⭐ Capítulo 19 – “El Maestro Contra la Sombra del Top”
Continuación inmediata
El Comandante observa a Max retorcerse de dolor como quien observa el fuego danzar en una fogata.
—Tu cuerpo está colapsando —dice casi con fascinación—. Pero tu espíritu… sigue siendo un fastidio.
Max intenta inhalar.
El aire no entra.
Su pecho suena como metal doblado.
Su visión se llena de puntos negros.
Aun así, su mirada nunca se aparta de Eiden.
Nunca.
Eiden, arrodillado, siente algo romperse adentro de él.
—Max… —susurra—. Por favor… levantate…
El Comandante gira la cabeza hacia el chico.
—Curioso —dice con una sonrisa torcida—. Ni siquiera podés pararte… pero seguís suplicando.
Qué patético.
Y qué… interesante.
Eiden aprieta los dientes, temblando.
—Si lo… si lo tocás otra vez… juro que…
—¿Qué? —interrumpe el Comandante, inclinando la cabeza—. ¿Vas a respirar muy fuerte?
Oh, espera… eso ya te está matando.
Eiden baja la cabeza. Sangre gotea de su barbilla.
Pero su aura vibra, débil, errática.
Max lo nota.
Y con la poca voz que le queda…
—¡Eiden… no uses… nada! ¡NO… TE… MUEVAS!
El Comandante sonríe.
—Exacto. Quiero al elegido vivo. Pero no funcional.
El aura del Comandante empieza a subir.
Un 32%.
Apenas un soplo para él… pero para Max es como si una montaña descendiera sobre su espalda.
Max cae, apoyando la frente contra la tierra.
—Levantate… —susurra Eiden, con lágrimas mezclándose con sangre—. Por favor… levantate…
El Comandante se acerca a Max, pisando sus costillas rotas con una tranquilidad cruel.
—Tranquilo, Maestro Renshō. No voy a matarte aún.
Primero quiero que el chico vea cómo quiebro a su protector.
Max aprieta los puños.
Su brazo roto tiembla.
Su pulmón tritura otro pedazo de sí mismo.
Pero…
Pero algo dentro de él no se apaga.
La imagen de Eiden de 14 años llorando.
La de Eiden de 16 levantándose aunque se quebrara los dedos.
La de Eiden de 17… mirándolo con fe absoluta.
Y entonces…
Su corazón late.
FUERTE.
Doloroso.
Vivo.
Max levanta la cabeza.
Sus ojos brillan con un fuego extraño, casi animal.
La sombra de la muerte empuja… pero él empuja de vuelta.
El Comandante frunce el ceño.
—¿Otra vez? ¿Todavía no te rendís?
Max sonríe apenas. Sangre se le cae por el labio.
—Todavía… no viste… nada…
Se levanta.
No debería poder hacerlo.
Sus huesos no deberían sostenerlo.
Su cuerpo no debería responder.
Pero lo hace.
Por él.
Por ese chico.
Por su orgullo.
El Comandante baja el centro de gravedad, entusiasmado de verdad.
—Muy bien, Maestro.
Mostrame… tu último rugido.
Max aprieta los puños temblorosos.
—Mi último… no.
Mira hacia atrás.
A Eiden. Escuchando. Sufriendo. Intentando levantarse.
—Este rugido…
NO ES PARA VOS.
Su aura se enciende por última vez.
Oscura.
Irregular.
Desesperada.
Pero viva.
Eiden siente el pecho apretarse.
No por dolor.
Sino por el terror de lo que está viendo.
—Max… no… NO LO HAGAS…
Max sonríe.
—Entonces mirá…
Mirame bien, mocoso…
Porque esto…
es lo que hace un maestro.
El Comandante abre los brazos.
Como si aceptara un regalo.
—Vení entonces. Mostrame tu alma.
Max se impulsa.
No con fuerza.
No con técnica.
Con deseo.
Con amor.
Con rabia.
Con fe.
Con memoria.
Con un sacrificio que ya está escrito.
El golpe final empieza.
Uno que cambiará todo.
Max se lanza con su último destello de poder.
Su aura se retuerce como llamas negras, y cada paso que da hace que el suelo tiemble.
El Comandante sonríe, disfrutando del espectáculo.
—¡VENÍ! —ruge Max— ¡ESTO ES POR ÉL!
Pero antes de llegar al impacto final…
Un estruendo corta el aire.
Tres figuras salen del bosque como flechas.
Lia es la primera que aparece. Sus ojos se llenan de horror al ver a Max ensangrentado, doblado, casi irreconocible.
—¡MAX! ¡NO TE MUEVAS! —grita, extendiendo la mano.
Riku frena al lado de ella, jadeando.
—¡¿Q-QUÉ… QUÉ ES ESO?! ¡¿Quién es ese tipo?!
Kael, el más sereno, observa al Comandante con un sudor frío bajándole por la nuca.
—Ese no es un soldado. Ni un general.
…Dios mío… es un Comandante real.
