⭐ capitulo 14 —
“EL SONIDO QUE DESPIERTA LO OCULTO”
La noche cayó sin estrellas, como si el cielo mismo hubiese decidido mirar hacia otro lado.
Eiden y Lia seguían al Eco entre callejones angostos, cuando de repente…
BOOOOOOOM…
Un sonido profundo, grave, casi antiguo, vibró desde las torres más altas de la ciudad.
El suelo tembló. Las ventanas estallaron. Las luces se apagaron una por una.
Eiden sintió cómo el aire se hacía pesado, espeso, como si el mundo inhalara para algo terrible.
El Eco se detuvo.
No sonrió. No habló.
Solo dijo, en voz baja:
—La Purga… empezó.
Las paredes empezaron a moverse, reorganizándose como un laberinto vivo. Casas enteras se desplazaban unos centímetros, lo suficiente para bloquear caminos, para encerrar, para guiar.
Lia apretó la mano de Eiden y miró alrededor con una mezcla de miedo y determinación.
—No me gusta este lugar… —susurró.
Pero lo peor no era eso.
Desde los callejones más oscuros comenzaron a salir figuras delgadas, deformes, caminando como si hubiesen olvidado lo que es ser humano. No tenían ojos… pero los “miraban”.
No atacaban.
Solo rodeaban.
Como animales hambrientos esperando una señal.
Eiden tragó saliva.
—¿Qué… son esas cosas?
El Eco inclinó la cabeza, como quien escucha una melodía antigua.
—Los primeros en caer. Los que ya no son humanos. Los que alimentan… lo que vive debajo.
Eiden sintió que la piel se le erizaba.
Y entonces, una sombra cayó del cielo.
No un monstruo.
No una criatura.
Algo mucho más peligroso para cualquier cosa que quisiera acercarse a Eiden.
Un hombre.
El impacto levantó polvo y quebró las baldosas del suelo.
Eiden abrió los ojos de par en par.
Era Max.
Pero no el Max que Eiden había visto entrenar.
No el Max paciente, brusco o protector.
Este Max emanaba algo más profundo… letal… como un animal que había vivido demasiadas guerras.
Los monstruos se quedaron inmóviles, como si el olor del depredador máximo hubiese llegado al aire.
Max se levantó despacio, sin mirar a los monstruos.
Solo clavó los ojos en Eiden.
—Tardaste demasiado, chico.
El Eco retrocedió. Sí, retrocedió.
Lia sintió un alivio instintivo, como si hubiese visto llegar a un ejército entero.
Eiden parpadeó.
—¿Qué… qué hacés acá?
Max se giró finalmente hacia las criaturas.
Y su tono cambió, volviéndose puro acero:
—Porque un Teniente no deja que le coman al aprendiz…
y menos durante una Purga adelantada.
Las criaturas dieron un paso atrás.
Max chasqueó los dedos una sola vez.
El aire explotó.
Una presión invisible barrió el callejón, y todas las criaturas cayeron al suelo aplastadas, como si una fuerza imposible las hubiera hecho arrodillarse ante él.
Ninguna se movió.
Ninguna volvió a levantarse.
Lia quedó sin palabras.
Eiden sintió que se le helaba la sangre y el pecho al mismo tiempo.
Max ni siquiera había cambiado la expresión.
Solo murmuró:
—Bien… ahora sí podemos hablar de por qué viniste acá, Eiden.
El silencio después del rugido subterráneo es tan profundo que casi duele.
Max avanza unos pasos mirando los edificios tensarse como animales inquietos.
—“Eiden… ¿qué hacés vos acá?” —pregunta sin levantar la voz.
Eiden traga saliva.
Lia baja la mirada, como si lo que viene fuese más peligroso que los monstruos.
—“Me mandaron en una misión…” —dice Eiden—. “Thomas dijo que había información clave en Kurotsume. Yo—”
Max gira lentamente, sus ojos brillando apenas con ese tono frío que solo muestra cuando algo no cuadra.
—“Thomas no manda misiones sin avisarme. Y mucho menos a vos.”
Eiden siente un vacío en el estómago.
Lia aprieta los puños.
Y entonces… las sombras tiemblan.
De entre los callejones comienzan a emerger figuras negras, armaduras irregulares, cascos abiertos…
Soldados del territorio del Top 4.
Pero no son patrullas comunes;
estos vienen con intención de cerrar el capítulo.
Max suspira profundo, como si esto fuera una molestia menor.
—“Perfecto. Justo lo que faltaba.”
Los soldados cargan a la vez.
Son varios.
Muchos.
Eiden siente el impulso de retroceder, pero Max lo detiene con un solo gesto:
—“Quédense atrás.”
Lo siguiente es…
un baile de muerte.
Max se mueve como si cada ataque fuera un error que él permite.
Esquiva, rompe rodillas, tuerce cuellos, corta respiraciones.
No grita.
No se altera.
Un teniente no alardea: demuestra.
En menos de diez segundos, siete soldados están en el suelo sin posibilidad de levantarse.
Uno de los enemigos retrocede aterrado y grita:
—¡¡¡REFUERZOS!!! ¡¡¡TRAIGAN MÁS!!!
El sonido se multiplica por los pasillos metálicos de la ciudad.
En segundos, Eiden y Lia quedan rodeados, un círculo de armas apuntándolos.
Lia respira hondo.
Y por primera vez…
no tiembla.
—“Emily no me entrenó para correr.”
Sus ojos cambian a una expresión fría, disciplinada.
Se lanza al frente con movimientos fluidos, exactos, aprendidos con dedicación y golpes duros.
