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Chapter 24 - Capítulo 24 — “El Bosque Que Decide”

📜 Capítulo 24 — “El Bosque Que Decide”

(Arco: Del Renacer Caído)

🌑 — La Voz Que No Usa Palabras

La mañana en la aldea Hálmer tenía esa tranquilidad que casi parece un regalo.

Eiden salió de la cabaña todavía adolorido, pero mucho más firme que ayer.

El aire olía a savia tibia y pan recién horneado en hojas calientes.

Los niños jugaban, las mujeres cantaban algo suave mientras molían raíces, y los guerreros… bueno, lo miraban con ese medio-respeto-medio-curiosidad del tipo:

“Este mocoso venció al Alfa… ¿cómo hizo?”

Eiden se frotó el cuello.

Prefería pelear antes que recibir elogios.

Eso siempre lo ponía nervioso.

Unos pasos ligeros sonaron detrás de él.

—Buenos días, guerrero —dijo Sárela.

Eiden casi se atraganta con su propio aire.

No con mala intención… es que ella aparecía siempre demasiado cerca.

Demasiado rápido.

Demasiado hermosa para un tipo que hace medio año no habla con nadie que no quiera matarlo.

—Ah… hola —respondió intentando parecer normal.

Parecía un venado recién nacido.

Sárela llevaba una cesta con plantas que parecían brillar débilmente.

—Es para tus heridas —explicó—. Aunque ya casi están cerrando.

Eiden se tocó el brazo donde ayer había una cortada enorme.

Era cierto.

Solo quedaba una marca tenue.

—Ustedes tienen magia o algo —dijo, sorprendido.

Sárela sonrió con ese gesto suave que a él le derretía el cerebro.

—No magia. El bosque decide. Ayuda a quienes considera dignos.

Eiden parpadeó.

—¿El bosque… decide?

—Ajá —dijo ella acercándose un poco más—. Como ayer, con el Árbol Ancestral.

El árbol no florece así con cualquiera, ¿sabías?

Él bajó la mirada, incómodo.

—Yo… no sé si “digno” es la palabra…

—¿Entonces cuál sería? —preguntó ella, inclinando la cabeza.

Eiden tardó unos segundos en responder.

—Solo hago lo que tengo que hacer. Lo que Dios me pide que haga.

Sárela lo miró sin burlarse, sin dudas, sin preguntas incómodas.

Solo lo miró como si eso tuviera sentido absoluto.

—Entonces es por eso —susurró—. Tu luz no viene de vos. Viene de lo que seguís.

Eiden sintió un calor raro en el pecho.

No como cuando peleaba.

Era diferente.

Más peligroso.

Ella tomó su muñeca.

—Quiero mostrarte algo más —dijo—. Algo que el bosque solo muestra a quienes reconoce.

Eiden iba a responder, pero el piso vibró levemente.

Una vibración suave…

antigua…

familiar.

El corazón de Eiden se aceleró como si reconociera un ritmo.

Sárela frunció el ceño.

—¿Sentiste eso?

Antes de que él pudiera contestar, un susurro de viento atravesó los árboles.

No era viento común.

Era como si alguien hubiera exhalado.

Los guerreros de la tribu se tensaron.

Algunos levantaron sus lanzas.

Otros retrocedieron un paso, como si conocieran esa presencia.

Eiden dio un paso al frente.

Porque él sí la conocía.

Entre los árboles, emergiendo desde la sombra como si el bosque lo hubiese parido otra vez…

el coloso.

El mismo.

El de hueso.

El de sombra.

El del hueco rojo en el pecho.

Pero no vino como enemigo.

No vino rápido.

No vino para probarlo.

Caminó lento.

Sereno.

Casi… respetuoso.

Los Hálmer retrocedieron con miedo.

Nadie hablaba.

Nadie respiraba fuerte.

Un anciano dijo apenas audible:

—Un Guardián Caído…

Eiden tragó saliva.

—Vos otra vez…

La criatura inclinó apenas la cabeza.

Un gesto mínimo…

pero que no era agresión.

Sárela se colocó detrás de Eiden sin pensarlo, pero con los ojos muy abiertos.

—¿Ese… te sigue?

Eiden no sabía qué responder.

Él tampoco entendía nada del todo.

El coloso avanzó dos pasos más y clavó su cuchilla en la tierra.

No como amenaza.

Sino como si estuviera marcando un límite.

Un llamado.

Un “vení, es hora”.

El hueco en su pecho brilló con más fuerza.

