⭐ capitulo 12 – “Sombras que se adelantan”
– “El cansancio que corta”
El amanecer todavía no había nacido.
El cielo era un mar oscuro, pesado, sin estrellas, como si algo hubiera decidido tragárselas a todas durante la noche.
El patio de entrenamiento estaba helado.
La tierra crujía bajo los pies como vidrio fino.
Eiden estaba allí, a duras penas sosteniéndose en pie.
Max caminaba alrededor suyo sin prisa, como un juez que analiza cada detalle antes de declarar culpable.
Max:
—Postura.
Eiden intentó abrir más las piernas, bajar el centro, alinear la espalda…
Pero sus músculos protestaron como si fueran cadenas oxidadas.
Una punzada le atravesó la rodilla izquierda.
Otra, más intensa, le subió por la costilla rota.
Aun así, obedeció.
Max levantó una ceja.
Ni una palabra de aprobación.
Riku, envuelto en una manta, bostezó sentado sobre una roca.
Riku:
—Bro… ¿qué hace que tu cuerpo suene como una galletita rompiéndose? Duele con escucharlo nomás…
Lia se acercó un poco, inquieta.
Las vendas blancas que envolvían sus manos estaban algo húmedas por la helada.
Lia:
—Eiden, si te duele tanto… podemos avisarle a Max que—
Max (sin girar la cabeza):
—No necesita que lo defiendan.
Lia se calló al instante, apretando las manos.
Eiden tragó saliva.
Tenía el labio partido, la espalda rígida, los ojos hinchados de no dormir.
Pero dio un paso adelante.
Eiden:
—Estoy bien… puedo continuar.
Max se acercó despacio, inclinó la cabeza y tocó con un dedo la zona donde Eiden tenía un hematoma enorme.
Eiden contuvo un quejido.
Max:
—¿Esto también “está bien”?
Eiden no respondió.
Lo intentó.
Pero la voz no salió.
Max suspiró.
Miró el cielo oscuro unos segundos, como si buscara paciencia allí.
Max:
—Tu cuerpo está empezando a quebrarse.
No es debilidad… es límite físico.
Lo romperás si seguís ignorándolo.
Riku frunció el ceño, cruzándose de brazos.
Riku:
—Eso, ¡eso mismo estaba diciendo! ¡El pibe va a explotar! ¿Qué es esto, entrenamiento o tortura?
Max lo miró con ese medio gesto que siempre usaba cuando estaba por decir algo que sonaba simple… pero no lo era.
Max:
—Si Eiden se rompe…
solo sabremos cuántas piezas sirven para reconstruirlo.
Silencio.
Frío.
Incluso el viento dejó de moverse por un segundo.
Eiden levantó la vista.
Sus ojos tenían ese brillo obstinado que no había perdido ni cuando casi lo matan la noche anterior.
Eiden:
—No… no me voy a romper.
No hoy.
Max observó esa determinación peligrosa.
Reconocía ese tipo de mirada.
La había visto antes en soldados que no sobrevivieron…
y en otros que sí.
Max:
—Entonces calentá la respiración. La vas a necesitar.
Pero cuando Eiden intentó tomar aire profundo…
El pecho le quemó como si fuera metal al rojo vivo.
Se inclinó hacia adelante y apoyó una mano en el suelo para no caer.
Lia dio un paso, alarmada.
Lia:
—¡Eiden!
Eiden se reincorporó temblando, jadeando.
Hizo un gesto para que ella no se acercara.
Eiden:
—Puedo… seguir…
Max lo estudió.
Con frialdad.
Pero también con cálculo.
Y entonces, por primera vez desde que comenzó la mañana, Max habló con un tono diferente.
Bajo, analítico.
Como si hubiera notado algo que los demás no.
Max:
—Eiden.
Mirame.
Eiden levantó la cabeza, exhausto.
Max:
—¿Dormiste anoche?
Eiden apretó los labios.
Vaciló.
Y negó.
Riku arqueó las cejas, indignado.
