⭐ capitulo 7 — “El primer paso fuera del hogar”
La mañana comenzó como cualquier otra en ese pequeño rincón del mundo. El aire fresco se filtraba por la ventana y la luz golpeaba la mesa donde Eiden solía desayunar. Todo era tranquilo, demasiado tranquilo… y aun así, algo en su pecho se sentía movido, inquieto, como si el cuerpo supiera algo que él aún no entendía.
Eiden estaba sentado, mirando su taza de agua tibia. Su ropa sencilla, su postura temblorosa, su respiración suave… todo en él mostraba que seguía siendo el mismo chico débil de siempre.
Pero había una diferencia apenas perceptible: quería avanzar. No sabía hacia dónde, no sabía para qué… pero quería mover los pies.
Mientras pensaba en silencio, la puerta golpeó. Esta vez sin torpeza, sin gritos. Un golpe firme.
—¿Eiden? —era Lia, con voz suave pero decidida.
Él se levantó despacio y abrió la puerta. Lia estaba allí, con sus vendas bien puestas, su bolso pequeño en la mano, y esa expresión dulce que siempre escondía un poco de fuerza.
—Hoy nos vamos —dijo ella, como si fuera lo más natural del mundo.
Eiden parpadeó.
—¿Irnos… a dónde?
—A recorrer el mundo —respondió una voz detrás de Lia.
Riku apareció cargando una mochila enorme, casi más grande que él. Tenía una sonrisa confiada, pero sus piernas temblaban por el peso.
—¡Es hoy, Eiden! —dijo Riku—. No vamos a volver a quedarnos encerrados en este lugar esperando que la vida pase. Vamos a entrenar, a conocer, a sobrevivir… ¡y vas a hacerte más fuerte! Aunque sea un poquito.
Eiden sintió un pequeño nudo en el estómago.
No miedo exactamente… sino la sensación de estar frente a algo desconocido.
—Pero… —miró sus manos temblorosas— yo… no estoy listo. Aún me cuesta todo. Soy un estorbo.
Lia negó suavemente con la cabeza.
—No. Solo eres Eiden. Y eso alcanza —le dijo mientras ponía una mano en su hombro—. El viaje no es para que seas fuerte hoy. Es para que empieces a serlo mañana.
Riku dejó caer la mochila al suelo con un golpe seco.
—¡Además, no vamos solos! —levantó los brazos con exageración—. Estamos nosotros. Y yo soy fuerte. Más o menos. Bueno… no tanto, pero igual cuento como refuerzo moral.
Eiden soltó un suspiro que no sabía si era alivio, vergüenza o miedo.
Había vivido toda su vida ahí.
Salir… le parecía imposible.
Miró la mesa, la cama, las paredes. Ese era su mundo conocido. El único.
—¿Y si no puedo? —preguntó en voz baja.
Lia lo escuchó igual.
—Entonces caes —respondió—. Y nosotros te levantamos.
Riku asintió, orgulloso.
—Es un viaje. ¡Nadie empieza listo! ¿Vos viste algún héroe que arranque poderoso? ¡Jamás! —se señaló a sí mismo—. Excepto yo, claro. Yo nací épico.
Lia le dio un golpe suave en la cabeza.
Eiden miró a ambos.
No entendía por qué confiaban tanto en él.
No entendía por qué lo seguían.
Pero… no quería quedarse atrás.
Respiró hondo.
Un aire nuevo entró en sus pulmones.
No era valentía.
Era decisión, y eso bastaba.
—Está bien —dijo finalmente—. Voy con ustedes.
Riku levantó los brazos como si acabara de ganar una competencia.
—¡SÍ! ¡El equipo más desastroso del mundo se va de viaje!
Lia tomó la mano de Eiden con suavidad.
—Vamos juntos —dijo simplemente.
Los tres salieron de la casa.
Eiden cerró la puerta con cuidado, como si estuviera dejando atrás algo importante.
Tal vez sí lo estaba haciendo.
Tal vez estaba dejando atrás la versión de sí mismo que siempre tuvo miedo.
Frente a ellos, el camino se extendía largo, desconocido, amplio.
Montañas lejanas, bosques espesos, pueblos que nunca habían visto.
Y más allá… peligros que ninguno de ellos imaginaba.
Eiden apretó los puños, temblando un poco.
—Es… muy largo —murmuró.
—Por eso hay que empezar —respondió Lia.