Y Eiden sintió algo dentro de sí responder… como un eco en la grieta de su mano.

El jefe de la tribu apareció entonces, acercándose lento, con respeto profundo.

—Joven Eiden… —dijo en tono grave—. Si este ser vino por vos, no es casualidad.

Los Guardianes Caídos solo aparecen cuando el bosque quiere revelar algo.

Algo que quedó enterrado… hace siglos.

Eiden dio un paso adelante.

La respiración se le volvió más intensa.

No por miedo.

Por destino.

El coloso levantó la cabeza y por primera vez…

emitió un sonido leve, casi un lamento metálico.

No era hostil.

Era… triste.

Antiguo.

Eiden lo sintió.

Como si entendiera sin palabras.

—¿Querés que te siga? —preguntó.

La criatura inclinó la cabeza.

Una vez.

Sárela le tomó el brazo de repente.

—Eiden… si vas con él… no sé si vas a volver igual —dijo en voz baja, casi suplicante—. Ese ser carga historias que no son humanas.

Él la miró.

Y sonrió apenas, con esa sonrisa cansada pero valiente que siempre tuvo.

—No vine a este mundo para quedarme quieto.

Ella bajó la mirada, frustrada por saber que tenía razón.

Eiden inspiró profundo.

Miró al coloso.

Miró el bosque.

Y sintió esa mezcla rara de fe y destino que lo perseguía desde que llegó.

—Está bien —dijo—. Mostrame lo que tenga que ver.

El coloso giró…

y el bosque entero pareció inclinarse levemente con su paso.

Eiden lo siguió.

Detrás, sin que él lo notara, Sárela murmuró con una tristeza suave:

—Volvé, ¿sí?

Todavía no terminé de conocerte…

🌑 — “La Marca Que Reconoce”

El bosque Hálmer siempre había sido silencioso.

Pero ahora, mientras Eiden caminaba detrás del Guardián Caído, el silencio era distinto… como si miles de ojos invisibles lo observaran desde los troncos.

Cada paso del coloso hacía temblar la tierra apenas, un recordatorio constante de que no era una criatura viva… sino algo que había sido creado para proteger o destruir, según quién lo guiara.

Eiden iba justo detrás, respirando hondo, notando cómo su herida —esa marca en la mano— ardía suave, como una brasa que no quema, pero avisa.

—¿Por qué siempre termino siguiendo cosas que pueden matarme…? —murmuró para sí mismo con una media sonrisa resignada.

El Guardián se detuvo.

Se quedaron frente a un árbol gigantesco, mucho más grande que cualquier otro del bosque.

El tronco estaba cubierto de símbolos tallados… no por manos humanas, sino por algo más antiguo.

Formaban espirales, cruces y figuras que parecían moverse si uno las miraba demasiado tiempo.

Eiden sintió un escalofrío.

—¿Qué… es este lugar?

El Guardián Caído levantó su cuchilla y la apoyó sobre la corteza. No cortó.

Simplemente la apoyó.

El árbol respondió.

La corteza se abrió lentamente, como un párpado de madera, dejando ver un brillo interior.

Una luz tenue, azulada, que parecía latir igual que un corazón.

Eiden dio un paso atrás, sorprendido.

—¿Me estás mostrando… esto?

El Guardián inclinó la cabeza de nuevo.

No había amenaza.

Era una invitación.

Con un respiro firme, Eiden apoyó su mano derecha —la de la marca— sobre la luz.

Al instante, el árbol reaccionó.

La marca en su mano se encendió como una llama blanca.

El bosque entero dejó de sonar.

Ni pájaros, ni viento, ni hojas.

Solo su corazón.

Thump… thump…

Una voz resonó… pero no era una voz externa.

Era como si hablara dentro de él.

“Tu origen no es de este mundo…

pero tu propósito sí.”

Eiden abrió los ojos, sorprendido.

La luz del árbol se hizo más intensa, atravesando la marca, entrando por su brazo, golpeando su pecho como una ola de calor.

“Eres… un Portador.”

Eiden apretó los dientes.

—¿Portador de qué?

El árbol respondió con un latido más fuerte… y de repente, imágenes invadieron la mente de Eiden:

• Una guerra antigua…

• seres gigantes caminando sobre ciudades que ya no existen…

• un cielo partido en dos por luz y sombra…

• una figura masculina con la misma marca que él… luchando solo contra decenas de monstruos.

Eiden jadeó y cayó de rodillas.

