Cherreads

Chapter 17 - capitulo 17 episodio especial: max

🌑 Kuchiyuku Ōkoku – Episodio Especial: Max

“Antes de romperse, un hombre primero aprende a amar.”

La historia de Max no comienza en un campo de batalla… sino en una casa humilde al borde del distrito sur.

Un techo que goteaba cuando llovía, paredes llenas de dibujos hechos con crayones, y una cocina donde siempre olía a pan tostado quemado porque Liam —el hermanito menor— era un desastre para cocinar.

Pero eran felices.

Max tenía 13 años. Su padre era mecánico, su madre costurera. No tenían mucho, pero en esa casa había risas, abrazos, y un pequeño caos hermoso que solo las familias unidas entienden.

Una tarde, Max volvió del colegio y encontró a Liam saltando sobre un colchón viejo:

Liam (7 años, riéndose):

—¡Max! ¡Mirá, soy un guerrero aéreo!

Max:

—Bajate, enano, te vas a romper algo —pero tenía una sonrisa que le iluminaba los ojos.

La madre entró secándose las manos con un trapo: —Ustedes dos… no sé si me van a dar nietos o ataques al corazón.

Max recordaría esa frase para siempre.

La repetiría en su cabeza incluso años después, cuando ya no quedara nadie para decirla.

Un invierno particularmente frío, el distrito sur quedó sin electricidad. Max se despertó por un olor extraño.

Humo.

Mucho.

Corrió al pasillo, llamando a sus padres:

Max:

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Liam! ¿Qué pasa?

Escuchó un crujido fuerte.

Una parte del techo había cedido.

La casa se incendió.

Logró encontrar a Liam, tosiendo, llorando, abrazado a un muñeco viejo de trapo. Max lo cargó como pudo, buscando desesperadamente la salida… pero antes de alcanzar la puerta principal, escuchó un grito.

Era su madre y su padre, atrapados en la cocina.

El fuego era demasiado intenso. Max quiso volver por ellos, pero Liam le tiró de la camisa:

Liam, temblando:

—No… no nos dejes, Max… no quiero estar solo…

Max se quedó paralizado.

Por primera vez en su vida, no supo qué hacer.

Y esa indecisión… le costó a sus padres.

La puerta se derrumbó tras él cuando salió con Liam en brazos. Mientras el humo se perdía en el cielo, Max sintió que algo dentro suyo se quebraba.

No volvió a llorar desde ese día.

El dolor se le endureció en el pecho como hierro frío.

Después del incendio, nadie vino a ayudarlos.

Ni vecinos.

Ni un funcionario del gobierno.

Mucho menos algún miembro de la milicia de seguridad.

Max comprendió algo que ningún chico debería comprender:

“En este mundo… si no sos fuerte, te pisan.”

Trabajó en lo que fuera:

cargando cajas, limpiando talleres, vigilando depósitos por unas monedas sucias.

Con 14 años ya parecía un adulto cansado.

Pero todas las noches, cuando Liam se dormía, Max murmuraba:

—No voy a fallarte nunca más.

Esa promesa lo mantenía de pie.

Justo cuando empezaban a estabilizarse, llegó lo peor.

Una banda de reclutas corruptos —soldados al servicio de un Top menor— irrumpió en el distrito para “recaudar impuestos”.

Se llevaron comida, ropa… y a quien se resistiera, lo golpeaban.

Max se interpuso cuando quisieron llevarse a Liam “para entrenarlo”.

Pero no era entrenamiento.

Era reclutamiento forzado.

Max peleó con una furia que no sabía que tenía… pero eran demasiados.

Lo tiraron al suelo, lo sujetaron, y vio —sin poder moverse— cómo uno de ellos empujó a Liam, que cayó contra un borde de metal.

El golpe fue seco.

Demasiado seco.

Liam no se levantó.

El mundo se silenció.

El viento dejó de soplar.

El dolor, el miedo, el cansancio… desaparecieron.

Solo quedó un vacío.

Un agujero negro dentro de Max.

Y desde ese agujero…

algo despertó.

Un aura oscura, densa, vibrante.

Una energía que parecía responder no a su fuerza, sino a su desesperación absoluta.

Los soldados retrocedieron.

Max se levantó lentamente, con la mirada perdida y una calma aterradora.

—Ustedes… —su voz sonaba como si hablara otra persona desde dentro—

…van a pagar.