Riku ya estaba dando pasos exagerados, como si fuera el líder de una expedición legendaria.
Eiden dio un paso.
Luego otro.
Cada uno más liviano que el anterior
El sendero era angosto, rodeado de árboles altos que dejaban caer hojas amarillentas con cada soplo de viento. El sol apenas se filtraba entre las ramas, dando al camino una luz suave, como si el mundo estuviera despertando con ellos.
Riku caminaba adelante con la mochila que rebotaba en su espalda. Tenía una rama larga en la mano, usándola como si fuese una espada legendaria.
—¡Oigan! —gritó de repente—. ¡A partir de ahora me pueden llamar “Riku el Indestructible”!
Hizo un giro ridículo, se tropezó con una piedra y casi se cae de cara.
Lia suspiró hondo.
—Riku… —lo alcanzó, le dio un golpecito en la cabeza—. ¿Podés dejar de hacer el ridículo al menos diez minutos?
—¡No puedo! —dijo él, acomodándose la ropa con orgullo—. ¡Es parte de mi encanto!
Eiden caminaba detrás, observando la escena con una leve sonrisa, tímida pero genuina. A pesar del peso del viaje, verlos discutir así lo hacía sentir acompañado.
—Riku… —dijo Eiden suavemente— no deberías distraerte tanto. El mundo es grande y… puede ser peligroso.
Riku lo miró con ojos brillantes.
—¡Exacto! Y por eso necesitamos alguien como vos que nos recuerde no morirnos. ¡Sos como… nuestra conciencia portátil!
Lia lo golpeó de nuevo.
—¡No le digas portátil a Eiden!
Eiden negó con la cabeza, apenado.
—No, no, está bien… si sirve para ayudar, no me molesta…
Lia lo miró con ternura.
Riku lo miró como si Eiden fuera un héroe trágico.
—Eiden… sos demasiado bueno —dijo Riku—. Tipo… demasiado. Algún día eso te va a meter en problemas.
—P-pero… —Eiden bajó la mirada— yo… solo intento… hacer lo correcto.
—Y lo hacés —dijo Lia, sonriendo.
Caminaron un rato más hasta que el sendero se inclinó hacia abajo, llegando a un pequeño arroyo. El agua corría con fuerza entre rocas puntiagudas. Parecía un obstáculo simple… excepto para alguien tan torpe y débil como Eiden.
Riku saltó de un lado al otro como si nada.
—¡Fácil! —dijo, mientras hacía poses de guerrero profesional.
Lia lo siguió con cuidado pero sin dificultad.
Eiden tragó saliva.
—Yo… —miró el agua— no sé si… puedo.
Se acercó al borde, midió la distancia, respiró hondo. Recordó una frase que Azu decía todo el tiempo:
“Si dudás, hacelo igual.”
Pero… él recordaba la frase mal.
—Si… dudás… em… corré —murmuró.
—¿Eh? —preguntó Riku.
Eiden no respondió.
Solo cerró los ojos, juntó valor y saltó.
Por un instante pareció que lo lograría.
Pero no.
Cayó directo en el agua con un chapuzón que salpicó a Riku y Lia.
—¡¡EIDEN!! —gritó Lia, corriendo hacia la orilla.
Eiden salió del agua tosiendo, con el pelo aplastado en la frente y la ropa pegada al cuerpo. Temblaba de frío y vergüenza, pero aun así trató de sonreír.
—L-lo intenté…
Riku no pudo contener la risa.
—¡JAJAJA! ¡Eiden, parecías un pez deprimido!
Lia le dio un golpe tan fuerte que casi lo tira al agua.
—¡No te rías!
Sin perder tiempo, ella ayudó a Eiden a salir, sacándole el agua de la ropa con golpecitos suaves.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupada.
—S-sí… —dijo él, temblando—. Me da… un poco de vergüenza, pero… estoy bien.
Lia suspiró aliviada.
Riku también se acercó.
—Ey —dijo, esta vez sin reír—. Igual fue un buen intento. Te juro que por un segundo pensé que llegabas.
Eiden levantó la mirada.
Ese pequeño gesto de apoyo le calentó un poquito el pecho.
—Gracias… —respondió con un hilo de voz.
Siguieron caminando, ahora más despacio.
Eiden se secaba la ropa como podía mientras Riku seguía contando historias absurdas de héroes que jamás existieron, y Lia lo callaba cada vez que exageraba demasiado.