El Guardián Caído extendió su mano enorme hacia él, como queriendo sostenerlo.

“Portador de la Herencia Blanca…”

susurró esa voz invisible.

“La misma marca… que los antiguos responsables de sellar a los Tops oscuros.”

Eiden sintió un escalofrío brutal.

—¿Los Tops… también existieron acá…?

¿En este mundo?

Su cabeza latía, pero la voz siguió:

“Tú… no fuiste enviado por accidente.”

“Fuiste elegido porque cargás una luz que incluso los Caídos reconocen.”

La luz del árbol retrocedió y la corteza volvió a cerrarse lentamente.

Eiden quedó jadeando, con la mano temblando… pero la marca brillando más fuerte que nunca.

El Guardián Caído dio un paso hacia él y golpeó el pecho del muchacho suavemente con su dedo gigante… un gesto que parecía decir:

“Ahora sabés quién sos.”

Eiden levantó la vista, todavía mareado.

—No sé si entiendo todo… —dijo, respirando hondo—. Pero si Dios me puso esto… entonces no voy a retroceder.

El coloso inclinó la cabeza con algo que parecía aprobación.

Cuando empezaron a volver, Eiden se detuvo un segundo y miró su mano.

La marca había cambiado.

Ya no era solo una grieta.

Era un símbolo.

Un pequeño círculo con una línea atravesada… idéntico al guerrero antiguo que vio en la visión.

—“Herencia Blanca”… —susurró—.

¿Y esto… qué significa para mí?

Pero antes de poder procesarlo, un grito se escuchó desde la aldea.

Era Sárela.

Un grito de miedo.

El Guardián Caído se dio vuelta al instante.

Eiden sintió que su corazón se apretaba.

—¡Algo pasó! —exclamó, corriendo.

La marca de su mano brilló otra vez.

Y por primera vez, Eiden sintió que no corría con miedo…

Sino con propósito.

🌑 — “El Lamento Que Baja del Cielo”

Eiden corría entre los árboles con el Guardián Caído detrás, moviéndose sorprendentemente rápido para un gigante de hueso.

La marca nueva de su mano ardía como si el bosque entero la estuviera llamando.

El grito de Sérela seguía resonando en su cabeza.

Cuando la aldea Hálmer apareció entre las ramas, la tranquilidad de la mañana había desaparecido por completo.

Había humo.

Había tierra removida.

Y había silencio, un silencio peligroso… como el que queda cuando algo acaba de romper la paz.

Eiden apretó los puños.

—¡Sérela! —gritó entrando de golpe.

Los guerreros estaban reunidos alrededor del centro de la aldea, respirando agitados.

Algunos tenían cortes frescos, otros temblaban como si hubieran visto un fantasma.

El jefe Tane estaba ahí, firme pese a la tensión.

Pero Sérela…

Sérela estaba de rodillas, con las manos en la boca y lágrimas en los ojos. No heridas… solo temblor, susto puro.

Eiden corrió hacia ella.

—¡Sérela! ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¡Decime!

Ella lo abrazó sin pensarlo.

No suave.

No controlada.

Fue un abrazo desesperado, como alguien que estuvo a segundos de perder algo valioso.

—Eiden… —su voz temblaba—. Bajó del cielo… una cosa… una… sombra. No era animal, no era espíritu, no era nada del bosque. Nunca vi algo así.

Eiden la sostuvo firme.

—Estoy acá. Ya pasó. Respirá.

Sérela tragó aire, aferrándose a su cuello.

Su cuerpo estaba frío.

—Era… —intentó decir—. Era una figura… con una máscara… sin boca… y sus brazos eran como humo oscuro.

Nos miró. Miró directamente el lugar donde vos dormís.

Y… y después gritó.

Eiden frunció el ceño.

—¿Gritó?

El jefe Tane se acercó.

—No fue un grito común, Eiden. —dijo con gravedad—. Fue un lamento. Uno que no pertenece a esta tierra.

El Guardián Caído encendió su pecho hueco, como si reaccionara al recuerdo de esa criatura.

Los guerreros se apartaron instintivamente al verlo: ahora no le temían… pero lo respetaban como si fuera un monstruo sagrado.

Tane continuó:

—La criatura dejó esto en el suelo. —levantó un objeto con cuidado.

Era una máscara pequeña.

Blanca, sin boca, sin rasgos.

Idéntica a la figura que describió Sérela.

Eiden la tomó.

