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Chapter 31 - capitulo 31 — Lo que arde sin ser visto

🌑🔥 capitulo 31 — Lo que arde sin ser visto

Camino a Khoren

El convoy avanzaba sin luces.

No ruedas.

No motores.

Solo pasos medidos sobre tierra húmeda y piedra vieja.

La noche los cubría como un acuerdo silencioso.

Azu iba adelante, firme, precisa. Cada tanto levantaba el puño y el grupo se detenía sin una sola palabra. Lia caminaba a la izquierda de Eiden; Riku, a la derecha, cargando más peso del que debería… como siempre. Nadie se quejaba. Ya no hacía falta.

Khoren estaba a menos de medio día.

—Che… —susurró Riku—. ¿Soy yo o este silencio da más miedo que una emboscada?

—Callate —dijo Azu sin girarse—. Si te escuchan, te dejo de carnada.

—Pará, era humor táctico.

Lia negó con la cabeza, apenas sonriendo.

Eiden caminaba en silencio.

No por tensión.

Por atención.

En su espalda, envuelta en tela oscura, iba la katana.

Roja.

No pintada.

No teñida.

Roja de verdad.

No brillaba. Absorbía la luz.

Azu se detuvo de golpe y giró.

—Alto.

Todos se congelaron.

Azu se acercó a Eiden y, con un movimiento seco, tiró de la tela. La katana quedó a la vista un segundo… y el aire cambió.

No calor.

Presión.

—Todavía no la desenvaines —le dijo en voz baja—. No hasta que estés listo.

Riku levantó una ceja.

—Che… ya que estamos… ¿alguien me explica por qué la espada de Eiden parece salida del infierno y la mía corta menos que una cuchara?

Azu lo ignoró.

Miró a Eiden.

—¿Sentís algo?

Eiden cerró los ojos.

Había algo ahí.

No como el Límite.

Distinto.

—Late —respondió—. Como si… esperara.

Azu asintió.

—Esa katana no se prende fuego por fricción ni por energía común —explicó—. Arde cuando reconoce una decisión.

Lia frunció el ceño.

—¿Una… decisión?

—No rabia —continuó Azu—. No venganza. No odio.

Se enciende cuando el portador acepta cargar con una consecuencia.

Riku parpadeó.

—O sea… ¿si dudás, no pasa nada?

—Exacto —dijo Azu—. Y si dudás a medias… te quema a vos.

Silencio.

Eiden apoyó la mano sobre la empuñadura.

No la desenvainó.

—¿Quién la forjó? —preguntó.

Azu sostuvo su mirada.

—Alguien que entendía que el fuego no es para destruir…

sino para no retroceder.

Eiden soltó el arma.

—Entonces todavía no —dijo.

Azu dio media vuelta.

—Bien. Eso significa que estás pensando.

Reanudaron la marcha.

Desde una colina baja, la vieron.

Ciudad Khoren.

Murallas altas. Torres de vigilancia. Antorchas cada cierta distancia. Patrullas constantes. Demasiado orden para una ciudad que estaba por “limpiarse”.

—Entrar por la puerta es suicidio —susurró Lia.

—Y por los techos nos ven —agregó Riku—. Créeme, lo intenté una vez. No terminó bien.

Azu observó el mapa mentalmente.

—No vamos a entrar como equipo.

Los tres la miraron.

—¿Cómo entonces?

Azu señaló hacia el sur.

—Los canales de drenaje. Viejos. Olvidados. Sellados para el registro oficial… pero no para el que sabe mirar.

Riku hizo una mueca.

—Decime que no estamos hablando de agua sucia.

—Estamos hablando de invisibilidad —respondió Azu—. Elegí.

—…Odio cuando tenés razón.

Eiden miró la ciudad una vez más.

Las luces.

Las sombras.

Las vidas que seguían sin saber.

La katana vibró apenas.

No fuego.

Todavía no.

—Entramos sin dejar huella —dijo Eiden—.

Vemos todo.

No intervenimos… salvo que sea inevitable.

Azu lo miró con atención.

—Eso ya no suena al Eiden que se fue.

—No —respondió él—.

Suena al que volvió.

El equipo descendió hacia la oscuridad, uno por uno, desapareciendo del mundo visible.

Y mientras Khoren dormía creyéndose segura,

cinco sombras avanzaban por debajo de ella.

Y algo, muy dentro de Eiden,

sabía una cosa con absoluta certeza:

Cuando esa katana arda…

no va a ser para asustar al enemigo.