Después de un rato, el camino los llevó a una colina más alta. Subieron con esfuerzo, especialmente Eiden, que se cansaba rápido y resbalaba a cada rato. Pero insistía, porque él es así: débil, pero creyente.
Cuando llegaron a la cima, vieron un panorama enorme extendiéndose ante ellos: bosques interminables, montañas lejanas, caminos desconocidos. Para alguien que nunca había salido de su hogar… era abrumador.
Eiden se quedó en silencio, con el viento moviéndole el cabello húmedo.
—Es… gigante —dijo, sorprendido.
Lia se paró a su lado.
—Y hermoso —comentó.
Riku se cruzó de brazos.
—Y peligroso. Y complicado. Y seguramente vamos a perdernos… varias veces. Pero igual está bueno.
Eiden respiró profundo.
Miró el horizonte.
Y aunque aún estaba inseguro, algo dentro de él se movió.
—Quizás… —dijo suave— quizás puedo… avanzar un poquito más.
Lia sonrió.
Riku lo palmeó en la espalda (demasiado fuerte).
—¡Ese es el espíritu, futuro guerrero-de-no-se-qué!
Eiden casi se cae de nuevo por el golpe, pero se afirmó y siguió de pie.
El mundo era grande.
Él era pequeño.
Pero dio un paso adelante.
A medida que avanzaban por la colina, algo apareció a lo lejos: edificios bajos, humo de cocinas, vendedores moviéndose en las calles, carretas, risas, colores.
—¡Una ciudad! —gritó Riku, agitando los brazos—. ¡Al fin comida decente! ¡Voy a comer hasta explotar!
—No deberías explotar —respondió Lia—. Aunque… tampoco sería tan raro en vos.
—¡Hey!
Eiden miró en silencio, con los ojos brillando.
Nunca había visto un lugar así.
Era grande, vivo, lleno de gente.
Por primera vez desde que salieron, sintió una chispa de emoción.
—Deberíamos… conocerlo —dijo tímidamente.
—¡Eso! —exclamó Riku—. ¡Vamos a ver qué tal es este lugar!
Y así bajaron hacia la ciudad.
Al entrar, el ambiente era cálido. Los comercios ofrecían frutas, pequeños juguetes, panes recién hechos. Los niños corrían entre puestos, y la gente caminaba sin miedo.
Era casi perfecto.
Eiden sonreía cada vez que alguien les devolvía el saludo.
Era un chico sencillo.
Las cosas buenas le llegaban fácil al corazón.
Pero esa paz no duró.
A la vuelta de una calle, un estruendo interrumpió todo.
—¡Ey, dije que te muevas! —gritó una voz grave.
La alegría del mercado se congeló.
Y entonces los vieron.
Tres soldados con armaduras negras, símbolos enormes de un titán tallados en el pecho:
los Titanes, el grupo mencionado en el primer capítulo, famoso por abusar de su poder, especialmente en territorios pobres.
Uno de ellos empujó a un anciano al suelo. El hombre cayó sobre las manos, tosiendo.
—P-perdón, señor… yo no—
—¡Cállate! —el soldado lo pateó en las costillas.
Riku apretó los dientes.
—¿Qué hacen estos tipos acá…?
Lia frunció el ceño, su mirada fría y controlada.
Pero Eiden dio un paso adelante… sin pensarlo.
—Eiden, ¿qué hacés? —susurró Riku, pero él no lo escuchó.
Eiden avanzó con el corazón latiendo fuerte.
No era valentía real.
Era simplemente su forma de ser.
Se puso entre los soldados y el anciano.
—E-está mal… —dijo con voz temblorosa—. E-eso… está mal. No deberían… hacerle daño.
Los tres soldados se quedaron helados.
La gente del mercado se apartó, como si supieran lo que venía.
El soldado más grande, un tipo con barba espesa y una sonrisa cruel, se inclinó hacia Eiden.
—¿Qué dijiste, mocoso?
Eiden tragó saliva, pero no retrocedió.
—Que… no es justo…
El hombre lo miró de arriba abajo.
Vio su cuerpo frágil.
Sus manos débiles.
Su mirada mansa.
Y se rió.
—Che, chicos. Miren esto.
—¿El gatito quiere desafiar a un Titán? —burló otro.
Eiden sintió un escalofrío.