Riku:
—¡¿Qué?! ¡¿Otra vez sin dormir?! ¡¿Bro, vos querés morir o querés vivir?! ¡Ponete de acuerdo!
Eiden respiró hondo.
Le temblaban los hombros.
Eiden:
—No podía… dejar de pensar.
En el asesino…
En por qué vino…
En… por qué me quieren muerto.
Max no parpadeó.
No reaccionó.
Pero dentro de él, una línea invisible se tensó.
Max:
—Entonces… tu problema no es el dolor.
Es que estás al borde del límite mental.
Eiden quiso responder pero Max levantó un dedo.
Max:
—Y alguien en ese estado…
se vuelve un blanco perfecto.
Lia sintió un escalofrío.
Riku tragó saliva.
Eiden intentó enderezarse.
Eiden:
—No… no quiero ser un blanco.
Max dio un paso atrás.
Su sombra se alargó sobre el suelo helado.
Max:
—Entonces más vale que aprendas a moverte como alguien que ya no puede caer.
El viento sopló con fuerza repentina.
El cielo empezaba a aclararse apenas.
Max levantó su mano, marcando el inicio.
Max:
—Parte uno.
Resistencia bajo dolor.
No te detengas… pase lo que pase.
Eiden apretó los dientes.
Riku murmuró un “Dios mío…” entre risas nerviosas.
Lia respiró profundo, preparándose para auxiliarlo si hacía falta.
Y cuando Eiden dio el primer paso hacia el nuevo ejercicio…
su pierna cedió por una fracción de segundo.
Pequeño.
Imperceptible.
Pero Max sí lo vio.
Max lo vio todo.
Y no le gustó.
El entrenamiento seguía, duro y desparejo.
Eiden ya había fallado dos veces en mantener el equilibrio, y cada vez que caía la tierra levantaba un polvo frío que se pegaba a su piel sudada.
Max lo observaba sin mostrar cansancio, sin mover un músculo más de lo necesario.
Riku masticaba una galleta vieja.
Lia le ofrecía agua a Eiden entre ejercicios; él la rechazaba con una sonrisa que apenas se sostenía.
Y entonces…
Pasos.
Pasos tranquilos, limpios, completamente ajenos al ambiente áspero del patio.
Thomas apareció en la entrada, con un abrigo claro que contrastaba con la helada del amanecer.
No traía escoltas esta vez.
Solo una carpeta bajo el brazo.
—Buenos días —saludó con una voz suave que casi no encajaba con el clima tenso del entrenamiento.
Riku se sobresaltó y casi se atraganta.
Riku:
—¡Ah! Digo… buenos días, señor Thomas.
Thomas sonrió con una naturalidad impecable.
Ni grande ni chica.
Perfecta.
—Oh, por favor, no hace falta tanta formalidad —respondió mientras se acercaba despacio—. Solo vine a ver cómo estaban.
Max inclinó apenas la cabeza, algo que para él equivalía a un saludo formal.
Max:
—Estamos ocupados.
Thomas observó a Eiden, que respiraba como si cada inhalación fuera una moneda costosa.
Thomas:
—Se nota.
Pero también veo progreso.
Eiden enderezó la postura como pudo, intentando no mostrar que le dolía incluso estar de pie.
Eiden:
—Buenos días, señor. Intento mejorar… poco a poco.
Thomas lo miró con un gesto cálido, orgulloso, casi paternal.
—Lo estás logrando —dijo con voz firme, pero afectuosa—. Es admirable verte aquí tan temprano, dedicándote así.
No muchos chicos de tu edad soportarían un entrenamiento así.
Lia bajó la mirada, sonriendo apenas.
Riku también.
Max no reaccionó.
Thomas avanzó un par de pasos, observando los golpes marcados en el poste de entrenamiento, las huellas de caídas, el sudor congelado en las piedras.
—Max te está llevando al límite —comentó, sin crítica—, pero a veces… es necesario.
Si quieres crecer, claro.
Eiden asintió.