Va a ser para que nadie olvide quién decidió quedarse en pie.

ciudad

El olor llegó antes que el sonido.

Humedad vieja. Metal oxidado. Agua estancada que no veía luz desde hacía años.

—Genial… —murmuró Riku, avanzando primero—. Si salgo de acá con un tercer brazo, los voy a demandar.

—Silencio —susurró Azu sin frenar—. Las paredes escuchan.

El canal de drenaje era angosto, apenas lo justo para caminar agachados. El agua les llegaba a los tobillos, negra y quieta, como si la ciudad misma contuviera la respiración.

Arriba, Khoren dormía.

Abajo, algo se movía.

Eiden caminaba atrás, atento a cada vibración. Lia iba a su lado, sin hacer ruido, con la seguridad de alguien que ya había pasado demasiadas noches así.

—Eiden… —susurró ella, sin mirarlo—.

Cambiaste.

Él no respondió de inmediato.

—Antes dudabas más —continuó—. Pensabas en todos. En todo.

Ahora… caminás como si ya supieras a dónde vas.

Eiden observó el reflejo turbio del agua.

—Aprendí que dudar en el momento equivocado mata —dijo—.

Pero no dejé de pensar en los demás.

Lia lo miró de reojo.

—Eso es lo que me tranquiliza —admitió—. Estás más serio. Más confiado.

Pero seguís siendo el mismo chico que se metía en problemas por ayudar.

Eiden sonrió apenas.

—Dos años no alcanzan para cambiar eso.

Adelante, Azu levantó el puño.

Todos se detuvieron.

Desde una rejilla lateral, se filtraba una luz rojiza… y un sonido.

No gritos.

No disparos.

Un chorro de agua cayendo.

Se asomaron con cuidado.

Del otro lado, un pasillo subterráneo limpio. Demasiado limpio. Dos soldados arrastraban a un hombre esposado. No forcejeaba. No pedía ayuda.

Solo repetía una frase, una y otra vez:

—No hice nada… solo pregunté…

Uno de los soldados lo empujó sin mirarlo.

—Orden de arriba. Perfil inestable.

La compuerta se cerró.

Silencio.

Riku apretó los dientes.

—Eso no es un arresto —susurró—. Eso es borrar gente.

Azu asintió.

—Empezó.

Eiden sintió la katana vibrar.

No fuego.

Advertencia.

Se movieron rápido. Salieron del drenaje por un acceso de mantenimiento y se fundieron con las sombras del nivel bajo de la ciudad. Khoren seguía funcionando: luces, patrullas, comercio nocturno.

Normalidad ensayada.

—División mínima —ordenó Azu—. Riku conmigo.

Eiden, Lia: observación.

Riku tragó saliva.

—Che… cuídenlo, ¿sí?

—Caminá —le dijo Azu.

Se separaron.

Eiden y Lia avanzaron por un corredor secundario que desembocaba en una plaza interior. Desde ahí, lo vieron.

La Torre Central.

Vidrio negro. Metal pulido. Cámaras girando con precisión quirúrgica.

Muy arriba…

El Teniente en Jefe observaba.

No necesitaba levantarse.

Pantallas flotaban frente a él, mostrando cada ángulo de Khoren. Calles. Drenajes. Torres. Rostros analizados en tiempo real.

A su alrededor, mujeres vestidas con seda clara caminaban en silencio, obedientes. Ninguna hablaba sin permiso.

Detrás, un estanque gigantesco ocupaba media sala. Criaturas acuáticas se movían bajo el agua: híbridos, mutaciones, ojos que no deberían existir.

El Teniente apoyó los dedos en el borde del tanque.

—Hermoso, ¿no? —dijo—. El orden perfecto requiere sacrificios imperfectos.

Un asistente se acercó, temblando.

—Señor… los sectores 3 y 7 ya fueron limpiados.

Los disidentes fueron retirados sin disturbios.

—¿Y los sujetos de prueba? —preguntó él, sin apartar la vista del estanque.

—E-en progreso. Las criaturas del Lote B responden mejor al estímulo del miedo.

El Teniente sonrió.

No era alegría.

Era curiosidad.

—Excelente. ¿Y las investigaciones sobre adaptación humana?

El asistente tragó saliva.

—Avanzan, señor. Pronto podremos… mejorarlos sin que lo noten.

El Teniente se dio vuelta por fin.

Su bata estaba impecable. Sus ojos, vivos. Demasiado.