Cuando los tres dan un paso adelante para ayudar…
Max gira apenas la cabeza.
Un movimiento lento. Débil. Pero firme.
—No.
—No… se acerquen… —jadea—. Váyanse.
Lia tiembla.
—¡¿Qué decís, Max?! ¡Te estás muriendo! ¡Dejá que te ayudemos!
—NO. —su voz sale más fuerte, desgarrada—.
Su trabajo… es llevarse al chico.
Kael mira a Eiden, arrodillado, jadeando, sangrando, casi sin poder mantener los ojos abiertos.
—Él ya no puede seguir despierto… si se levanta otra vez, su corazón colapsa —murmura Kael.
Eiden intenta hablar.
—No…
no me lleven…
Max…
El Comandante chasquea la lengua.
—Qué conmovedor. Llegó el comité de despedida del maestro.
Max ruge:
—¡CÁLLATE!
Kael da un paso adelante para atacar.
Pero Max grita:
—¡KAEL, NO!
Si vos peleás… todos mueren.
Lia aprieta los dientes, lágrimas cayendo.
—Max… no nos pidas esto…
Max sonríe. Una sonrisa triste, rota… pero orgullosa.
—Llévenlo.
Yo voy a ganar tiempo.
Riku traga saliva.
—¿Cómo… cómo vas a ganar tiempo si ni podés respirar…?
Max gira su mirada hacia Eiden.
Y ahí está.
Ahí está la verdad.
La mirada de un padre.
—Porque… —dice con voz quebrada—
todavía me queda… un último rugido.
Eiden intenta levantarse desesperado.
—NO… NO… ¡NO TE QUEDES! ¡YO PUEDO—!
Kael aparece detrás de él.
Lo abraza del cuello.
Y con el corazón en la garganta… susurra:
—Perdoname, Eiden.
Y lo noquea.
Eiden cae en sus brazos, inconsciente.
La tierra se queda en silencio.
Lia llora en silencio, cubriéndose la boca.
Riku baja la cabeza.
Kael sostiene a Eiden como si cargara oro puro.
Max mira a su alumno por última vez.
—Buen chico…
Entonces respira profundo.
Su cuerpo cruje.
Su pulmón roto sangra.
Sus costillas se incrustan en su carne.
Pero él sonríe igual.
Y se gira hacia el Comandante.
—Ahora sí… vos y yo.
El Comandante abre los brazos, encantado.
—Perfecto. Mostrame tu final, Maestro Renshō.
Max corre.
No debería poder.
Pero corre.
Corre como si su vida no importara.
Como si solo importara el chico inconsciente alejándose entre los árboles.
Su puño se enciende con un aura brutal.
El Comandante ríe.
—¡Eso es! ¡Mostrame tu—!
Y Max golpea.
Un impacto brutal.
Una explosión de aire que sacude el bosque.
Pero el Comandante… ni se mueve.
—Mi turno.
En un abrir y cerrar de ojos…
La mano del Comandante atraviesa el pecho de Max.
Atraviesa músculo.
Hueso.
Carne.
Sangre.
Un agujero perfecto.
Una mano hundida hasta el codo.
Max escupe sangre al instante.
Lia grita desde la distancia.
—¡¡NOOOOOOO!!
Riku cae de rodillas.
Kael aprieta los dientes, sin mirar atrás, cargando a Eiden.
El Comandante acerca su rostro al de Max.
—Antes de terminar… ¿cuál es tu nombre, maestro?
Max escupe sangre directo en su cara.
—Andá… a… la mierda…
El Comandante se ríe.
—Mi nombre es Zathes.
Recordalo… en tu último pensamiento.
Saca la mano lentamente.
La sangre gotea.
Max cae de rodillas.
Zathes da un paso para perseguir a los demás.
Pero algo lo detiene.
Una mano débil.
La mano de Max.
Agarrándole el tobillo.
—No… vas… a pasar… —susurra Max, casi sin voz—.
No… mientras… yo… siga… vivo.
Zathes sonríe con fascinación.
—¿Todavía te queda vida? Qué tesoro.
Max levanta la cabeza.
Sus ojos están vacíos de fuerza…
Pero llenos de algo que ni un Comandante puede romper:
Voluntad.
—Yo… soy su maestro…
y vos…
NO…
LO…
TOCÁS.
Zathes intenta avanzar.
Pero Max lo agarra más fuerte.
Una lucha silenciosa, trágica,
El viento del bosque sopla como un lamento antiguo mientras Max, arrodillado, sangrando, apenas sosteniéndose, mira al Comandante Zathes de frente. Cada respiración es fuego. Cada latido, un cuchillo.
Pero sus ojos… siguen encendidos.
Zathes:
—Todavía intentás levantarte… qué terco. Danos el gusto, morite ya.
Max apenas sonríe, una sonrisa rota pero orgullosa.
Max:
—¿Creés que voy a caer… sin antes terminar lo que empecé?
Zathes avanza un paso, listo para aplastarlo de una vez.
Pero entonces…
Max cierra los ojos.