Eiden:
—Quiero hacerlo. Quiero ser mejor.
Thomas sostuvo su mirada uno o dos segundos más.
No más de lo normal.
No menos.
El tiempo exacto para parecer sincero.
—Y lo logras —dijo con una sonrisa tranquila—. Ten confianza. Te lo estás ganando.
Parecía un líder ejemplar.
Un mentor amable.
Un hombre que creía en una promesa joven.
Thomas abrió la carpeta que llevaba y sacó una hoja.
—Vine a entregarte esto.
Es un informe médico actualizado de tus lesiones —explicó con tono profesional—. Ya no estás en estado crítico. Solo… vulnerable.
Pero eso es normal después de un ataque tan sorpresivo.
Eiden tomó el papel con ambas manos, intentando no mostrar que le temblaban los dedos.
Eiden:
—Gracias…
Thomas:
—De nada.
Solo cuida tu respiración. Estás forzando más de lo que tu pulmón derecho está listo para soportar.
Eiden parpadeó, sorprendido.
—¿C-Cómo sabe? —preguntó Riku, desconcertado.
Thomas sonrió.
Leve.
Cortés.
—Leí todo el informe médico, por supuesto. Es mi deber —respondió, como si fuera la cosa más normal del mundo.
No había nada raro.
Todo estaba perfectamente explicado.
Perfectamente justificado.
Thomas se inclinó un poco hacia Eiden, como un profesor dando un consejo.
Thomas:
—Solo recuerda esto: no es la fuerza lo que te hará avanzar…
es la constancia.
Eiden lo escuchó con atención.
—Sí… lo tendré en cuenta.
Thomas palmeó su hombro, despacio, sin presión.
Un gesto amable.
Normal.
Cálido.
Thomas:
—Muy bien.
No los molesto más.
Continúen.
Se alejó con la misma elegancia medida con la que había llegado.
Riku suspiró profundamente.
Riku:
—Wow… cuando quiere, da miedo lo educado que es.
Lia:
—A mí me parece… muy amable.
Max siguió mirando hacia donde Thomas había desaparecido, sin cambiar de expresión.
Max:
—A mí me parece que perdimos tiempo.
Eiden, postura.
Eiden tragó saliva y volvió a colocarse en posición, aunque las piernas ya le temblaban desde mucho antes.
Riku:
—Che Max… ¿vos… no lo odiás o algo así?
Max, sin girar, respondió con absoluta neutralidad:
—No.
No es eso.
No dio más explicación.
Y no había nada más que explicar.
El comedor estaba tibio, iluminado por lámparas altas que hacían brillar los vendajes de Lia. El olor a sopa llenaba todo y el ambiente era tan tranquilo que hasta Riku hablaba más bajito de lo normal.
Eiden se sentó en la mesa junto a ellos dos.
Max todavía no había llegado.
Lia les sonrió con esa calma que siempre lograba que Eiden bajara la guardia.
—Hice bastante comida. Si sobra, mejor.
Riku ya estaba comiendo como si hubiera estado tres días sin probar bocado.
Eiden rió suave y tomó su cuchara… o al menos eso intentó.
Justo al lado de su plato había otra cucharita, una que él no recordaba haber visto al sentarse.
Probablemente alguien la había dejado ahí.
Un detalle minúsculo.
Irrelevante.
La tomó sin pensar.
Lia lo miró de reojo mientras servía.
—¿Dónde encontraste esa? —preguntó casualmente.
—Estaba acá, al lado del plato.
Lia se quedó inmóvil un segundo.
Muy leve.
Apenas perceptible.
Luego sonrió, normal.
—Ah, entonces la debí dejar yo.
Riku levantó la cabeza todo manchado de sopa.
—¡Lia siempre se olvida cosas, jaja!
Ella le golpeó la frente con una cuchara limpia.
Todo siguió tan tranquilo que era casi extraño.
Pero antes de que Eiden pudiera comer, un pequeño ruido sonó detrás de ellos.