—Khoren será el modelo —dijo—.

Una ciudad sin errores. Sin preguntas. Sin voluntad innecesaria.

Miró una de las pantallas.

Por un segundo… una sombra pasó por una cámara.

—Interesante… —murmuró—.

¿Detectores?

—Sin alertas, señor.

—Entonces no son ratas —dijo—.

Son algo mejor.

Abajo, en la plaza, Eiden levantó la vista.

Sintió la mirada.

No sabía de quién.

Pero la katana… vibró otra vez.

Un poco más fuerte.

Y Lia, a su lado, susurró:

—Eiden…

Sea lo que sea que esté dirigiendo esto…

—Lo sé —respondió él, sin apartar los ojos de la torre—.

No piensa como un soldado.

La purga ya había empezado.

Y Khoren…

todavía no sabía que estaba siendo observada desde dos lados distintos.

En la Torre Central, el Teniente en Jefe no levantó la voz.

No hizo falta.

—Activen protocolo de observación viva —ordenó, con calma quirúrgica—.

No alarmas. No cierres totales.

Quiero ver cómo se mueven cuando creen que no los vimos.

Las pantallas cambiaron de tono.

Pequeños símbolos aparecieron sobre ciertos sectores de la ciudad.

Fichas.

—Liberen patrullas grises —continuó—.

Y despierten al Lote C.

El asistente dudó.

—¿El… el Lote C todavía no está estable, señor?

El Teniente sonrió.

—Precisamente.

Detrás de él, en el estanque, algo golpeó el vidrio desde adentro.

Azu y Riku avanzaban por un corredor elevado, sobre los mercados nocturnos. Luces bajas. Demasiada gente para esa hora.

—No me gusta —susurró Riku—. Cuando no pasa nada, siempre pasa algo.

Azu levantó dos dedos.

Se dispersaron.

Y entonces…

el flujo de personas cambió.

No gritos.

No pánico.

La gente simplemente giró. Como si alguien hubiese dado una señal invisible.

—Mierda… —murmuró Riku—. Esto es coreografiado.

Azu lo entendió al instante.

—Nos están empujando —dijo—. No corras.

Demasiado tarde.

Una patrulla gris apareció al frente. No llevaban insignias visibles. Movimientos sincronizados. Ojos fríos.

—Control de rutina —dijo uno—. Identificación.

Azu no respondió.

Se movió.

Un giro corto. Codo al cuello. Rodilla baja. Silencioso. Preciso.

Riku reaccionó medio segundo después, derribando al segundo con una maniobra torpe… pero efectiva.

—¡Ja! —susurró—. Todavía tengo reflejos.

El tercero no cayó.

Su cuerpo se deformó.

Los huesos crujieron hacia afuera. La piel se tensó. Los ojos se volvieron opacos.

—Retirada —ordenó Azu—. Ahora.

Riku no preguntó.

Saltaron.

Literalmente.

Cayeron dos niveles abajo, rodando entre cajas y lonas. El impacto dolió, pero siguieron moviéndose.

Arriba, la criatura emitió un sonido húmedo… y luego, silencio.

—Eso… —jadeó Riku— …no era humano.

—No del todo —respondió Azu—. El Teniente está probando cosas.

Se mezclaron con la gente antes de que nuevas patrullas llegaran.

Desaparecieron.

En la Torre Central, el Teniente observaba la repetición.

—Interesante —dijo—. Disciplina alta. Coordinación previa.

No improvisados.

Hizo un gesto con la mano.

—Muevan las fichas del sur —ordenó—.

Quiero ver si el centro reacciona.

Una pantalla mostró a Eiden y Lia avanzando por la plaza.

El Teniente inclinó la cabeza.

—Ah… este —murmuró—.

Este no camina como los otros.

Amplió la imagen.

Eiden se detuvo de golpe.

Lia también.

—¿Lo sentís? —susurró ella.

—Sí —respondió él.

La katana roja vibró.

No ardió.

Pero el aire a su alrededor… se calentó apenas.

En otro sector de la ciudad, alarmas no oficiales se activaron. Movimientos menores. Falsas amenazas.

Fichas sacrificables.

—Separémoslos —dijo el Teniente—.

Los líderes siempre se revelan cuando algo valioso está en peligro.

Volvió al estanque.

Las criaturas del Lote C se movían con violencia.

—Khoren va a sangrar un poco esta noche —susurró—.

Por el progreso.

