Cherreads

Chapter 25 - Capítulo 25 — “El Juramento Bajo el Árbol Vivo”

📜 Capítulo 25 — “El Juramento Bajo el Árbol Vivo”

(Arco: Del Renacer Caído)

— “La Llamada del Bosque No Duerme”

La noche en Hálmer cayó sin pedir permiso.

Una de esas noches densas, de cielo azul oscuro casi negro, donde incluso el fuego parece tener miedo de hacer demasiado ruido.

Eiden estaba sentado a un costado de la aldea, frente a una fogata pequeña, intentando relajar los brazos después del entrenamiento. La marca blanca aún palpitaba bajo la piel como un corazón ajeno, respondiendo a algo que él no terminaba de entender.

El Guardián Caído se encontraba cerca, inmóvil, mirándolo como si fuese una estatua de hueso. Nadie en la aldea se acostumbraba del todo a su presencia, pero esa noche, incluso el coloso parecía… inquieto.

—No me mires así —murmuró Eiden con media sonrisa cansada—. Ya sé que tengo que mejorar, ¿sí?

El gigante apenas inclinó la cabeza. Era su forma de decir “sí, pero te falta”.

El silencio se rompió cuando alguien se acercó caminando.

El jefe Tane.

Vestía un manto de hojas trenzadas y llevaba en la mano un bastón que parecía tallado por el mismo bosque. Su rostro tenía esa seriedad que uno solo usa cuando lo que está por decir no puede ser evitado.

—Eiden —dijo—. Es hora.

Eiden parpadeó.

—¿Hora de qué?

Tane clavó el bastón en la tierra.

—El bosque te llamó. Y cuando el bosque llama a un marcado… no espera.

Mañana, antes del amanecer, deberás realizar el Juramento del Árbol Vivo.

Eiden frunció el ceño.

—¿Un… ritual?

—Un camino —corrigió Tane—. Uno que muestra quién sos y hacia dónde te querés dirigir. Ningún guerrero bendecido evita ese paso. El bosque te aceptó… ahora quiere saber si vos lo aceptás a él.

Eiden tragó saliva.

Pero antes de poder responder, Tane lo miró más hondo.

—Y no irás solo. Traé a tu protector.

El Guardián Caído dio un paso adelante, haciendo vibrar la tierra.

Tane no retrocedió ni un centímetro. Solo bajó la cabeza, respetando al gigante.

Eiden respiró hondo.

—Está bien. Mañana… entonces.

Tane asintió.

—Descansá. Vas a necesitar más fuerza que en cualquier pelea que hayas tenido.

Cuando el jefe se alejó, Eiden se quedó mirando las brasas.

Algo en su pecho estaba inquieto. No miedo.

Esas cosas ya no lo frenaban.

Era otra sensación. Más profunda.

Como si la marca ya supiera lo que le esperaba.

Unos pasos suaves sonaron detrás de él.

Eiden no tuvo ni que darse vuelta.

—Sérela… —susurró.

Ella se sentó a su lado, con esa tranquilidad que hacía que incluso el Guardián Caído se relajara un poco al verla. Llevaba su cabello suelto, brillando con la luz del fuego.

—Escuché —dijo bajito—. Vas a hacer el Juramento.

—Parece que sí —respondió, intentando no sonar preocupado.

Sérela lo miró con esos ojos honestos que ella tenía para él y nadie más.

—No todos lo logran —admitió—. El bosque muestra cosas… cosas que duelen. Cosas que uno no quiere ver. Y si te asustás, te expulsa. Y si te resistes… te lastima.

Eiden respiró hondo.

—¿Vos lo hiciste?

Ella negó con la cabeza.

—No tengo marca. Solo los que cargan un destino cargado deben hacerlo.

Y vos… —bajó la mirada— vos tenés uno demasiado grande.

Hubo un silencio corto, suave.

Ella extendió la mano y tocó la de él encima de la marca.