Al tocarla, la marca de su mano brilló… y un susurro rasgó su mente como viento helado.

“Te encontré…”

Eiden retrocedió con un escalofrío.

Sérela lo apretó más fuerte.

—No vayas, Eiden. —susurró—. Esa cosa… esa cosa te estaba buscando a vos. No era para nosotros. Era para vos.

Él la miró.

Y por primera vez, vio miedo real en esos ojos dulces.

—Sérela… —le dijo con voz suave, levantándole la barbilla—. No me voy a ir. No todavía.

Pero necesito saber qué era eso.

El jefe Tane apretó los dientes.

—No era un espíritu del bosque.

No era un Guardián.

No era humano.

No era de aquí.

Hizo una pausa larga.

—Joven Eiden… creo que eso era una Emanación del Otro Mundo.

Algo que cruzó… buscándote.

Eiden sintió el peso del destino caerle encima como una losa.

El Guardián Caído emitió un sonido grave, molesto.

Entonces el cielo tembló.

Una nube negra pasó justo encima, moviéndose demasiado rápido para ser natural.

Los niños corrieron a esconderse.

Los guerreros levantaron las armas.

Sérela agarró a Eiden de la mano con fuerza.

La marca volvió a arder.

Eiden alzó la vista.

Y entre las nubes…

por un instante…

vio una silueta.

La misma máscara.

La misma criatura.

Mirándolo.

A él.

Solo a él.

Eiden sintió su corazón endurecerse.

—Si viniste desde el otro mundo… —dijo, apretando el puño—. Entonces ya sé quién sos.

Sérela lo miró, sorprendida.

—¿Quién…?

Eiden tragó saliva.

—Un Top menor.

Uno que escapó.

Uno que no debería estar vivo.

La nube negra se disolvió.

La aldea quedó en silencio.

Eiden miró su marca y murmuró:

—Viniste a buscarme…

pero yo ya no soy el mismo chico débil que dejaste atrás.

Sérela lo tomó del brazo.

—¿Qué vas a hacer?

Eiden inspiró profundo.

Y con una determinación nueva, casi peligrosa, respondió:

—Voy a encontrarlo antes de que vuelva.

El Guardián Caído levantó su cuchilla, como si aprobara.

— “El Asesino del Velo Negro”

El silencio en la aldea era tan tenso que parecía que el aire mismo se había roto.

Eiden dio dos pasos hacia adelante, mirando el cielo vacío… pero con esa sensación en la nuca de que alguien todavía lo observaba.

El Guardián Caído gruñó bajo, un sonido metálico que vibró en el suelo.

—¿Lo sentiste también? —murmuró Eiden.

El coloso inclinó la cabeza.

Sérela agarró el brazo de Eiden, con el corazón acelerado.

—Eiden… no vayas solo. Esa cosa… esa cosa no era un espíritu.

No había… vida en sus ojos.

Antes de que él pudiera responder, el jefe Tane levantó la mano.

—¡Silencio!

Todos obedecieron al instante.

La tierra…

tembló.

Apenas.

Como si un insecto enorme caminara bajo ellos.

Y entonces, lo vieron.

Apareció entre las casas, moviéndose como una sombra que había aprendido a caminar como humano.

La figura alta, delgada… con una máscara blanca sin boca.

Los brazos largos, oscuros, como hechos de humo sólido.

Pero lo peor no era su cuerpo.

Era el sonido que emitía.

Un lamento… suave… que hacía doler los huesos.

Sérela retrocedió.

—Eiden… ese es—

—Lo sé —dijo él, tragando saliva, pero con la mirada firme—. No es un Top menor.

Es un asesino.

Uno enviado por ellos.

El asesino inclinó la cabeza como si le gustara escucharlo decir eso.

El Guardián Caído dio un paso enorme, interponiéndose entre Eiden y la criatura.

El asesino ni se inmutó.

Su brazo derecho se desenrolló como una cinta negra… y atacó.

⚔️ La Pelea Comienza

El coloso levantó su cuchilla para bloquear…

CLANG

El impacto hizo temblar toda la aldea.

Chispas negras saltaron como si el arma del asesino no fuera materia, sino odio condensado.

Eiden sintió que el aire se le escapaba del pecho por la presión espiritual.

—¿Qué… es esa cosa?

Sérela tembló.

—Un Rastro Oscuro… —susurró—. Hecho solo para matar.

El asesino se deslizó alrededor del coloso, moviéndose como agua negra.

Apareció detrás de Eiden.