Abajo, Azu ajustaba su respiración.

—Nos olieron —dijo—. Pero no nos atraparon.

Riku sonrió, nervioso.

—O sea… técnicamente ganamos.

—Esto no es una pelea —respondió ella—.

Es un experimento.

Y en la plaza, Eiden cerró la mano sobre la empuñadura.

El fuego no salió.

Pero por primera vez…

quiso hacerlo.

Y eso, en Khoren,

ya era peligroso.

La plaza lateral estaba casi vacía.

Demasiado.

Eiden lo notó primero.

No por la ausencia de gente… sino por el ritmo.

Pasos sincronizados.

Sombras que no improvisaban.

—Vienen —dijo en voz baja.

Lia asintió, ya en posición.

Tres figuras emergieron desde los arcos. Luego otras dos desde atrás. No llevaban insignias visibles. No hablaban.

—Cinco —susurró Lia—. Bien armados.

—Siete —corrigió Eiden, sin girarse.

Ella lo miró de reojo.

No preguntó.

Los enemigos avanzaron al mismo tiempo.

Eiden dio un solo paso al frente.

No desenfundó la katana.

No elevó la voz.

El primero atacó con una hoja corta.

Eiden giró el torso apenas. La hoja pasó donde él ya no estaba. Con dos dedos tomó la muñeca del atacante, la giró en el ángulo exacto… crack.

El cuerpo cayó sin ruido.

El segundo intentó disparar.

Eiden ya estaba ahí.

Golpe seco al esternón. El aire salió del cuerpo como un suspiro roto. Inconsciente antes de tocar el suelo.

El tercero y cuarto atacaron juntos.

Eiden avanzó.

No retrocedió ni una vez.

Un empujón calculado. Un barrido bajo. Un codazo corto al cuello. Movimientos simples. Eficientes. Antiguos.

En menos de diez segundos…

los siete estaban en el suelo.

Respirando.

Vivos.

Lia no se movió.

No porque no pudiera.

Porque no hizo falta.

—Eiden… —murmuró—.

Eso no fue fuerza.

Él observó a los caídos.

—Fue decisión.

La katana seguía envainada.

Ni una chispa.

—Podrías haberlos… —empezó ella.

—No —la cortó—. Todavía no.

Y entonces lo sintió.

No enemigos.

Demasiados enemigos.

Desde las calles laterales, nuevas sombras se movían. Patrullas grises. Varias.

Eiden se dio vuelta hacia Lia.

Rápido. Claro.

—Separación —ordenó—. Ahora.

Lia abrió los ojos.

—¿Qué? ¡No! Podemos—

—No juntos —dijo—. Nos están cercando. Si caemos los dos, el equipo cae.

Ella apretó los puños.

—Eiden—

—Confiá en mí —dijo él, mirándola fijo—.

Y confiá en vos.

Un segundo.

Solo uno.

Después, Eiden señaló dos rutas opuestas.

—Tres esquinas y cambiás patrón —agregó—. No mires atrás.

Lia lo entendió.

No porque quisiera.

Porque era verdad.

—No te mueras —dijo.

—No hoy.

Corrieron.

En direcciones opuestas.

Las sombras dudaron un instante… y se dividieron.

Eiden atrajo más.

Bien.

A varias cuadras, en un edificio abandonado de tres pisos, Azu y Riku permanecían inmóviles.

—Te juro que si estornudo, me matás —susurró Riku.

—Si estornudás, te matan ellos —respondió Azu—. Yo solo me enojo.

Desde una rendija, observaron patrullas pasar sin notar el edificio.

—No nos buscan —murmuró Riku—. Nos dieron por descartados.

—O por cebo —dijo Azu.

—Che… eso no me tranquiliza.

Azu ajustó su posición.

—Eiden los movió —dijo—. Está tomando el foco.

Riku tragó saliva.

—¿Y eso es bueno… o muy malo?

Azu no respondió de inmediato.

—Depende —dijo al final—.

De cuánto esté dispuesto a mostrar.

Eiden frenó en seco en un callejón.

Respiración controlada.

Corazón estable.

Las patrullas se acercaban.

Demasiadas para desaparecer sin ruido.

La katana vibró.

No ardió.

Aún no.

Eiden abrió los ojos.

—Un poco más —murmuró—.

Aguantá.

Arriba, en la Torre Central, una pantalla mostraba su figura solitaria.

El Teniente en Jefe sonrió.

—Ahí estás.

Y movió otra ficha.

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