No fue un golpe.
No fue un paso.
Fue como… una vibración breve en la madera de la puerta, como si alguien la hubiese rozado al pasar.
Los tres voltearon.
No había nadie.
Lia frunció el ceño un instante, pero luego volvió a sonreír.
Riku siguió comiendo.
Eiden sintió un cosquilleo en la nuca, como si una mirada desconocida hubiera estado ahí hacía apenas un segundo.
Entonces, por fin, Max entró.
Y al verlo, el ambiente cambió.
Él no dijo “hola”.
No saludó.
No sonrió.
Primero miró el plato de Eiden.
Luego la cucharita.
Sus ojos se afinaron un milímetro.
Eiden parpadeó.
—¿Pasa algo?
Max negó con la cabeza como si fuera una pregunta tonta.
—No.
Solo… revisando.
Pero bajo la mesa, su mano rozó el suelo.
Eiden ni lo notó.
Lia tampoco.
Riku estaba demasiado ocupado peleando con un trozo gigante de carne.
Max sintió marcas.
Pequeñas presiones.
Como si alguien muy ligero hubiera estado apoyado ahí…
hace menos de un minuto.
No era suficiente para alarmar a nadie.
No era una amenaza.
No era un ataque.
Era alguien estudiando.
Mientras todos seguían comiendo, conversando y riendo,
desde lo alto, entre las vigas, una figura casi imperceptible se retiró hacia la oscuridad, apenas dejando caer una partícula de polvo.
La distancia.
La reacción de Eiden.
La velocidad de su mirada.
Estaba todo medido.
El asesino no quería matarlo.
Aún no.
Solo necesitaba entenderlo.
Después de comer, Riku fue arrastrado por Lia para que ayudara a lavar los platos. Luchó, gritó, pataleó… pero Lia solo sonrió y lo levantó de la oreja como si pesara lo mismo que un gato mojado.
Eiden y Max caminaron por el pasillo principal.
El silencio entre ellos era raro.
Max parecía… más tenso que lo habitual.
Eiden abrió la boca para decir algo, pero Max simplemente dijo:
—Voy a hablar con Thomas. Volvé a tu habitación.
No fue una orden dura.
Pero tampoco dejaba lugar a discusión.
Eiden asintió y se fue. De lejos, alcanzó a ver cómo Max entraba a la sala de reuniones.
La puerta se cerró detrás de él.
Dentro, Thomas estaba sentado frente a varias pantallas con informes y gráficos. No levantó la vista cuando Max entró.
—Llegaste rápido —dijo Thomas, con un tono tranquilo, casi amable.
Max no respondió.
Se paró frente al escritorio.
—Alguien estuvo rondando a Eiden —dijo finalmente, sin girar la voz—. A alguien que vos dejaste entrar.
Thomas siguió observando los informes como si necesitara más de un segundo para procesar las palabras.
—¿Y por qué creés que fui yo? —preguntó, suave.
—Porque no estaba en los sensores.
—Eso significa dos cosas: o yo no lo detecté… o vos le diste acceso.
Thomas levantó por fin la mirada.
Sus ojos estaban casi tranquilos.
—No seas dramático, Max. Este lugar tiene demasiadas manos trabajando. Hay sombras que vienen y van. No podemos seguirlas todas.
—Yo sí puedo —respondió Max, sin moverse—. Y esta sombra no es tuya… ¿verdad?
Thomas apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.
Por un momento no contestó.
No porque dudara.
Sino porque estaba decidiendo qué versión de la verdad quería decir.
—Digamos —empezó con calma— que no todos los que se mueven en este sitio están bajo mi mando directo.
Max apretó la mandíbula.
—Eiden no puede con algo así todavía.
Thomas sonrió.
—Max…
Eiden tampoco podía con lo del entrenamiento de hoy.
Y sin embargo lo hizo.
Un silencio tenso llenó la sala.
Max dio un paso adelante.
—Se va a romper.
Thomas inclinó la cabeza con una expresión imposible de leer.
