Había pasado una semana desde que Rowan empezó a trabajar junto al aldeano recolectando y vendiendo fruta en un pequeño mercado cercano. Con el paso de los días, decidió cambiar parte de su ropa, ya que todos lo miraban con curiosidad por su vestimenta extraña. Aun así, aunque había ganado algo de dinero, lo que tenía apenas le alcanzaba para comprar pan y algo de fruta.
No tenía un lugar donde dormir, así que pasaba las noches en una pequeña cueva del bosque, cerca de la aldea. Sabía que aquello era peligroso. Cada ruido en la oscuridad lo mantenía alerta; el crujido de una rama podía significar que alguna bestia rondaba cerca. Pero hasta ahora había logrado sobrevivir.
A pesar del cansancio y el hambre, Rowan no se rindió. Consiguió otro trabajo con un aldeano que vendía pan, y también ayudaba a un hombre que se dedicaba a remodelar casas en aldeas vecinas. No ganaba mucho en ninguno de ellos, pero al menos le alcanzaba para comprar un poco más de comida y, por suerte,encontro un lugar mas seguro donde pasar las noches: un pequeño establo con caballos.
El olor a paja y tierra húmeda no era precisamente agradable, pero era mejor que dormir a la intemperie. Desde su rincón, entre los caballos, observaba cómo la lluvia caía afuera y pensaba en todo lo que había cambiado desde aquel día en su habitación.
—Supongo que esto es lo que me tocó vivir —murmuraba a veces, con una leve sonrisa cansada.
Sabía que no podía seguir así para siempre. Tenía que buscar más trabajos o una mejor oportunidad, algo que le diera una vida más decente. Por ahora, se conformaba con poder comer y dormir bajo techo. La ropa no le importaba demasiado, pero se había comprado un par de prendas simples para no llamar tanto la atención entre los aldeanos.
Esa noche, mientras el viento soplaba entre las rendijas del establo, Rowan miró hacia el techo y suspiró. No sabía si algún día despertaría de aquel "sueño" o si realmente estaba atrapado en ese mundo. Lo único que tenía claro era que, mientras siguiera respirando, no pensaba rendirse.