Pero se mantuvo.
—La gente… no merece… que la traten así.
La risa se apagó de golpe.
—¿Sabés qué? —dijo el soldado grande—. Me cansó tu cara de santo.
Le metió un golpe directo en el estómago.
Eiden dobló las rodillas.
El aire se le escapó.
Cayó de rodillas en el suelo, tosiendo, sin poder respirar.
—¡EIDEN! —Lia corrió hacia él, pero un soldado le bloqueó el camino empujándola.
Riku intentó avanzar, pero lo sujetaron del cuello con facilidad.
Eiden levantó la cabeza, con la vista nublada.
Le ardía el pecho.
Le dolía todo.
Pero aun así murmuró:
—N-no… lastimen… a nadie…
El soldado lo agarró del pelo y lo levantó como si fuera una hoja.
—Callate, insecto.
Y lo lanzó contra el suelo.
Eiden rodó varios metros y quedó quieto, temblando.
La gente miraba, pero nadie intervenía.
Era normal tener miedo de los Titanes.
Lia se soltó de golpe, furiosa.
—¡Basta! ¡Déjenlo!
Uno de los soldados la empujó hacia atrás con brutalidad.
Riku gritó, pero lo golpearon en la boca antes de que pudiera moverse.
La tensión subió como si el aire se rompiera.
La ciudad está completamente alborotada.
Los Titanes caminan como si fueran dueños del lugar, empujando gente, rompiendo cosas, golpeando a cualquiera que se cruce en su camino.
Eiden aprieta los dientes.
El corazón le late fuerte.
Recuerda las palabras de Azu… pero sobre todo recuerda que odia profundamente la injusticia.
Uno de los Titanes empuja al suelo a una madre que protege a su hijo.
Eso es lo que rompe algo dentro de él.
—Basta… —susurra Eiden.
Riku traga saliva.
—Uh-oh… eso es la voz de “Eiden bueno que se enoja”.
Lia lo mira preocupada.
—Eiden… si vas, te van a lastimar…
Eiden no responde.
Da un paso al frente.
Le tiemblan los dedos… pero su mirada está fija.
Los Titanes se ríen.
—¿Y este? ¿El héroe del barrio?
Eiden cierra los ojos.
Inhala…
No exhala.
No respira.
Su cuerpo tiembla.
Su oído se afina hasta escuchar las pisadas de todos.
Su vista se vuelve más nítida.
Su dolor desaparece por unos segundos.
Su sangre circula más rápido.
La Técnica de Respiración de No Respirar se activa.
Y en un instante—
¡PAM!
Eiden desaparece de la vista.
Aparece detrás del primer soldado, y le da un puñetazo limpio al estómago, tan rápido que ni él mismo lo ve venir.
—¿QUÉ—?! —grita el soldado.
La gente se queda helada.
Riku cae de rodillas.
—¿PERO CUÁNTO VELOCIDAD ES ESAAA!?
Lia queda impresionada, aunque no lo dice.
Eiden no para.
Corre entre los Titanes como un rayo, esquiva golpes, los desarma con precisión milimétrica, usa el ruido de sus armaduras para anticipar sus movimientos.
En 20 segundos ya hay 5 Titanes en el suelo.
La ciudad que estaba aterrada empieza a gritar:
—¡ES INCREÍBLE!
—¡Un chico venciendo a los Titanes!
—¡Es un monstruo! ¡O un héroe!
Pero…
El reloj interno de Eiden sigue corriendo.
Tres minutos.
No más.
Eiden siente un aguijón en el pecho.
Los Titanes superiores aparecen.
Los verdaderos.
Uno de ellos le bloquea un golpe sin esfuerzo.
—Interesante técnica, chico. Pero sos verde. Muy verde.
Eiden intenta moverse, pero el Titan superior es demasiado rápido.
Le da un rodillazo en el abdomen que lo deja sin aire.
Otro le pega un golpe en la espalda que lo manda contra un muro.
La respiración empieza a fallar.
La técnica pierde potencia.
Eiden trata de levantarse, sangrando, temblando, pero sigue mirando fijo al Titan.
—La… injusticia… —murmura— no… la soporto…
El Titan se ríe con desprecio.
—Tres minutos no te alcanzan para vencer al mundo, mocoso.
Eiden intenta ponerse de pie otra vez… pero cae de rodillas.
No puede más.
Los Titanes lo rodean.