Eiden se tensó sin querer, pero no se apartó.

—Eiden —dijo más seria que nunca—. Prometeme… que pase lo que pase, no te vas a rendir ahí adentro. Que aunque te muestre lo peor de vos… vos vas a seguir adelante.

Él la miró.

Y sonrió con ese gesto sincero, humilde y fuerte que lo hacía distinto a todos.

—No vine hasta acá para retroceder. Vos sabés eso.

Ella bajó la mirada, sonriendo apenas, aliviada.

—Entonces volvé —susurró—. Porque si no, voy yo misma a buscarte.

El Guardián Caído emitió un sonido grave, como si aprobara la amenaza.

Eiden rió.

—Está bien, está bien… voy a volver.

La noche avanzó, y cuando Sérela se retiró, Eiden quedó solo con el gigante.

Miró su mano marcada.

—Mañana empieza algo grande… ¿no?

El Guardián Caído inclinó la cabeza de una manera que decía claramente:

“Sí. Y no hay vuelta atrás.”

Eiden respiró profundo.

Mañana, antes del amanecer…

tendría que enfrentarse a su propio destino.

Y al bosque que lo había elegido.

“El peso de la luz”

El viento helado del bosque soplaba suave, casi como si quisiera advertirle algo. Eiden se arrodilló frente al círculo de piedras. Sus manos temblaban todavía por el shock de lo que había visto: la sombra blanca… el cuerpo muerto… el destino que no quería aceptar. Pero aun así, estaba ahí, respirando hondo, decidido a seguir.

—“No apartes tu mirada, chico” —gruñó el Guardián Caído, apoyándose contra un tronco con esa postura arrogante que lo caracterizaba.

Eiden tragó saliva.

—Estoy… estoy bien.

—No, no lo estás. Pero querés estarlo… y eso alcanza.

El espíritu crujió los nudillos, como si fuera a entrar en un combate.

—Escuchá. Lo que viste en el ritual no fue un sueño ni una advertencia: fue un recuerdo. Algo que tu alma guarda, pero tu mente todavía no entiende.

Eiden bajó la cabeza.

Algo dentro de él ardía… y no era miedo.

—Quiero ser más fuerte. —Sus palabras salieron firmes, sin tartamudeos—. Quiero usar esta luz para proteger… no para dejar que alguien muera por mí otra vez.

El Guardián Caído soltó una risa seca.

—Entonces levantate. Porque a partir de ahora, si querés usar esa luz, vas a tener que pagar su precio.

Eiden se puso de pie.

El espíritu levantó una mano, y una pequeña chispa blanca flotó en el aire. Era pura, fría, casi viva. Eiden sintió cómo la marca en su pecho comenzó a latir más fuerte.

—Esto es Herencia Blanca básica —explicó el Guardián—. Nada de explosiones, nada de brillar como una estrella. Lo mínimo. Si no podés controlar esto… lo demás te va a matar.

La chispa tembló… y de golpe corrió hacia el pecho de Eiden como si fuera un relámpago.

—¡Ah—! —Eiden cayó de rodillas, apretando los dientes mientras el dolor le subía por los brazos como un fuego helado.

—Respirá —dijo el Guardián—. No luches contra la luz… guiala.

Eiden trató. Por primera vez en mucho tiempo, no era su cuerpo el que sufría… era su voluntad la que estaba en juego.

Cada respiración era como cargar una montaña.

Cada latido era como arrastrar una espada rota.

Pero no se rendía.

Unos pasos suaves se acercaron desde atrás.

—“Eiden… ¿estás bien?” —la voz de Sérela sonó con un hilo de preocupación.

Él levantó la mirada, sudando, con el rostro tenso… pero con una sonrisa pequeña.

—Estoy… aprendiendo.

La luz empezó a estabilizarse. Pequeñas partículas blancas se arremolinaron alrededor de sus brazos, siguiendo cada movimiento como si fueran plumas brillantes.