“Cuando la culpa te quita todo, incluso tu propio nombre, solo queda el camino de la fuerza.”

Los soldados dieron un paso atrás cuando la energía oscura comenzó a rodear a Max.

No era magia.

No era un poder militar.

Era algo más primitivo.

Algo nacido del dolor más profundo.

Sus ojos brillaban con un tono violáceo, casi líquido, como si sus lágrimas se hubieran mezclado con pura furia.

Uno de los reclutas, intentando hacerse el valiente, gritó:

Soldado:

—¡Atrás! ¡Está delirando!

Pero Max ya no estaba “ahí”.

No escuchaba.

No razonaba.

Solo veía a Liam tirado, inmóvil.

Su hermanito.

Su responsabilidad.

Su mundo.

Y el mundo había muerto.

La energía estalló desde su pecho como una onda expansiva.

Los soldados salieron disparados contra paredes, columnas, escombros.

Algunos quedaron inconscientes al instante.

Max caminó hacia ellos sin parpadear.

El comandante menor del escuadrón —un tipo arrogante, cubierto con una armadura barata— trató de levantarse.

Comandante:

—¿Quién diablos sos?

Max no respondió.

Sus manos temblaban… pero no de miedo.

Era como si algo dentro suyo quisiera salir, romper, destruir.

Cuando el comandante atacó con una vara eléctrica, Max la agarró con la mano desnuda.

La electricidad quemó su piel…

pero él apretó más fuerte.

Comandante (temblando):

—¿Qué… qué sos vos?

Max lo levantó de la pechera y lo estrelló contra el suelo.

Una vez.

Otra.

Y otra.

Era una furia ciega, animal.

No estaba peleando: estaba desatando años de impotencia, pobreza, abandono, miedo… y la muerte de quienes amaba.

Los demás soldados escaparon.

Max ni siquiera los miró.

Cuando la adrenalina bajó, Max cayó de rodillas.

La energía oscura se disipó lentamente, como humo.

El cuerpo del comandante yacía inmóvil.

Max lo miró sin emoción.

No le importaba.

Caminó hacia Liam.

Se arrodilló a su lado.

Lo tomó en brazos con la misma suavidad con la que lo arrullaba cuando tenía miedo a la tormenta.

—Perdoname… —susurró con la voz rota—.

Te juro que esta vez… no te voy a fallar.

Pero ya era tarde.

No había vuelta atrás.

Max enterró a Liam en un terreno vacío cerca de su antigua casa quemada.

Solo él.

Sin ceremonias.

Sin ayuda.

Y cuando terminó, se quedó mirando el suelo, con los puños ensangrentados y el corazón destruido.

Fue entonces cuando apareció un hombre encapuchado, silencioso, casi como si hubiera estado observando todo desde antes.

Hombre:

—Tenés poder… pero también tenés dolor.

Una combinación peligrosa.

Max levantó la mirada con ojos vacíos.

Max:

—¿Qué querés?

Hombre:

—Llevarte lejos de acá.

En este distrito no vas a sobrevivir… y tampoco vas a cumplir esa promesa que te pesa en la espalda.

Max sintió un impulso de pegarle, pero el hombre no mostraba miedo.

Era extraño… como si Max no pudiera medir su fuerza.

Hombre:

—Si te quedás así, tu culpa te va a comer vivo.

Si venís conmigo, vas a aprender a usar ese poder.

No por venganza… sino por justicia.

Max apretó los dientes.

Recordó a Liam.

Recordó a sus padres.

Recordó a los soldados cobardes que servían a un Top corrupto.

Y entendió algo:

Si no se hacía fuerte… nadie iba a destruir a los Tops.

Max:

—Decime tu nombre.

El hombre sonrió apenas.

Hombre:

—Azu me llama alumno…

pero vos podés decirme Gael.

Un Teniente encubierto.

Un rebelde silencioso.

Un hombre que también odiaba a los Tops… pero que había aprendido a canalizarlo.

Gael extendió su mano.

Gael:

—¿Venís o te quedás enterrado con tu culpa?

Max miró por última vez la tumba de Liam…

y sintió su vida dividirse en dos.

Tomó la mano.

Max:

—Voy a destruirlos a todos.

Este es el capítulo donde Max se forja… a golpes, lágrimas y sangre.

Prepárate: esta parte es pesada.