Riku grita:
—¡¡NO TOQUEN A MI AMIGO, CARA DE EXTRACTOR DE BAÑO!!
Lia se pone en guardia:
—¡Si se acercan un paso más, no respondo de mí!
La ciudad queda en silencio, con Eiden caído, los Titanes avanzando y el peligro creciendo
Los Titanes avanzan hacia Eiden, que está en el suelo, respirando entrecortado.
La técnica lo dejó exhausto.
Su cuerpo tiembla, intenta levantarse, pero no puede.
—Eiden… —murmura Lia, apretando los dientes.
Riku da un paso adelante y se abre de brazos, completamente temblando.
—¡¡NO LO TOQUEN!! ¡¡O… O LES ROMPO LA CARA!!
Lia se pone a su lado.
—Riku… sos un idiota… pero esta vez estoy con vos.
Los Titanes se ríen.
—¿En serio? ¿Dos mocosos contra nosotros?
—Los vamos a aplastar.
—Esto ni siquiera será divertido.
Uno de ellos levanta su arma para golpear a Riku.
Pero entonces—
Un silbido corta el aire.
Un sonido fino. Raro.
Como un pequeño estallido.
CLACK.
La mano del Titan queda inmóvil.
Congelada en el aire.
—¿Qué…? —balbucea el soldado.
Los demás Titanes se giran, confundidos.
Las personas de la ciudad sienten un escalofrío.
Una voz suena desde un tejado cercano.
Una voz tranquila.
Suave.
Casi aburrida.
—Pelean muy feo.
—Y encima molestan a chicos que ni pueden respirar.
Riku abre los ojos enormes.
—¿QUIÉÉÉÉN…?
Lia siente un presión en el aire, una presencia, como si algo enorme estuviera oculto en una simple figura.
El hombre aparece saltando desde el techo.
Un adolescente de cabello oscuro, ojos serenos, una banda roja atada a su brazo izquierdo.
Una sonrisa relajada.
Cero tensión.
Los Titanes se ríen.
—¿Y ahora? ¿Otro héroe wannabe?
El chico camina hacia ellos como si estuviera caminando por un parque.
—Héroe no.
—Solo alguien al que le molesta ver basura haciendo ruido.
Los Titanes atacan al mismo tiempo, furiosos.
Pero él…
Desaparece.
En menos de un segundo aparece detrás de ellos.
Un simple movimiento de dedos.
PAM. PAM. PAM.
Tres Titanes salen volando como muñecos.
La multitud no llega ni a procesarlo.
Nadie ve cómo lo hizo.
Riku cae sentado.
—H-H-H-H… ¿HUMANO ES?
Lia parpadea, helada.
—No… eso no fue velocidad normal…
Otro Titan intenta atacar por la espalda.
El chico lo mira apenas de reojo.
—Muy lento.
Lo toca con dos dedos en el cuello.
THUMP.
El Titan cae inconsciente inmediatamente.
En menos de diez segundos…
TODOS los Titanes están en el suelo.
La ciudad queda en silencio total.
Ni viento.
Ni susurros.
Nada.
Eiden, aún en el suelo, lo mira con dificultad.
Su visión está borrosa, pero alcanza a ver la silueta del chico acercándose.
—Tu técnica… —dice el desconocido— no está mal.
—Pero te vas a morir si seguís usándola así.
Eiden trata de hablar, pero le falta aire.
El chico se agacha, le pone una mano en el hombro.
—Levántate cuando puedas.
—El viaje recién empieza… para vos, para ellos, y para este mundo.
Riku intenta decir algo.
—¿Quién sos…?
El chico se detiene antes de irse.
Gira la cabeza apenas.
Su sonrisa desaparece.
Sus ojos se vuelven serios por un segundo.
—Soy alguien que odia a los Titanes más que ustedes.
Y con un salto limpio, desaparece entre las sombras de los edificios.
La ciudad queda atónita.
Lia corre a ver a Eiden.
Riku mira a todos lados, temblando de adrenalina.
La cámara sube lentamente, mostrando:
• Los Titanes derrotados.
• La ciudad destruida.
• Eiden inconsciente, pero vivo.
• Riku y Lia desesperados tratando de despertarlo.
• Y en un tejado lejano, la silueta del chico misterioso observando la luna.
Un viento fuerte sopla.
Y aparece la frase:
CONTINUARÁ…
