mientras le entregaba una bolsa con ropa.

—No tengo otra opción —respondió Rowan, mirando las prendas—. Estoy cansado de vivir solo para no morir de hambre.

Lyra lo observó un momento, y por primera vez, su tono fue más suave.

—Entonces, bienvenido al otro lado de la vida.

Le regaló un cinturón con compartimientos ocultos, unos guantes de cuero, y una bufanda color vino. También le enseñó a moverse en silencio, a observar sin ser visto, a desaparecer entre sombras. Durante dos semanas lo entrenó sin descanso. Rowan aprendió rápido; su físico ya era bueno, pero ahora se volvía más ágil, más calculador.

Cada noche, tras los entrenamientos, Lyra solía decirle con una media sonrisa:

—No te preocupes, con el tiempo hasta disfrutarás la adrenalina.

Y Rowan solo respondía en silencio, mirando el suelo, sabiendo que nunca disfrutaría de robarle a alguien.

Llegó el día del primer atraco.

Un reino cercano, una mansión de un noble rico. Medianoche.

Lyra y Rowan escalaron hasta una de las ventanas con sigilo. La luna apenas los alumbraba, y el silencio era tan profundo que podían escuchar sus propias respiraciones.

—No toques nada que haga ruido —susurró Lyra.

—Lo intentaré —respondió él, esforzándose por mantener la calma.

Adentro, el aire olía a madera y perfume caro. Rowan sintió que el corazón se le aceleraba. Caminó entre los pasillos, tomando algunas pinturas y pequeños objetos que podrían valer mucho. Cada vez que una tabla crujía bajo su pie, contenía el aliento.

Mientras tanto, Lyra entró al dormitorio del dueño. El hombre dormía profundamente. Ella tomó joyas, cadenas y brazaletes, moviéndose como una sombra entre la oscuridad.

Cuando ambos se reunieron de nuevo cerca de la ventana, Rowan susurró:

—No puedo creer que esté haciendo esto…

—Créelo. A veces la vida nos obliga a ensuciarnos las manos —respondió Lyra sin mirarlo—. Pero si eso te mantiene vivo, vale la pena.

Él bajó la mirada. "Vivo, sí", pensó, "pero vacío."

Salieron sin ser vistos. Corrieron hasta perder de vista la mansión, y una vez en el bosque, respiraron con fuerza. La luna brillaba sobre ellos, reflejándose en las joyas que llevaban.

—Lo hicimos —dijo Lyra, sonriendo por primera vez con sinceridad.

—Sí, pero no me siento bien con esto —respondió Rowan.

—Con el tiempo se te pasará. Cuando empieces a comer carne caliente y dormir en una cama, olvidarás la culpa.

Rowan no respondió.

Horas después, llegaron a un callejón oculto. Detrás de una puerta vieja se encontraba el mercado negro. El ambiente era sofocante: el aire olía a humedad, sudor y metal viejo. Voces susurraban ofertas y precios, mientras antorchas iluminaban rostros cubiertos.

Esperaron su turno y entregaron los objetos robados a un comerciante de aspecto cansado pero avaricioso. Este examinó cada joya, cada pintura, con una lupa diminuta.

—Todo auténtico —dijo finalmente, con una sonrisa amarillenta—. Les daré ciento cincuenta y tres monedas de oro.

Lyra aceptó sin dudar. Se dividieron la paga: 91 para Lyra, 61 para Rowan.

Rowan miró las monedas en su mano, brillando bajo la luz de las antorchas. Jamás había visto tanto oro junto… pero no podía evitar sentir que ese brillo lo manchaba por dentro.

Lyra notó su silencio.

—No te castigues tanto. Aquí, nadie sobrevive siendo "bueno".

—Tal vez —respondió él—. Pero ser ladrón no me hace sentir vivo… solo menos humano.

Ella lo miró con una expresión que mezclaba tristeza y experiencia.

—Eso pensé yo también la primera vez. Luego entendí que la moral no da de comer.

Esa noche, Rowan regresó a su aldea. Guardó la mitad de las monedas y con el resto compró algo de comida y una manta nueva. Por primera vez en semanas, comió hasta llenarse.

Pero mientras el viento soplaba afuera del establo y el oro brillaba débilmente dentro de la bolsa, pensó:

"Quizá ahora sobreviva… pero no sé si algún día podré perdonarme por cómo lo hago."

Rowan entro a su establo.

Y así, mientras cerraba los ojos para dormir, entendió algo con amargura:

a veces, vivir cuesta más que morir.

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