Demasiado rápido.

Eiden levantó el brazo para bloquear instintivamente—

Pero la marca de su mano brilló.

Una luz blanca estalló de su palma, desviando el golpe por un pelo.

—¡¿Qué…?! —Eiden retrocedió sorprendido.

El asesino se congeló por un instante.

Como si la luz le hubiera dolido.

El Guardián Caído aprovechó.

BOOM

Le dio un manotazo al asesino, lanzándolo contra una pared de madera que estalló en pedazos.

Los aldeanos gritaron y se ocultaron.

Eiden avanzó con sus puños cerrados.

—¡No voy a dejar que toques a nadie de esta aldea! ¡Ni a Sérela!

El asesino salió de los escombros sin un solo hueso roto… pero con la máscara agrietada.

Se inclinó hacia adelante… como si analizara la luz de Eiden.

Y luego, desapareció.

—¡Eiden, arriba! —gritó Sérela.

Él miró al cielo justo a tiempo para ver al asesino caer en picada, con sus dos brazos convertidos en cuchillas negras.

Eiden levantó su brazo marcado para protegerse—

La luz blanca lo envolvió como un escudo.

CRACK

Las cuchillas rebotaron, y el asesino fue lanzado hacia atrás, sorprendido por primera vez.

Eiden jadeó, sintiendo el brazo entumecido.

—Gracias… Dios —susurró.

El coloso llegó a su lado con un estruendo.

Puso su cuchilla delante de Eiden, protegiéndolo como un guerrero antiguo protegiendo a un elegido.

El asesino se retorció, enfurecido… y cargó otra vez.

⚔️ El Clímax

El Guardián Caído lo recibió con un tajo vertical.

El asesino se deshizo en humo para esquivarlo…

Pero Eiden ya estaba corriendo hacia el otro lado, puño listo, marca encendida.

—¡Vamos! —gritó.

El asesino apareció detrás de él, extendiendo sus brazos como lanzas.

Sérela gritó:

—¡EIDEN!—

La marca reaccionó sola.

Un destello blanco explotó en círculo.

El asesino fue detenido a centímetros del cuello de Eiden, la luz envolviendo sus brazos como cadenas invisibles.

El coloso aprovechó.

Le clavó la cuchilla en el pecho.

CLASH!!

Un rugido de energía oscura llenó el aire.

El asesino se retorció, convulsionando, su máscara quebrándose por completo.

Eiden sintió la oportunidad.

Saltó hacia adelante, con la mano marcada brillando más que nunca.

—¡ESTO ES POR LO QUE ME ENVIARON! —rugió—.

¡YO NO CORRO MÁS!

Golpeó directo donde estaba el corazón de la criatura.

BOOOM

Una explosión de luz blanca consumió al asesino desde adentro.

Su cuerpo se desintegró en humo oscuro, dejando solo la máscara partida… que cayó al suelo como una lágrima de porcelana.

El silencio volvió.

Sérela corrió hacia Eiden y lo abrazó fuerte, temblando.

—Eiden… pensé que… pensé que no ibas a volver…

Él respiraba agitado, todavía con la mano temblando por la luz.

—Estoy acá —susurró contra su pelo—. No voy a dejar que nada te pase.

Ni a vos… ni a esta aldea.

El Guardián Caído lo miró desde arriba, como si viera por fin al guerrero que estaba destinado a ser.

Eiden levantó la máscara rota del asesino y la apretó con fuerza.

—Si los Tops enviaron esto… —dijo con una voz profunda, decidida—.

Entonces ellos saben que sigo vivo.

Y van a venir.

Sérela lo miró con miedo, pero también con algo más:

Respeto.

Eiden la miró y sonrió débil.

—Y cuando vengan… yo voy a estar listo.

📜 — “El Bosque Que Decide”

🌒 — El Mes de la Tentación

Un mes pasó casi como un suspiro en la aldea Hálmer.

La herida del asesinato fallido sanó.

El coloso se convirtió en una presencia silenciosa que se quedaba siempre cerca del límite del bosque, como un perro gigante hecho de piedra y tragedia.

Los niños ya lo miraban sin llorar.

Los guerreros, con respeto.

Eiden… con una mezcla rara de calma y curiosidad.

Y mientras él entrenaba todos los días hasta que las manos le sangraran, algo más empezó a pasar.

Las mujeres de la aldea empezaron a mirarlo.

Mucho.

No por arrogancia.