El Guardián Caído lo observó con una ceja levantada.

—Mirá eso…

No pensé que lo agarrarías tan rápido.

Eiden, jadeando, cerró los puños.

La luz respondió.

No era perfecta… temblaba… pero estaba ahí.

La primera prueba estaba superada.

Y recién estaban empezando.

“Forjando huesos y fe”

El sol comenzaba a filtrarse entre las hojas altas del bosque. La noche del ritual había quedado atrás, pero su peso seguía dentro del pecho de Eiden, recordándole que cada paso que diera desde ese día tenía que ser más firme que el anterior.

El Guardián Caído apareció flotando, bostezando como si nada.

—Bueno, chico… hoy vamos a ver si ayer fue suerte o si realmente tenés agallas.

Eiden estiró los brazos, todavía con un leve dolor eléctrico recorriendo sus músculos.

Pero en vez de quejarse, sonrió.

—Estoy listo.

—Ya veremos.

El espíritu extendió la mano y tres esferas blancas surgieron alrededor de Eiden. Tenían el tamaño de una manzana… pero vibraban con una energía que hacía que el aire se tensara.

—Tu tarea: mantenerlas en el aire usando tu propia luz. Sin tocarlas. Sin empujarlas. Solo dirigiendo la energía desde tu marca.

Eiden sintió un escalofrío.

Eso… sonaba muy por encima de lo básico.

—¿Y si fallo…?

El Guardián Caído sonrió con una malicia elegante.

—Te electrocutan. Fuerte.

—Genial… —murmuró Eiden.

Respiró profundo.

Activó la luz.

Y el entrenamiento comenzó.

Al principio, la energía se le escapaba como agua entre los dedos.

Las esferas se movían erráticas, chocándose entre sí y tirándolo hacia atrás varias veces.

Cada error lo hacía caer al suelo, jadeando, con pequeñas chispas blancas recorriéndole la piel.

Pero no se rendía.

No se rendía nunca.

Cada vez que caía, se levantaba más rápido.

Cada vez que fallaba, analizaba qué había hecho mal.

Cada vez que la luz lo hería, reforzaba la respiración… y seguía.

Desde lejos, Sérela lo observaba escondida detrás de un tronco, mordiendo su labio inferior.

—Ese idiota… —susurró con preocupación—. ¿Por qué siempre se exige hasta romperse?

Pero también… algo en su pecho latía con orgullo.

Poco a poco, la luz empezó a obedecerlo.

Las esferas se estabilizaron, moviéndose con pequeños pulsos coordinados.

Y Eiden, con el rostro rojo de esfuerzo, levantó las manos…

Las tres esferas quedaron flotando, perfectamente alineadas.

El Guardián Caído chasqueó la lengua.

—Tsk… no pensé que lo lograrías hoy.

Eiden se dejó caer de rodillas, respirando como si hubiera corrido kilómetros, pero sonriendo.

—Yo tampoco… pero… lo logré… ¿no?

El espíritu alzó una ceja.

—Sí. Y mañana será peor.

Eiden rió, cansado pero decidido.

—Entonces… traeré más fuerzas.

Y el bosque, en silencio, pareció reconocer su avance.

Una brisa suave movió las hojas.

La luz alrededor de Eiden titiló como si lo felicitara.

Estaba creciendo.

Despacito, con dolor…

Pero creciendo.

“Un año lejos del mundo que dejó atrás”

El entrenamiento se volvió una rutina tan dura que cualquier soldado común habría abandonado al segundo día. Pero Eiden no era común. Y el Guardián Caído lo sabía.

Las mañanas empezaban con la piel ardiendo por la luz.

Las tardes terminaban con los músculos temblando.

Y las noches… con Sérela curándole los brazos, siempre con la misma mirada dulce, siempre con el mismo “tenés que descansar, Eiden”.

Los primeros días fueron insoportables.