—Si se rompe —dijo lentamente— es porque aún no estaba listo.
Y si no estaba listo…
es porque vos lo protegiste demasiado.
Las palabras cayeron como cuchillas.
No eran gritos.
No eran insultos.
Pero eran un ataque directo, disfrazado de reflexión.
Max respiró hondo.
No respondió.
No tenía caso discutir con alguien que siempre sabía dónde golpear.
Thomas volvió a mirar sus informes.
—Seguí vigilando —dijo con un tono casi cordial—. Pero no interfieras.
Eiden va a avanzar… quieras o no.
Max se quedó un segundo más.
Luego se dio media vuelta y salió, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria.
Cuando el pasillo quedó vacío, Thomas exhaló despacio.
Una sombra apareció detrás de él.
No la misma del comedor.
Otra.
Más pesada.
Más controlada.
—¿Lo observaste? —preguntó Thomas sin mirarla.
La sombra asintió.
Thomas sonrió apenas.
Tenso.
Silencioso.
Cargado de una amenaza que nadie ve venir.
La sala de los líderes estaba iluminada solo por una mesa redonda de luz blanca.
Diez sillas.
Ocho ocupadas.
Max no estaba allí.
Eiden tampoco.
Esta era la mesa de los que deciden… los que destruyen… y los que mienten.
Los líderes murmuraban, inquietos.
Los informes tirados sobre la mesa eran claros:
La purga debía ocurrir en 48 horas.
Luego corrigieron: 24 horas.
Y ninguna de las dos ocurrió.
El Líder del Sur golpeó la mesa.
—¡Nos dieron tiempos falsos! ¿Sabés lo que significa? Que alguien dentro del sistema está manipulando información.
La Líder del Oeste apretó los dientes.
—O peor. Que alguien nos quiere llevar a una purga cuando no corresponde. Ya sabemos lo que pasa cuando las masas están preparadas y no ocurre nada…
El Líder del Norte habló con un tono más frío:
—La purga va a pasar igual. Eso no se detiene solo porque las horas fallaron. Sabemos dónde es el epicentro.
Todos guardaron silencio.
La Capital del Top 4.
Un territorio blindado, vigilado por monstruos de nivel no clasificado, y donde el caos podía incendiar un continente entero si algo salía mal.
El Líder Central, uno de los más antiguos, dejó un papel sobre la mesa.
—Los sensores indicaron movimiento anormal en la Capital hace tres horas. Vibraciones en la zona restringida. Todas las cámaras se reiniciaron al mismo tiempo.
La sala se quedó en silencio absoluto.
La Líder del Este dio un paso atrás.
—¿Estás diciendo que… la purga ya empezó?
—No —dijo el Líder Central—.
Estoy diciendo que alguien la empezó sin avisar.
Un líder más joven tragó saliva.
—¿Fue el Top 4?
—No —respondió el Central, con voz grave—.
El Top 4 no estaba en su Capital.
Sus rastros se pierden desde hace dos días.
La tensión se rompió como un vidrio.
El del Sur habló con la voz temblante de furia.
—Si él no está ahí… entonces… ¿qué despertó en su territorio?
El Central los miró uno por uno.
—No sabemos.
Pero sea lo que sea… ya se movió una vez.
Apagó las pantallas.
—Y cuando algo se mueve en la Capital del Top 4…
nunca es solo una vez.
Un silencio espeso inundó la sala.
Nadie respiraba con normalidad.
Nadie hablaba.
Porque todos entendían lo mismo:
La purga no falló.
La purga no se retrasó.
La purga fue manipulada.
Y ahora…
estaba sucediendo en algún lugar donde ninguno de ellos podía verla.
La reunión terminó sin despedidas.
Pero cuando todos se fueron, la luz de la mesa parpadeó una vez.
Solo una.
Después, en la pantalla central que supuestamente estaba apagada, apareció una señal débil…
un pulso…
como si algo gigantesco hubiera abierto los ojos en la oscuridad.