“Para algunos, la fuerza nace del orgullo. Para otros… nace de la pérdida.”

Gael llevó a Max a un complejo abandonado, oculto entre montañas rocosas.

Una ex-base militar, derrumbada, fría, llena de ecos y sombras.

Un lugar perfecto para enterrar el pasado… y nacer de nuevo.

Max no habló casi nada los primeros días.

No comía mucho.

No dormía bien.

Al cerrar los ojos siempre veía la tumba de Liam.

Gael lo observaba sin decir nada.

Sabía cómo era perder a un hermano.

Pero no se lo decía: Max tenía que abrir esa herida solo.

La primera mañana, Gael simplemente señaló un espacio abierto cubierto de polvo.

Gael:

—Tu poder aparece cuando estás al borde del dolor… así que vamos a empezar desde ahí.

El entrenamiento fue inhumano.

Flexiones con piedras enormes sobre la espalda.

Golpes a troncos secos hasta abrirse los nudillos.

Correr hasta vomitar.

Esquivar golpes de Gael, que no se contenía ni un segundo.

Max caía una y otra vez.

Pero se levantaba.

No por orgullo.

Por culpa.

Por promesa.

Por Liam.

Una noche, durante una sesión de combate, Gael le conectó un golpe directo al pecho.

Max cayó de rodillas.

No por el golpe… sino porque algo le quebró adentro.

Comenzó a llorar.

No esas lágrimas silenciosas…

No.

Lloró como un chico que había perdido todo.

Max:

—No pude salvarlo… ¡NO PUDE!

¡Él confiaba en mí! ¡Y yo… yo…!

Golpeó el suelo con los puños hasta hacerse sangre.

Gael se acercó sin compasión, sin ternura, sin palabras dulces.

Gael:

—Llorá.

Pero entendé algo:

si seguís así… Liam muere dos veces.

Cuando cayó… y cuando te rendís.

Max lo miró con los dientes apretados.

Gael:

—Si querés ser fuerte… llorá hoy.

Mañana entrenás como un animal.

Y Max lloró hasta quedarse dormido en el suelo, rodeado de polvo y sangre seca.

Los siguientes meses fueron un infierno.

Gael aumentaba la intensidad cada día:

• combates cuerpo a cuerpo sin protecciones,

• ejercicios bajo lluvia helada,

• pruebas de resistencia al dolor,

• cargar troncos gigantes,

• soportar golpes para aprender a no retroceder.

Max era golpeado, destrozado, humillado…

pero jamás dijo “basta”.

Su cuerpo se volvió más duro.

Sus reflejos más rápidos.

Su mirada más fría.

Y su Despertar…

empezó a responder mejor.

Esa energía oscura ya no explotaba sin control.

Comenzaba a fluir, obedecer, manifestarse en momentos específicos como una fuerza envolvente que aumentaba su resistencia y velocidad.

Pero Gael era claro:

Gael:

—No vas a llegar al nivel de un Comandante.

No naciste para eso.

Pero podés ser un Teniente sólido.

Y un Teniente puede matar a quien le destruyó la vida… si entrena lo suficiente.

Max asintió sin dudar.

Ese era su techo.

Y lo aceptaba.

Porque incluso un Teniente… puede matar un Top si encuentra su punto débil.

Un día, mientras Max descansaba exhausto en una roca, Gael se sentó a su lado por primera vez.

Gael:

—¿Sabés por qué sigo entrenándote tan duro?

Max negó con la cabeza.

Gael:

—Porque vos no querés poder.

Querés redención.

Max bajó la mirada.

Gael:

—Y la redención… pesa más que cualquier entrenamiento.

El viento helado sopló entre ambos.

Y por primera vez, Max no sintió frío.

Sintió propósito.

Tras un año entero de entrenamiento, Gael le entregó a Max un brazalete metálico con el símbolo de un Teniente en formación.

Gael:

—No sos el más fuerte.

No sos el más rápido.

Y no tenés el potencial de Eiden…

pero tenés algo que nadie más tiene:

Un motivo que te va a mantener de pie cuando todos los demás caigan.

Max apretó el brazalete con fuerza.

—Voy a destruir a los Tops.

Uno por uno.

Y no voy a volver a fallar.

Y así terminó la formación de Max.

No como un héroe.

No como un prodigio.

Sino como un hombre quebrado que eligió seguir caminando.

More Chapters