Las nuevas técnicas parecían imposibles:

• sostener estructuras de luz por minutos sin romperse,

• caminar sobre plataformas brillantes suspendidas en el aire,

• canalizar energía a través de heridas sin perder el control,

• resistir explosiones mínimas sin caer desmayado.

Cada una lo tiraba al suelo más duro que la anterior.

Pero él seguía.

Y seguía.

Y seguía.

Cinco meses después

El bosque ya no era el mismo para él.

Podía sentir cada vibración de la luz.

Podía moverse rápido, preciso, casi elegante.

Y aunque su cuerpo había cambiado —más firme, más resistente— lo que más había crecido era su voluntad.

Era otra persona.

Un día, mientras terminaba una prueba donde debía mantener una esfera del tamaño de un árbol en equilibrio sobre su propia energía, el Guardián Caído suspiró con una mezcla de orgullo y fastidio.

—Che… ahora sí sos peligroso, chico.

Eiden bajó la esfera lentamente, con el pecho subiendo y bajando por el esfuerzo.

—Todavía me falta.

—Y te va a seguir faltando. Pero ya no sos aquel que apenas podía respirar sin temblar.

Eiden sonrió.

Pero su sonrisa se apagó un poco al mirar hacia el cielo.

—Un año… —susurró.

El espíritu lo escuchó.

—Los extrañás, ¿no?

Eiden cerró los ojos.

Imaginó a Riku, haciendo alguna tontería para animarlo.

Imaginó a Lia, diciéndole que no se preocupara tanto.

Imaginó el mundo que dejó atrás… el mundo donde su padre murió por salvarlo.

Un nudo se le formó en la garganta.

—Sí… me pregunto cómo estarán. Si siguen vivos… si me buscan… si creen que desaparecí para siempre.

Sérela apareció detrás de él, con ese paso suave que siempre tenía cuando no quería molestarlo.

—Eiden… —dijo en voz baja—. Ellos deben pensar en vos. Igual que vos pensás en ellos. Y… algún día volverás con ellos. Yo… lo sé.

Eiden abrió un ojo, sorprendido.

La vio allí, con el cabello movido por el viento, las manos entrelazadas y el rostro lleno de amor silencioso.

Ella siempre estaba.

Siempre.

—Gracias, Sérela —dijo él, con una sonrisa amable—. De verdad.

Sérela se sonrojó y miró al costado.

—Yo… yo solo… no quiero que estés solo, Eiden. Nunca.

El Guardián Caído bufó.

—Bueno, bueno, basta de novelas románticas. ¡A entrenar!

Eiden rió.

Sérela también.

Y aunque el mundo que dejó atrás seguía siendo una herida abierta…

también era cierto que en esa aldea, con esa chica que lo cuidaba todos los días…

Eiden estaba encontrando algo que nunca había tenido:

Paz.

Y fuerza.

“El reflejo del guerrero que nació de la luz”

El atardecer pintaba el bosque de tonos dorados y naranjas, mientras el murmullo del río acompañaba el viento suave. Eiden caminó hasta la orilla como lo hacía cada vez que necesitaba pensar. Ese lugar se había convertido en su refugio, su templo personal.

El agua estaba tranquila, casi inmóvil.

Y cuando Eiden se inclinó para mirarse…

Se sorprendió él mismo.

No era la cara que recordaba de hace un año.

Ya no veía a ese chico con el miedo escondido detrás de la sonrisa.

Ya no veía al joven flaco y débil que temblaba cada vez que la luz lo rozaba.

Su pelo era un poco más largo, más desordenado.

Su cuerpo… más firme, más definido, con la marca en su pecho brillando cada vez que respiraba hondo.

Su postura… mucho más recta, segura, como si el peso de su pasado ya no lo aplastara, sino que lo sostuviera.

Y era más alto.

Un poco más, pero lo suficiente para que él mismo lo notara.

—“Increíble…” —murmuró sin darse cuenta—. ¿Ese… soy yo?

Por un momento, esa imagen lo emocionó.