Y ahí empiezan.
Los recuerdos.
La luz cambia. El ruido de la batalla se apaga.
Max ve a Liam, pequeño, corriendo hacia él con una sonrisa que le iluminaba el mundo.
Liam:
—¡hermano, mirá… pude hacerlo!
El pequeño levantaba un dibujo torcido, hecho con los colores gastados que Max le había conseguido como sorpresa. Max lo tomaba en brazos, riéndose, girando sobre el patio.
Max (en sus recuerdos):
—Sos increíble… siempre lo fuiste.
El corazón del guerrero se quiebra un segundo.
La escena cambia.
Max sentado en una mesa humilde, con su mama apoyando su cabeza en su hombro.
Ella:
—No importa lo difícil que sea, mientras seas una persona buena … lo demás se arregla.
Él la abraza por detrás, sonriendo como hacía años que no lo hacía.
Luego la imagen se derrite… y aparece Eiden. . Torpe. Frágil.
Pero mirándolo con esos ojos de fe pura.
Eiden:
—Max… ¿algún día voy a ser fuerte como vos?
Max:
—No… vas a ser más fuerte. Mucho más.
Las lágrimas empiezan a correr por la cara de Max en el presente.
No por dolor.
Por amor.
Por todo lo que ya perdió…
y por lo que se niega a perder otra vez.
En el presente, Max abre los ojos. La mirada ahora es feroz, casi sagrada.
Max (susurrando):
—Liam… perdoname. Pero hoy… no voy a fallar. No a ellos.
Su aura explota como un rugido, aunque su cuerpo está roto.
Un destello dorado, inestable, pero poderoso.
Zathes levanta una ceja, intrigado.
Zathes:
—¿Otra vez intentando sorprenderme? Bueno… mostrame tu milagro.
Max avanza como un trueno. Sus golpes ya no son por sobrevivir:
son por proteger.
Cada recuerdo lo empuja.
Cada dolor lo impulsa.
Cada promesa lo sostiene.
Y aunque está destrozado…
su espíritu es más grande que nunca.
El bosque entero parece detenerse.
La luz se filtra entre los árboles como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.
Max, sostenido solo por voluntad… sigue avanzando.
Su aura late, rota, chispeante, pero viva.
Zathes ya no sonríe.
Por primera vez, su expresión es seria.
Zathes:
—…Estabas destinado a morir hace rato. ¿Por qué seguís de pie?
Max apoya un pie, luego el otro. Cada paso deja sangre en la tierra.
Max:
—Porque… todavía queda alguien a quien proteger.
El Comandante suspira… casi decepcionado.
Zathes:
—Qué hombre más molesto.
Y entonces Max lanza su último ataque.
Un golpe directo al pecho del Comandante.
Un rugido desgarrado.
Una explosión de energía que ilumina el bosque entero.
Por un instante, Zathes retrocede medio paso.
Es la primera vez que alguien en ese nivel lo empuja.
Max cae de rodillas, respirando como si cada bocanada fuera lava.
Zathes:
—…Impresionante. Inútil, pero impresionante.
Zathes levanta la mano.
La sombra lo cubre todo.
Max levanta la cabeza, con la cara llena de sangre, pero con una mirada tranquila… casi en paz.
Max (susurrando):
—Eiden… hacelo mejor que yo.
Y entonces ocurre.
Un movimiento limpio.
Frío.
Rápido como el juicio.
La mano de Zathes atraviesa el pecho de Max.
El sonido es seco.
El aire se corta.
Los pájaros dejan de cantar.
Max abre los ojos una vez más.
No hay odio.
No hay miedo.
Sólo orgullo.
Max:
—…Zathes… ¿cierto?
Aprendete también mi nombre.
Zathes acerca su rostro, curioso, casi intrigado.
Zathes:
—Decime entonces… ¿quién sos vos, guerrero?
Max escupe sangre… pero sonríe.
Max:
—Soy Max…
El hombre que detuvo… tu avance.
Zathes retira su mano y Max cae hacia adelante.
Despacito.
Sin ruido.
El cuerpo golpea la tierra con la dignidad de un soldado que cumplió su misión.
El viento mueve las hojas como si estuviera velándolo.
Zathes lo mira un segundo… en silencio.
Y por primera vez, sin burlas, sin sonrisa…
Zathes:
—Una muerte digna.
Luego gira, dispuesto a perseguir a los demás.
Pero al dar un paso, siente algo.
Una mano débil, manchada de sangre, sujeta su tobillo.
Max todavía… todavía… intenta detenerlo.
Sus ojos se levantan apenas.
Max:
—No… vas… a tocarlos…
Un hilo de voz.
Pero con la fuerza de un padre protegiendo a sus hijos.
Zathes lo mira… casi sorprendido.
Y con un solo pisotón brutal, aplasta la mano de Max y lo deja finalmente sin vida.
El bosque queda en silencio absoluto.
Un héroe ha caído.
Pero su muerte… encenderá una llama que nadie podrá apagar.