Era simple: había derrotado a un Alfa, había sobrevivido a un asesino, el bosque lo había “bendecido”, tenía una fe inquebrantable y encima era… bueno… Eiden.

Modesto, trabajador, respetuoso.

Un combo peligroso.

A veces estaba ayudando a cargar agua y escuchaba susurros:

—“Mirá esos brazos…”

—“Debe ser fuerte.”

—“Y no se fija en nadie… qué tentación…”

Eiden, obviamente, no entendía nada.

Pensaba que hablaban del clima.

Riku, si estuviera ahí, ya le estaría gritando: “¡Flaco, sos más denso que un tronco mojado!”

Pero Eiden seguía su camino, entrenando, rezando en silencio al caer el sol, y agradeciendo cada día que Dios todavía lo mantuviera firme en ese mundo extraño.

Hasta que llegó esa noche.

La luna estaba baja y roja como una brasa.

El viento entraba por las ventanas de madera como un susurro tibio.

Eiden estaba acostado, apenas cubierto con una manta simple, repasando mentalmente sus entrenamientos.

—“Mañana tengo que mejorar el golpe recto… Azu me mataría si me viera tirarlo así de torcido…”

—“Y tengo que hablar con el jefe sobre la visión del Árbol…”

—“Y—”

La puerta de su cuarto se abrió despacio.

Eiden se incorporó un poco, confundido.

—¿Hola?

La figura entró…

suave, silenciosa…

con una túnica fina que parecía más un pijama que una prenda de la aldea.

Sárela.

Eiden sintió el alma dejar el cuerpo por un segundo.

—Eiden… —susurró ella, cerrando la puerta con una mano—. ¿Puedo pasar?

—¿Eh? Sí, sí, obvio, digo… ¿por qué estás… así?

Ella se acercó, calmada, pero con un brillo decidido en los ojos.

—Hace un mes que estás con nosotros. Y cada día demostrás quién sos.

El bosque te eligió.

Nos salvaste.

Y yo… —se mordió el labio— también te elegí.

Eiden tragó saliva tan fuerte que hasta el coloso debió escucharlo desde afuera.

—Sárela, yo… no sé si entiendo…

Ella se acercó aún más y se sentó en el borde de su cama.

—No quiero perder tiempo —dijo suave, tocando su brazo—. Quiero formar un lazo con vos. Un verdadero lazo.

Quiero… —bajó la voz— unir mi vida con la tuya.

Quiero darte un hijo.

Eiden quedó duro como una estatua.

Su cerebro gritaba por ayuda divina.

Era literalmente la única vez en meses en que deseó que apareciera un monstruo.

—Yo… eh… esto… —buscó palabras como si estuvieran escondidas bajo la cama—. Sárela, yo no… no puedo. ¡No estoy listo para eso!

Ella lo miró sorprendida.

—¿No te gusto?

—¡Sí! digo… ¡NO! digo… ¡me parecés linda pero ese no es el punto! —se agarró la cabeza—. Yo no vine acá para eso. No estoy preparado para pareja ni para hijo ni para… eso.

Ella frunció el ceño, entre frustrada y dolida.

—Eiden… no todos los días aparece alguien como vos.

Él respiró hondo, por primera vez firme.

—Sárela…

Yo tengo un camino. Y tengo fe.

Y cuando llegue ese momento, será con amor verdadero… y cuando Dios decida, no cuando el destino me empuje.

Ella bajó la mirada.

Las manos le temblaron apenas.

Y después suspiró… suave.

—Sos imposible… —sonrió con tristeza— pero sos bueno. Muy bueno.

Eiden soltó el aire, aliviado… por un segundo.

Porque ella se levantó y dijo:

—Si no querés dormir conmigo, por lo menos dormí bien, ¿sí?

Lo besó en la frente.

Y salió de la habitación.

Eiden quedó inmóvil.

Diez segundos después…

Él se levantó, tomó su manta, abrió la puerta y salió a toda velocidad como si lo persiguiera un dragón.

Terminó durmiendo en el establo, entre dos cabras y un tronco.

El coloso lo miró desde la oscuridad, sin entender nada.

Eiden murmuró:

—No estoy listo para eso… ni de cerca…

Las cabras balaron como si estuvieran de acuerdo.

Y así… entre incomodidad, decisiones difíciles, y un corazón que empezaba a despertarse, terminó el mes.

Con Eiden más fuerte.

Más respetado.

Más probado.

Y sin saberlo…

mucho más cerca de su verdadero renacer.

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