Le dio un nudo en la garganta.

Porque, por primera vez, no se sintió como un sobreviviente…

sino como un guerrero en formación.

Detrás de él, unas hojas se movieron.

Eiden no se sobresaltó.

Su cuerpo ya no reaccionaba con miedo.

Solo se dio vuelta, tranquilo.

Sérela salió entre los árboles con una sonrisa tímida.

—Te buscaba… —dijo, acercándose con ese paso suave que ya era parte de la paz de Eiden.

—Solo estaba… pensando —respondió él.

Ella se colocó a su lado y también miró el agua. Sus ojos recorrieron el reflejo de Eiden, luego su rostro real… y bajó la mirada como si le diera vergüenza lo que estaba sintiendo.

—Cambiaste mucho —dijo ella en voz baja—. No solo tu cuerpo… vos. Todo vos.

Eiden suspiró.

—Creo que tenía que hacerlo. No podía quedarme igual para siempre.

Sérela lo miró, con una mezcla de dulzura, admiración… y un cariño profundo que ya no podía ocultar.

—Yo estuve contigo todo este año, Eiden. Te vi llorar, te vi reír, te vi quedar inconsciente cientos de veces… —rio un poco—. Pero nunca te vi rendirte. Ni un solo día.

Él se rió también.

Una risa tranquila, honesta, casi adulta.

—Gracias por cuidarme tanto, Sérela.

Ella tragó saliva.

Su corazón latía fuerte, como si quisiera saltarle del pecho.

—Yo… yo lo hago porque… —hizo una pausa, recogiendo valor—. Porque ya no puedo imaginar mis días sin vos.

Eiden se quedó en silencio.

No retrocedió.

No se alejó.

Solo la escuchó… y esa simple reacción bastó para que Sérela sintiera calor en todo el cuerpo.

El viento cambió.

De repente, Eiden sintió un cosquilleo.

Una vibración leve en la marca del pecho.

Miró hacia el bosque profundo.

Algo se movía allí.

No era un animal.

No era un espíritu.

Era… vida inteligente.

Y no humana.

Pequeñas siluetas cruzaron entre los árboles, tan rápidas y elegantes que apenas se podía distinguir su forma. Pero Eiden alcanzó a ver lo suficiente:

Orejas largas.

Movimientos ligeros.

Arcos preparados.

Elfos.

Pero no los de la tribu de Tane.

Eran distintos.

Más altos, más misteriosos, con el aura de los que viven lejos de los peligros… o demasiado cerca de ellos.

Eiden apretó los puños.

—Creo que… ya es hora.

Sérela lo miró.

—¿Hora de qué?

Él dio un paso adelante, hacia el bosque.

La luz blanca apareció suavemente en sus brazos, como si lo saludara.

—De subir de nivel —dijo con una sonrisa decidida—. De explorar el bosque profundo. De ver qué hay más allá de todo esto.

Sérela sintió algo entre miedo y orgullo.

—Si vas… yo voy con vos —declaró sin dudar, con esa valentía dulce que la caracterizaba.

Eiden la miró.

Le puso una mano en el hombro, suave pero firme.

—Entonces… caminemos juntos.

Ella asintió, emocionada, casi temblando.

Y cuando los dos se adentraron en el bosque, las hojas parecieron apartarse.

El Guardián Caído apareció a la distancia, cruzado de brazos.

—Así que al fin vas a dejar de jugar en la zona segura, chico… —sonrió con arrogancia—. Bien. El verdadero entrenamiento empieza ahora.

Eiden respiró profundo.

Miró el cielo por última vez.

Y pensó en Riku, en Lia… y en su padre.

“Pronto…”, pensó.

“Pronto volveré. Pero antes… tengo que convertirme en lo que Dios quiere que sea.”

El capítulo cerró con los tres —Eiden, Sérela y el Guardián— entrando en la parte más oscura del bosque.

A donde solo entran los que están preparados para morir…

More Chapters