Toma a un soldado por la muñeca, gira el brazo, lo derriba, lo remata con un golpe seco al casco.
Otro intenta cortarla por la espalda, pero ella anticipa el paso, gira y lo patea en el estómago con fuerza sorprendente.
Los soldados no esperan eso.
Eiden, en cambio, no ataca primero.
Observa.
Respira.
Y cuando un soldado lanza un tajo horizontal, Eiden lo esquiva por centímetros…
y le responde con un golpe directo al cuello, rápido y preciso.
Otro lo ataca por detrás.
Eiden se agacha.
El enemigo pasa de largo.
Eiden se lanza y lo empuja contra una pared como si lo hubieran entrenado toda su vida para ese instante.
Max sonríe apenas, como un padre orgulloso que jamás lo admitiría:
—“Bien… pero no bajen la guardia.”
La batalla continúa en círculo.
Sombras.
Respiraciones cortadas.
El eco de pasos que prometen que
“CUANDO APARECE UN TENIENTE… Y MAX DECIDE PONERSE SERIO”
La calle se quedó muda.
Los soldados que habían venido primero ya estaban tirados por todos lados, completamente derrotados por Max… sin que él hubiera usado ni el 5% de su fuerza real.
Eiden y Lia respiraban rápido, rodeados de cuerpos inconscientes.
Pero entonces…
Un golpe seco resonó desde un tejado.
Otro golpe, al otro lado.
Y otro.
Tres figuras aparecieron a la vez, saltando hacia ellos como sombras entrenadas.
Sus capas negras llevaban el símbolo del Top 4.
Llevaban brazales metálicos con un grabado definido:
TENIENTE DE BLOQUE.
Eiden sintió el aire volverse frío.
Lia apretó los dientes, adoptando la postura de combate que Emily le había enseñado.
Uno de ellos habló, su voz ronca, arrogante:
—Vaya… el informe era cierto. El perro del Top 6 está aquí.
Max suspiró, como si le diera pereza.
—No soy el perro de nadie. Pero ustedes… sí que ladran fuerte.
El Teniente del centro dio un paso adelante.
Su presencia pesaba como si aplastara la calle.
Su aura era real. Sólida. Una presión que Eiden no había sentido nunca.
—Capturen al chico. El resto… elimínenlos.
Lo dijeron como si fueran moscas.
Eiden sintió un escalofrío, pero no retrocedió.
Lia, aún con la respiración agitada, se adelantó medio paso.
Max bajó la cabeza… y sonrió apenas.
—No quería mostrar tanto frente a ellos —susurró, mirando a los soldados caídos—, pero si mandan tenientes… supongo que tengo que subir el nivel.
El Teniente del centro desapareció.
Un segundo después, ya estaba detrás de Eiden, con la mano extendida hacia su cuello.
Demasiado rápido para un humano.
Demasiado letal.
—¡EIDEN! —gritó Lia.
Pero un destello azul cortó la calle.
Max apareció entre ambos… sin moverse del lugar donde estaba.
Era como si hubiera estado ahí desde siempre.
Sosteniendo la muñeca del Teniente con dos dedos.
—¿Ése era tu máximo? —preguntó Max, casi aburrido—. Pensé que los tenientes del Top 4 tenían más… presencia.
El Teniente rugió, intentando romper la sujeción.
Max no se movió ni un milímetro.
El otro Teniente lanzó una patada.
Un viento cortante.
Max giró apenas el torso y la patada pasó de largo, rompiendo una pared completa.
—Ay, ay… —dijo Max—. Me distraigo un segundo y me dejan sin callejón.
El tercer Teniente apareció con dos cuchillas negras, directo a la espalda de Lia.
Pero Lia, entrenada por Emily, dio un giro perfecto.
Su pie chocó con la cuchilla, desviándola.
Luego entró con un puñetazo corto al costado del soldado.
El Teniente retrocedió sorprendido.
—Eso fue… —Lia sonrió con orgullo contenido— Emily me enseñó buenas cosas.
Eiden, mientras tanto, esquivó un ataque del segundo Teniente que se le lanzó.
Sus reflejos estaban más finos que nunca.
Se agachó, rodó, y logró conectar un golpe en el abdomen del enemigo.
El Teniente apenas lo sintió… pero se sorprendió.
—¿Un aprendiz golpeando así?
Eiden tragó saliva, sudando.
Pero no retrocedió.
Max, viendo eso, murmuró:
—Fff… si muestran los dientes… supongo que yo también.
Los tres Tenientes atacaron al mismo tiempo.
Eiden y Lia se prepararon para retroceder…
pero nunca hizo falta.
Porque Max ya no estaba delante de ellos.
Estaba en todas partes al mismo tiempo.
Un golpe seco.
Un destello de aire.
Un crujido contenido.
Los tres Tenientes fueron enviados contra diferentes paredes de la ciudad… como si los hubiera golpeado un tren en silencio.
Ni siquiera hubo sangre.
Sólo un poder absoluto.
Max quedó en medio de la calle, acomodándose el flequillo.
—Tenientes promedio… nada mal para calentar.
Eiden lo miró sin palabras, como si estuviera viendo una montaña moverse sola.
Lia, con la respiración temblorosa, dijo:
—Max… ¿de qué nivel eres realmente?
Max miró a ambos, serio por primera vez.
—Del nivel que hace que los Tops me quieran lejos… y que los Tenientes me teman.
Y ahí, desde los túneles…
se escucharon pasos más pesados.
No humanos.
La verdadera Purga estaba por empezar.
